El Rosario: caminando de la mano de María

El Rosario: caminando de la mano de María

Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r.*

Sin [la contemplación] el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de Jesús: “cuando oréis no seáis charlatanes como los paganos que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad” (Mt 6,7). Por su naturaleza el rezo del Rosario exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso que favorezcan en quien ora la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del Corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza. [1]

El Rosario forma parte de la mejor y más reconocida tradición de la contemplación cristiana. Iniciado en Occidente, es una oración típicamente meditativa y se corresponde de algún modo con la «oración del corazón», u «oración de Jesús», surgida sobre el humus del Oriente cristiano. [2]

Las palabras de San Pablo VI y San Juan Pablo II pueden causarnos una cierta extrañeza pues en general identificamos el Rosario con la oración vocal y esta, erróneamente, con una forma superficial de orar, como si esta forma fuera, de por sí, un palabreo vacío. Santa Teresa de Jesús, gran maestra de vida espiritual enseña que toda oración es interior antes que exterior, es mental antes que vocal. [3] Así, lo más importante no es la forma de la oración, sino la actitud interior en el momento de la oración.

Para que tengamos una mayor conciencia de la riqueza del Rosario, vale la pena recordar que ésta es una oración muy completa: si al rezarlo comunitariamente, sobresale la modalidad de oración vocal a causa de la repetición en voz alta y pausada de las palabras evangélicas; si lo rezamos en comunidad o privadamente es una oración que mueve a la meditación, pues cada misterio del Evangelio es una invitación a escuchar la Palabra, acogerla y meditarla en el corazón (cf. Lc 2, 19.51); es una oración bíblica, porque su estructura está basada en los Misterios de la vida de Cristo; es una oración mariana porque recordamos a Cristo con María, comprendemos a Cristo desde María, nos configuramos a Cristo con María, rogamos a Cristo con María y anunciamos a Cristo con María [4] y finalmente, como mencionamos al inicio, el Rosario es una oración contemplativa y tiene a nuestra Madre como modelo de contemplación.

La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo «envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc 2, 7). [5]

Si rezamos el Rosario procurando hacerlos con las mismas disposiciones de la Virgen, la Gracia que el Señor derrama en nuestro corazón podrá dar más frutos y poco a poco, iremos penetrando, con mayor inteligencia espiritual, en la Revelación de Dios y viendo, con los ojos del espíritu, las luces que Él quiere darnos para mejor caminar en nuestra vida de fe.

La oración del Santo Rosario puede, efectivamente, ayudarnos a cultivar una fructífera vida espiritual. Si al rezar la oración que el Señor nos enseñó, logramos rumiar cada una de sus peticiones; si en la repetición litánica de las palabras del Ángel y de Isabel a la Virgen, logramos tener presente el Misterio que ellas evocan y si concluimos cada decena proclamando el Gloria en espíritu de adoración, esta oración tradicional de la Iglesia podrá introducirnos en “la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de gloria”. [6]


Referencias

1. PABLO VI, Carta Apostólica Marialis cultus, 47 en https://bit.ly/3DguAiQ
2. JUAN PABLO II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, 5 en https://bit.ly/3TlN9rm (de ahora en adelante RVM).
3. SANTA TERESA DE JESUS, Camino de perfección, 25,3.
4. Cf. RVM, 13-17.
5. RVM, 10.
6. Ibid., 19.

* Lícia Pereira es laica consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y en este momento reside con su comunidad en Brasil.