La virtud de la perseverancia en el combate espiritual

Author: Lícia Pereira


La virtud de la perseverancia en el combate espiritual

Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r.*

Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste aquella solemne profesión delante de muchos testigos (1Tm 6,12)

Este versículo de la carta de San Pablo a Timoteo es clásico para indicar un tema importante en la vida del cristiano: el combate espiritual. Pero, ¿qué es el combate espiritual? La expresión puede sonar arcaica a los oídos del hombre moderno, sin embargo, la realidad a la que hace alusión no ha perdido su actualidad. Se trata de la disposición a eliminar todo aquello que es obstáculo para la unión con Dios, para así caminar hacia el fin último de toda persona humana: la Vida Eterna.

La Sagrada Escritura nos habla abundantemente de los obstáculos que el creyente debe superar para perseverar en su fe. San Juan, por ejemplo, en su primera carta aconseja:

No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Puesto que todo lo que hay en el mundo – la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la jactancia de las riquezas – no viene del Padre, sino del mundo (1Jn 2,15-16)

Tras las huellas de la Palabra de Dios, muchos autores espirituales han identificado los tres grandes “enemigos” del cristiano: el Mundo, el Demonio y la Carne. Con esta clasificación dichos autores han querido identificar las fuentes de nuestros actos pecaminosos. La Escritura y en la tradición espiritual cristiana también nos advierten que dichos enemigos están siempre presentes en nuestro caminar. Así San Pedro exhortaba a los cristianos que sufrían por las persecuciones a estar siempre vigilantes y perseverantes en su fe, pues el Enemigo no descansa:

Sed sobrios y velad. Vuestro adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan los mismos sufrimientos (1Pe 5,8-9)

La dinámica general que hemos descrito arriba se realiza en cada fiel cristiano de una forma muy personal. Así, puede que uno sufra una fuerte tendencia a la soberbia que, a veces, lo lleva a creerse mejor que los demás; o que no logre desapegarse totalmente de los bienes materiales y se cierre a la caridad; o que ceda a la lujuria o se deje llevar por la gula o por la envidia. Sea cual sea la mala inclinación particular, la verdad es que todos los cristianos, con mayor o menor intensidad y frecuencia, necesitamos combatir nuestras tendencias pecaminosas para que estas no se vuelvan actos de pecado y nos lleven a conducir una vida de pecado.

Los maestros de la vida espiritual, para evitar que las tendencias de pecado se transformen en un estilo de vida pecaminoso, nos ofrecen varios consejos, pero yo quisiera solamente mencionar una virtud que, si la cultivamos nos ayudará, ¡y mucho!, en nuestro combate espiritual: la perseverancia. La perseverancia es la virtud por la cual nos mantenemos firmes en nuestros propósitos sin desalentarnos con las dificultades y obstáculos que se nos presentan en nuestro caminar. En el contexto de la vida espiritual, está íntimamente unida a la virtud de la esperanza, que es “la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo” [1]. Si llegamos a vislumbrar la belleza del horizonte indicado por el don teologal, la supuesta felicidad que el pecado propone pierde todo su atractivo, pues, la esperanza

corresponde al anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; asume las esperanzas que inspiran las actividades de los hombres; las purifica para ordenarlas al Reino de los cielos; protege del desaliento; sostiene en todo desfallecimiento; dilata el corazón en la espera de la bienaventuranza eterna. El impulso de la esperanza preserva del egoísmo y conduce a la dicha de la caridad [2].

Confiados en el don de Dios que nos sostiene en nuestro camino de unión con Él y firmes en nuestro propósito de ser fieles, recordemos las palabras del Señor: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” (Lc 21,19).

 


Referencias:

1. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, 1817.
2.  Ibid., 1818.

* Lícia Pereira es laica consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y en este momento reside con su comunidad en Brasil.