Amistad con Jesús: El Emmanuel que habita entre nosotros

Amistad con Jesús: El Emmanuel que habita entre nosotros

Por Yara Fonseca, f.m.r*

¡Es tiempo de Adviento y Navidad! La Iglesia nos invita a renovar nuestra relación con Jesús, el Emmanuel, Dios con nosotros. Este es un tiempo de esperanza y gozo, en el que recordamos que el Hijo de Dios asumió nuestra naturaleza humana, entrando en nuestra pequeñez y pobreza, para ofrecernos su amistad y redimirnos. La contemplación de este misterio no solo nos llena de asombro, sino que también nos llama a la conversión del corazón.  

Dios decidió hacerse pequeño y vulnerable, naciendo en un humilde pesebre. Esta verdad del Evangelio es central para nuestra fe: Cristo no se encarna para permanecer ajeno a nuestra humanidad, sino para hacerse cercano y accesible. La amistad con Jesús encuentra su fundamento en esta cercanía divina. San Agustín, al reflexionar sobre el misterio de la Encarnación, exclama: «Dios se hizo hombre para que el hombre pueda acercarse a Dios». Esta realidad nos recuerda que Jesús no se avergüenza de nuestra pequeñez ni de nuestras fragilidades; al contrario, se deleita en habitar en los corazones humildes que lo buscan.

El Adviento nos llama a abrir nuestro corazón al Emmanuel, reflexionando sobre nuestra pobreza espiritual. En su encíclica Redemptor Hominis, San Juan Pablo II escribe: «El hombre no puede vivir sin amor. Si no se le revela el amor, si no lo encuentra, su vida carece de sentido. Pero Cristo viene al mundo para revelarnos ese amor» (RH, 10). 

En la sencillez del pesebre, vemos cómo Dios no solo desciende al mundo, sino que se identifica con nuestra pobreza y fragilidad. Este gesto nos recuerda que debemos desprendernos de nuestro orgullo y vanidad para encontrarlo en lo sencillo. Jesús nos invita a descubrirlo en la humildad de nuestra vida cotidiana, donde podemos abrirnos a una relación de amistad, confianza y entrega con Él. 

Esta amistad con Jesús es una fuente de consuelo y fortaleza en nuestra vida espiritual. Él comprende nuestras luchas porque compartió nuestra condición humana, fue exactamente igual a nosotros, excepto en el pecado. San Francisco de Asís, quien tuvo un amor especial por el misterio de la Navidad, decía: «El Hijo de Dios se hizo nuestro hermano para que nunca nos sintiéramos solos». Este hermano y amigo fiel camina con nosotros incluso en nuestras caídas. Él no nos abandona cuando nos sentimos incapaces de avanzar, sino que nos levanta con su gracia. 

Jesús hecho niño quiere ser nuestro amigo y viene a nosotros tal como somos, en medio de nuestra pobreza espiritual. Santa Teresa de Lisieux, quien meditaba frecuentemente sobre la infancia de Jesús, decía: «Dios prefiere encontrar su morada en un corazón pobre y humilde que en los palacios de los ricos».

Al contemplar a Jesús en el pesebre, podemos ver reflejada nuestra propia alma: un lugar pobre y sencillo, necesitado de ser llenado por el amor divino. Así como María y José acogieron al Salvador con amor y fe, estamos llamados a preparar nuestro corazón para recibirlo.  

La Navidad no solo celebra un acontecimiento histórico, sino que nos interpela a vivir una vida transformada. En el Emmanuel, Dios nos muestra que nuestra vocación es el amor, porque hemos sido creados a imagen y semejanza de un Dios que es Amor. San Juan de la Cruz, en su poesía mística, expresa maravillosamente este misterio: «El Verbo se hizo pequeño para que pudiésemos entender su grandeza» (Cántico espiritual, 15).

La amistad con Jesús no se queda en el nivel de los sentimientos; nos impulsa a amar como Él nos amó. Este amor se manifiesta en gestos concretos de servicio, misericordia y perdón. Al imitar a Cristo, nos hacemos reflejo de su luz para el mundo.

Aprovechemos este Adviento y Navidad pues son tiempos privilegiados para renovar nuestra amistad con Jesús, el Emmanuel. En su pequeñez, encontramos nuestra grandeza; en su pobreza, descubrimos nuestra riqueza. Como decía San Bernardo de Claraval: «Dios quiso nacer de una Virgen y ser colocado en un pesebre para enseñarnos que la verdadera riqueza está en el amor y la humildad».

Que este tiempo nos lleve a profundizar en la oración, la adoración y el encuentro con Jesús en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, donde Él continúa viniendo a nosotros. Así, en nuestra propia pobreza, seremos transformados por su amor y testigos de la esperanza que solo este pequeño Niño recostado en el pesebre puede ofrecernos. 


* Yara Fonseca es consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y reside en Brasil con su comunidad.