"24 horas para el Señor": Un regalo espiritual en el Tiempo de Cuaresma
"24 horas para el Señor":
Un regalo espiritual en el tiempo de Cuaresma
Por Yara Fonseca*
Cada año, durante la Cuaresma, las diócesis organizan un espacio de oración y reconciliación titulado "24 horas para el Señor". En este espacio, algunas iglesias abren sus puertas durante todo un día para ofrecer a los fieles la oportunidad de adorar al Santísimo Sacramento y recibir el sacramento de la reconciliación. Esta iniciativa, promovida por el Papa Francisco, busca revitalizar la práctica de la confesión y fomentar una relación más cercana con Jesús Eucarístico.
Este año es especial, ya que la jornada de oración se dará en el contexto del Año Jubilar y se celebrará en las diócesis de todo el mundo la 12ª edición de «24 horas para el Señor». Como en ediciones anteriores, el evento tendrá lugar en vísperas del cuarto domingo de Cuaresma, del viernes 28 al sábado 29 de marzo. Para esta edición, dentro del Jubileo de 2025, dedicado particularmente a la esperanza, el lema elegido por el Santo Padre está tomado de las palabras del salmista: «Tú eres mi esperanza» (Sal 71,5). Este año, la Iglesia nos invita a vivir intensamente este tiempo de gracia y a acoger con mayor fervor el llamado a la conversión y la reconciliación.
El bullicio de la vida cotidiana a menudo nos impide encontrar tiempo para la reflexión y la oración. "24 horas para el Señor" nos ofrece un espacio sagrado para detenernos, hacer una pausa y centrarnos en nuestra relación con Dios. Este tiempo dedicado a la oración y la reconciliación es un verdadero regalo espiritual que nos ayuda a prepararnos para la celebración de la Pascua.
El lema de este evento, centrado en la esperanza y el amor de Dios que nos reconcilia, es un recordatorio poderoso de la misericordia divina. Durante las "24 horas para el Señor", se nos invita a experimentar el amor incondicional de Dios y su deseo de reconciliarnos con Él. Como dijo el Papa Francisco: “Dios nunca se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón” (Angelus, 17 de marzo de 2013). Este tiempo de gracia cuaresmal nos anima a reexaminar nuestras vidas, a pedir perdón por nuestras faltas y a aceptar el perdón y la renovación espiritual que solo Dios puede ofrecernos.
San Juan Pablo II nos recordaba: “No tengáis miedo de acercaros al Sacramento de la Confesión, donde encontraréis a Jesús que os espera con el amor infinito de su Corazón” (Mensaje a los jóvenes, 22 de febrero de 2004). Este llamado a la reconciliación nos invita a no temer el encuentro con la misericordia de Dios y a aprovechar este tiempo de Cuaresma para buscar su amor y perdón.
Además, San Agustín de Hipona nos dice: “Dios ha prometido el perdón a quien se arrepiente, pero no ha prometido el mañana a quien dilata la penitencia”. Este recordatorio nos invita a no posponer nuestra reconciliación con Dios y a aprovechar el tiempo de Cuaresma para buscar su misericordia y amor.
En este año jubilar, la Iglesia nos ofrece el don precioso de "24 horas para el Señor". Aprovechemos esta oportunidad para renovar nuestra fe y nuestra relación con Dios. Al participar en esta iniciativa, estamos respondiendo al llamado de Dios a vivir en esperanza y reconciliación. En este sentido, el Papa Francisco nos dice: “La misericordia de Dios es un anuncio al mundo: el amor de Dios que nos envuelve, nos da paz y alegría, y nos llena de esperanza” (Homilía, 13 de marzo de 2015).
El Santo Padre también nos invita a reflexionar sobre la importancia de la misericordia en nuestra vida diaria, afirmando que "la misericordia de Dios es una fuerza que todo lo vence, que llena el corazón de amor y que consuela con el perdón". Esta reflexión nos recuerda que la misericordia no es solo un acto de perdón, sino una actitud constante de apertura y amor hacia los demás.
Que las "24 horas para el Señor" sea una para vivir en Cuaresma la segunda meta de Courage y primera meta de EnCourage: dedicarse a la oración y al enriquecimiento espiritual a través de una vida sacramental activa. Que este tiempo de oración, reflexión y reconciliación sea un momento de gracia en el que podamos fortalecer nuestros compromisos y profundizar en nuestra relación con Dios que nos acoge con su amor misericordioso y siempre está dispuesto a recibirnos con los brazos abiertos.
* Yara Fonseca es asistente para los idiomas español y portugués de Courage Internacional y reside en Brasil.
“Dios ama a nuestra hija con infinito amor”: Testimonio de un matrimonio de EnCourage
“Dios ama a nuestra hija con infinito amor”
Testimonio de un matrimonio de EnCourage
Somos un matrimonio español que llevamos casados 23 años y tenemos 5 hijos. Formamos parte de la Iglesia desde antes de contraer matrimonio y así intentamos educar a nuestros hijos en la fe católica.
Nuestro matrimonio ha estado marcado desde el principio por el convencimiento de que es Dios quien ha sellado esta unión entre nosotros con una promesa, para santificarnos el uno al otro. Y para ayudarnos a ello, nos ha concedido hijos y nos ha permitido –y nos permite– amarnos, incluso a pesar de nuestros pecados. De nuestros hijos cada uno tiene su personalidad y su misión en la vida y en la nuestra, pero, en esta ocasión, queremos hablar de nuestra segunda hija.
Todo empezó durante el confinamiento por el Covid-19. Durante este tiempo, nuestra segunda hija se aficionó a series de plataformas que no pudimos supervisar por un exceso de trabajo en esa situación de confinamiento. Además, pensábamos que algo tenía que hacer para entretenerse durante el encierro que duró tres meses. En el 2019 ella tenía 15 años. Las series que vio durante ese tiempo no le vinieron bien, pero nosotros no supimos detectarlo. Fue un tiempo de calma engañosa en la que todo parecía estar bien y sin dificultades, ya que estaba toda la familia metida en casa y era como un nicho de seguridad, pero no vimos el peligro que se escondía en la tecnología, porque detrás de las pantallas con las que veíamos el mundo, nuestros hijos tenían acceso a información que no eran capaces de asimilar o que no les habíamos enseñado a asimilar.
En este movimiento vertiginoso en el que se mueve la sociedad hoy en día, sentimos tener controlada la situación por este erróneo parón del que fuimos espectadores privilegiados y que nos quitó de un plumazo, sin saberlo, la perspectiva del sufrimiento de nuestros hijos.
Cuando pudimos volver a una vida relativamente normal con todas las medidas de sanidad pertinentes, en el verano del 2020, nuestra hija fue a un campamento de jóvenes. También asistió a ese campamento una chica muy educada, muy sonriente, era una chica super amable que parecía que no había nada que le sentara mal, y se hicieron muy amigas. Nuestra hija siempre había tenido dificultades para mantener buenas relaciones sociales y hacer amistades, y parecía que por fin había encontrado una amiga cristiana con la que congeniaba. La amistad entre ellas creció y pasaban mucho tiempo juntas, hasta que un día le preguntamos sobre su relación con ella.
Hablamos, pero durante esa primera conversación que mantuvimos con nuestra hija, sacamos en claro que desde nuestro punto de vista estaba profundamente equivocada y, desde el suyo, nosotros no entendíamos nada. Y en cierta manera era así, no entendíamos cómo, en tan poco tiempo, su forma de ver la vida y sus perspectivas habían cambiado como de la noche a la mañana y lo peor de todo es que no entendíamos cómo estos dos puntos de vista (el nuestro y el suyo) nos podían separar tanto de alguien tan querido como es una hija. Se creó un muro entre ella y nosotros, construido por nuestras imposiciones, nuestros prejuicios y, sobre todo, por nuestra preocupación de que se fuera de la Iglesia. Por su parte, ella ansiaba ser feliz y ser libre en sus actos y en su relación sin que nadie le pusiera límites o le dijera otro modo de pensar “arcaico” y poco tolerante.
Nos equivocamos en muchas cosas, la situación nos sobrepasó y estábamos muy mal informados, formados y desorientados en miles de cosas, hasta el punto de que le prohibimos estar con ella.
Viendo que nosotros no éramos capaces de gestionar esta nueva situación, buscamos ayuda externa. Empezamos a hablar con una orientadora familiar y con gente de la Iglesia que nos decía que teníamos que acogerla, quererla y acompañarla, porque de esa forma nos ha tratado a nosotros Cristo, y si Dios nos ha querido y acompañado y ha esperado y sufrido con nosotros, y se ha alegrado con nosotros incluso cuando no lo merecíamos, –porque muchas veces no nos lo hemos merecido– ¿que íbamos a hacer nosotros con nuestra hija si ella no había hecho nada para que no recibiera de nosotros ese cariño? Eso nos hizo reflexionar y parar en seco. Hasta entonces, en nuestro entorno de parroquia sólo se nos había dicho que teníamos que obligarla por la buenas o por las malas, que vivía en nuestra casa y que si no aceptaba nuestras normas teníamos que echarla. Este contra punto al que nosotros conocíamos fue como un volver a empezar desde otro prisma, con otros ojos; era como dejar de dar la espalda a lo que toda la vida hemos escuchado en la Iglesia, ese amor incondicional que solo da Dios, esa comprensión cuando nadie lo hace y ese acompañar al que lo necesita. Todo esto lo habíamos perdido de vista, el enemigo nos lo había borrado y había plantado este muro de diferencias como primera y única opción.
En este escenario, en una conferencia a la que asistimos en nuestra parroquia, apareció una consagrada que hablaba de este amor incondicional. En esta conferencia también se abordaron temas como la atracción al mismo sexo en base a la experiencia que esta persona tenía debido al acompañamiento. Además, un miembro del apostolado Courage compartió su testimonio. En esa charla, ya sabíamos que los catequistas de nuestra hija iban a invitarla a irse del grupo de catequesis al que pertenecía, por su ideología. Y así sucedió.
En cuanto el miembro de Courage terminó de hablar fuimos a pedirle ayuda. Fue ahí que empezó nuestro contacto con EnCourage. ¿De qué nos ha servido? Ha sido entrar en la misericordia de Dios. Nos ha fortalecido como matrimonio, hemos entendido que, igual que Dios nos ama eternamente, ama a nuestra hija con amor infinito. Estamos en un proceso de acoger la cruz que el Señor ha permitido. Hemos podido ver la acogida de la Iglesia de una forma que desconocíamos. Estamos siendo acompañados en un camino de sufrimiento muy duro y difícil, pero no estamos solos. Nos ayuda a comprender más a nuestra hija, a amarla más profunda e incondicionalmente. Nos hace ver que ella es mucho más que su atracción al mismo sexo. Igual que la Virgen María acompañó a Jesús a la cruz, nosotros debemos estar a su lado, siendo espectadores activos, con nuestro ejemplo, de su vida, sin perdérnosla por ningún motivo. Además, la herida profunda que tiene con la Iglesia por haberse sentido rechazada y “echada” por algunas personas, nos hace movernos y ver una Iglesia que, cuando llegue el momento, le podamos ofrecer como una alternativa distinta a la que ella ha vivido, para que pueda encontrarse con Jesucristo, nuestra esperanza y así conozca el AMOR y pueda llevar una vida cristiana que la conduzca a la felicidad verdadera con la certeza de llegar al cielo.
¡Bienvenidos al Jubileo de la Esperanza!
¡Bienvenidos al Jubileo de la Esperanza!
*Por Yara Fonseca
Este año 2025 no es un año cualquiera. Es una oportunidad de gracia y renovación porque estamos en un tiempo especial: un Jubileo, un Año Santo, proclamado por el Papa Francisco como el Año de la Esperanza.
La palabra "jubileo" proviene del latín "jubilaeus" que, a su vez, tiene su origen en el hebreo "yobel" (יוֹבֵל). En el contexto bíblico, se refería al cuerno de carnero que se tocaba para anunciar, en el calendario hebreo, que se iniciaba un año especial de bendiciones.
En el Antiguo Testamento, el jubileo era un año especial de liberación y restitución que se celebraba cada cincuenta años. Durante el año del jubileo, se proclamaba la libertad para todos los habitantes de la tierra. Además, el jubileo tenía como propósito principal restaurar la justicia social y económica entre los israelitas, asegurando que ninguna familia quedara sin tierra ni medios para subsistir permanentemente. También era un tiempo de descanso para la tierra, ya que no se sembraba ni se cosechaba durante ese año.
En la actualidad, el Jubileo en la Iglesia se celebra cada 25 años. Es un tiempo especialmente marcado por la gracia divina, durante el cual se nos ofrece la oportunidad de obtener indulgencias, recibir sacramentos y participar en peregrinaciones y prácticas espirituales que nos ayudan a crecer en santidad. Como miembros de Courage y EnCourage, estamos llamados a aprovechar este tiempo de gracia para fortalecer nuestra vida espiritual y acercarnos más a Dios.
El Papa Francisco, en su bula de convocatoria del Año Jubilar 2025, nos recuerda la importancia de la misericordia y el perdón en nuestras vidas: "La misericordia es la vía que une a Dios y al hombre, porque nos abre el corazón a la esperanza de ser amados para siempre a pesar de la limitación de nuestro pecado" (Misericordiae Vultus, 2). Este año santo nos invita a experimentar la misericordia de Dios de manera profunda y transformadora.
Durante este tiempo podemos recibir abundantes frutos espirituales. Al participar en las prácticas y celebraciones del jubileo, como la confesión, la Eucaristía y la oración, podemos experimentar una renovación espiritual y una profunda conversión del corazón. Las indulgencias jubilares son una oportunidad para recibir el perdón de nuestros pecados y la remisión de las penas temporales, lo que nos ayuda a vivir en mayor libertad y paz interior.
San Pablo nos exhorta en su carta a los Efesios: "Despiértate, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará" (Ef 5,14). Este año jubilar es una llamada a despertar y a permitir que la luz de Cristo transforme nuestras vidas.
¿Cómo Vivir el Año Jubilar en Courage y EnCourage?
Como miembros de Courage, estamos llamados a vivir este Año Jubilar de manera intencional y comprometida. Aquí hay algunas prácticas espirituales que podemos intensificar en nuestra vida diaria durante este año santo:
1. Participar en los sacramentos: Asistir regularmente a la Misa y recibir la Eucaristía, así como confesarse con frecuencia, nos ayudará a mantenernos en estado de gracia y a experimentar la misericordia de Dios.
2. Oración diaria: Dedicar tiempo cada día para la oración personal y la meditación nos permitirá profundizar nuestra relación con Dios y escuchar su voz en nuestras vidas.
3. Lectura espiritual: Leer y reflexionar sobre las Sagradas Escrituras y otros textos espirituales nos ayudará a crecer en conocimiento y amor por Dios. El Papa Francisco nos ofrece muchas enseñanzas valiosas que podemos incorporar en nuestra vida espiritual durante este año.
4. Peregrinaciones: Participar en peregrinaciones a lugares santos, ya sea físicamente o de manera espiritual, nos permitirá vivir el espíritu del Año Jubilar y recibir gracias especiales.
5. Obras de misericordia: Practicar obras de misericordia, tanto corporales como espirituales, nos permitirá vivir la caridad y el amor de Cristo hacia los demás.
La invitación en este inicio de año es a que toda la comunidad de Courage y EnCourage se una al propósito de este Año Jubilar y que seamos peregrinos de la esperanza. Aprovechemos este tiempo de gracia para fortalecer nuestra vida espiritual, para reconciliarnos con Dios y con nuestros hermanos, y para vivir en la misericordia y el amor de Cristo. Un gesto muy simbólico, especialmente para quienes aún no lo realizaron, es visitar un templo jubilar de nuestras Arquidiócesis o Diócesis con fe y piedad, pidiendo al Señor que este gesto simbolice nuestro deseo de entrar en la dinámica espiritual que este tiempo nos ofrece.
San Agustín nos recuerda: "Tú nos has hecho para Ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti". Que este Año Jubilar nos permita encontrar ese descanso en Dios y renovar nuestro compromiso de vivir como auténticos discípulos de Cristo.
* Yara Fonseca es consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y reside en Brasil con su comunidad
Santa Mónica me enseñó que las lágrimas y la oración de una madre hacen posible la salvación de un hijo
Santa Mónica me enseñó que las lágrimas y la oración de una madre
hacen posible la salvación de un hijo
Soy mexicana, me llamo María, estoy casada, soy madre de tres hijos y un angelito. Crecí en un hogar con mi mamá, mi abuelita y dos tíos.
Mi abuelita fue una mujer de carácter muy dulce, hermana mayor de varios hermanos. Sé que la educaron para ser esposa y ama de casa, pero no pudo serlo del todo; le tocó vivir la Revolución Mexicana y sus consecuencias, entre ellas relaciones de pareja no sanas, machismo, alcoholismo y muchas situaciones irresponsables. Tuvo que trabajar muchísimo para sacar adelante a sus hijos.
Mi madre, con muchas heridas en su infancia, también se relacionó con hombres seguramente heridos. Fuimos cuatro hermanos, la mayor falleció. De igual manera, vivió en un ambiente de irresponsabilidad, machismo, y trabajó desde muy joven para sacarnos adelante con la ayuda de mi abuelita, hasta que Dios se la llevó. Desde la partida de mi abuelita, mi mamá entró en una depresión profunda. Al ver esta situación, mi hermana, ya con familia, y yo nos hicimos cargo de mi mamá y mi hermano pequeño.
El haber crecido con carencias, desprotegida, con muchas responsabilidades y el querer sentirme reconocida y valorada me llevó a trabajar y estudiar; con mucho esfuerzo logré una profesión.
Me casé con un buen hombre, responsable y con sus propias heridas. Formamos una familia con dos hijos suyos y nuestros tres hijos. Mi esposo trabajaba y yo cuidaba de mi madre, de la casa y de los hijos. Hasta que mi esposo se enfermó y junto con ello comenzamos a tener una situación económica difícil, lo que me llevó a empezar a trabajar. Funcionó al inicio, pero el exceso de responsabilidades nos neurotizó, además de que nuestra relación se convirtió en competencia. Creo que todo esto repercutió de diferentes maneras en mí, en mi esposo y en nuestros hijos, entrando en nuestro hogar algunos vicios “aceptables” de nuestra sociedad actual.
El dolor producido cuando Dios Padre llamó a mi madre a su encuentro fue comparable al dolor tan grande que sentí cuando mi hija me compartió sobre su atracción al mismo sexo (AMS). No sabiendo qué hacer, acudí a Dios, de quien hacía mucho tiempo no me acordaba, porque el mundo también me absorbió, por falta de tiempo y porque a mi esposo le parecía que exageraba yendo semanalmente a misa y mis hijos hacían lo mismo. Gracias a Dios después de un tiempo, encontré el apostolado de EnCourage, que no he dejado desde hace catorce años. Las reflexiones, lecturas y compartir con nuestros hermanos en cada reunión me iluminan para mi diario vivir, mi caminar y mi encuentro con Jesucristo.
Comencé a tener gran devoción por Santa Mónica y San Agustín, a quienes el apostolado Courage y EnCourage tienen como patrones. He aprendido mucho de ellos y, sobre todo, de Santa Mónica aprendí que las lágrimas y la oración de una madre hacen posible la conversión y salvación de un hijo. Las Cinco metas de EnCourage que leemos al inicio de cada reunión han sido un recordatorio de qué hacer y cómo dirigirme a Dios en todo momento. Cuando hay situaciones difíciles no solo en casa sino también en el trabajo y en todo ámbito, es una bendición poder estar en mi familia de EnCourage y poner en práctica lo que ahí aprendo y comparto con otros hermanos en Cristo.
Después de pasar por relaciones rotas en la familia, principalmente con mi hija, ahora puedo decir que hay relaciones sanas. Nos pedimos perdón, vamos a misa, podemos tocar temas que antes no mencionábamos, y podemos hablar de las relaciones sanas y castas como camino de salvación para todos los hijos de Dios.
Ahora soy consciente de que Dios siempre me ha amado y ha velado por mí y mi familia. Me ha hecho ver lo mucho que valgo, me ha dado una familia que amo y que mi Santísima Madre la Virgen de Guadalupe nos ha protegido y tenido siempre en sus manos.
La Iglesia apuesta por mí: testimonio de una chica miembro de Courage
"La Iglesia apuesta por mí"
Una mujer, miembro de Courage, comparte su caminar de fe
¿Se han sentido alguna vez vigilados y cuidados por una persona? A veces uno se siente tan protegido por alguien que solo su presencia ofrece una seguridad inalcanzable en los pequeños detalles de cada día. Si tu respuesta fue sí me comprenderás lo que voy a relatar a continuación, pero si tu respuesta fue no, te invito a que sigas leyendo para que después puedas estar en sintonía conmigo.
Compartiré mi experiencia en la que he visto y vivido cómo las acciones que Dios ha tenido con nosotros -sus hijos- muchas veces no las percibimos a primera vista ya que nuestra interioridad se encuentra cegada o tenemos mucho ruido a consecuencia del mundo alrededor.
Antes de nacer ya te había pensado…
Creo que Dios permitió que mi nombre de bautizo signifique protectora de la humanidad pues Él sabía que defendería a cualquier persona vulnerable en el mundo. Desde mi gestación, los pecados de impureza han existido: la pornografía y masturbación, y también ha existido el rechazo y ausencia de cariño. Me di cuenta de que la figura paterna nunca estuvo en contacto conmigo. Por un lado, porque mi mamá buscó alejarse de mi padre, por malentendidos entre ellos; y por otro, porque es parte de las dificultades y dolores en el caminar de la vida.
Es difícil expresar el vació que se siente al crecer sin escuchar la voz de quien te ama o está ilusionado por verte nacer y más adelante, debido a esa ausencia, se llega al punto en donde no mantenemos una relación porque nunca se fomentó dicha comunicación, cercanía, amor.
Mi mamá siempre estuvo a mi lado, me cuidó para que yo no sufriera lo que muchos de mis familiares de generaciones pasadas sufrieron. Cuando yo tenía algunos años, mis padres se volvieron a juntar y trataron de arreglar sus diferencias, creo que ese tiempo entre ellos hacía que aumentaran mis heridas emocionales, a pesar no darme mucha cuenta. Tanto así, que un día le pregunté a mi madre por qué mi padre no me quería. Fue años después que me pudieron compartir la dolorosa y pesada historia de mi padre, marcada por el abandono de su madre cuando él era muy pequeño.
La inocencia ¿qué es eso?
Nunca sufrí una agresión sexual porque Dios siempre ha sido celoso con mi alrededor para que yo no cayera en algo tan pesado como lo es un abuso. Sin embargo, sí experimenté codependencias afectivas, impaciencia y lujuria, más que una infancia pura con y de Dios. Cuando yo tenía 6 años nació mi hermano, mi mamá notaba la ausencia de un compañero en mi vida, de un hermano. Cuando él nació, mi mamá lo trataba diferente y ello me generó celos y rencor.
Cuando llegué a la adolescencia, sentí que comencé a perder mi inocencia de niña. La masturbación se apoderó de mí, empecé a ver a las mujeres con lujuria, quería tener una novia en vez de un novio, comencé a confundir muestras de aprecio como si quisiese un noviazgo. Hasta llegué al punto de cometer incesto con mi prima y hermano, y así iba avanzando mi vida, sin rumbo.
Todos esos actos en mi vida y el vacío que sentía en mi infancia y adolescencia no me ayudaron a poder verme como aquella hija amada de Dios: una hija con pureza, en busca de vivir los valores en su vida.
En medio de todas estas situaciones, seguía creciendo en mi corazón el anhelo de que mi papá me abrazara, acariciara, y me hablara o fuera como los otros padres que transmiten y dan seguridad a sus hijos. Yo notaba su presencia, pero su indiferencia, su fragilidad emocional y psicológica se le notaban fuertemente.
¡Necesito de ti, papá!
Mi mamá siempre me recordaba lo linda que era, mis cualidades y aquello en lo que podía mejorar. Sin embargo, la figura paterna me era ausente y la necesitaba, siempre esperé un cumplido para reafirmar mi ser mujer. ¡Necesito de ti, papá! Se lo dije a mi padre cuando a los 14 descubrí esa necesidad de ser amada por él.
Alrededor de esta edad empecé a visitar a una psicóloga, quien me ayudó con mis problemas de autoestima. Ella inició etiquetándome como bisexual, sin embargo, paralelamente se fue dando mi conversión.
Mi familia no tenía vida de fe, no íbamos a misa, sin embargo, yo sentía un anhelo de Dios, y creo que Él siempre estaba tocando a mi corazón, y fue así como poco a poco me fui acercando a Él.
Fue también por estos años que compartí con mi mamá mis preferencias sexuales, ella lloró mucho porque no quería que me hicieran daño con algún comentario o burla. A los pocos meses, tuve mi primera novia y todo parecía muy normal cuando, de repente, terminé con ella porque sentía que no era correcto.
Siempre tenía una duda y me hacía esta pregunta ¿Por qué está mal que me guste o esté con una mujer? Después de esta interrogante muchas veces, en algún momento pude hacer pausa a mis sentimientos y experimenté un encuentro con Dios en mi corazón cuando participaba en mi parroquia en grupos de jóvenes, de liturgia, coros, evangelización y mi primer retiro carismático. Fue desde ahí que me sentí muy acariciada por mi Padre Celestial y la relación se fortaleció poco a poco.
Sin embargo, a mis 16 años -aún muy joven- tuve un novio con quien perdí la virginidad y caí muchas veces en pecados de impureza, al punto de hacer a un lado lo que predicaba, y se comenzó a enfriar mi vida espiritual, mi relación con el Padre Celestial. La relación con mi novio fue tan mundana que destruyó mi dignidad y me sentía como objeto de pura satisfacción. En medio de esta confusión, pero al ir viviendo al mismo tiempo mi fe, sentía la inquietud de entrar a la vida consagrada. Inicié un acompañamiento espiritual para poder ser parte de una congregación, sin embargo, debido a mi atracción al mismo sexo (AMS) salí rechazada. Las religiosas me dijeron que tenía que resolverlo fuera para poder retomar esa vocación a la que yo pensaba Dios me estaba llamando. Acudí a otra congregación que trabajaba con personas con AMS, justamente para recuperar la dignidad de aquellos quienes nos perdimos en el pecado. Con esta última congregación tuve el llamado para entrar a su carisma que es la pureza. Estando en discernimiento con algunas compañeras empecé a sentir algo por una y viceversa. Entonces, en medio de esa crisis y desorientación en mi corazón, descubrí Courage pues me interesaba no tener esa sensación otra vez y terminar con ello.
Me comuniqué y se me dio una asesoría para explicarme en qué consistía este apostolado. Ya han pasado dos años desde ese primer diálogo y he sentido una fraternidad real y viva porque cualquiera de los que participamos tenemos empatía y sabemos lo que es una crisis, caer en pecado, no sentirse digno ante Dios. En esa comunión de oración que existe entre nosotros, pedimos los unos por los otros y recuperamos la dignidad que nuestro Creador nos dio.
Regresando a Egipto…
A pesar de haber iniciado un camino de conversión, cuando caía me sentía esclava del pecado de lujuria y más aún porque alimentaba mi AMS y sentía que no me comprometía con Jesús. Algunas de las bendiciones que me han ayudado mucho en este caminar han sido saber que yo tenía mi propia santa Mónica, quien oraba día y noche para que no me faltara nada. También contar con la protección de san Miguel Arcángel, quien ha estado conmigo desde que le conocí y me ha apartado de varias tentaciones; finalmente, consagrarme a la Virgen María me ha hecho sentir verdaderamente cubierta por su manto y me llena de maravillas y protección.
Sin embargo, lo que más me ha hecho ruido -un buen ruido- es la presencia de Dios a través de sus mensajes en mi corazón en la oración y al recibir la Eucaristía. Cada que puede, mi Padre Celestial me habla mientras hago lo que a mí me gusta: en el baile, cuando doy clases, al reír, cuando estoy con mis amistades, al escuchar música y cuando leo citas bíblicas donde Él me deja claro que da la vida por mí (Isaías 43, 3).
La misma psicología católica, que me acompaña hoy, me enseña que mis carencias afectivas al no ser atendidas pueden disfrazarse de codependencias y adoración de ídolos falsos. A mis 24 años sufrí por varias mujeres ya que las idealizaba, sin embargo, el libro Ser restaurado del psicólogo católico Bob Schuchts me ayudó a comprender que desde mi gestación nunca se me mostró la figura paterna de la que yo necesito protección. Es por ello que busco proteger a personas más vulnerables que yo y siento que hago el bien pues no se me estimuló con algún cumplido o cariño. Con la ayuda de la Santa Eucaristía logré acercarme más a las maravillas que Dios tiene con sus hijos. He llegado a la conclusión de que, si algún día no comulgo, mi cuerpo espiritual se debilita porque no puede actuar sin ese aliento de vida.
Puedo decir que la Iglesia apuesta por mí, porque nunca me he sentido juzgada, antes bien, me impulsa a que, desde la pureza y castidad, sea ejemplo ante miles de jóvenes. Saber que la AMS me impulsa a ser disciplinada para alcanzar la perfección ante Dios y a tratar de nunca perder esa alegría que caracteriza a los cristianos en tiempos de tribulación. He aprendido en este caminar de fe cuán importante es mostrar cariño en cada etapa del ser humano para evitar estas crisis de personalidad y afectos.
En este caminar en el apostolado Courage también he sido guiada por dos citas bíblicas que resumen y acompañan mi vida: “mi gracia te basta” en 2 Corintios 12, 9. ¡Y vaya que nos complicamos la vida, pues no sabemos que las palabras directas de Dios son tan poderosas que SOLO BASTA que lo dejemos actuar en nosotros para terminar con cualquier vicio! Y la otra cita es “donde hubo pecado sobreabundó la gracia” en Romanos 5, 20. Siempre sentí cómo Dios me decía “así de grande es tu pecado, pero más grande es el proyecto que tengo para ti”. Puede que en mi vida exista la atracción por las mujeres, pero de esto debo sacar una enseñanza: Dios no me ha permitido durar en ninguna relación porque sabe que me olvidaría de Él. Es por eso que desde la soltería me hace un llamado maravilloso que voy descubriendo día a día.
Amistad con Jesús: El Emmanuel que habita entre nosotros
Amistad con Jesús: El Emmanuel que habita entre nosotros
Por Yara Fonseca, f.m.r*
¡Es tiempo de Adviento y Navidad! La Iglesia nos invita a renovar nuestra relación con Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros. Este es un tiempo de esperanza y gozo, en el que recordamos que el Hijo de Dios asumió nuestra naturaleza humana, entrando en nuestra pequeñez y pobreza, para ofrecernos su amistad y redimirnos. La contemplación de este misterio no solo nos llena de asombro, sino que también nos llama a la conversión del corazón.
Dios decidió hacerse pequeño y vulnerable, naciendo en un humilde pesebre. Esta verdad del Evangelio es central para nuestra fe: Cristo no se encarna para permanecer ajeno a nuestra humanidad, sino para hacerse cercano y accesible. La amistad con Jesús encuentra su fundamento en esta cercanía divina. San Agustín, al reflexionar sobre el misterio de la Encarnación, exclama: "Dios se hizo hombre para que el hombre pueda acercarse a Dios". Esta realidad nos recuerda que Jesús no se avergüenza de nuestra pequeñez ni de nuestras fragilidades; al contrario, se deleita en habitar en los corazones humildes que lo buscan.
El Adviento nos llama a abrir nuestro corazón al Emmanuel, reflexionando sobre nuestra pobreza espiritual. En su encíclica Redemptor Hominis, San Juan Pablo II escribe: "El hombre no puede vivir sin amor. Si no se le revela el amor, si no lo encuentra, su vida carece de sentido. Pero Cristo viene al mundo para revelarnos ese amor" (RH, 10).
En la sencillez del pesebre, vemos cómo Dios no solo desciende al mundo, sino que se identifica con nuestra pobreza y fragilidad. Este gesto nos recuerda que debemos desprendernos de nuestro orgullo y vanidad para encontrarlo en lo sencillo. Jesús nos invita a descubrirlo en la humildad de nuestra vida cotidiana, donde podemos abrirnos a una relación de amistad, confianza y entrega con Él.
Esta amistad con Jesús es una fuente de consuelo y fortaleza en nuestra vida espiritual. Él comprende nuestras luchas porque compartió nuestra condición humana, fue exactamente igual a nosotros, excepto en el pecado. San Francisco de Asís, quien tuvo un amor especial por el misterio de la Navidad, decía: "El Hijo de Dios se hizo nuestro hermano para que nunca nos sintiéramos solos". Este hermano y amigo fiel camina con nosotros incluso en nuestras caídas. Él no nos abandona cuando nos sentimos incapaces de avanzar, sino que nos levanta con su gracia.
Jesús hecho niño quiere ser nuestro amigo y viene a nosotros tal como somos, en medio de nuestra pobreza espiritual. Santa Teresa de Lisieux, quien meditaba frecuentemente sobre la infancia de Jesús, decía: "Dios prefiere encontrar su morada en un corazón pobre y humilde que en los palacios de los ricos".
Al contemplar a Jesús en el pesebre, podemos ver reflejada nuestra propia alma: un lugar pobre y sencillo, necesitado de ser llenado por el amor divino. Así como María y José acogieron al Salvador con amor y fe, estamos llamados a preparar nuestro corazón para recibirlo.
La Navidad no solo celebra un acontecimiento histórico, sino que nos interpela a vivir una vida transformada. En el Emmanuel, Dios nos muestra que nuestra vocación es el amor, porque hemos sido creados a imagen y semejanza de un Dios que es Amor. San Juan de la Cruz, en su poesía mística, expresa maravillosamente este misterio: "El Verbo se hizo pequeño para que pudiésemos entender su grandeza" (Cántico espiritual, 15).
La amistad con Jesús no se queda en el nivel de los sentimientos; nos impulsa a amar como Él nos amó. Este amor se manifiesta en gestos concretos de servicio, misericordia y perdón. Al imitar a Cristo, nos hacemos reflejo de su luz para el mundo.
Aprovechemos este Adviento y Navidad pues son tiempos privilegiados para renovar nuestra amistad con Jesús, el Emmanuel. En su pequeñez, encontramos nuestra grandeza; en su pobreza, descubrimos nuestra riqueza. Como decía San Bernardo de Claraval: "Dios quiso nacer de una Virgen y ser colocado en un pesebre para enseñarnos que la verdadera riqueza está en el amor y la humildad".
Que este tiempo nos lleve a profundizar en la oración, la adoración y el encuentro con Jesús en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, donde Él continúa viniendo a nosotros. Así, en nuestra propia pobreza, seremos transformados por su amor y testigos de la esperanza que solo este pequeño Niño recostado en el pesebre puede ofrecernos.
* Yara Fonseca es consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y reside en Brasil con su comunidad.
“Dios se ha valido de mi AMS para que lo conozca y sepa que soy su hijo amado”: Testimonio de un miembro de Courage
“Dios se ha valido de mi AMS para que lo conozca
y sepa que soy su hijo amado”
Testimonio de un miembro de Courage
La realidad siempre supera a la ciencia ficción. Ficción: En la película “The Matrix”, del año 1999, uno de los clásicos de este género, se presenta la posibilidad de una vida que damos por hecho como real pero no es más que un sueño, una simulación formada por pensamientos coherentemente ordenados por un programa de cómputo que controla la mente de los humanos, que duermen permanentemente en cápsulas y son alimentados por máquinas. Realidad: Nuestro mundo nos presenta a la felicidad individual y el bienestar como una necesidad, un fin y un objetivo absoluto. Ignoramos que somos creación y formamos parte de un plan divino de una vida posterior a esta. Lo ignoramos, pues esto no es parte de lo que el mundo dicta. Este mundo muestra a esta realidad como una creencia poética, irracional, anticuada, impráctica y otros adjetivos, pero al fin y al cabo una simple creencia.
Me llamo Leandro, tengo 52 años y trataré de explicar por qué estoy convencido de que esta "creencia" es la realidad para mí. Fui bautizado y crecí en una familia católica. Tuve una infancia y adolescencia que considero feliz, y siempre me sentí amado por mis padres. Participé en un grupo juvenil católico que recuerdo con gusto. Comencé a ser consciente de tener atracción al mismo sexo (AMS) al inicio de mi adolescencia. Estas atracciones aún no estaban plenamente “sexualizadas” y eran una combinación con deseos sanos de amistad y admiración, los que debe tener cualquier niño y adolescente para identificarse con su mismo sexo. Nunca cuestioné estos sentimientos. Nunca me inquietaron y siempre los vi como parte de mí. No platiqué con nadie de estas atracciones, pero tampoco sentí alguna vez la necesidad de hacerlo. Al final de mi adolescencia di pie a un evento desagradable que llevó a que mis papás me cuestionaran si tenía AMS. Aunque nunca lo mencionamos abiertamente, yo lo negué, ya sea por miedo, vergüenza o inmadurez. Probablemente terminé por creer mi mentira. Me propusieron una cita con un psicólogo. En la consulta manipulé fácilmente la conversación, contestando lo que era obvio para que la opinión del profesional a mis papás fuera algo así como: "Señores padres, no se preocupen, no hay nada malo con su hijo, probablemente fue solo un evento aislado o desliz". La vida continuó y en la universidad, experimenté de nuevo AMS y atracciones heterosexuales. Los estudios, bonitas amistades y deportes me permitieron estar ocupado sanamente esos años y no tener una vida sexual activa a pesar de que estaban presentes.
Una vez que comencé mi vida laboral y con un sentido de independencia nuevo para mí (laboré en el extranjero en un trabajo que profesionalmente me motivó mucho), comencé a confrontar mi AMS con mi creencia católica. Intenté permanecer en un grupo de la iglesia para jóvenes adultos, pero el tema no se trataba. Me documenté con literatura mundana que encontraba en revistas y periódicos. Finalmente me convencí de que, si Dios es amor, no hay nada de malo en que dos personas del mismo sexo “se amen”. Resuelto el dilema, que confieso nunca me quitó el sueño, me permití, poco a poco, ir solo, por primera vez a discotecas gay, tener un par de amigos “especiales” con los que desarrollamos dependencias emocionales y AMS. El primero por solo unos meses y el segundo, años más tarde, también por varios meses. Sin embargo, dejé de comulgar y eventualmente dejé de asistir a misa.
Mi experiencia de AMS la mantenía oculta de mi familia, amigos y vida laboral. Algunos años pasaron y, sin darme cuenta, mi doble vida y mi falta de espiritualidad fueron creando en mí, sin darme cuenta, un vacío. En una visita a la ciudad en la que trabajaba, mis papás se enteraron de mi AMS por un mensaje telefónico que escucharon “accidentalmente” (o no) de un amigo que era mi pseudo novio. Mi madre me cuestionó y lo que le contesté en automático fue que ella se enteraba en ese momento, pero yo había lidiado con esa situación toda mi vida. No estaba preparado para entender la situación, el dolor que le causé, ni poder dar otra respuesta. La comunicación con mi padre se estancó.
Meses después, el vacío del que no me había dado cuenta creció y explotó en una crisis emocional en una madrugada en la que rompí con mi pseudo novio con el que tenía una dependencia emocional. Yo no pude seguir el paso del ritmo de vida que él llevaba, abiertamente gay. Recuerdo vagamente haber hablado por teléfono con mis papás a la mañana siguiente y expresar a mi madre lo quebrado que estaba. En un intento por reconstruirme, asistí por instinto a la misa dominical de la parroquia local. La señora lectora de la primera lectura me transmitió serenidad con su tono de voz y una mirada a mí (entre todos los asistentes) que hasta la fecha no me explico. Al salir de misa, conteniendo mi llanto, tomé sin prestar cuidado el periódico parroquial que me ofrecieron y lo arrojé al asiento del auto. Se abrió en una página y de inmediato noté en el título de un artículo la palabra “gay”. Comencé a leerlo y trataba del libro “Beyond gay” (más allá de ser gay) del autor David Morrison. No podía creer lo que leía. Por primera vez hubo una respuesta a lo que años atrás había tratado de responder en mi mente con el falso silogismo de “si Dios es amor...”. Me quedé dentro del auto en el estacionamiento de la parroquia por mucho tiempo, leyendo de nuevo el artículo. Al final del artículo mencionaban un número 800 de un tal grupo Courage. Inmediatamente llamé y al no contestarme nadie por ser domingo, dejé un mensaje en la grabadora. No puede dormir esa noche por la ansiedad. Salí de viaje de trabajo y verificaba frecuentemente la grabadora de mi teléfono esperando una respuesta. Finalmente recibí la llamada de Tina, una asistente del apostolado. Pensé que hablaba con un ángel. Me dijo que no tenía por qué angustiarme y me dio información para contactar al grupo de Dallas-Forth Worth en Texas, donde viví por trabajo varios años. Ese capítulo fue mi primer contacto con Courage. La entrevista inicial del entonces capellán, padre Mark Seitz – hoy obispo en El Paso – me llenó de esperanza. Aunque sentí una ducha de agua helada y me paralicé cuando le escuché decir la palabra castidad, no me importó; acepté ir a las juntas. Un nuevo mundo se abría para mí. Un mundo en el que por fin todo tenía sentido. Comencé a comulgar después de no hacerlo por varios años y lo que aprendí en los siguientes meses y años me permitió descubrir mi fe. No había entendido ni experimentado lo que en el catecismo de mi infancia me enseñaron como "Dios". Por fin vivía en un mundo real y no tenía que llevar una doble vida. He aprendido lo que el catecismo de nuestra iglesia dice acerca de las AMS.
Han pasado muchos años y esta realidad no ha sido fácil. He batallado con muchas caídas e innumerables ciclos de confesión para volver a comulgar. Todas estas confesiones son un privilegio divino, en especial las del padre Mark Seitz y John Harvey, QEPD, (a quienes considero santos). Regresé a vivir a México y gracias a Dios he podido participar en un grupo de Courage en mi ciudad. Aunque el grupo no siempre ha funcionado bien por varios motivos, el sentido de pertenencia a Courage, al que considero mi familia, me ha permitido lidiar con adicciones, malos hábitos, una amistad con un joven menor que yo, con quién desarrollé una dependencia emocional y traté de suplantar la confianza en Dios, entre otras cosas, pero, lo más importante, me ha permitido vivir en la Iglesia Católica.
Hace unos años, una persona que consideraba asistir a las juntas de Courage me preguntó a manera desafiante si soy feliz. Movido por el Espíritu Santo y de manera transparente le respondí sin titubear, "No, no soy feliz, pero desde que conocí el apostolado y regresé a la iglesia, tengo una paz que prefiero a toda la felicidad que me pueda dar este mundo".
Todos los días inicia de nuevo una batalla para vivir en castidad y morir a mi viejo yo, pero, como se comenta en las reuniones de Courage, todos los creyentes, tengamos o no AMS, estamos llamados a esta batalla. Como todos, tengo temores y dudas de mi futuro, pero Dios me regala su paz y amor en cada detalle de la vida. Le doy gracias por permitirme estar consciente de esta realidad y no vivir en la ficción de lo que el mundo ofrece.
Al final del día, tener AMS pierde relevancia en mi realidad. Pierde relevancia saber cuáles fueron las causas; si las pude haber evitado o no, alimentándolas durante mi infancia o adolescencia; si pude y debí haberme casado y formado una familia. En esta realidad, que supera a cualquier ciencia ficción, todo es irrelevante. Lo que más importa es mi relación con Dios. Sin embargo, Dios se ha valido de mi AMS para que lo conozca y sepa que soy su hijo amado. Se ha valido de esta experiencia de AMS para infundirme el deseo de la amistad íntima con Jesús. Se ha valido de ella para recordarme cada día de la importancia de confiar en Su Espíritu Santo.
María, Refugio de los pecadores
María, Refugio de los pecadores
Por Yara Fonseca*
Octubre es un mes mariano por excelencia. Celebramos las memorias del Dulce Nombre de María, Nuestra Señora de la Merced, Nuestra Señora del Rosario, la Virgen del Pilar y Nuestra Señora de Aparecida.
Al compás de estas celebraciones, tenemos una ocasión privilegiada para mirar a Nuestra Madre María y acogernos a sus cuidados y protección. Bajo su amparo, la lucha espiritual es más dulce y esperanzada, pues contamos con una Madre que intercede por nosotros ante Jesús. Entre los muchos títulos atribuidos a María, encontramos uno que abraza a todo hombre y mujer: Refugio de los pecadores.
Este título tiene raíces en las Sagradas Escrituras, que bien pueden ayudarnos a comprender el papel que María tiene en el combate espiritual de cada cristiano. El libro del Deuteronomio habla de las ciudades de refugio, lugares donde asesinos involuntarios podían encontrar abrigo para librarse de la muerte, pues la ley preveía que todo asesinato debería ser expiado con la sangre del homicida (ver Dt 19, 4-5). Al llegar a estas ciudades, debían presentar su caso y, si el veredicto era que el asesinato cometido no fue intencional, eran acogidos en estas ciudades y protegidos de la muerte.
Desde una mirada espiritual, el pueblo cristiano prontamente interpretó que María es como estas ciudades. A diferencia de las ciudades antiguas, que ofrecían refugio para algunos delitos, bajo el manto de María encontramos abrigo todos los pecadores y por eso sobre Ella podemos cantar: “Cosas gloriosas se han dicho de ti, ciudad de Dios” (Salmo 87, 3).
Puede ayudarnos a entender este simbolismo el traer a la memoria las antiguas ciudades cercadas por murallas altas e imponentes. Bien podemos imaginar que el manto de María es como estos muros que ofrecen protección y seguridad. En este sentido, San Juan Damasceno le hace decir a María: “Yo soy la ciudad de refugio para todos los que vienen a mí”.
Nuestra madre no tiene miedo de nuestros pecados, por más horribles que estos puedan ser. Ella busca a cada hijo sin importar la situación en que se encuentre y se ofrece a ser nuestro refugio espiritual. Tiene las puertas de su corazón abiertas para que entremos y nos protejamos bajo sus murallas, y con su manto nos envuelve cual escudo protector. María no escatima esfuerzos y con insistente paciencia nos espera con brazos que acogen y sanan.
¡Cuántas veces nos desesperanzamos e incluso desesperamos por nuestros pecados! Sentimos el peso de nuestra fragilidad moral, principalmente cuando caemos una y otra vez en la misma falta. También sentimos que no tenemos las fuerzas para retomar el camino y que no somos dignos de perdón. Ante estos sentimientos, encontramos gran consuelo en este título mariano que nos invita a alzar la mirada y pedir su ayuda, seguros de que Ella quiere rescatarnos de los pozos más profundos en que podamos estar hundidos a causa de nuestra miseria.
Tengamos la certeza de que no perdemos cuando recurrimos a María. Así nos invita San Basilio al decir: “No te desanimes, sino que en todas tus necesidades recurre a María; llámala en tu ayuda, siempre la encontrarás dispuesta a socorrerte; porque ésta es la voluntad de Dios, que ayude a todos y en toda necesidad”.
Si estás desanimado o desanimada en tu lucha espiritual, experimenta buscar el abrigo de esta ciudad fuerte que es María, experimenta buscar protección bajo su manto materno. Y si no sabes cómo hacerlo, recuerda que no hay recetas ni exigencias que excedan nuestras fuerzas. Ella es Madre buena y amorosa que ya te espera y ya está intercediendo por ti. Basta simplemente decirle: Aquí estoy, con mi fragilidad y pecado, necesito de tus cuidados. Confío que puedes ser mi abogada e intercesora y que en tu mano puedo apoyarme para levantarme una y otra vez. Ante Ella, oremos con las palabras esta bella oración de San Bernardo:
Acordaos,
¡Oh piadosísima Virgen María!
Que jamás se ha oído decir que
ninguno de los que han acudido
a vuestra protección,
implorado vuestra asistencia
y reclamando vuestro socorro,
haya sido abandonado de Vos.
Animado con esta confianza,
a Vos también acudo,
¡Oh Madre, Virgen de las vírgenes!
Y aunque gimiendo bajo el peso de mis pecados,
me atrevo a comparecer ante vuestra presencia soberana.
No desechéis, ¡Oh Madre de Dios!,
mis humildes súplicas, antes bien,
inclinad a ellas vuestros oídos
y dignaos atenderlas favorablemente.
Amén
* Yara Fonseca es consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y reside en Brasil con su comunidad.
Oración de una madre por la fe de los hijos
Oración de una madre por la fe de los hijos
Señor, fuente de toda vida, que nos haces partícipes junto a nuestros esposos en tu obra creadora, te rogamos por intercesión de Santa Mónica que, así como ella oró insistentemente por la conversión de su hijo Agustín, inspiremos en nuestros hijos con la oración, la palabra y el ejemplo, el amor y conocimiento de Cristo tu Hijo.
Con la misma intensidad y constancia de Santa Mónica, te dirigimos nuestros hijos:
Mencionar el nombre de sus hijos
Para que como Santa Mónica guiemos a nuestro hijo hacia Ti,
con nuestra vida más cristiana cada día.
"AYÚDANOS, SEÑOR"
Para que estemos atentas a las inquietudes y problemas de nuestros hijos
y nos concedas al tratarlos, paciencia, serenidad y acierto.
"AYÚDANOS, SEÑOR"
Para que, de tal modo transmitamos la fe a nuestros hijos,
que aprendan a vivirla y comunicarla a los demás.
"AYÚDANOS, SEÑOR"
Para que sepamos alentar en nuestros hijos el germen de la vocación
religiosa o sacerdotal y seamos generosos para entregártelos.
"AYÚDANOS, SEÑOR"
Para que inculquemos en nuestros hijos el amor a la iglesia universal
y a la parroquia en sus ministerios y tareas apostólicas.
"AYÚDANOS, SEÑOR"
Para que, si algún hijo nuestro se apartara de la fe, sepamos atraerlo
con amor y comprensión, preservando como Santa Mónica, firmes en la oración.
"AYÚDANOS, SEÑOR"
Para que despertemos en otras madres su responsabilidad cristiana sobre el hogar
y en nuestra comunidad encuentren apoyo para esta tarea.
"AYÚDANOS SEÑOR"
Virgen María, Madre del Consuelo, que consolaste a Santa Mónica dándole la inmensa alegría
de ver el triunfo de la gracia en la inteligencia y el corazón de su hijo Agustín,
sé también nuestro consuelo y danos el gozo de ver a nuestros hijos firmes en la fe que sembramos en sus almas.
Y si alguno se ha desviado, otórganos la alegría de verlo retornar a la fe
bendiciendo así nuestra misión de madres cristianas.
Te lo pedimos por Jesucristo tu Hijo, Nuestro Señor.
Amén.
“¿Entonces, estás saliendo con alguien?”
“¿Entonces, estás saliendo con alguien?”
Desde que estudiaba en la universidad, esta pregunta me ha generado, en el mejor de los casos, incomodidad y, en el peor de los casos, inseguridad. Quienes preguntan, lo hacen con buena intención; la mayoría solo para hacer conversación. Por lo general respondo con un simple, “Por el momento no”, tratando de mantener la calma, pero siento cómo se acelera mi pulso y me pongo tenso. Tras responder “Por el momento no”, varias veces a la misma persona, mi mente se formula la pregunta... “¿Qué pasaría si me descubren...si se enteran de que experimento atracción al mismo sexo?”
Un poco de contexto...
Estudié en una universidad protestante donde predominaba la cultura de comprometerse en matrimonio antes de la graduación. Un tema frecuente de conversación era la vida amorosa de las personas... o la falta de esta. Recuerdo algunas veces en que me hacían aquella pregunta tan común, “¿Hay alguna chica en tu vida?” Y a veces respondía diciendo los nombres de mujeres que me parecían lindas y buenas para la conversación. Probablemente había poca atracción romántica, pero sentía que era una “fachada” para que no me “descubrieran”.
Sobresale un caso en particular
Tengo 21 años, estoy en un dormitorio con literas en San José, Costa Rica, en un programa corto de estudios en el extranjero. Los cinco hombres que compartimos el dormitorio nos conocemos bastante bien, ya que estudiamos en la misma universidad en los Estados Unidos. Es tarde y las luces están apagadas. Pero el parloteo continúa. Aquí viene:
–“Entonces, Brian, ¿hay alguna chica en tu vida?”
Algo sobre el hecho de estar en este dormitorio, de noche, en la oscuridad, con cuatro hombres, aumenta la preocupación de ser “descubierto”. Lo mejor que pude hacer fue decir, “Por ahora estoy contento estando soltero”. La respuesta de uno de mis compañeros fue poco halagadora...
“Soltero y contento... ¡siempre dices eso! ¡Estoy comenzando a pensar que eres gay!”
Nuevamente, mi corazón se acelera... ¡más de lo normal! Me siento humillado y no sé qué decir; solo espero que nadie continúe con la conversación o haga más preguntas. Todo lo que puedo suponer es que ahora se sienten incómodos de compartir el dormitorio conmigo...
Adelantando el tiempo, más o menos una década, después de haber vuelto a la Iglesia Católica, esta pregunta pega aún más profundo. Ya no se trata tanto de que me pregunten, “¿Estás saliendo con alguien?”, ahora la pregunta es, “¿Estás casado?”, “¿Tienes hijos?” Y respecto a estas preguntas, experimento un sentimiento defensivo similar. Aún me preocupa a veces que supongan que experimento atracción al mismo sexo, pero yo también supongo que se preguntan qué es lo que está "mal" conmigo por no tener un estado de vida más comprometido. ¿Acaso piensan que soy perezoso, que tengo miedo al compromiso o que soy egoísta? ¿Será que a los ojos de los demás no soy un “verdadero” hombre por no tener un papel más evidente guiando, protegiendo y proveyendo para alguien, entregándome a una esposa e hijos, a una comunidad religiosa, o pastoreando una parroquia? Honestamente, esto a veces puede conducir a sentimientos de envidia y autocompasión, ¡pero como católicos, no permitimos que nos gobiernen los sentimientos, sino la verdad!
¿Cuál es la verdad?
Usando la fe y la razón, puedo responder a las preguntas anteriores de la siguiente manera:
¿Qué pasaría si me “descubren”? ¡A quién le importa! Nuestras atracciones no nos definen. En todo caso, la Iglesia se beneficia con el testimonio de hombres y mujeres que experimentan atracción hacia el mismo sexo que se esfuerzan por entregarse totalmente a Dios, viviendo la fidelidad fundamentada en la verdad y la plenitud de las enseñanzas de la Iglesia Católica.
¿Qué pasaría si creen que no soy un “verdadero” hombre porque no tengo una vocación comprometida? ¡Se equivocan! Tenemos la bendición de contar con varios santos laicos canonizados, tanto hombres como mujeres, que se mantuvieron solteros y en el mundo: San Guiseppe Moscati, Sta. Catalina de Siena y San Benito José Labre me vienen a la mente. Estos hombres y mujeres se convirtieron en los hombres y las mujeres que Dios quería que fueran, convirtiéndose así en grandes santos.
Siento que la Iglesia se beneficiaría si explicase en mayor profundidad el significado y la importancia de la maternidad y la paternidad espiritual a aquellos que viven en el mundo. Pero me parece que para quienes estamos solteros, la pregunta que debemos hacernos cada día es “¿qué puedo hacer para ser un don para los demás?” Tal vez al preguntarnos esto —y, en consecuencia, viendo y cubriendo las necesidades de quienes encontramos en nuestro camino— estamos dando un simple paso para vivir la maternidad y paternidad espiritual a la que estamos llamados. Debemos recordar que ninguna relación (de este mundo), estado de vida o circunstancia nos dará plena satisfacción en esta vida. Todos enfrentamos sentimientos de vacío de vez en cuando, pero si se lo permitimos, Dios puede utilizar este sentimiento de vacío para acercarnos más a Él. Así, cada uno de nosotros, estará cada vez más cerca de convertirse en el santo que está llamado a ser.
¡Demos gracias a Dios!
Brian R. tiene 32 años y vive en el área de Washington, DC, Estados Unidos, donde trabaja como enfermero en un hospital para enfermos terminales. Forma parte de Courage desde el 2018 y participa activamente en los capítulos de Baltimore, Washington y Arlington. Le gustan las actividades al aire libre con sus amigos, el café, un buen libro y pasar tiempo en silencio frente al Santísimo Sacramento.
Las opiniones y experiencias expresadas en cada artículo del blog “The Upper Room” pertenecen únicamente a los autores originales y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista o las políticas de Courage Internacional, Inc. Algunos artículos se han editado y adaptado por su extensión y para mayor claridad.