Santa Mónica me enseñó que las lágrimas y la oración de una madre hacen posible la salvación de un hijo
Santa Mónica me enseñó que las lágrimas y la oración de una madre
hacen posible la salvación de un hijo
Soy mexicana, me llamo María, estoy casada, soy madre de tres hijos y un angelito. Crecí en un hogar con mi mamá, mi abuelita y dos tíos.
Mi abuelita fue una mujer de carácter muy dulce, hermana mayor de varios hermanos. Sé que la educaron para ser esposa y ama de casa, pero no pudo serlo del todo; le tocó vivir la Revolución Mexicana y sus consecuencias, entre ellas relaciones de pareja no sanas, machismo, alcoholismo y muchas situaciones irresponsables. Tuvo que trabajar muchísimo para sacar adelante a sus hijos.
Mi madre, con muchas heridas en su infancia, también se relacionó con hombres seguramente heridos. Fuimos cuatro hermanos, la mayor falleció. De igual manera, vivió en un ambiente de irresponsabilidad, machismo, y trabajó desde muy joven para sacarnos adelante con la ayuda de mi abuelita, hasta que Dios se la llevó. Desde la partida de mi abuelita, mi mamá entró en una depresión profunda. Al ver esta situación, mi hermana, ya con familia, y yo nos hicimos cargo de mi mamá y mi hermano pequeño.
El haber crecido con carencias, desprotegida, con muchas responsabilidades y el querer sentirme reconocida y valorada me llevó a trabajar y estudiar; con mucho esfuerzo logré una profesión.
Me casé con un buen hombre, responsable y con sus propias heridas. Formamos una familia con dos hijos suyos y nuestros tres hijos. Mi esposo trabajaba y yo cuidaba de mi madre, de la casa y de los hijos. Hasta que mi esposo se enfermó y junto con ello comenzamos a tener una situación económica difícil, lo que me llevó a empezar a trabajar. Funcionó al inicio, pero el exceso de responsabilidades nos neurotizó, además de que nuestra relación se convirtió en competencia. Creo que todo esto repercutió de diferentes maneras en mí, en mi esposo y en nuestros hijos, entrando en nuestro hogar algunos vicios “aceptables” de nuestra sociedad actual.
El dolor producido cuando Dios Padre llamó a mi madre a su encuentro fue comparable al dolor tan grande que sentí cuando mi hija me compartió sobre su atracción al mismo sexo (AMS). No sabiendo qué hacer, acudí a Dios, de quien hacía mucho tiempo no me acordaba, porque el mundo también me absorbió, por falta de tiempo y porque a mi esposo le parecía que exageraba yendo semanalmente a misa y mis hijos hacían lo mismo. Gracias a Dios después de un tiempo, encontré el apostolado de EnCourage, que no he dejado desde hace catorce años. Las reflexiones, lecturas y compartir con nuestros hermanos en cada reunión me iluminan para mi diario vivir, mi caminar y mi encuentro con Jesucristo.
Comencé a tener gran devoción por Santa Mónica y San Agustín, a quienes el apostolado Courage y EnCourage tienen como patrones. He aprendido mucho de ellos y, sobre todo, de Santa Mónica aprendí que las lágrimas y la oración de una madre hacen posible la conversión y salvación de un hijo. Las Cinco metas de EnCourage que leemos al inicio de cada reunión han sido un recordatorio de qué hacer y cómo dirigirme a Dios en todo momento. Cuando hay situaciones difíciles no solo en casa sino también en el trabajo y en todo ámbito, es una bendición poder estar en mi familia de EnCourage y poner en práctica lo que ahí aprendo y comparto con otros hermanos en Cristo.
Después de pasar por relaciones rotas en la familia, principalmente con mi hija, ahora puedo decir que hay relaciones sanas. Nos pedimos perdón, vamos a misa, podemos tocar temas que antes no mencionábamos, y podemos hablar de las relaciones sanas y castas como camino de salvación para todos los hijos de Dios.
Ahora soy consciente de que Dios siempre me ha amado y ha velado por mí y mi familia. Me ha hecho ver lo mucho que valgo, me ha dado una familia que amo y que mi Santísima Madre la Virgen de Guadalupe nos ha protegido y tenido siempre en sus manos.