«Somos mucho más que solo sentimientos y emociones … somos hijos de Dios»- Testimonio de un miembro de Courage
«Somos mucho más que solo sentimientos
y emociones… somos hijos de Dios»
Testimonio de un miembro de Courage
Ha pasado algún tiempo desde el primer día que llegué al apostolado Courage. Aún recuerdo aquella primera reunión en la que me cedieron la palabra para compartir, y recuerdo muy bien que no pude hablar. Las palabras se agolparon en mi garganta convirtiéndose en un nudo y un temblor intenso se apoderó de todo mi cuerpo. Estaba ahí, por primera vez, haciendo frente a algo que prácticamente desde muy temprana edad ya había comenzado a notar que sucedía conmigo, sin embargo, nunca me había atrevido a aceptar y mucho menos reconocer ante otras personas.
Nací y crecí en una familia numerosa que, quizás como muchas otras, enfrentaba grandes retos en diferentes ámbitos. Aún en medio de estas circunstancias se nos transmitió la fe y muchos otros valores que hoy puedo reconocer. Sin embargo, a través del tiempo y las diferentes pruebas que fuimos atravesando como familia y a nivel personal, mi fe y confianza en Dios se fue erosionando.
En ese punto de mi vida las enseñanzas que había recibido sobre la fe prácticamente habían perdido sentido y mis ideales comenzaron a centrarse más bien en cuestiones prácticas comprobables. Y a medida que pasaba el tiempo más me convencía de que iba por el mejor camino, ya que comencé a creer que muchas de las cosas que había aprendido eran erróneas o anticuadas.
Continuaba mis estudios, y a pesar de que sentía que crecía mi formación, por otro lado, sentía que mi felicidad y plenitud iban en decremento. Fue en este preciso periodo de mi vida, que siento, me topé con una pared; pues me sucedió algo que no pude ignorar más, era verdad, me atraían las personas de mi mismo sexo. Reconocí esto después de conocer a una persona que, parecía ser exactamente “la respuesta”, “el camino” a eso que justo me hacía falta para alcanzar la plenitud.
Si reconocer esta situación a nivel personal fue todo un reto, el solo pensar hablarlo o compartirlo con la familia parecía ser algo más que imposible, pues parecía ir totalmente en contra con todo aquello que se me había enseñado. Así que mi primera reacción fue guardar silencio y no hablar de esto con nadie, tal vez, simplemente, continuar con mi vida como si nada hubiera sucedido.
Pasó el tiempo, y más personas que “cumplían el perfil” llegaron a confirmar una y otra vez aquellos sentimientos que siempre quise ignorar. Creo, en ese momento, mi vida comenzó a complicarse aún más, pues las cosas en la familia no andaban bien, mi trabajo era muy demandante y mi situación personal parecía cada vez más compleja. Sentía que vivía bajo mucha presión. Necesitaba, de alguna forma, quitarme peso de encima.
Para entonces estaba considerando definitivamente hablar con mi familia sobre lo que me pasaba. Pues todo este tiempo, era algo que solo guardaba para mí, más había llegado el punto que no podía seguir guardándolo. Sabía que causaría un “terremoto”, pero estaba dispuesto, quería finalmente “ser feliz”. Pero a pesar de toda esta seguridad y planeación, algo muy profundo en mí me decía que tal vez ese no era el camino.
Recuerdo toda esta lucha interna, qué pensar, no saber a quién recurrir: ¿Eran aún los remanentes de mis creencias?, ¿Era “el qué dirán” ?, ¿Era mi verdadera identidad?, ¿Era mi destino?, etc. Por supuesto, ni Dios ni la Iglesia figuraban como opción, así que recurrí a libros y sitios en la red que abordaban este tema. Encontraba diferentes enfoques, diferentes explicaciones, algunos a favor, algunos en contra, algunos que dejaban al lector tomar una decisión o postura personal, etc.
En medio de tantas posturas y opiniones, aun así, no lograba encontrar algo que realmente diera una “respuesta” a lo que sucedía en mi vida: ¿quién tenía la razón? Las cosas no parecían mejorar sino complicarse más, pues ya no solo eran sentimientos y emociones, ya llevaba algún tiempo con ciertas conductas y hábitos que más que ayudar complicaban más mi situación.
¿Qué hago?, ¿Qué está pasando?, ¿Estoy loco? Son solo algunas de las preguntas que pasaban por mi cabeza día tras día. Hasta que un día, en medio de esta indecisión, pasando por una Iglesia, me encontré que el Santísimo estaba expuesto y decidí entrar. Contra todos mis ideales, necesitaba respuestas. Claro, aquel primer encuentro no fue nada “romántico”: “Si hay alguien ahí…”, “Si Tú eres el que dicen…”, “Si Tú estás ahí…” y cosas por el estilo, solo reclamaciones y llanto fue lo que llegó a mi cabeza. Este tipo de visitas se repitió por algún tiempo y aparentemente solo obtenía silencio a mis preguntas. Hasta que un día, visitando la Iglesia me topé con un anuncio.
Aquel anuncio hablaba sobre la enseñanza de la Iglesia sobre precisamente lo que sucedía en mi vida. No lo podía creer, básicamente lo que creía saber sobre la Iglesia y este tema solo era castigo, juicio, destrucción, condenación, etc. Tenía que saber más sobre ello, pero ahora desde este otro ángulo que había ignorado. El anuncio invitaba a una conferencia, a la cual decidí acudir.
Al dirigirme al lugar, esperaba quizás un sermón un juicio o un ataque, mas no sucedió nada de eso. Escuché una invitación a descubrir a Dios en medio de la situación que vivía, a conocerme a mí mismo, al encuentro y al servicio de otros. Pero lo que más llamó mi atención fue la invitación a vivir la castidad. Sí, la castidad, una palabra quizás hasta entonces desconocida en mi vocabulario. Y si la había escuchado me sonaba más bien como a soledad, tristeza, amargura, represión, antigüedad.
Salí de aquel lugar con nueva información mas no parecía ser para mí aquello. “¿Castidad? A quién se le ocurre proponer algo como eso” me dije a mí mismo. Sin embargo, ya había quedado la semilla. Pero el tiempo me hizo comprender, que tal vez, ese era el camino que estaba buscado. Y solo algunos meses después me propuse probar aquel camino, así podría confirmar que no era algo útil.
Así asistí a aquella primera reunión del apostolado Courage, y de esa siguieron muchas más. Ha pasado el tiempo y han pasado muchas cosas alegres otras no tanto, pero en cada una de ellas he podido notar la gracia y la misericordia de Dios obrando, mostrándome mis luces y sombras, las cosas que me marcaron para bien o que no fueron del todo constructivas. Y que como todos los seres humanos somos mucho más que solo sentimientos y emociones, que somos mucho más que una imagen en un perfil, que no somos obra de la casualidad y que nadie podrá reemplazar nuestro lugar en la historia. Somos hijos de Dios y podemos acudir a Él desde siempre.
Sigo asistiendo Courage, pues es un lugar donde, de alguna forma, pareciera que ya te conocen de hace mucho tiempo y conoces a quienes apenas se integran por primera vez. Básicamente estás en los zapatos de los demás y los demás están en tus zapatos. Y en la compañía de nuestros capellanes descubrimos el plan de Dios para cada uno de nosotros, plan que suele superar lo que habíamos imaginado para nosotros.
Agradezco enormemente a nuestro capellán, en el capítulo, por su enorme paciencia y esfuerzo al acompañarnos y escucharnos.
Courage Guadalajara, México