Amistad con Jesús: El Emmanuel que habita entre nosotros

Amistad con Jesús: El Emmanuel que habita entre nosotros

Por Yara Fonseca, f.m.r*

¡Es tiempo de Adviento y Navidad! La Iglesia nos invita a renovar nuestra relación con Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros. Este es un tiempo de esperanza y gozo, en el que recordamos que el Hijo de Dios asumió nuestra naturaleza humana, entrando en nuestra pequeñez y pobreza, para ofrecernos su amistad y redimirnos. La contemplación de este misterio no solo nos llena de asombro, sino que también nos llama a la conversión del corazón.  

Dios decidió hacerse pequeño y vulnerable, naciendo en un humilde pesebre. Esta verdad del Evangelio es central para nuestra fe: Cristo no se encarna para permanecer ajeno a nuestra humanidad, sino para hacerse cercano y accesible. La amistad con Jesús encuentra su fundamento en esta cercanía divina. San Agustín, al reflexionar sobre el misterio de la Encarnación, exclama: "Dios se hizo hombre para que el hombre pueda acercarse a Dios". Esta realidad nos recuerda que Jesús no se avergüenza de nuestra pequeñez ni de nuestras fragilidades; al contrario, se deleita en habitar en los corazones humildes que lo buscan.

El Adviento nos llama a abrir nuestro corazón al Emmanuel, reflexionando sobre nuestra pobreza espiritual. En su encíclica Redemptor Hominis, San Juan Pablo II escribe: "El hombre no puede vivir sin amor. Si no se le revela el amor, si no lo encuentra, su vida carece de sentido. Pero Cristo viene al mundo para revelarnos ese amor" (RH, 10). 

En la sencillez del pesebre, vemos cómo Dios no solo desciende al mundo, sino que se identifica con nuestra pobreza y fragilidad. Este gesto nos recuerda que debemos desprendernos de nuestro orgullo y vanidad para encontrarlo en lo sencillo. Jesús nos invita a descubrirlo en la humildad de nuestra vida cotidiana, donde podemos abrirnos a una relación de amistad, confianza y entrega con Él. 

Esta amistad con Jesús es una fuente de consuelo y fortaleza en nuestra vida espiritual. Él comprende nuestras luchas porque compartió nuestra condición humana, fue exactamente igual a nosotros, excepto en el pecado. San Francisco de Asís, quien tuvo un amor especial por el misterio de la Navidad, decía: "El Hijo de Dios se hizo nuestro hermano para que nunca nos sintiéramos solos". Este hermano y amigo fiel camina con nosotros incluso en nuestras caídas. Él no nos abandona cuando nos sentimos incapaces de avanzar, sino que nos levanta con su gracia. 

Jesús hecho niño quiere ser nuestro amigo y viene a nosotros tal como somos, en medio de nuestra pobreza espiritual. Santa Teresa de Lisieux, quien meditaba frecuentemente sobre la infancia de Jesús, decía: "Dios prefiere encontrar su morada en un corazón pobre y humilde que en los palacios de los ricos".

Al contemplar a Jesús en el pesebre, podemos ver reflejada nuestra propia alma: un lugar pobre y sencillo, necesitado de ser llenado por el amor divino. Así como María y José acogieron al Salvador con amor y fe, estamos llamados a preparar nuestro corazón para recibirlo.  

La Navidad no solo celebra un acontecimiento histórico, sino que nos interpela a vivir una vida transformada. En el Emmanuel, Dios nos muestra que nuestra vocación es el amor, porque hemos sido creados a imagen y semejanza de un Dios que es Amor. San Juan de la Cruz, en su poesía mística, expresa maravillosamente este misterio: "El Verbo se hizo pequeño para que pudiésemos entender su grandeza" (Cántico espiritual, 15).

La amistad con Jesús no se queda en el nivel de los sentimientos; nos impulsa a amar como Él nos amó. Este amor se manifiesta en gestos concretos de servicio, misericordia y perdón. Al imitar a Cristo, nos hacemos reflejo de su luz para el mundo.

Aprovechemos este Adviento y Navidad pues son tiempos privilegiados para renovar nuestra amistad con Jesús, el Emmanuel. En su pequeñez, encontramos nuestra grandeza; en su pobreza, descubrimos nuestra riqueza. Como decía San Bernardo de Claraval: "Dios quiso nacer de una Virgen y ser colocado en un pesebre para enseñarnos que la verdadera riqueza está en el amor y la humildad".

Que este tiempo nos lleve a profundizar en la oración, la adoración y el encuentro con Jesús en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, donde Él continúa viniendo a nosotros. Así, en nuestra propia pobreza, seremos transformados por su amor y testigos de la esperanza que solo este pequeño Niño recostado en el pesebre puede ofrecernos. 


* Yara Fonseca es consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y reside en Brasil con su comunidad. 


“Dios se ha valido de mi AMS para que lo conozca y sepa que soy su hijo amado”: Testimonio de un miembro de Courage

“Dios se ha valido de mi AMS para que lo conozca
y sepa que soy su hijo amado”

Testimonio de un miembro de Courage

La realidad siempre supera a la ciencia ficción. Ficción: En la película “The Matrix”, del año 1999, uno de los clásicos de este género, se presenta la posibilidad de una vida que damos por hecho como real pero no es más que un sueño, una simulación formada por pensamientos coherentemente ordenados por un programa de cómputo que controla la mente de los humanos, que duermen permanentemente en cápsulas y son alimentados por máquinas. Realidad: Nuestro mundo nos presenta a la felicidad individual y el bienestar como una necesidad, un fin y un objetivo absoluto. Ignoramos que somos creación y formamos parte de un plan divino de una vida posterior a esta. Lo ignoramos, pues esto no es parte de lo que el mundo dicta. Este mundo muestra a esta realidad como una creencia poética, irracional, anticuada, impráctica y otros adjetivos, pero al fin y al cabo una simple creencia.

Me llamo Leandro, tengo 52 años y trataré de explicar por qué estoy convencido de que esta "creencia" es la realidad para mí. Fui bautizado y crecí en una familia católica. Tuve una infancia y adolescencia que considero feliz, y siempre me sentí amado por mis padres. Participé en un grupo juvenil católico que recuerdo con gusto. Comencé a ser consciente de tener atracción al mismo sexo (AMS) al inicio de mi adolescencia. Estas atracciones aún no estaban plenamente “sexualizadas” y eran una combinación con deseos sanos de amistad y admiración, los que debe tener cualquier niño y adolescente para identificarse con su mismo sexo. Nunca cuestioné estos sentimientos. Nunca me inquietaron y siempre los vi como parte de mí. No platiqué con nadie de estas atracciones, pero tampoco sentí alguna vez la necesidad de hacerlo. Al final de mi adolescencia di pie a un evento desagradable que llevó a que mis papás me cuestionaran si tenía AMS. Aunque nunca lo mencionamos abiertamente, yo lo negué, ya sea por miedo, vergüenza o inmadurez. Probablemente terminé por creer mi mentira. Me propusieron una cita con un psicólogo. En la consulta manipulé fácilmente la conversación, contestando lo que era obvio para que la opinión del profesional a mis papás fuera algo así como: "Señores padres, no se preocupen, no hay nada malo con su hijo, probablemente fue solo un evento aislado o desliz". La vida continuó y en la universidad, experimenté de nuevo AMS y atracciones heterosexuales. Los estudios, bonitas amistades y deportes me permitieron estar ocupado sanamente esos años y no tener una vida sexual activa a pesar de que estaban presentes. 

Una vez que comencé mi vida laboral y con un sentido de independencia nuevo para mí (laboré en el extranjero en un trabajo que profesionalmente me motivó mucho), comencé a confrontar mi AMS con mi creencia católica. Intenté permanecer en un grupo de la iglesia para jóvenes adultos, pero el tema no se trataba. Me documenté con literatura mundana que encontraba en revistas y periódicos. Finalmente me convencí de que, si Dios es amor, no hay nada de malo en que dos personas del mismo sexo “se amen”.  Resuelto el dilema, que confieso nunca me quitó el sueño, me permití, poco a poco, ir solo, por primera vez a discotecas gay, tener un par de amigos “especiales” con los que desarrollamos dependencias emocionales y AMS. El primero por solo unos meses y el segundo, años más tarde, también por varios meses. Sin embargo, dejé de comulgar y eventualmente dejé de asistir a misa.

Mi experiencia de AMS la mantenía oculta de mi familia, amigos y vida laboral. Algunos años pasaron y, sin darme cuenta, mi doble vida y mi falta de espiritualidad fueron creando en mí, sin darme cuenta, un vacío. En una visita a la ciudad en la que trabajaba, mis papás se enteraron de mi AMS por un mensaje telefónico que escucharon “accidentalmente” (o no) de un amigo que era mi pseudo novio. Mi madre me cuestionó y lo que le contesté en automático fue que ella se enteraba en ese momento, pero yo había lidiado con esa situación toda mi vida. No estaba preparado para entender la situación, el dolor que le causé, ni poder dar otra respuesta. La comunicación con mi padre se estancó.

Meses después, el vacío del que no me había dado cuenta creció y explotó en una crisis emocional en una madrugada en la que rompí con mi pseudo novio con el que tenía una dependencia emocional. Yo no pude seguir el paso del ritmo de vida que él llevaba, abiertamente gay. Recuerdo vagamente haber hablado por teléfono con mis papás a la mañana siguiente y expresar a mi madre lo quebrado que estaba. En un intento por reconstruirme, asistí por instinto a la misa dominical de la parroquia local. La señora lectora de la primera lectura me transmitió serenidad con su tono de voz y una mirada a mí (entre todos los asistentes) que hasta la fecha no me explico. Al salir de misa, conteniendo mi llanto, tomé sin prestar cuidado el periódico parroquial que me ofrecieron y lo arrojé al asiento del auto. Se abrió en una página y de inmediato noté en el título de un artículo la palabra “gay”. Comencé a leerlo y trataba del libro “Beyond gay” (más allá de ser gay) del autor David Morrison. No podía creer lo que leía. Por primera vez hubo una respuesta a lo que años atrás había tratado de responder en mi mente con el falso silogismo de “si Dios es amor...”.  Me quedé dentro del auto en el estacionamiento de la parroquia por mucho tiempo, leyendo de nuevo el artículo. Al final del artículo mencionaban un número 800 de un tal grupo Courage. Inmediatamente llamé y al no contestarme nadie por ser domingo, dejé un mensaje en la grabadora. No puede dormir esa noche por la ansiedad. Salí de viaje de trabajo y verificaba frecuentemente la grabadora de mi teléfono esperando una respuesta. Finalmente recibí la llamada de Tina, una asistente del apostolado. Pensé que hablaba con un ángel. Me dijo que no tenía por qué angustiarme y me dio información para contactar al grupo de Dallas-Forth Worth en Texas, donde viví por trabajo varios años. Ese capítulo fue mi primer contacto con Courage. La entrevista inicial del entonces capellán, padre Mark Seitz – hoy obispo en El Paso – me llenó de esperanza. Aunque sentí una ducha de agua helada y me paralicé cuando le escuché decir la palabra castidad, no me importó; acepté ir a las juntas. Un nuevo mundo se abría para mí. Un mundo en el que por fin todo tenía sentido. Comencé a comulgar después de no hacerlo por varios años y lo que aprendí en los siguientes meses y años me permitió descubrir mi fe. No había entendido ni experimentado lo que en el catecismo de mi infancia me enseñaron como "Dios". Por fin vivía en un mundo real y no tenía que llevar una doble vida. He aprendido lo que el catecismo de nuestra iglesia dice acerca de las AMS. 

Han pasado muchos años y esta realidad no ha sido fácil. He batallado con muchas caídas e innumerables ciclos de confesión para volver a comulgar. Todas estas confesiones son un privilegio divino, en especial las del padre Mark Seitz y John Harvey, QEPD, (a quienes considero santos). Regresé a vivir a México y gracias a Dios he podido participar en un grupo de Courage en mi ciudad. Aunque el grupo no siempre ha funcionado bien por varios motivos, el sentido de pertenencia a Courage, al que considero mi familia, me ha permitido lidiar con adicciones, malos hábitos, una amistad con un joven menor que yo, con quién desarrollé una dependencia emocional y traté de suplantar la confianza en Dios, entre otras cosas, pero, lo más importante, me ha permitido vivir en la Iglesia Católica.

Hace unos años, una persona que consideraba asistir a las juntas de Courage me preguntó a manera desafiante si soy feliz. Movido por el Espíritu Santo y de manera transparente le respondí sin titubear, "No, no soy feliz, pero desde que conocí el apostolado y regresé a la iglesia, tengo una paz que prefiero a toda la felicidad que me pueda dar este mundo".

Todos los días inicia de nuevo una batalla para vivir en castidad y morir a mi viejo yo, pero, como se comenta en las reuniones de Courage, todos los creyentes, tengamos o no AMS, estamos llamados a esta batalla. Como todos, tengo temores y dudas de mi futuro, pero Dios me regala su paz y amor en cada detalle de la vida. Le doy gracias por permitirme estar consciente de esta realidad y no vivir en la ficción de lo que el mundo ofrece.

Al final del día, tener AMS pierde relevancia en mi realidad. Pierde relevancia saber cuáles fueron las causas; si las pude haber evitado o no, alimentándolas durante mi infancia o adolescencia; si pude y debí haberme casado y formado una familia. En esta realidad, que supera a cualquier ciencia ficción, todo es irrelevante. Lo que más importa es mi relación con Dios. Sin embargo, Dios se ha valido de mi AMS para que lo conozca y sepa que soy su hijo amado. Se ha valido de esta experiencia de AMS para infundirme el deseo de la amistad íntima con Jesús. Se ha valido de ella para recordarme cada día de la importancia de confiar en Su Espíritu Santo.


María, Refugio de los pecadores

María, Refugio de los pecadores

Por Yara Fonseca*

Octubre es un mes mariano por excelencia. Celebramos las memorias del Dulce Nombre de María, Nuestra Señora de la Merced, Nuestra Señora del Rosario, la Virgen del Pilar y Nuestra Señora de Aparecida.    

Al compás de estas celebraciones, tenemos una ocasión privilegiada para mirar a Nuestra Madre María y acogernos a sus cuidados y protección. Bajo su amparo, la lucha espiritual es más dulce y esperanzada, pues contamos con una Madre que intercede por nosotros ante Jesús. Entre los muchos títulos atribuidos a María, encontramos uno que abraza a todo hombre y mujer: Refugio de los pecadores.  

Este título tiene raíces en las Sagradas Escrituras, que bien pueden ayudarnos a comprender el papel que María tiene en el combate espiritual de cada cristiano. El libro del Deuteronomio habla de las ciudades de refugio, lugares donde asesinos involuntarios podían encontrar abrigo para librarse de la muerte, pues la ley preveía que todo asesinato debería ser expiado con la sangre del homicida (ver Dt 19, 4-5). Al llegar a estas ciudades, debían presentar su caso y, si el veredicto era que el asesinato cometido no fue intencional, eran acogidos en estas ciudades y protegidos de la muerte.  

Desde una mirada espiritual, el pueblo cristiano prontamente interpretó que María es como estas ciudades. A diferencia de las ciudades antiguas, que ofrecían refugio para algunos delitos, bajo el manto de María encontramos abrigo todos los pecadores y por eso sobre Ella podemos cantar: “Cosas gloriosas se han dicho de ti, ciudad de Dios” (Salmo 87, 3).  

Puede ayudarnos a entender este simbolismo el traer a la memoria las antiguas ciudades cercadas por murallas altas e imponentes. Bien podemos imaginar que el manto de María es como estos muros que ofrecen protección y seguridad. En este sentido, San Juan Damasceno le hace decir a María: “Yo soy la ciudad de refugio para todos los que vienen a mí”.  

Nuestra madre no tiene miedo de nuestros pecados, por más horribles que estos puedan ser. Ella busca a cada hijo sin importar la situación en que se encuentre y se ofrece a ser nuestro refugio espiritual. Tiene las puertas de su corazón abiertas para que entremos y nos protejamos bajo sus murallas, y con su manto nos envuelve cual escudo protector. María no escatima esfuerzos y con insistente paciencia nos espera con brazos que acogen y sanan.  

¡Cuántas veces nos desesperanzamos e incluso desesperamos por nuestros pecados! Sentimos el peso de nuestra fragilidad moral, principalmente cuando caemos una y otra vez en la misma falta. También sentimos que no tenemos las fuerzas para retomar el camino y que no somos dignos de perdón. Ante estos sentimientos, encontramos gran consuelo en este título mariano que nos invita a alzar la mirada y pedir su ayuda, seguros de que Ella quiere rescatarnos de los pozos más profundos en que podamos estar hundidos a causa de nuestra miseria.  

Tengamos la certeza de que no perdemos cuando recurrimos a María. Así nos invita San Basilio al decir: “No te desanimes, sino que en todas tus necesidades recurre a María; llámala en tu ayuda, siempre la encontrarás dispuesta a socorrerte; porque ésta es la voluntad de Dios, que ayude a todos y en toda necesidad”.   

Si estás desanimado o desanimada en tu lucha espiritual, experimenta buscar el abrigo de esta ciudad fuerte que es María, experimenta buscar protección bajo su manto materno. Y si no sabes cómo hacerlo, recuerda que no hay recetas ni exigencias que excedan nuestras fuerzas. Ella es Madre buena y amorosa que ya te espera y ya está intercediendo por ti. Basta simplemente decirle: Aquí estoy, con mi fragilidad y pecado, necesito de tus cuidados. Confío que puedes ser mi abogada e intercesora y que en tu mano puedo apoyarme para levantarme una y otra vez.  Ante Ella, oremos con las palabras esta bella oración de San Bernardo:  

Acordaos,
¡Oh piadosísima Virgen María!
Que jamás se ha oído decir que
ninguno de los que han acudido
a vuestra protección,
implorado vuestra asistencia
y reclamando vuestro socorro,
haya sido abandonado de Vos.
  

Animado con esta confianza,
a Vos también acudo,
¡Oh Madre, Virgen de las vírgenes! 
 

Y aunque gimiendo bajo el peso  de mis pecados,
me atrevo a comparecer  ante vuestra presencia soberana.
No desechéis,  ¡Oh Madre de Dios!,
mis humildes súplicas,  antes bien,
inclinad a ellas vuestros oídos
y dignaos atenderlas favorablemente.  

Amén  


* Yara Fonseca es consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y reside en Brasil con su comunidad.  


Oración de una madre por la fe de los hijos

 

Oración de una madre por la fe de los hijos 

 

Señor, fuente de toda vida, que nos haces partícipes junto a nuestros esposos en tu obra creadora, te rogamos por intercesión de Santa Mónica que, así como ella oró insistentemente por la conversión de su hijo Agustín, inspiremos en nuestros hijos con la oración, la palabra y el ejemplo, el amor y conocimiento de Cristo tu Hijo.  

Con la misma intensidad y constancia de Santa Mónica, te dirigimos nuestros hijos:
Mencionar el nombre de sus hijos
 

Para que como Santa Mónica guiemos a nuestro hijo hacia Ti,
con nuestra vida más cristiana cada día.
"AYÚDANOS, SEÑOR"  

Para que estemos atentas a las inquietudes y problemas de nuestros hijos
 y nos concedas al tratarlos, paciencia, serenidad y acierto.
"AYÚDANOS, SEÑOR"  

Para que, de tal modo transmitamos la fe a nuestros hijos,
que aprendan a vivirla y comunicarla a los demás.
"AYÚDANOS, SEÑOR"  

Para que sepamos alentar en nuestros hijos el germen de la vocación
religiosa o sacerdotal
y seamos generosos para entregártelos.
"AYÚDANOS, SEÑOR"  

Para que inculquemos en nuestros hijos el amor a la iglesia universal
y a la parroquia en sus ministerios y tareas apostólicas.
"AYÚDANOS, SEÑOR"  

Para que, si algún hijo nuestro se apartara de la fe, sepamos atraerlo
con amor y comprensión, preservando como Santa Mónica,
 firmes en la oración.
"AYÚDANOS, SEÑOR"  

Para que despertemos en otras madres su responsabilidad cristiana sobre el hogar
y en nuestra comunidad encuentren apoyo para esta tarea.
"AYÚDANOS SEÑOR"  

Virgen María, Madre del Consuelo, que consolaste a Santa Mónica dándole la inmensa alegría
de ver el triunfo de la gracia en la inteligencia y el corazón de su hijo Agustín,
sé también nuestro consuelo y danos el gozo de ver a nuestros hijos firmes en la fe que sembramos en sus almas.

Y si alguno se ha desviado, otórganos la alegría de verlo retornar a la fe
bendiciendo así nuestra misión de madres cristianas.
Te lo pedimos por Jesucristo tu Hijo, Nuestro Señor.  

Amén. 


“¿Entonces, estás saliendo con alguien?”

 

“¿Entonces, estás saliendo con alguien?”

 

Desde que estudiaba en la universidad, esta pregunta me ha generado, en el mejor de los casos, incomodidad y, en el peor de los casos, inseguridad. Quienes preguntan, lo hacen con buena intención; la mayoría solo para hacer conversación. Por lo general respondo con un simple, “Por el momento no”, tratando de mantener la calma, pero siento cómo se acelera mi pulso y me pongo tenso. Tras responder “Por el momento no”, varias veces a la misma persona, mi mente se formula la pregunta... “¿Qué pasaría si me descubren...si se enteran de que experimento atracción al mismo sexo?” 

Un poco de contexto... 

Estudié en una universidad protestante donde predominaba la cultura de comprometerse en matrimonio antes de la graduación. Un tema frecuente de conversación era la vida amorosa de las personas... o la falta de esta. Recuerdo algunas veces en que me hacían aquella pregunta tan común, “¿Hay alguna chica en tu vida?” Y a veces respondía diciendo los nombres de mujeres que me parecían lindas y buenas para la conversación. Probablemente había poca atracción romántica, pero sentía que era una “fachada” para que no me “descubrieran”. 

Sobresale un caso en particular 

Tengo 21 años, estoy en un dormitorio con literas en San José, Costa Rica, en un programa corto de estudios en el extranjero. Los cinco hombres que compartimos el dormitorio nos conocemos bastante bien, ya que estudiamos en la misma universidad en los Estados Unidos. Es tarde y las luces están apagadas. Pero el parloteo continúa. Aquí viene:  

–“Entonces, Brian, ¿hay alguna chica en tu vida?” 

Algo sobre el hecho de estar en este dormitorio, de noche, en la oscuridad, con cuatro hombres, aumenta la preocupación de ser “descubierto”. Lo mejor que pude hacer fue decir, “Por ahora estoy contento estando soltero”. La respuesta de uno de mis compañeros fue poco halagadora...  

“Soltero y contento... ¡siempre dices eso! ¡Estoy comenzando a pensar que eres gay!” 

Nuevamente, mi corazón se acelera... ¡más de lo normal! Me siento humillado y no sé qué decir; solo espero que nadie continúe con la conversación o haga más preguntas. Todo lo que puedo suponer es que ahora se sienten incómodos de compartir el dormitorio conmigo... 

Adelantando el tiempo, más o menos una década, después de haber vuelto a la Iglesia Católica, esta pregunta pega aún más profundo. Ya no se trata tanto de que me pregunten, “¿Estás saliendo con alguien?”, ahora la pregunta es, “¿Estás casado?”, “¿Tienes hijos?” Y respecto a estas preguntas, experimento un sentimiento defensivo similar. Aún me preocupa a veces que supongan que experimento atracción al mismo sexo, pero yo también supongo que se preguntan qué es lo que está "mal" conmigo por no tener un estado de vida más comprometido. ¿Acaso piensan que soy perezoso, que tengo miedo al compromiso o que soy egoísta? ¿Será que a los ojos de los demás no soy un “verdadero” hombre por no tener un papel más evidente guiando, protegiendo y proveyendo para alguien, entregándome a una esposa e hijos, a una comunidad religiosa, o pastoreando una parroquia? Honestamente, esto a veces puede conducir a sentimientos de envidia y autocompasión, ¡pero como católicos, no permitimos que nos gobiernen los sentimientos, sino la verdad! 

¿Cuál es la verdad? 

Usando la fe y la razón, puedo responder a las preguntas anteriores de la siguiente manera: 

¿Qué pasaría si me “descubren”? ¡A quién le importa! Nuestras atracciones no nos definen. En todo caso, la Iglesia se beneficia con el testimonio de hombres y mujeres que experimentan atracción hacia el mismo sexo que se esfuerzan por entregarse totalmente a Dios, viviendo la fidelidad fundamentada en la verdad y la plenitud de las enseñanzas de la Iglesia Católica. 

¿Qué pasaría si creen que no soy un “verdadero” hombre porque no tengo una vocación comprometida? ¡Se equivocan!  Tenemos la bendición de contar con varios santos laicos canonizados, tanto hombres como mujeres, que se mantuvieron solteros y en el mundo: San Guiseppe Moscati, Sta. Catalina de Siena y San Benito José Labre me vienen a la mente. Estos hombres y mujeres se convirtieron en los hombres y las mujeres que Dios quería que fueran, convirtiéndose así en grandes santos.  

Siento que la Iglesia se beneficiaría si explicase en mayor profundidad el significado y la importancia de la maternidad y la paternidad espiritual a aquellos que viven en el mundo. Pero me parece que para quienes estamos solteros, la pregunta que debemos hacernos cada día es “¿qué puedo hacer para ser un don para los demás?” Tal vez al preguntarnos esto —y, en consecuencia, viendo y cubriendo las necesidades de quienes encontramos en nuestro camino— estamos dando un simple paso para vivir la maternidad y paternidad espiritual a la que estamos llamados. Debemos recordar que ninguna relación (de este mundo), estado de vida o circunstancia nos dará plena satisfacción en esta vida. Todos enfrentamos sentimientos de vacío de vez en cuando, pero si se lo permitimos, Dios puede utilizar este sentimiento de vacío para acercarnos más a Él. Así, cada uno de nosotros, estará cada vez más cerca de convertirse en el santo que está llamado a ser.   

¡Demos gracias a Dios!  

 


Brian R. tiene 32 años y vive en el área de Washington, DC, Estados Unidos, donde trabaja como enfermero en un hospital para enfermos terminales. Forma parte de Courage desde el 2018 y participa activamente en los capítulos de Baltimore, Washington y Arlington. Le gustan las actividades al aire libre con sus amigos, el café, un buen libro y pasar tiempo en silencio frente al Santísimo Sacramento. 

Las opiniones y experiencias expresadas en cada artículo del blog “The Upper Room” pertenecen únicamente a los autores originales y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista o las políticas de Courage Internacional, Inc. Algunos artículos se han editado y adaptado por su extensión y para mayor claridad. 


“La vida espiritual es nuestro principal alimento” - Testimonio de un matrimonio miembro de EnCourage

 

“La vida espiritual es nuestro principal alimento”
Testimonio de un matrimonio miembro de EnCourage

 

Somos un matrimonio miembro de EnCourage desde hace doce años. Recibimos la invitación de presentar nuestro testimonio y la aceptamos con la esperanza de que les pueda ayudar a confiar en la misericordia de Dios en su caminar en esta experiencia de tener un familiar que experimenta atracción al mismo sexo (AMS).

Tenemos la dicha de ser un matrimonio bendecido por Dios desde hace 40 años. Fruto del amor que nos tenemos, el Señor nos ha confiado cuatro hijos, dos mujeres y dos hombres. De ellos, nuestra hija mayor y nuestro hijo menor experimentan AMS.

La primera en manifestar sus sentimientos fue nuestra hija. Ella había tenido una vida como cualquier chica, pero algo se gestaba en su corazón; tal vez su gran sensibilidad y algunas circunstancias que pudo haber vivido.

Ella no manifestó ninguna tendencia durante su infancia ni adolescencia. Tuvo una relación con un chico durante diez años y cuando terminaron tuvo otros noviazgos cortos por lo que nunca pensamos que su vida daría ese giro. Además, ya tenía más de 25 años cuando supimos de su AMS. Las primeras manifestaciones las notamos cuando se hizo amiga de una compañera de trabajo que experimentaba AMS. Después se hizo amiga de un grupo de chicas todas sin novio. Estas amistades nos llamaban mucho la atención y le hicimos alguna observación al respecto, pero sin poder lograr algún diálogo al respecto. Nosotros llegamos a pensar que definitivamente había algo, pero al no tener la certeza, teníamos la esperanza de que fueran temores sin fundamento. Hasta que un día nos dijo que quería hablar con nosotros; fue entonces cuando abrió su corazón y nos habló claramente de sus sentimientos. Aunque ya lo sospechábamos, nunca pensamos qué le íbamos a decir, ni qué postura tomar. ¡Nos tomó por sorpresa! Sin embargo, lo único que queríamos era conservar su amor, que no se fuera a retirar. Para nosotros, la noticia en un principio fue como un balde de agua helada, pero al paso del tiempo ha sido más bien como un tren interminable pero que nos sigue arrollando interiormente. A los tres días ella habló con su papá y le dijo que se iba de la casa a vivir con la muchacha con la que salía; fue un golpe aún mayor. Todo era orar mañana, tarde y noche tratando de entender y saber qué hacer ante este hecho.

Un día fuimos a orar ante el Santísimo a pedir por nuestra hija; cuando salimos de la capilla de adoración vimos una mesita para anotar intenciones. En ese mismo lugar había un murito con folletos, estampitas, etc. Entre ellos estaban unos trípticos que decían algo así: “¿Sientes atracción por tu mismo sexo y deseas vivirla de la mano de Dios?” “¿Tienes un familiar o amigo con atracción al mismo sexo y buscas apoyo espiritual?” Estos folletos traían información básica de Courage y EnCourage; inmediatamente lo tomamos. Dios daba respuesta a nuestra oración y nos indicaba el lugar donde encontraríamos esa ayuda que tanto necesitábamos como padres de familia.

Conversamos con un matrimonio miembros de EnCourage y nos dieron una hermosa acogida. Por fin podíamos hablar con alguien que nos entendía. Inmediatamente entramos al grupo y empezó la sanación de nuestro corazón mediante el acompañamiento espiritual y el diálogo en amistad con personas que vivían situaciones similares a la nuestra.Cuatro años después, cuando nuestro hijo menor tenía dieciocho años, también manifiesta sus sentimientos, sin embargo, el golpe ya no fue tan duro. Creemos que nos ayudó mucho haber pertenecido a EnCourage en todo ese tiempo.

Rafa, miembro de nuestro capítulo de EnCourage, que en paz descance, nos decía que tener un hijo que experimenta AMS era una bendición. Nosotros no lo entendíamos, pero conforme ha ido pasando el tiempo hemos llegado a comprenderlo.

A lo largo de nuestro matrimonio hemos tenido muchas dificultades que nos han hecho acercarnos a Dios para superarlas, pero ninguna como ésta. Hemos acogido a nuestros hijos que experimentan AMS con amor y respeto y hemos pedido de ellos lo mismo. Pero es comprensible que tengamos diferentes puntos de vista. Con mucho pesar, nuestros hijos se han alejado de Dios porque piensan que la Iglesia los rechaza o no los entiende. A veces se nos hace muy difícil poder compartir con ellos alguna de las enseñanzas de la Iglesia como la que está hermosamente descrita en el Génesis: “Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creó; varón y hembra los creó”.

No es fácil el peregrinar, pero con la gracia y ayuda de Dios es posible. Estamos distanciados ya hace más de un año con nuestra hija, sin embargo, no perdemos la esperanza y la seguimos poniendo tanto a ella, como a su amiga, y a nuestro hijo en las manos de Dios. Él mejor que nadie sabe cuándo y cómo los irá trayendo cada vez más cerca de Su Corazón y podrán escuchar el inconmensurable amor que les tiene.

Es en este tiempo que nuestro Señor se ha hecho más presente con su clemencia y misericordia. Nuestro Señor Jesucristo nos dice: “Vengan a mí los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28-30).

Hemos encontrado Su presencia en nuestros compañeros de EnCourage con quienes nos reunimos con frecuencia para repasar las metas, compartir nuestras experiencias, reflexionar la literatura que nos proporciona el apostolado y también para convivir siempre en un espíritu de oración. Nuestro mayor anhelo es nuestra propia conversión para dar un buen testimonio a nuestra familia de amor a Dios y al prójimo. En ningún otro lugar como ahí nos sentimos acogidos. Respetamos nuestras diferentes maneras de ser y de pensar; no nos juzgamos, simplemente nos escuchamos con paciencia y amor de hermanos en Cristo. La escucha de las experiencias de nuestros hermanos nos ayuda, ya que sabemos que tal vez en algún momento podemos estar atravesando por lo mismo. Además de ser compañeros de apostolado hemos llegado a ser un grupo de amigos que se quieren mucho.

La presencia y acompañamiento de nuestro capellán es fundamental para nosotros porque es él quien nos orienta y dirige espiritualmente llevándonos la palabra de Dios que es fuente de agua viva, de vida eterna.

Lo más enriquecedor y reconfortante es saber que nos sostenemos con la oración; estamos tan unidos que lo que le sucede a uno es como si nos sucediese a todos y oramos los unos por los otros. La vida espiritual es nuestro principal alimento y fortaleza ya que es ahí donde encontramos a nuestro Creador y Redentor. La oración fortalece nuestra fe y confianza en Dios. Sabemos que nuestras vidas y la de nuestros hijos están en sus manos y que el tener hijos que experimentan AMS cuando es vivida de la mano de Dios, es motivo de redención y santificación. Nuestro Señor se vale de nuestras circunstancias para acercarse a nosotros, para hacernos sentir amados y sostenidos.

La experiencia de un hijo con AMS es muy dolorosa y nos cambia la vida; nos lleva a enfrentar múltiples situaciones para las que no estamos preparados, pero viene acompañada de infinidad de bendiciones.

Damos gracias al Señor nuestro Dios por habernos traído prácticamente de la mano hasta este apostolado; es aquí donde nos quería para tener ese encuentro con Él y aprender a amar a nuestros hijos tanto como Él los ama. Confiamos en su misericordia y estamos seguros de que tarde o temprano nuestros hijos volverán a Él y serán un gran testimonio de conversión para Gloria de Dios.

Gracias Señor por tanto amor. Nuestras vidas están a tu servicio para lo que Tú dispongas, pero primero danos lo que nos has de pedir.

Con amor de parte de un matrimonio en Cristo.


La vida cristiana como acción de gracias

 

La vida cristiana como acción de gracias

Por Yara Fonseca*

 

Normalmente, no me gusta escribir en primera persona, sin embargo, en esta ocasión me siento inclinada a hacerlo, pues recogiendo mis propias experiencias, he tenido la gracia de descubrir que, entre los muchos dones de la vida cristiana, la gratitud es uno de los más especiales.  

Quisiera compartir la amistad espiritual que tengo con Monseñor Alcides Mendoza Castro (1928-2012), quien fue arzobispo emérito del Cuzco en el Perú. Fue ordenado obispo a fines de los años 50, convirtiéndose en el obispo más joven de su generación y entre los participantes del Concilio Vaticano II. Esta amistad se desarrolló durante los últimos cuatro años de vida de monseñor Alcides, brindándome la oportunidad de ser testigo de un testimonio de cristianismo maduro y lleno de convicciones profundas.   

Muchas veces le escuché decir que “el peor pecado es la ingratitud”. Confieso que me quedaba pensando y tratando de entender qué quería decir, pues definitivamente no era una afirmación sacada de manuales de teología moral. Era como una certeza honda que salía con fuerza de su voz anciana y que me hablaba de que ésta era una sabiduría madurada durante toda su vida ministerial. 

Tenía la costumbre de participar en la misa dominical y desayunar en su casa.  En uno de esos encuentros en los días del Señor, le pregunté: por qué decía esto, de dónde venía tanta certeza. A lo que recibí una respuesta muy directa: he visto muchas veces que quien es ingrato es capaz de las peores barbaridades.   

Para mí fue como una de aquellas respuestas cortas y contundentes que quedan grabadas en algún lugar de la memoria, indicando que aquí hay una verdad espiritual que se me presentaba como una clave para mirar la vida.  Con los días, me hice la idea de que la afirmación contraria es totalmente cierta. Si mi amigo Alcides dice que la ingratitud es como la semilla de cizaña que malogra el corazón, bien podríamos dar la vuelta y decir que la gratitud es trigo sembrado en el alma y que promete cosecha abundante de virtudes y buenas obras.   

La vida cristiana es gratitud, es acción de gracias que brota de la experiencia de ser alcanzados por Dios, quien nos amó primero (1Jn 4,19). Quien se sabe amado de modo inmerecido, encuentra en esta misma sobreabundancia, la fuerza que lo impulsa a responder al amor con la donación libre de toda su realidad personal: afectiva, volitiva e intelectual.    

La persona que se sabe creada, redimida y llamada a una nueva vida en Cristo posee un tesoro interior que le hace unirse al salmista que proclama: «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?», (Salmo 115, 3).   

Bien sabemos que nuestra fe profesa a un Dios que no pide nada a cambio por su amor, es un Dios que se dona y ama en libertad. Las palabras del salmista no están hablando de un pago similar al que ocurre en las interacciones humanas, sean estas afectivas, económicas o políticas. Se trata de una nueva lógica, de una sabiduría espiritual. Cuando tenemos la gracia de reconocer tanto amor recibido de manera inmerecida, simplemente queremos amar. No es pagar una factura, lo que además sería imposible, porque fuimos salvados a precio de la Sangre de Cristo (1Pe 1, 18-19). Es correspondencia, es agradecimiento. 

San Ignacio de Loyola, en la conclusión de sus ejercicios espirituales, hace una invitación a darnos cuenta de tantos bienes recibidos gratuitamente y concluye con la conocida Contemplación para alcanzar amor que expresa este sentido.  

Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta.  

¡Todo es vuestro! Y lo que es Suyo, nos lo ha regalado porque nos ama. Cada corazón, cada uno de nosotros, en el silencio de las propias decisiones, necesita ponerse ante este amor y elegir cómo quiere responder, o mejor, cómo quiere corresponder.   

La gratitud a Dios es trigo bueno que produce frutos en nuestras relaciones humanas.  Es como una virtud que orienta nuestra relación con Dios y desde ahí nuestros vínculos interpersonales. En el árbol de la gratitud a Dios, podemos cosechar humildad, mansedumbre, magnanimidad, perdón, compasión hacia el otro, generosidad, paciencia; en fin, podemos adquirir una nueva sensibilidad para mirarnos a nosotros mismos y al prójimo.   


* Yara Fonseca es consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y reside en Brasil con su comunidad.  


En Courage he encontrado una familia y sé que nunca más me sentiré solo en esta batalla

"En Courage he encontrado una familia
y sé que nunca más me sentiré solo en esta batalla"

Testimonio de un miembro de Courage

Mi nombre es Alex, tengo 36 años de edad, soltero, originario de San Salvador. Soy el primero de cuatro hijos de una pareja divorciada. Siempre me he considerado una persona muy inteligente; aprendí a leer a los 6 años. En casa de mis abuelos, una tía que era catequista me enseñaba la doctrina básica y el amor a Jesús y a la Virgen, al mismo tiempo que empezaba el colegio; aprendí todas las oraciones y a rezar el rosario a muy corta edad; era monaguillo y me encantaba pasar a leer en la Misa. En aquellos tiempos, en realidad estaba convencido de que sería el próximo niño santo, oraba y hacía penitencia muy inspirado en el ejemplo de santo Domingo Savio.

Pero un día, a los siete u ocho años y de modo accidental, descubrí la masturbación y ahí empezaron mis conflictos: la culpa, mezclada con la ignorancia, la ausencia de un confesor fijo y la falta de confianza en mi madre fueron el caldo de cultivo para lo que vendría después: me volví un muchacho inseguro, introvertido y tímido. La masturbación se convirtió en vicio y aunado a que estudié en un colegio católico de varones por doce años, empecé a desarrollar, a la par, atracción hacia personas de mi mismo sexo en la pubertad.

Mi relación con Dios se enfriaba, porque sabía que lo que sentía y hacía en mi soledad, no era correcto. Ya no participaba en Misa y odiaba confesar los mismos pecados y sentía que siempre y en todo lo que hacía ofendía al Señor; incluso desarrollé un pequeño problema de escrúpulos; mi mente y cuerpo eran un mar de pensamientos y sentimientos que desconocía y no podía controlar. Incluso, todas estas dudas me hicieron enterrar un llamado a la vocación religiosa que tenía desde un tiempo atrás diciéndome una y otra vez que no era digno. Esa es quizá una de las cosas que más lamento.

A finales de bachillerato y durante la universidad, me alejé de mi religión y me dediqué a llevar una vida homosexual activa; asistía a Misa, pero había dejado de confesarme y comulgar; estaba convencido que Dios no querría a alguien con mi estilo de vida y me hundía más en la tristeza y mi fuerza de voluntad se volvía cada vez más débil.

Talvez el tener un empleo fijo y conservarlo por once años, fue de los primeros puntos de inflexión en todo este camino, me dio cierta estabilidad y madurez y gracias a eso tomé la decisión de adquirir mi propia casa y dejar la casa de mi madre (mis tres hermanos menores ya estaban casados y empezaban a tener familia); aparte, todo eso sirvió para mejorar la relación con mi madre, dañada con tantas peleas y conflictos (ella se dio cuenta de mi condición por accidente y comprensiblemente no sabía cómo tratar con un hijo así).

Al analizar cómo iba mi vida, la relación con mi madre y mis hermanos y todo por lo que había pasado, así como todo lo que pude haber logrado, pero dejé atrás por mis pecados contra la pureza, decidí confesarme, ya que además seguía escuchando el llamado de Jesús. Eso sucedió en el 2020 y es una de las mejoras cosas que me han ocurrido.

Sin embargo, luego de retomar el camino de la fe, empecé a notar que el tema de la atracción al mismo sexo no se tocaba en las homilías y en las confesiones solo se escuchaban los pecados y se daba una penitencia, pero ¿qué más? ¿Por qué nací así? ¿Fue algo que aprendí? ¿Cómo podría manejar mi vida espiritual y dominar mis impulsos y deseos? ¿Podría llegar a entender mis vicios y refrenarlos del todo? Eran tantas las dudas y a veces lamentaba que, en la práctica, al menos en las parroquias donde me he congregado, no se tratara directamente esa realidad que afecta a tantas personas. Pero obviamente no iba a abandonar el catolicismo por eso; para mí esta es la religión verdadera fundada por Cristo, cabeza de la Iglesia.

Ya me estaba resignando a librar esta lucha solo, con los recursos que me daba la Iglesia, cuando a finales de 2023 descubrí la página de Courage en español en Instagram y empecé a leer sus publicaciones y me alegré de corazón que estuviese dirigida a personas católicas que experimentan AMS y que se mostrara que es posible vivir la castidad respetando el Catecismo y las enseñanzas de la Iglesia y lograr, de esa manera, abandonar un estilo de vida que solo nos autodestruye y nos impide tener relaciones sociales sanas. Luego, revisando el boletín de Courage encontré el correo electrónico del grupo en El Salvador, me puse en contacto de inmediato, y después de una entrevista y de conocer más acerca de la labor de Courage en el país y fuera de sus fronteras, empecé a asistir a las reuniones desde el mes de febrero 2024. Asistir a este grupo en el que participan excelentes personas con diferentes historias y experiencias, pero compartiendo la misma condición de AMS y con la guía espiritual de un sacerdote, es lo que había estado buscando desde hace tanto tiempo. Ahora me doy cuenta de que la Iglesia jamás me abandonó, siempre ha estado tendiendo su mano como buena madre, me entiende y quiere que sea santo.

He aprendido que la conversión no es un camino recto y sencillo, sino que tiene muchas curvas y por momentos baches de los que tenemos que levantarnos; asimismo, la conversión no es algo que debemos dar por sentado una vez que sucede, la verdadera lucha consiste en saber mantener el estado de gracia, estar vigilantes, permanecer firmes, identificar y huir de aquello que nos hace caer, cuidar lo que vemos y escuchamos, adquirir el hábito de lectura de material edificante. Entonces, si el ánimo y la motivación empiezan a disminuir, ahí es que la fe y frecuencia a los sacramentos obran el milagro y nos hacen lograr consistencia. La castidad y pureza de corazón debe ser construida sobre bases sólidas y debemos pedir siempre a Dios y a la Virgen por ella a la vez que creamos buenos hábitos para preservarla y encontrar personas que te entiendan y apoyen. En Courage he encontrado una familia y sé que nunca más me sentiré solo en esta batalla.


Oración y caridad hecha de rodillas 

Oración y caridad hecha de rodillas

Por Yara Fonseca*

Bajo la invitación del Papa Francisco, la Iglesia se ha propuesto vivir un Año de Oración en preparación para el Jubileo de 2025 que tendrá como lema “ Peregrinos de la Esperanza”. Ya en al año 2022, en la carta dirigida al Prefecto del Dicasterio para la Evangelización para la preparación del año jubilar, el Papa expresó que «me alegra pensar que el año 2024, que precede al acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a una gran “sinfonía” de oración; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo. Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación, que nos compromete a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para salvaguardarla. Oración como voz “de un solo corazón y una sola alma” (cf. Hch 4,32) que se traduce en ser solidarios y en compartir el pan de cada día. Oración que permite a cada hombre y mujer de este mundo dirigirse al único Dios, para expresarle lo que tienen en el secreto del corazón. Oración como vía maestra hacia la santidad, que nos lleva a vivir la contemplación en la acción. En definitiva, un año intenso de oración, en el que los corazones se puedan abrir para recibir la abundancia de la gracia, haciendo del “Padre Nuestro”, la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de cada uno de sus discípulos».

Como miembros de Courage y EnCourage queremos abrazar esta invitación del Vicario de Cristo y prepararnos para el próximo Jubileo con una peregrinación interior, que nos lleve a caminar desde nuestras circunstancias personales hacia el encuentro con el Dios de la vida y de la misericordia. Queremos que la propuesta de Año de Oración sea un estímulo para perseverar en nuestro compromiso de oración y devoción, pues sabemos que nuestras vidas encuentran apoyo sólido y seguro en la abundancia de gracia que brota de la amistad con Dios.

Mucho se puede decir sobre la oración. Aprovecharemos esta reflexión para ahondar en una de sus formas, la oración de intercesión. Como nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica “la intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús...  interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca “no su propio interés sino [...] el de los demás” (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (CIC 2634-2635)”.

La intercesión es un impulso del corazón orante que sale de sí mismo; de sus preocupaciones, luchas y problemas y se dirige hacia Dios para presentarle al otro, como son sus amigos, familiares, conocidos e incluso enemigos. Por medio de ella nos unimos especialmente a Jesús en su función de mediador entre Dios y los hombres, podemos participar de su caridad que no puede ser indiferente a las necesidades y dolores de todo hombre y mujer e intercede por ellos, con constantes ruegos al corazón del Padre.

Por medio de la intercesión nos ponemos en el lugar de los otros y llevamos sus necesidades ante Dios. Estamos haciendo un ejercicio de empatía espiritual, sensibilizándonos con una persona en sus dolores y angustias, clamando para que encuentren paz, alivio y esperanza. Uniéndonos a Jesús, intercesor de los hombres, podemos desde nuestra pequeñez, vivir una caridad de rodillas, pues muchas veces no somos capaces de auxiliar al otro por medio de ayudas materiales o sus dificultades exceden nuestro poder. Pensemos, por ejemplo, como nos sentimos ante una persona enferma. No somos capaces de cambiar con nuestras fuerzas el curso de su situación, pero es sorprendente testimoniar cuando desde nuestra impotencia humana elevamos un grito al cielo y Dios todopoderoso y clemente escucha y actúa en beneficio de sus hijos.

Esta caridad de rodillas también puede ser fuente de transformación social. Cuando nos unimos en oración por una causa común, podemos contribuir con una fuerza espiritual que es capaz de romper barreras, superar catástrofes y guerras y abrir paso a la justicia y a la paz, pues como Jesús mismo nos ha prometido “si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,19-20)”.

La oración de intercesión también repercute positivamente en la vida de la persona que ora. Al rezar por los demás de forma sincera y desinteresada, nuestros corazones se ensanchan, creciendo en sensibilidad, compasión y empatía que nos hace más humanos y nos acerca cada vez más al Corazón de Jesús.


* Yara Fonseca es consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y reside en Brasil con su comunidad.


"Courage me ha ayudado a rescatar mi dignidad como persona, como hijo de Dios"

"Courage me ha ayudado a rescatar mi dignidad
como persona, como hijo de Dios"

Testimonio de un miembro de Courage en México

Mi nombre es Sergio tengo 45 años. Me gustaría compartir con ustedes mi testimonio de vida en el que he recibido la gracia de Dios que me ayuda a esforzarme por vivir la virtud de la castidad.

Tenía un año cuando nací a la vida nueva en Cristo recibiendo el sacramento del Bautismo. He crecido en una familia numerosa, somos cuatro hermanos y una hermana, yo soy el tercero. Siempre estuvimos al cuidado y educación de nuestros padres, sin embargo, era mi madre quien pasaba casi todo el tiempo con nosotros pues mi padre trabajaba por muchas horas y solo llegaba a casa a dormir.

Si embargo, de los recuerdos más hermosos que tengo de mi infancia son aquellos cuando mi padre, nos llevaba a mi mamá, mis hermanos y a mí a ver lo que él hacía, que era ver el corte de la alfalfa para el ganado que él tenía. Esos momentos de estar juntos, en el campo, rodeados de naturaleza siendo cuidados por mi mamá y en compañía de mi papá fueron momentos muy bellos que me sacan una sonrisa al traerlos a mi memoria.

A los 5 años se inició la etapa del desprendimiento pues tenía que empezar a ir al kínder. Tenía mucho entusiasmo, pero recuerdo que también sentía miedo, fueron momentos difíciles para mí. Mi madre me ha compartido que fui un niño muy responsable, tranquilo, no era conflictivo y muy estudioso.

En los primeros años de la escuela primaria solía apartarme de mis compañeros de salón de clase. Incluso recuerdo que cuando todos salían al recreo, yo no quería salir y me quedaba solo en el salón. Alrededor de los 6 años tomé la iniciativa de ir a las clases de catecismo con mis primos, primas y mis hermanos, a pesar de que todos ellos eran mayores que yo. Solo perseveré durante un ciclo porque yo no iba a recibir los sacramentos de primera comunión y confirmación, sino solo mis familiares; entonces no me dejaron continuar. A pesar de que quería recibir los sacramentos, no se podía. La catequista me dijo que podía ir a misa, pero no podría recibir aún los sacramentos. Tenía tanto deseo en el corazón de seguir en la catequesis, que lo que hacía era escaparme todos los domingos de mi casa para ir a Misa. Mis padres no sabían dónde me iba pues lo hacía a escondidas. Y cuando regresaba me llamaban la atención, sin embargo, yo me seguía escapando. ¡Me gustaba tanto ir a la Iglesia y participar de la Misa!

Seguí siendo un niño reservado, tranquilo. Y fue solo a la edad de siete años cuando vivo una situación muy dura en mi caminar. Fui abusado sexualmente por un familiar mayor que yo, desde entonces se iniciaron las confusiones sobre mi sexualidad, mi identidad. Vivía rodeado de miedos, tristezas, sufrí con mucho bullying de parte de mis primos, vecinos, y de mis amigos en la escuela.

Cuando alcanzo la edad de la adolescencia, alrededor de mis 13 años, empiezo a integrarme a un grupo de jóvenes de la parroquia de Nuestra Señora del Refugio. En medio de mi soledad, con las dudas en mi corazón, me ayudó mucho a buscar a Dios por todo vivido. Fue a los 16 años cuando escucho durante una misa la invitación a prepararse para recibir el sacramento de la confirmación. A lo largo de cuatro meses me preparé para ser confirmado y recuerdo cómo mi corazón se llenó de alegría y gozo. Sin embargo, las luchas interiores continuaban, no sabía cómo identificar mi inclinación sexual. No encontraba mi identidad más profunda. Tenía muchas preguntas y dudas que las guardaba solo para mí. Sentía muy fuerte cómo sexualizaba a las personas de mi mismo sexo.

Por primera vez, a la edad de 18 años decidí compartir con mi madre que sentía atracción hacia personas de mi mismo sexo. Su reacción y lo que puedo recordar de sus palabras fue: “Dios te hizo hombre, te he educado y te he vestido siempre como hombre”. Quizá a muchos de ustedes que leen estas líneas les ha pasado algo similar. A veces, cuando compartimos con nuestros padres o algún ser querido lo que estamos sintiendo, ellos no saben qué decirnos o cómo reaccionar. Sus palabras no dejan de ser ciertas, sin embargo, yo mismo no sabía por qué sentía atracción al mismo sexo, solo lo sentía.

Fue a partir de esta época que comencé a sentirme más desorientado, un poco más solo y empiezo a probar experiencias en el mundo y todas las “atracciones” que nos ofrece. Comencé a ir por primera vez a bares nocturnos, consumir alcohol, drogas y a hacer todo lo que viene con ello. Desde entonces sentí con mayor fuerza mis deseos y creí que era natural todo lo que hacía. Sin embargo, hoy sé y me doy cuenta de que no tenía conciencia de ello.

A la edad de 33 años asistí a una misa dominical en la parroquia Nuestra Señora del Refugio y ese día anunciaron que se llevaría a cabo un retiro sobre el Kerigma para jóvenes. Yo sentí el llamado de Dios como un fuego del Espíritu Santo en mi corazón que me decía: Este retiro es de jóvenes, y tú ya estás grande pero quiero que vayas al retiro. Se lo comenté a mi madre cuando llegué a casa y decidí ir al retiro sin importar que ya no estaba tan joven. El fin de semana que viví ahí con otros jóvenes, no fue fácil; pues ahí tomé conciencia del camino equivocado que había estado viviendo y las opciones que había tomado en mi vida. Sin embargo, lo más conmovedor fue sentir, a través de las pláticas de los predicadores, que era Jesús mismo quien me hablaba y me decía cuánto me amaba, que Dios me perdonaba todo y que Él me ayudaría a salir de la situación en la que estaba viviendo.

Ahí empecé mi camino de regreso a Dios Padre, fueron seis años de luchas muy fuertes externas e internas. Pero con la gracia de Dios y mis pobres esfuerzos he caminado hacia delante. Me he caído muchas veces, pero me he vuelto a levantar. Fue durante estos años que conocí el apostolado Courage en la que me ofrecieron y me ayudaron a vivir la virtud de la castidad, y a vivir las cinco metas de Courage. Con el tiempo me daba cuenta de que al esforzarme por vivir estas metas cada vez era más feliz, más libre, más pleno. El apostolado Courage me ha ayudado a rescatar mi dignidad como persona, como hijo de Dios.

Tengo la bendición de vivir el servicio a los demás en la Iglesia -un regalo de Dios-, en una casa hogar de ancianos. Esto me ayuda mucho a no estar pensando tanto en mí mismo y mis luchas, sino a donarme en amor solidario a los demás.

Le doy gracias y gloria a Dios por tantas gracias que han sido derramadas sobre mí.