El Rosario: caminando de la mano de María

El Rosario: caminando de la mano de María

Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r.*

Sin [la contemplación] el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: "cuando oréis no seáis charlatanes como los paganos que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad" (Mt 6,7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso que favorezcan en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del Corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza. [1]

El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano. [2]

Las palabras de San Pablo VI y San Juan Pablo II pueden causarnos una cierta extrañeza pues en general identificamos el Rosario con la oración vocal y esta, erróneamente, con una forma superficial de orar, como si esta forma fuera, de por sí, un palabreo vacío. Santa Teresa de Jesús, gran maestra de vida espiritual enseña que toda oración es interior antes que exterior, es mental antes que vocal. [3] Así, lo más importante no es la forma de la oración, sino la actitud interior en el momento de la oración.

Para que tengamos una mayor conciencia de la riqueza del Rosario, vale la pena recordar que ésta es una oración muy completa: si al rezarlo comunitariamente, sobresale la modalidad de oración vocal a causa de la repetición en voz alta y pausada de las palabras evangélicas; si lo rezamos en comunidad o privadamente es una oración que mueve a la meditación, pues cada misterio del Evangelio es una invitación a escuchar la Palabra, acogerla y meditarla en el corazón (cf. Lc 2, 19.51); es una oración bíblica, porque su estructura está basada en los Misterios de la vida de Cristo; es una oración mariana porque recordamos a Cristo con María, comprendemos a Cristo desde María, nos configuramos a Cristo con María, rogamos a Cristo con María y anunciamos a Cristo con María [4] y finalmente, como mencionamos al inicio, el Rosario es una oración contemplativa y tiene a nuestra Madre como modelo de contemplación.

La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7). [5]

Si rezamos el Rosario procurando hacerlos con las mismas disposiciones de la Virgen, la Gracia que el Señor derrama en nuestro corazón podrá dar más frutos y poco a poco, iremos penetrando, con mayor inteligencia espiritual, en la Revelación de Dios y viendo, con los ojos del espíritu, las luces que Él quiere darnos para mejor caminar en nuestra vida de fe.

La oración del Santo Rosario puede, efectivamente, ayudarnos a cultivar una fructífera vida espiritual. Si al rezar la oración que el Señor nos enseñó, logramos rumiar cada una de sus peticiones; si en la repetición litánica de las palabras del Ángel y de Isabel a la Virgen, logramos tener presente el Misterio que ellas evocan y si concluimos cada decena proclamando el Gloria en espíritu de adoración, esta oración tradicional de la Iglesia podrá introducirnos en “la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria”. [6]


Referencias

1. PABLO VI, Carta Apostólica Marialis cultus, 47 en https://bit.ly/3DguAiQ
2. JUAN PABLO II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, 5 en https://bit.ly/3TlN9rm (de ahora en adelante RVM).
3. SANTA TERESA DE JESUS, Camino de perfección, 25,3.
4. Cf. RVM, 13-17.
5. RVM, 10.
6. Ibid., 19.

* Lícia Pereira es laica consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y en este momento reside con su comunidad en Brasil.

 


Podemos aprovechar nuestras heridas para crear algo bueno e incluso bello — Testimonio de una madre de EnCourage

Podemos aprovechar nuestras heridas para crear algo bueno e incluso bello
Testimonio de una madre de EnCourage

 

Es un verdadero honor poder compartir nuestra maravillosa experiencia en el apostolado EnCourage. Echando la vista atrás para escribir este testimonio, nos damos cuenta del “antes’”y el “después”en nuestra vida.

El “antes”

Hace tres años, nuestra hija nos dijo que sentía que era bisexual y que, incluso en sus últimos años de adolescencia, no había sentido atracción sexual en absoluto, sino que se veía entablando relaciones, tanto con hombres como con mujeres, en el futuro. En un primer momento, cuando nos compartió esto, pensamos que era solamente una fase de confusión y que pasaría con el tiempo.

Sin embargo, el tiempo pasó y nuestra hija inició una relación con una persona de su mismo sexo. Tenía mucha prisa en hablar de ello y trataba de conseguir que aceptásemos las uniones del mismo sexo. Inevitablemente, sentimos mucha angustia y nos vimos desbordados por la situación. Intentamos leer todos los libros y artículos que pudimos sobre temas como la ideología de género para comprender mejor la situación y encontrar respuestas a nuestro desconsuelo. 

Hoy en día, nuestra hija está menos dispuesta a hablar sobre su atracción y evita cualquier conversación al respecto. Es una mujer muy inteligente y utiliza la racionalidad en todos los aspectos de su vida cotidiana. Sin embargo, en lo que concierne a este esquema ideológico adoptado, ha suspendido toda racionalidad. Nos damos cuenta de que le resulta incómodo hablar de sus nuevas creencias, pero, al mismo tiempo, sentimos la obligación, como padres, de ayudarle, con amor, con el vacío y confusión que experimenta.

Al principio, como madre me sentí impotente y sin recursos. Dado que nuestra parroquia no ofrecía consejería en esta área, decidí recurrir a un psicólogo. Al no encontrar ahí ninguna ayuda, empezó mi desesperación. Por la gracia de Dios, buscando en internet, encontré el sitio web de Courage y para mi gran sorpresa encontré un capítulo cerca de donde vivimos. Llamé de inmediato y Pablo, miembro de Courage, pasó buena parte de la tarde ofreciéndome consuelo, consejo espiritual y aliento. Nunca podré estar lo suficientemente agradecida por aquella conversación. Nos invitó a las reuniones del capítulo.

El “después”

El misterio del plan de Dios para nosotros, en que las circunstancias adversas se convierten en un peregrinar transformador de vidas y corazones, empezó con EnCourage. Todos tenemos nuestras heridas y recuerdos difíciles que pueden afectarnos e incluso atormentarnos. Tenemos la opción de dejarnos consumir por ellos, o podemos aprovecharlos para crear algo bueno, e incluso bello. Sin duda, EnCourage representa la segunda alternativa.

Recibimos una acogida muy calurosa en nuestra primera reunión de EnCourage, donde los miembros del grupo compartieron sus sufrimientos y alegrías con plena sinceridad y franqueza. Los miembros estamos invitados a formar parte de una comunidad más grande en Cristo. EnCourage es un lugar donde podemos escuchar y ser escuchados con compasión y amor, tal y como haría Cristo. Pasito a pasito, estamos aprendiendo a nutrir nuestro crecimiento como cristianos y testigos de las enseñanzas de la Iglesia Católica Romana. Nos estamos esforzando para ser mejores cristianos primero, para poder después dar testimonio, de la misma manera que en un caso de emergencia los pasajeros de un vuelo se ponen sus propias mascarillas de oxígeno primero, para poder después ayudar a otros.

En cada reunión de EnCourage se vive una gran camaradería. Es verdaderamente un lugar donde podemos compartir nuestras dificultades y tribulaciones con otros padres, tíos, abuelos, hermanos y familiares, en general, que viven situaciones similares. También oramos los unos por los otros. Nuestras reuniones empiezan con una oración y una reflexión de la Biblia, guiados por nuestro sacerdote, el capellán de EnCourage. Luego, recordamos las Cinco metas de EnCourage. Después, nuestro líder da la bienvenida a nuevos miembros y nos mantiene en el camino correcto. Comprendemos que nuestra prioridad, sobre todo como padres de hijos con atracción al mismo sexo (AMS), es esperar a nuestros hijos con los brazos abiertos, como hace el padre en la parábola del Hijo Pródigo. En nuestro caso, listos para abrazar a nuestra hija cada vez que vuelve. Con la ayuda de Dios, seremos capaces de entender sus necesidades y los retos que conlleva experimentar AMS. Pero, sobre todo, estamos aprendiendo a poner a Dios en el centro de nuestras vidas, a abrazar nuestras cruces con obediencia, paciencia y perseverancia. Estamos encontrando el regocijo en los sacramentos de la Eucaristía y la Reconciliación, en la consagración a María, con la oración diaria del rosario y novenas para intenciones particulares y en la Adoración del Santísimo. 

Poco a poco, y no sin algún tropiezo, estamos aprendiendo a vivir estas dos cosas distintas, sin contradicciones: la libertad y la dignidad. Esto se traduce en comprender las elecciones de nuestra hija y al mismo tiempo permanecer fieles a la Verdad. Nuestra intención es siempre mantener una buena relación con ella y, sobre todo, confiar en el plan de Dios para nosotros y para nuestra hija. Con la gracia de Dios, estamos preparados para tener las palabras adecuadas y el amor incondicional para ella cuando regresa a casa o nos llama, y para ayudarla, con el tiempo, a que pueda recuperar su verdadera libertad. Como padres aceptamos que, pase lo que pase, Dios es incesante en su amor y confianza para con nosotros y, por lo tanto, debemos comprometernos a confiar en los demás, especialmente en nuestros hijos.

En el apostolado EnCourage experimentamos la importancia de permanecer al lado de nuestros seres queridos, cuidándoles, de la misma manera que nuestro Señor está siempre a nuestro lado. Es nuestra vocación estar al lado de nuestros hijos para guiarles con claridad y caridad, sin rechazarles ni a ellos ni a la Verdad. Por último, Dios nos allana el camino para acompañar a nuestros hijos con amor y paciencia de la misma forma que Él lo hace, enseñándonos el Camino.

Si vuestra situación es parecida a la nuestra y os encontráis con esta carga, que es difícil de llevar, sabed que resulta una verdadera bendición poder formar parte de un capítulo de EnCourage (¡el nombre no podría ser más adecuado!) Si encontráis un capítulo de EnCourage cerca de vosotros, experimentaréis una comunidad de amor, compasión y espiritualidad. En el capítulo de EnCourage hemos encontrado el abrazo que nuestro Señor y nuestra Madre la Virgen María nos dan a través de la Iglesia. Aquí en España, EnCourage es una gran familia que está creciendo rápidamente, con los cimientos bien fundados para acompañarnos en nuestro peregrinar. Cada reunión que tenemos nos llena de la fortaleza que necesitamos para continuar, con fuerza renovada. Siempre es alentador fijar la fecha para la siguiente reunión, que ya anticipamos con alegría y esperanza.

FM, EnCourage Toledo, España


La virtud de la perseverancia en el combate espiritual


La virtud de la perseverancia en el combate espiritual

Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r.*

Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste aquella solemne profesión delante de muchos testigos (1Tm 6,12)

Este versículo de la carta de San Pablo a Timoteo es clásico para indicar un tema importante en la vida del cristiano: el combate espiritual. Pero, ¿qué es el combate espiritual? La expresión puede sonar arcaica a los oídos del hombre moderno, sin embargo, la realidad a la que hace alusión no ha perdido su actualidad. Se trata de la disposición a eliminar todo aquello que es obstáculo para la unión con Dios, para así caminar hacia el fin último de toda persona humana: la Vida Eterna.

La Sagrada Escritura nos habla abundantemente de los obstáculos que el creyente debe superar para perseverar en su fe. San Juan, por ejemplo, en su primera carta aconseja:

No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo - la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas - no viene del Padre, sino del mundo (1Jn 2,15-16)

Tras las huellas de la Palabra de Dios, muchos autores espirituales han identificado los tres grandes “enemigos” del cristiano: el Mundo, el Demonio y la Carne. Con esta clasificación dichos autores han querido identificar las fuentes de nuestros actos pecaminosos. La Escritura y en la tradición espiritual cristiana también nos advierten que dichos enemigos están siempre presentes en nuestro caminar. Así San Pedro exhortaba a los cristianos que sufrían por las persecuciones a estar siempre vigilantes y perseverantes en su fe, pues el Enemigo no descansa:

Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos (1Pe 5,8-9)

La dinámica general que hemos descrito arriba se realiza en cada fiel cristiano de una forma muy personal. Así, puede que uno sufra una fuerte tendencia a la soberbia que, a veces, lo lleva a creerse mejor que los demás; o que no logre desapegarse totalmente de los bienes materiales y se cierre a la caridad; o que ceda a la lujuria o se deje llevar por la gula o por la envidia. Sea cual sea la mala inclinación particular, la verdad es que todos los cristianos, con mayor o menor intensidad y frecuencia, necesitamos combatir nuestras tendencias pecaminosas para que estas no se vuelvan actos de pecado y nos lleven a conducir una vida de pecado.

Los maestros de la vida espiritual, para evitar que las tendencias de pecado se transformen en un estilo de vida pecaminoso, nos ofrecen varios consejos, pero yo quisiera solamente mencionar una virtud que, si la cultivamos nos ayudará, ¡y mucho!, en nuestro combate espiritual: la perseverancia. La perseverancia es la virtud por la cual nos mantenemos firmes en nuestros propósitos sin desalentarnos con las dificultades y obstáculos que se nos presentan en nuestro caminar. En el contexto de la vida espiritual, está íntimamente unida a la virtud de la esperanza, que es “la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” [1]. Si llegamos a vislumbrar la belleza del horizonte indicado por el don teologal, la supuesta felicidad que el pecado propone pierde todo su atractivo, pues, la esperanza

corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad [2].

Confiados en el don de Dios que nos sostiene en nuestro camino de unión con Él y firmes en nuestro propósito de ser fieles, recordemos las palabras del Señor: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” (Lc 21,19).

 


Referencias:

1. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, 1817.
2.  Ibid., 1818.

* Lícia Pereira es laica consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y en este momento reside con su comunidad en Brasil. 

 


“La niña de Tus ojos”-Testimonio de una mujer miembro de Courage

“La niña de Tus ojos”
Testimonio de una mujer miembro de Courage

 

¿Cómo empezar a contar mi testimonio de vida? Lo haré en el nombre de la Santísima Trinidad.

Soy una de tantas mujeres que vive en secreto su atracción al mismo sexo (AMS). Tengo 46 años de edad, soy madre de dos bellos hijos varones, vivo en un pequeño país de Centro América, donde ejerzo una profesión que me apasiona y por la que he conocido a muchas personas.

Soy hija de una madre soltera, quien desde los 25 años se esforzó por enseñarme valores y principios, preocupándose por mi educación integral, por lo que, durante mi infancia y adolescencia, procuró que me educara en un colegio católico, donde aprendí las enseñanzas de la Iglesia.

Desde que era pequeña, las mujeres se han acercado a mí. Recuerdo que en el colegio tenía algunas compañeritas que me demostraban su afecto de una manera distinta, incluso una de ellas con tan solo 13 años de edad me confesó que estaba enamorada de mí. En aquel momento sentí vergüenza, pena e incomodidad, porque pensaba que yo era la causante que mis compañeras se sintieran atraídas hacia mí. Esta etapa de mi vida fue frustrante porque no sabía con exactitud lo que pasaba a mi alrededor y no podía contar con el apoyo de mi madre porque, hasta la fecha, ella no sabe, pero creo que intuye que experimento AMS.

Nunca conocí a mi padre, y he de confesar que siempre añoré conocerlo; sin embargo, el día que mi mamá logró contactarse con él le platicó de mí y le dijo que deseaba que nos conociéramos. Tan grande fue el deseo de mi madre, que logró que yo viajara junto con ella a Estados Unidos, lugar donde residía mi padre. En el día y la hora fijada para el encuentro yo estaba muy nerviosa y feliz a la vez, porque después de 14 años conocería a mi padre. Sin embargo, ese día volví a sentir frustración y tristeza, pues mi padre “me dejó plantada” (como decimos aquí en mi país); no se presentó a la cita. Pero al día siguiente estando en el apartamento de mi tía -donde me estaba hospedando esos días- sonó el teléfono y, casualmente, yo contesté la llamada. Era mi padre. Me pidió disculpas por no presentarse a la cita, pero me dijo que me había visto de lejos y ahora sí me quería conocer. Con el dolor y la tristeza que sentía en el corazón, le respondí que su oportunidad había terminado y que nunca en su vida me volviera a buscar.

En la etapa universitaria siempre busqué la compañía de hombres, porque me sentía a gusto con ellos, me comportaba como ellos, jugaba como ellos y en mi entorno familiar siempre había convivido con mi primo y amigos de la cuadra, quienes me consideraban como una más de la pandilla. Todo esto hacía que mi forma de vestir y mis gestos fuesen algo bruscos.

A pesar de todo esto, dentro de los vecinos de la cuadra conocí a quien fue mi esposo; fuimos novios por ocho años y luego nos casamos. Estuvimos juntos como matrimonio por 15 años, después de ese tiempo, nos separamos. Durante esa etapa no experimenté dificultades con la AMS, que quedó engavetada por varios años. ,hasta que en un momento conocí a una gran amiga que, en ese entonces, era madre soltera con un hijo de la edad de mi hijo mayor. Vivimos muchas cosas juntas, compartimos horario de los entrenamientos de natación y karate de los niños. Nos conocimos demasiado. Ella me consentía, me apoyaba, me escuchaba y quería muchísimo a mis hijos, quienes le decían tía. Nunca pasó nada con ella, solo era ese cariño y afecto que a ambas nos envolvía, nos hacía sentir cómodas. Para ese entonces mi esposo ya no tenía interés en mí, solo teníamos problemas y, como era obvio, sentía muchos celos de mi amiga.

A la fecha no sé si ella sintió algo por mí, estoy segura de que sí, pero yo quise terminar con ese sentimiento que me carcomía por dentro. En ese tiempo, le pedí al Señor discernimiento para hacer lo que tenía que hacer. Y así pasó, tuve la oportunidad de hacer un viaje a Europa y aproveché para antes de partir escribirle una carta a mi amiga y confesarle lo que sentía desde el primer día que la conocí. Recuerdo que se la entregué y le dije que si ella consideraba que platicáramos sobre el tema que lo hiciéramos al regresar de mi viaje. De eso hace ya seis años y nunca más supe de ella. Mi petición estaba concedida, me alejé de lo que no podía ser.

Mientras tanto, la situación con mi esposo era muy mala, al punto que él decidió marcharse de la casa. El motivo de separación infidelidad de su parte, pero he de aclarar que de una u otra manera yo también fui infiel desde el momento que le preste atención a la relación con mi amiga. Esta situación provocó nuevamente en mí esa tristeza y frustración, sumado al sentimiento de desprecio por segunda vez en mi vida. No sé si mi conclusión es certera, pero creo que lo sucedido con mi padre y mi esposo, contribuyó a que yo experimente atracción al mismo sexo.

Al poco tiempo, mi esposo y yo nos divorciamos, fue entonces cuando mi AMS se despertó nuevamente y esta vez de manera intensa. Ahora mi deseo fue ir más allá, con la justificación de que ahora que estaba sola, podía experimentar lo que siempre he sentido hacia las mujeres.

En el 2017 conocí a una muchacha, casada, con dos hijos, y mi calvario empezó otra vez. Empezamos a conocernos y a tener un acercamiento, las dos sentimos una atracción muy fuerte, concretándose en un encuentro físico en el año 2019. Para mí fue una experiencia dura porque nunca había estado con una mujer; pasaron días y semanas y lo que creí que sería una experiencia bonita, resultó ser una experiencia de mucha culpa. Sentía que había cometido doble pecado: lujuria y adulterio, porque ambas estábamos casadas por la Iglesia.

Como siempre, mi buen Padre Dios, viéndome como a “la niña de Sus ojos”, hizo que el Espíritu Santo trabajara en mí. En una de esas tantas noches de insomnio y desaliento me llamó al encuentro con Él. Luego de pasar toda una noche en vela, y al ver los primeros rayos de sol sobre mi rostro, se acrecentó en mí el deseo de ir a Misa y precisamente era domingo, Día del Señor. Me levanté muy de madrugada con muchas ansias de recibir el sacramento de la confesión. Experimenté una llama tan intensa en mí que no puedo describir lo que sentía, solo recuerdo que sentía un gran calor por todo mi cuerpo. Al llegar a la Iglesia lo primero que hice fue buscar el confesionario, y en esa oportunidad me atendió el párroco, un hombre de avanzada edad. Esta situación, hizo que me sientiera nerviosa. Sin embargo, fue gracias a él que hoy estoy en el apostolado Courage. El buen sacerdote me escuchó muy amablemente, me dio consejos y me invitó a que llamara a la coordinadora del apostolado. Así lo hice y me pasó algo indescriptible. Resulta que al llamar al número telefónico de la coordinadora, ella me tenía registrada dentro de sus contactos porque somos vecinas del lugar donde resido, -no dudo que fue una obra de Dios-, aunque déjenme decirles que para mí fue vergonzoso ese primer contacto, pero así sucedió. Fue bueno saber que en el apostolado Courage se respeta nuestra privacidad.

Desde hace dos años pertenezco a este maravilloso apostolado, donde recibo mucho apoyo y dirección por parte de nuestro capellán, a quien yo estimo mucho porque el trato hacia nosotras es de mucho respeto y acogida, que es lo que necesitamos. ¡Me siento a gusto platicando con él!

En el apostolado he encontrado esa aceptación y comprensión en relación a la AMS que experimento. En nuestros diálogos veo que en ningún momento se nos juzga, al contrario, siento ese apoyo incondicional de personas que viven y experimentan lo mismo, y que en los tiempos de frustración y tristeza me escuchan y brindan consejos.

En esta etapa de mi vida y con todo lo que he pasado, le pido al Señor que siempre me cuide y me vea como a la “niña de Sus ojos”, y que me dé la fortaleza de seguir viviendo en castidad.

En este tiempo como miembro de Courage he podido apreciar los cambios que se han dado en mí, sobre todo la fortaleza para vencer esas tentaciones que a veces son agobiantes en mi diario vivir, y con ello estar atenta cuando se despierten nuevamente mis atracciones al mismo sexo, pues el enemigo sabe por dónde atacar. _Precisamente cuando decidí dar mi testimonio, me contactó una chica que me atrae para decirme que no deja de pensar en mí. Gracias a Dios Padre me separa de ella una distancia de más de 10,000 kilómetros.

Por las enseñanzas aprendidas en el colegio católico, siempre estoy en busca de estudios doctrinales que nos ofrece nuestra Madre la Iglesia, Precisamente estoy por terminar un Diplomado en Teología y Profundidades de la Fe, que me permite ampliar y fortalecer mis conocimientos, sobre todo mantener mi enfoque en el mensaje de la Salvación Divina.

La oración me permite mantener esa comunicación con Dios y que en los momentos de desanimo o tentación, me permite sentir su amor y protección, sin dejar de asistir a Misa para escuchar su Palabra.

Para mantener mi vida de castidad, me he alejado de todo aquello que incita al placer, desde el tipo de música y programas de televisión. Dedico mis horas de ocio, a la lectura y a actividades scouts (soy miembro activo de este hermoso movimiento), ayudándome a mantener esa vida casta.

Confío en que el Señor me ayudará a seguir adelante con mi vida, sin dañar ni dañarme y a ser una mujer feliz dando Gloria a Dios por la vida que me ha regalado.

Firma: “La niña de Sus ojos”