La Iglesia apuesta por mí: testimonio de una chica miembro de Courage
«La Iglesia apuesta por mí»
Una mujer, miembro de Courage, comparte su caminar de fe
¿Se han sentido alguna vez vigilados y cuidados por una persona? A veces uno se siente tan protegido por alguien que solo su presencia ofrece una seguridad inalcanzable en los pequeños detalles de cada día. Si tu respuesta fue sí me comprenderás lo que voy a relatar a continuación, pero si tu respuesta fue no, te invito a que sigas leyendo para que después puedas estar en sintonía conmigo.
Compartiré mi experiencia en la que he visto y vivido cómo las acciones que Dios ha tenido con nosotros -sus hijos- muchas veces no las percibimos a primera vista ya que nuestra interioridad se encuentra cegada o tenemos mucho ruido a consecuencia del mundo alrededor.
Antes de nacer ya te había pensado…
Creo que Dios permitió que mi nombre de bautizo signifique protectora de la humanidad pues Él sabía que defendería a cualquier persona vulnerable en el mundo. Desde mi gestación, los pecados de impureza han existido: la pornografía y masturbación, y también ha existido el rechazo y ausencia de cariño. Me di cuenta de que la figura paterna nunca estuvo en contacto conmigo. Por un lado, porque mi mamá buscó alejarse de mi padre, por malentendidos entre ellos; y por otro, porque es parte de las dificultades y dolores en el caminar de la vida.
Es difícil expresar el vació que se siente al crecer sin escuchar la voz de quien te ama o está ilusionado por verte nacer y más adelante, debido a esa ausencia, se llega al punto en donde no mantenemos una relación porque nunca se fomentó dicha comunicación, cercanía, amor.
Mi mamá siempre estuvo a mi lado, me cuidó para que yo no sufriera lo que muchos de mis familiares de generaciones pasadas sufrieron. Cuando yo tenía algunos años, mis padres se volvieron a juntar y trataron de arreglar sus diferencias, creo que ese tiempo entre ellos hacía que aumentaran mis heridas emocionales, a pesar no darme mucha cuenta. Tanto así, que un día le pregunté a mi madre por qué mi padre no me quería. Fue años después que me pudieron compartir la dolorosa y pesada historia de mi padre, marcada por el abandono de su madre cuando él era muy pequeño.
La inocencia ¿qué es eso?
Nunca sufrí una agresión sexual porque Dios siempre ha sido celoso con mi alrededor para que yo no cayera en algo tan pesado como lo es un abuso. Sin embargo, sí experimenté codependencias afectivas, impaciencia y lujuria, más que una infancia pura con y de Dios. Cuando yo tenía 6 años nació mi hermano, mi mamá notaba la ausencia de un compañero en mi vida, de un hermano. Cuando él nació, mi mamá lo trataba diferente y ello me generó celos y rencor.
Cuando llegué a la adolescencia, sentí que comencé a perder mi inocencia de niña. La masturbación se apoderó de mí, empecé a ver a las mujeres con lujuria, quería tener una novia en vez de un novio, comencé a confundir muestras de aprecio como si quisiese un noviazgo. Hasta llegué al punto de cometer incesto con mi prima y hermano, y así iba avanzando mi vida, sin rumbo.
Todos esos actos en mi vida y el vacío que sentía en mi infancia y adolescencia no me ayudaron a poder verme como aquella hija amada de Dios: una hija con pureza, en busca de vivir los valores en su vida.
En medio de todas estas situaciones, seguía creciendo en mi corazón el anhelo de que mi papá me abrazara, acariciara, y me hablara o fuera como los otros padres que transmiten y dan seguridad a sus hijos. Yo notaba su presencia, pero su indiferencia, su fragilidad emocional y psicológica se le notaban fuertemente.
¡Necesito de ti, papá!
Mi mamá siempre me recordaba lo linda que era, mis cualidades y aquello en lo que podía mejorar. Sin embargo, la figura paterna me era ausente y la necesitaba, siempre esperé un cumplido para reafirmar mi ser mujer. ¡Necesito de ti, papá! Se lo dije a mi padre cuando a los 14 descubrí esa necesidad de ser amada por él.
Alrededor de esta edad empecé a visitar a una psicóloga, quien me ayudó con mis problemas de autoestima. Ella inició etiquetándome como bisexual, sin embargo, paralelamente se fue dando mi conversión.
Mi familia no tenía vida de fe, no íbamos a misa, sin embargo, yo sentía un anhelo de Dios, y creo que Él siempre estaba tocando a mi corazón, y fue así como poco a poco me fui acercando a Él.
Fue también por estos años que compartí con mi mamá mis preferencias sexuales, ella lloró mucho porque no quería que me hicieran daño con algún comentario o burla. A los pocos meses, tuve mi primera novia y todo parecía muy normal cuando, de repente, terminé con ella porque sentía que no era correcto.
Siempre tenía una duda y me hacía esta pregunta ¿Por qué está mal que me guste o esté con una mujer? Después de esta interrogante muchas veces, en algún momento pude hacer pausa a mis sentimientos y experimenté un encuentro con Dios en mi corazón cuando participaba en mi parroquia en grupos de jóvenes, de liturgia, coros, evangelización y mi primer retiro carismático. Fue desde ahí que me sentí muy acariciada por mi Padre Celestial y la relación se fortaleció poco a poco.
Sin embargo, a mis 16 años -aún muy joven- tuve un novio con quien perdí la virginidad y caí muchas veces en pecados de impureza, al punto de hacer a un lado lo que predicaba, y se comenzó a enfriar mi vida espiritual, mi relación con el Padre Celestial. La relación con mi novio fue tan mundana que destruyó mi dignidad y me sentía como objeto de pura satisfacción. En medio de esta confusión, pero al ir viviendo al mismo tiempo mi fe, sentía la inquietud de entrar a la vida consagrada. Inicié un acompañamiento espiritual para poder ser parte de una congregación, sin embargo, debido a mi atracción al mismo sexo (AMS) salí rechazada. Las religiosas me dijeron que tenía que resolverlo fuera para poder retomar esa vocación a la que yo pensaba Dios me estaba llamando. Acudí a otra congregación que trabajaba con personas con AMS, justamente para recuperar la dignidad de aquellos quienes nos perdimos en el pecado. Con esta última congregación tuve el llamado para entrar a su carisma que es la pureza. Estando en discernimiento con algunas compañeras empecé a sentir algo por una y viceversa. Entonces, en medio de esa crisis y desorientación en mi corazón, descubrí Courage pues me interesaba no tener esa sensación otra vez y terminar con ello.
Me comuniqué y se me dio una asesoría para explicarme en qué consistía este apostolado. Ya han pasado dos años desde ese primer diálogo y he sentido una fraternidad real y viva porque cualquiera de los que participamos tenemos empatía y sabemos lo que es una crisis, caer en pecado, no sentirse digno ante Dios. En esa comunión de oración que existe entre nosotros, pedimos los unos por los otros y recuperamos la dignidad que nuestro Creador nos dio.
Regresando a Egipto…
A pesar de haber iniciado un camino de conversión, cuando caía me sentía esclava del pecado de lujuria y más aún porque alimentaba mi AMS y sentía que no me comprometía con Jesús. Algunas de las bendiciones que me han ayudado mucho en este caminar han sido saber que yo tenía mi propia santa Mónica, quien oraba día y noche para que no me faltara nada. También contar con la protección de san Miguel Arcángel, quien ha estado conmigo desde que le conocí y me ha apartado de varias tentaciones; finalmente, consagrarme a la Virgen María me ha hecho sentir verdaderamente cubierta por su manto y me llena de maravillas y protección.
Sin embargo, lo que más me ha hecho ruido -un buen ruido- es la presencia de Dios a través de sus mensajes en mi corazón en la oración y al recibir la Eucaristía. Cada que puede, mi Padre Celestial me habla mientras hago lo que a mí me gusta: en el baile, cuando doy clases, al reír, cuando estoy con mis amistades, al escuchar música y cuando leo citas bíblicas donde Él me deja claro que da la vida por mí (Isaías 43, 3).
La misma psicología católica, que me acompaña hoy, me enseña que mis carencias afectivas al no ser atendidas pueden disfrazarse de codependencias y adoración de ídolos falsos. A mis 24 años sufrí por varias mujeres ya que las idealizaba, sin embargo, el libro Ser restaurado del psicólogo católico Bob Schuchts me ayudó a comprender que desde mi gestación nunca se me mostró la figura paterna de la que yo necesito protección. Es por ello que busco proteger a personas más vulnerables que yo y siento que hago el bien pues no se me estimuló con algún cumplido o cariño. Con la ayuda de la Santa Eucaristía logré acercarme más a las maravillas que Dios tiene con sus hijos. He llegado a la conclusión de que, si algún día no comulgo, mi cuerpo espiritual se debilita porque no puede actuar sin ese aliento de vida.
Puedo decir que la Iglesia apuesta por mí, porque nunca me he sentido juzgada, antes bien, me impulsa a que, desde la pureza y castidad, sea ejemplo ante miles de jóvenes. Saber que la AMS me impulsa a ser disciplinada para alcanzar la perfección ante Dios y a tratar de nunca perder esa alegría que caracteriza a los cristianos en tiempos de tribulación. He aprendido en este caminar de fe cuán importante es mostrar cariño en cada etapa del ser humano para evitar estas crisis de personalidad y afectos.
En este caminar en el apostolado Courage también he sido guiada por dos citas bíblicas que resumen y acompañan mi vida: “mi gracia te basta” en 2 Corintios 12, 9. ¡Y vaya que nos complicamos la vida, pues no sabemos que las palabras directas de Dios son tan poderosas que SOLO BASTA que lo dejemos actuar en nosotros para terminar con cualquier vicio! Y la otra cita es “donde hubo pecado sobreabundó la gracia” en Romanos 5, 20. Siempre sentí cómo Dios me decía “así de grande es tu pecado, pero más grande es el proyecto que tengo para ti”. Puede que en mi vida exista la atracción por las mujeres, pero de esto debo sacar una enseñanza: Dios no me ha permitido durar en ninguna relación porque sabe que me olvidaría de Él. Es por eso que desde la soltería me hace un llamado maravilloso que voy descubriendo día a día.