El poder de Dios hace quitar las piedras de nuestros sepulcros

 

El poder de Dios hace quitar las piedras de nuestros sepulcros

Por Yara Fonseca*

 

La Pascua nos invita a reflexionar sobre la resurrección de Jesucristo y el triunfo de la vida sobre la muerte. En este año jubilar, tiempo especial que nos ofrece la Iglesia para dejar atrás las cargas del pasado y abrirnos a la misericordia y el amor de Dios, la Pascua adquiere un significado aún más profundo, ya que nos ofrece una oportunidad única para renovar nuestra esperanza y fortalecer nuestra fe, recordándonos que siempre hay esperanza, incluso en los momentos más oscuros.  

San Pablo proclama con claridad: “Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe” (1 Cor 15,17). La resurrección de Jesús no es un simple acontecimiento histórico, sino el corazón del Evangelio que nos asegura que la muerte no tiene la última palabra. La tumba vacía nos muestra que el amor de Dios es más fuerte que el pecado y la muerte, y nos invita a vivir con una confianza renovada en sus promesas.  

La liturgia de la Iglesia nos regala cincuenta días de Pascua para profundizar en la vida nueva que nos trae la resurrección de Cristo. Este tiempo es más prolongado que la cuarentena cuaresmal para expresar que la vida nueva que se inaugura en el sepulcro vacío supera el peregrinaje en el desierto, se abre a la eternidad y edifica la vida cristiana sobre la roca sólida de la verdad de la resurrección: ¡Vivimos en la fe y en la esperanza de que Cristo ha resucitado por amor a nosotros!  

Este tiempo presenta muchos símbolos que nos ayudan a acercarnos al Misterio de la Resurrección, entre ellos la piedra quitada del sepulcro. María Magdalena y las otras mujeres, que fueron al sepulcro para embalsamar el cuerpo de su Amado, son las primeras en ser sorprendidas al ver que la piedra que clausuraba la entrada de la tumba de Jesús había sido removida (ver Mc 16, 1-8 y Mt 28, 1-10).   

Nosotros también podemos recorrer el camino con estas mujeres, ir con ellas al sepulcro de Jesús y dejarnos maravillar al encontrarlo abierto, preanunciando que la muerte fue vencida. Seguramente estas mujeres llevaban el corazón lleno de amor, pero también inquieto con diversas preocupaciones y preguntas. Ellas no sabían si lograrían cumplir el cometido de perfumar el cuerpo de Jesús y se preguntaban: «¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro?» (Mc 16, 3). Avanzan con esta duda en el corazón pues sabían que eran incapaces de mover la pesada piedra. Es bello ver como ellas, con estos sentimientos, no se vuelven atrás y el Señor lleno de bondad y ternura las bendice. Al llegar al lugar de la sepultura de Jesús, descubren que la gran piedra estaba quitada.  

Así es nuestra vida, en el camino hacia Jesús también encontramos muchas piedras. Algunas, con la ayuda del Señor, podemos removerlas. Así ocurrió, por ejemplo, en la tumba de Lázaro cuando Jesús ordena a la gente: «Quiten la piedra» (Jn 11, 39). Pero también encontramos otras piedras que, si Él no las quita, es imposible para los hombres.  

¿Quién nos quitará la piedra de la falta de fe?, ¿Quién nos quitará la piedra del egoísmo?, ¿Quién nos quitará la piedra que aprisiona la esperanza?, ¿Quién nos quitará la piedra que impide tantas muestras de ternura y de la falta de diálogo en nuestras familias?, ¿Quién nos quitará la piedra de la actividad frenética para dar lugar al sosiego y al silencio espiritual?, ¿Quién nos quitará la piedra de la injusticia que deja a tanta gente al borde del camino?, ¿Quién nos quitará la piedra de la inseguridad que nos lleva a vivir enfrentados y temerosos entre hermanos?  

 ¿Y cuáles serán estas piedras en mi vida? Quizá tengo algún sepulcro aún cerrado y necesito implorar a Jesús Resucitado que lo abra. Puede ser que ya vea algunas piedras en movimiento y le pido que siga haciendo Su obra. Puede ser también que sea ocasión de gratitud porque contemplo una apertura ancha en situaciones de mi alma que antes me parecía imposible ser iluminadas por la luz de Cristo.    

Jesús hace lo imposible, vence la muerte y en el hoy de nuestra vida trae la esperanza del sepulcro abierto, la esperanza de que sus ángeles quitan las piedras de nuestras vidas, abriendo paso al don del encuentro con Él, vivo y glorioso. Aprovechemos la gracia especial de este Jubileo de la Esperanza para acogernos al don de la buena noticia de la resurrección que nos cambia el corazón y nos compromete con Dios y con nuestros hermanos.   


* Yara Fonseca es asistente para los idiomas español y portugués de Courage Internacional y reside en Brasil.