“Dios se ha valido de mi AMS para que lo conozca y sepa que soy su hijo amado”: Testimonio de un miembro de Courage

“Dios se ha valido de mi AMS para que lo conozca
y sepa que soy su hijo amado”

Testimonio de un miembro de Courage

La realidad siempre supera a la ciencia ficción. Ficción: En la película “The Matrix”, del año 1999, uno de los clásicos de este género, se presenta la posibilidad de una vida que damos por hecho como real pero no es más que un sueño, una simulación formada por pensamientos coherentemente ordenados por un programa de cómputo que controla la mente de los humanos, que duermen permanentemente en cápsulas y son alimentados por máquinas. Realidad: Nuestro mundo nos presenta a la felicidad individual y el bienestar como una necesidad, un fin y un objetivo absoluto. Ignoramos que somos creación y formamos parte de un plan divino de una vida posterior a esta. Lo ignoramos, pues esto no es parte de lo que el mundo dicta. Este mundo muestra a esta realidad como una creencia poética, irracional, anticuada, impráctica y otros adjetivos, pero al fin y al cabo una simple creencia.

Me llamo Leandro, tengo 52 años y trataré de explicar por qué estoy convencido de que esta “creencia” es la realidad para mí. Fui bautizado y crecí en una familia católica. Tuve una infancia y adolescencia que considero feliz, y siempre me sentí amado por mis padres. Participé en un grupo juvenil católico que recuerdo con gusto. Comencé a ser consciente de tener atracción al mismo sexo (AMS) al inicio de mi adolescencia. Estas atracciones aún no estaban plenamente “sexualizadas” y eran una combinación con deseos sanos de amistad y admiración, los que debe tener cualquier niño y adolescente para identificarse con su mismo sexo. Nunca cuestioné estos sentimientos. Nunca me inquietaron y siempre los vi como parte de mí. No platiqué con nadie de estas atracciones, pero tampoco sentí alguna vez la necesidad de hacerlo. Al final de mi adolescencia di pie a un evento desagradable que llevó a que mis papás me cuestionaran si tenía AMS. Aunque nunca lo mencionamos abiertamente, yo lo negué, ya sea por miedo, vergüenza o inmadurez. Probablemente terminé por creer mi mentira. Me propusieron una cita con un psicólogo. En la consulta manipulé fácilmente la conversación, contestando lo que era obvio para que la opinión del profesional a mis papás fuera algo así como: “Señores padres, no se preocupen, no hay nada malo con su hijo, probablemente fue solo un evento aislado o desliz”. La vida continuó y en la universidad, experimenté de nuevo AMS y atracciones heterosexuales. Los estudios, bonitas amistades y deportes me permitieron estar ocupado sanamente esos años y no tener una vida sexual activa a pesar de que estaban presentes. 

Una vez que comencé mi vida laboral y con un sentido de independencia nuevo para mí (laboré en el extranjero en un trabajo que profesionalmente me motivó mucho), comencé a confrontar mi AMS con mi creencia católica. Intenté permanecer en un grupo de la iglesia para jóvenes adultos, pero el tema no se trataba. Me documenté con literatura mundana que encontraba en revistas y periódicos. Finalmente me convencí de que, si Dios es amor, no hay nada de malo en que dos personas del mismo sexo “se amen”.  Resuelto el dilema, que confieso nunca me quitó el sueño, me permití, poco a poco, ir solo, por primera vez a discotecas gay, tener un par de amigos “especiales” con los que desarrollamos dependencias emocionales y AMS. El primero por solo unos meses y el segundo, años más tarde, también por varios meses. Sin embargo, dejé de comulgar y eventualmente dejé de asistir a misa.

Mi experiencia de AMS la mantenía oculta de mi familia, amigos y vida laboral. Algunos años pasaron y, sin darme cuenta, mi doble vida y mi falta de espiritualidad fueron creando en mí, sin darme cuenta, un vacío. En una visita a la ciudad en la que trabajaba, mis papás se enteraron de mi AMS por un mensaje telefónico que escucharon “accidentalmente” (o no) de un amigo que era mi pseudo novio. Mi madre me cuestionó y lo que le contesté en automático fue que ella se enteraba en ese momento, pero yo había lidiado con esa situación toda mi vida. No estaba preparado para entender la situación, el dolor que le causé, ni poder dar otra respuesta. La comunicación con mi padre se estancó.

Meses después, el vacío del que no me había dado cuenta creció y explotó en una crisis emocional en una madrugada en la que rompí con mi pseudo novio con el que tenía una dependencia emocional. Yo no pude seguir el paso del ritmo de vida que él llevaba, abiertamente gay. Recuerdo vagamente haber hablado por teléfono con mis papás a la mañana siguiente y expresar a mi madre lo quebrado que estaba. En un intento por reconstruirme, asistí por instinto a la misa dominical de la parroquia local. La señora lectora de la primera lectura me transmitió serenidad con su tono de voz y una mirada a mí (entre todos los asistentes) que hasta la fecha no me explico. Al salir de misa, conteniendo mi llanto, tomé sin prestar cuidado el periódico parroquial que me ofrecieron y lo arrojé al asiento del auto. Se abrió en una página y de inmediato noté en el título de un artículo la palabra “gay”. Comencé a leerlo y trataba del libro “Beyond gay” (más allá de ser gay) del autor David Morrison. No podía creer lo que leía. Por primera vez hubo una respuesta a lo que años atrás había tratado de responder en mi mente con el falso silogismo de “si Dios es amor…”.  Me quedé dentro del auto en el estacionamiento de la parroquia por mucho tiempo, leyendo de nuevo el artículo. Al final del artículo mencionaban un número 800 de un tal grupo Courage. Inmediatamente llamé y al no contestarme nadie por ser domingo, dejé un mensaje en la grabadora. No puede dormir esa noche por la ansiedad. Salí de viaje de trabajo y verificaba frecuentemente la grabadora de mi teléfono esperando una respuesta. Finalmente recibí la llamada de Tina, una asistente del apostolado. Pensé que hablaba con un ángel. Me dijo que no tenía por qué angustiarme y me dio información para contactar al grupo de Dallas-Forth Worth en Texas, donde viví por trabajo varios años. Ese capítulo fue mi primer contacto con Courage. La entrevista inicial del entonces capellán, padre Mark Seitz – hoy obispo en El Paso – me llenó de esperanza. Aunque sentí una ducha de agua helada y me paralicé cuando le escuché decir la palabra castidad, no me importó; acepté ir a las juntas. Un nuevo mundo se abría para mí. Un mundo en el que por fin todo tenía sentido. Comencé a comulgar después de no hacerlo por varios años y lo que aprendí en los siguientes meses y años me permitió descubrir mi fe. No había entendido ni experimentado lo que en el catecismo de mi infancia me enseñaron como “Dios”. Por fin vivía en un mundo real y no tenía que llevar una doble vida. He aprendido lo que el catecismo de nuestra iglesia dice acerca de las AMS. 

Han pasado muchos años y esta realidad no ha sido fácil. He batallado con muchas caídas e innumerables ciclos de confesión para volver a comulgar. Todas estas confesiones son un privilegio divino, en especial las del padre Mark Seitz y John Harvey, QEPD, (a quienes considero santos). Regresé a vivir a México y gracias a Dios he podido participar en un grupo de Courage en mi ciudad. Aunque el grupo no siempre ha funcionado bien por varios motivos, el sentido de pertenencia a Courage, al que considero mi familia, me ha permitido lidiar con adicciones, malos hábitos, una amistad con un joven menor que yo, con quién desarrollé una dependencia emocional y traté de suplantar la confianza en Dios, entre otras cosas, pero, lo más importante, me ha permitido vivir en la Iglesia Católica.

Hace unos años, una persona que consideraba asistir a las juntas de Courage me preguntó a manera desafiante si soy feliz. Movido por el Espíritu Santo y de manera transparente le respondí sin titubear, “No, no soy feliz, pero desde que conocí el apostolado y regresé a la iglesia, tengo una paz que prefiero a toda la felicidad que me pueda dar este mundo”.

Todos los días inicia de nuevo una batalla para vivir en castidad y morir a mi viejo yo, pero, como se comenta en las reuniones de Courage, todos los creyentes, tengamos o no AMS, estamos llamados a esta batalla. Como todos, tengo temores y dudas de mi futuro, pero Dios me regala su paz y amor en cada detalle de la vida. Le doy gracias por permitirme estar consciente de esta realidad y no vivir en la ficción de lo que el mundo ofrece.

Al final del día, tener AMS pierde relevancia en mi realidad. Pierde relevancia saber cuáles fueron las causas; si las pude haber evitado o no, alimentándolas durante mi infancia o adolescencia; si pude y debí haberme casado y formado una familia. En esta realidad, que supera a cualquier ciencia ficción, todo es irrelevante. Lo que más importa es mi relación con Dios. Sin embargo, Dios se ha valido de mi AMS para que lo conozca y sepa que soy su hijo amado. Se ha valido de esta experiencia de AMS para infundirme el deseo de la amistad íntima con Jesús. Se ha valido de ella para recordarme cada día de la importancia de confiar en Su Espíritu Santo.