“Dios ama a nuestra hija con infinito amor”: Testimonio de un matrimonio de EnCourage

“Dios ama a nuestra hija con infinito amor”
Testimonio de un matrimonio de EnCourage

 

Somos un matrimonio español que llevamos casados 23 años y tenemos 5 hijos. Formamos parte de la Iglesia desde antes de contraer matrimonio y así intentamos educar a nuestros hijos en la fe católica. 

Nuestro matrimonio ha estado marcado desde el principio por el convencimiento de que es Dios quien ha sellado esta unión entre nosotros con una promesa, para santificarnos el uno al otro. Y para ayudarnos a ello, nos ha concedido hijos y nos ha permitido –y nos permite– amarnos, incluso a pesar de nuestros pecados. De nuestros hijos cada uno tiene su personalidad y su misión en la vida y en la nuestra, pero, en esta ocasión, queremos hablar de nuestra segunda hija. 

Todo empezó durante el confinamiento por el Covid-19. Durante este tiempo, nuestra segunda hija se aficionó a series de plataformas que no pudimos supervisar por un exceso de trabajo en esa situación de confinamiento. Además, pensábamos que algo tenía que hacer para entretenerse durante el encierro que duró tres meses. En el 2019 ella tenía 15 años. Las series que vio durante ese tiempo no le vinieron bien, pero nosotros no supimos detectarlo. Fue un tiempo de calma engañosa en la que todo parecía estar bien y sin dificultades, ya que estaba toda la familia metida en casa y era como un nicho de seguridad, pero no vimos el peligro que se escondía en la tecnología, porque detrás de las pantallas con las que veíamos el mundo, nuestros hijos tenían acceso a información que no eran capaces de asimilar o que no les habíamos enseñado a asimilar.  

 En este movimiento vertiginoso en el que se mueve la sociedad hoy en día, sentimos tener controlada la situación por este erróneo parón del que fuimos espectadores privilegiados y que nos quitó de un plumazo, sin saberlo, la perspectiva del sufrimiento de nuestros hijos.   

Cuando pudimos volver a una vida relativamente normal con todas las medidas de sanidad pertinentes, en el verano del 2020, nuestra hija fue a un campamento de jóvenes. También asistió a ese campamento una chica muy educada, muy sonriente, era una chica super amable que parecía que no había nada que le sentara mal, y se hicieron muy amigas. Nuestra hija siempre había tenido dificultades para mantener buenas relaciones sociales y hacer amistades, y parecía que por fin había encontrado una amiga cristiana con la que congeniaba.  La amistad entre ellas creció y pasaban mucho tiempo juntas, hasta que un día le preguntamos sobre su relación con ella. 

Hablamos, pero durante esa primera conversación que mantuvimos con nuestra hija, sacamos en claro que desde nuestro punto de vista estaba profundamente equivocada y, desde el suyo, nosotros no entendíamos nada.  Y en cierta manera era así, no entendíamos cómo, en tan poco tiempo, su forma de ver la vida y sus perspectivas habían cambiado como de la noche a la mañana y lo peor de todo es que no entendíamos cómo estos dos puntos de vista (el nuestro y el suyo) nos podían separar tanto de alguien tan querido como es una hija. Se creó un muro entre ella y nosotros, construido por nuestras imposiciones, nuestros prejuicios y, sobre todo, por nuestra preocupación de que se fuera de la Iglesia. Por su parte, ella ansiaba ser feliz y ser libre en sus actos y en su relación sin que nadie le pusiera límites o le dijera otro modo de pensar “arcaico” y poco tolerante. 

Nos equivocamos en muchas cosas, la situación nos sobrepasó y estábamos muy mal informados, formados y desorientados en miles de cosas, hasta el punto de que le prohibimos estar con ella.  

Viendo que nosotros no éramos capaces de gestionar esta nueva situación, buscamos ayuda externa. Empezamos a hablar con una orientadora familiar y con gente de la Iglesia que nos decía que teníamos que acogerla, quererla y acompañarla, porque de esa forma nos ha tratado a nosotros Cristo, y si Dios nos ha querido y acompañado y ha esperado y sufrido con nosotros, y se ha alegrado con nosotros incluso cuando no lo merecíamos, –porque muchas veces no nos lo hemos merecido– ¿que íbamos a hacer nosotros con nuestra hija si ella no había hecho nada para que no recibiera de nosotros ese cariño? Eso nos hizo reflexionar y parar en seco. Hasta entonces, en nuestro entorno de parroquia sólo se nos había dicho que teníamos que obligarla por la buenas o por las malas, que vivía en nuestra casa y que si no aceptaba nuestras normas teníamos que echarla. Este contra punto al que nosotros conocíamos fue como un volver a empezar desde otro prisma, con otros ojos; era como dejar de dar la espalda a lo que toda la vida hemos escuchado en la Iglesia, ese amor incondicional que solo da Dios, esa comprensión cuando nadie lo hace y ese acompañar al que lo necesita. Todo esto lo habíamos perdido de vista, el enemigo nos lo había borrado y había plantado este muro de diferencias como primera y única opción.  

En este escenario, en una conferencia a la que asistimos en nuestra parroquia, apareció una consagrada que hablaba de este amor incondicional. En esta conferencia también se abordaron temas como la atracción al mismo sexo en base a la experiencia que esta persona tenía debido al acompañamiento. Además, un miembro del apostolado Courage compartió su testimonio. En esa charla, ya sabíamos que los catequistas de nuestra hija iban a invitarla a irse del grupo de catequesis al que pertenecía, por su ideología. Y así sucedió. 

 En cuanto el miembro de Courage terminó de hablar fuimos a pedirle ayuda.  Fue ahí que empezó nuestro contacto con EnCourage. ¿De qué nos ha servido? Ha sido entrar en la misericordia de Dios. Nos ha fortalecido como matrimonio, hemos entendido que, igual que Dios nos ama eternamente, ama a nuestra hija con amor infinito. Estamos en un proceso de acoger la cruz que el Señor ha permitido. Hemos podido ver la acogida de la Iglesia de una forma que desconocíamos. Estamos siendo acompañados en un camino de sufrimiento muy duro y difícil, pero no estamos solos. Nos ayuda a comprender más a nuestra hija, a amarla más profunda e incondicionalmente. Nos hace ver que ella es mucho más que su atracción al mismo sexo. Igual que la Virgen María acompañó a Jesús a la cruz, nosotros debemos estar a su lado, siendo espectadores activos, con nuestro ejemplo, de su vida, sin perdérnosla por ningún motivo. Además, la herida profunda que tiene con la Iglesia por haberse sentido rechazada y “echada” por algunas personas, nos hace movernos y ver una Iglesia que, cuando llegue el momento, le podamos ofrecer como una alternativa distinta a la que ella ha vivido, para que pueda encontrarse con Jesucristo, nuestra esperanza y así conozca el AMOR y pueda llevar una vida cristiana que la conduzca a la felicidad verdadera con la certeza de llegar al cielo.