“La niña de Tus ojos”-Testimonio de una mujer miembro de Courage

“La niña de Tus ojos”
Testimonio de una mujer miembro de Courage

 

¿Cómo empezar a contar mi testimonio de vida? Lo haré en el nombre de la Santísima Trinidad.

Soy una de tantas mujeres que vive en secreto su atracción al mismo sexo (AMS). Tengo 46 años de edad, soy madre de dos bellos hijos varones, vivo en un pequeño país de Centro América, donde ejerzo una profesión que me apasiona y por la que he conocido a muchas personas.

Soy hija de una madre soltera, quien desde los 25 años se esforzó por enseñarme valores y principios, preocupándose por mi educación integral, por lo que, durante mi infancia y adolescencia, procuró que me educara en un colegio católico, donde aprendí las enseñanzas de la Iglesia.

Desde que era pequeña, las mujeres se han acercado a mí. Recuerdo que en el colegio tenía algunas compañeritas que me demostraban su afecto de una manera distinta, incluso una de ellas con tan solo 13 años de edad me confesó que estaba enamorada de mí. En aquel momento sentí vergüenza, pena e incomodidad, porque pensaba que yo era la causante que mis compañeras se sintieran atraídas hacia mí. Esta etapa de mi vida fue frustrante porque no sabía con exactitud lo que pasaba a mi alrededor y no podía contar con el apoyo de mi madre porque, hasta la fecha, ella no sabe, pero creo que intuye que experimento AMS.

Nunca conocí a mi padre, y he de confesar que siempre añoré conocerlo; sin embargo, el día que mi mamá logró contactarse con él le platicó de mí y le dijo que deseaba que nos conociéramos. Tan grande fue el deseo de mi madre, que logró que yo viajara junto con ella a Estados Unidos, lugar donde residía mi padre. En el día y la hora fijada para el encuentro yo estaba muy nerviosa y feliz a la vez, porque después de 14 años conocería a mi padre. Sin embargo, ese día volví a sentir frustración y tristeza, pues mi padre “me dejó plantada” (como decimos aquí en mi país); no se presentó a la cita. Pero al día siguiente estando en el apartamento de mi tía -donde me estaba hospedando esos días- sonó el teléfono y, casualmente, yo contesté la llamada. Era mi padre. Me pidió disculpas por no presentarse a la cita, pero me dijo que me había visto de lejos y ahora sí me quería conocer. Con el dolor y la tristeza que sentía en el corazón, le respondí que su oportunidad había terminado y que nunca en su vida me volviera a buscar.

En la etapa universitaria siempre busqué la compañía de hombres, porque me sentía a gusto con ellos, me comportaba como ellos, jugaba como ellos y en mi entorno familiar siempre había convivido con mi primo y amigos de la cuadra, quienes me consideraban como una más de la pandilla. Todo esto hacía que mi forma de vestir y mis gestos fuesen algo bruscos.

A pesar de todo esto, dentro de los vecinos de la cuadra conocí a quien fue mi esposo; fuimos novios por ocho años y luego nos casamos. Estuvimos juntos como matrimonio por 15 años, después de ese tiempo, nos separamos. Durante esa etapa no experimenté dificultades con la AMS, que quedó engavetada por varios años. ,hasta que en un momento conocí a una gran amiga que, en ese entonces, era madre soltera con un hijo de la edad de mi hijo mayor. Vivimos muchas cosas juntas, compartimos horario de los entrenamientos de natación y karate de los niños. Nos conocimos demasiado. Ella me consentía, me apoyaba, me escuchaba y quería muchísimo a mis hijos, quienes le decían tía. Nunca pasó nada con ella, solo era ese cariño y afecto que a ambas nos envolvía, nos hacía sentir cómodas. Para ese entonces mi esposo ya no tenía interés en mí, solo teníamos problemas y, como era obvio, sentía muchos celos de mi amiga.

A la fecha no sé si ella sintió algo por mí, estoy segura de que sí, pero yo quise terminar con ese sentimiento que me carcomía por dentro. En ese tiempo, le pedí al Señor discernimiento para hacer lo que tenía que hacer. Y así pasó, tuve la oportunidad de hacer un viaje a Europa y aproveché para antes de partir escribirle una carta a mi amiga y confesarle lo que sentía desde el primer día que la conocí. Recuerdo que se la entregué y le dije que si ella consideraba que platicáramos sobre el tema que lo hiciéramos al regresar de mi viaje. De eso hace ya seis años y nunca más supe de ella. Mi petición estaba concedida, me alejé de lo que no podía ser.

Mientras tanto, la situación con mi esposo era muy mala, al punto que él decidió marcharse de la casa. El motivo de separación infidelidad de su parte, pero he de aclarar que de una u otra manera yo también fui infiel desde el momento que le preste atención a la relación con mi amiga. Esta situación provocó nuevamente en mí esa tristeza y frustración, sumado al sentimiento de desprecio por segunda vez en mi vida. No sé si mi conclusión es certera, pero creo que lo sucedido con mi padre y mi esposo, contribuyó a que yo experimente atracción al mismo sexo.

Al poco tiempo, mi esposo y yo nos divorciamos, fue entonces cuando mi AMS se despertó nuevamente y esta vez de manera intensa. Ahora mi deseo fue ir más allá, con la justificación de que ahora que estaba sola, podía experimentar lo que siempre he sentido hacia las mujeres.

En el 2017 conocí a una muchacha, casada, con dos hijos, y mi calvario empezó otra vez. Empezamos a conocernos y a tener un acercamiento, las dos sentimos una atracción muy fuerte, concretándose en un encuentro físico en el año 2019. Para mí fue una experiencia dura porque nunca había estado con una mujer; pasaron días y semanas y lo que creí que sería una experiencia bonita, resultó ser una experiencia de mucha culpa. Sentía que había cometido doble pecado: lujuria y adulterio, porque ambas estábamos casadas por la Iglesia.

Como siempre, mi buen Padre Dios, viéndome como a “la niña de Sus ojos”, hizo que el Espíritu Santo trabajara en mí. En una de esas tantas noches de insomnio y desaliento me llamó al encuentro con Él. Luego de pasar toda una noche en vela, y al ver los primeros rayos de sol sobre mi rostro, se acrecentó en mí el deseo de ir a Misa y precisamente era domingo, Día del Señor. Me levanté muy de madrugada con muchas ansias de recibir el sacramento de la confesión. Experimenté una llama tan intensa en mí que no puedo describir lo que sentía, solo recuerdo que sentía un gran calor por todo mi cuerpo. Al llegar a la Iglesia lo primero que hice fue buscar el confesionario, y en esa oportunidad me atendió el párroco, un hombre de avanzada edad. Esta situación, hizo que me sientiera nerviosa. Sin embargo, fue gracias a él que hoy estoy en el apostolado Courage. El buen sacerdote me escuchó muy amablemente, me dio consejos y me invitó a que llamara a la coordinadora del apostolado. Así lo hice y me pasó algo indescriptible. Resulta que al llamar al número telefónico de la coordinadora, ella me tenía registrada dentro de sus contactos porque somos vecinas del lugar donde resido, -no dudo que fue una obra de Dios-, aunque déjenme decirles que para mí fue vergonzoso ese primer contacto, pero así sucedió. Fue bueno saber que en el apostolado Courage se respeta nuestra privacidad.

Desde hace dos años pertenezco a este maravilloso apostolado, donde recibo mucho apoyo y dirección por parte de nuestro capellán, a quien yo estimo mucho porque el trato hacia nosotras es de mucho respeto y acogida, que es lo que necesitamos. ¡Me siento a gusto platicando con él!

En el apostolado he encontrado esa aceptación y comprensión en relación a la AMS que experimento. En nuestros diálogos veo que en ningún momento se nos juzga, al contrario, siento ese apoyo incondicional de personas que viven y experimentan lo mismo, y que en los tiempos de frustración y tristeza me escuchan y brindan consejos.

En esta etapa de mi vida y con todo lo que he pasado, le pido al Señor que siempre me cuide y me vea como a la “niña de Sus ojos”, y que me dé la fortaleza de seguir viviendo en castidad.

En este tiempo como miembro de Courage he podido apreciar los cambios que se han dado en mí, sobre todo la fortaleza para vencer esas tentaciones que a veces son agobiantes en mi diario vivir, y con ello estar atenta cuando se despierten nuevamente mis atracciones al mismo sexo, pues el enemigo sabe por dónde atacar. _Precisamente cuando decidí dar mi testimonio, me contactó una chica que me atrae para decirme que no deja de pensar en mí. Gracias a Dios Padre me separa de ella una distancia de más de 10,000 kilómetros.

Por las enseñanzas aprendidas en el colegio católico, siempre estoy en busca de estudios doctrinales que nos ofrece nuestra Madre la Iglesia, Precisamente estoy por terminar un Diplomado en Teología y Profundidades de la Fe, que me permite ampliar y fortalecer mis conocimientos, sobre todo mantener mi enfoque en el mensaje de la Salvación Divina.

La oración me permite mantener esa comunicación con Dios y que en los momentos de desanimo o tentación, me permite sentir su amor y protección, sin dejar de asistir a Misa para escuchar su Palabra.

Para mantener mi vida de castidad, me he alejado de todo aquello que incita al placer, desde el tipo de música y programas de televisión. Dedico mis horas de ocio, a la lectura y a actividades scouts (soy miembro activo de este hermoso movimiento), ayudándome a mantener esa vida casta.

Confío en que el Señor me ayudará a seguir adelante con mi vida, sin dañar ni dañarme y a ser una mujer feliz dando Gloria a Dios por la vida que me ha regalado.

Firma: “La niña de Sus ojos”

 


Ruidos en la oración ¿Cómo los evito?


Ruidos en la oración ¿Cómo los evito?

Por Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r*

En la literatura espiritual cristiana encontramos innumerables definiciones de la oración y cada una con sus matices. Muchos santos trataron de describir la oración y a partir de la riqueza de sus experiencias regalaron a la Iglesia textos hermosísimos que nos hablan sobre el encuentro del ser humano con Dios. San Juan Clímaco, en su libro la Escala Espiritual, nos ofrece una descripción que vale la pena compartir

Oración es por naturaleza un diálogo y unión del hombre con Dios. Su efecto es mantener el mundo unido. La oración logra la reconciliación con Dios. La oración es madre e hija de lágrimas, expiación de pecados, puente sobre la tentación, baluarte contra la tribulación. Acaba los conflictos […]. La oración es alegría futura, actividad sin fin, manantial de virtudes, fuente de gracia, progreso oculto, alimento del alma, luz del espíritu, seguro contra la desesperación, esperanza cierta, destierro de la tristeza. La oración es […] reducción de la cólera. Oración es […] evidencia de nuestra condición, revelación del futuro, anuncio de gloria [1].

Las palabras de San Juan nos hacen ver que la oración nos pone en un horizonte de vida vastísimo y por esta razón no es raro que encontremos obstáculos para rezar. En la medida que avanzamos en nuestra vida espiritual, vamos sanando heridas, reconciliándonos y transformándonos; es un proceso de maduración y por ello, no está libre de tensiones, muy por el contrario. Es inevitable que Dios al tocarnos con su Gracia suscite reacciones de oposición. Estas resistencias no son necesariamente negativas, es más, si ellas no aparecen, sería necesario preguntarnos si hemos permitido que Dios toque los puntos neurálgicos de nuestra existencia o si nos hemos quedado en la superficie, agarrados a los lugares comunes de la práctica de la oración. Si queremos madurar en la vida espiritual hay que emprender el combate de la oración [2].

 

Algunos “ruidos” en la oración y como enfrentarlos

Cuando ya hemos cogido el hábito en la vida de oración y estamos avanzando en ella es posible que suframos algunos engaños al momento de rezar. Un engaño muy común es el excesivo protagonismo en la oración. La oración, recordemos, es un diálogo de amor con Dios, pero en este diálogo debemos escuchar, más que hablar. Otro error del “yo” es creer que los frutos de la oración dependen de nosotros. Ciertamente hay que tener las disposiciones adecuadas para rezar, pero no podemos olvidarnos que la oración es un don de Dios y por ello, la disposición adecuada es la humildad.

Otro ruido en la oración son las distracciones. La distracción es la interrupción de la atención que está enfocada en un determinado objeto a causa de otros estímulos ajenos a la actividad que estamos realizando. Estos estímulos afectan nuestra capacidad de permanecer en la actividad inicialmente seleccionada” [3]. Las distracciones son normales, y no debemos asombrarnos, ni entristecernos por ello. Es común, al darnos cuenta de que nos hemos distraído, que nos desalentemos y hasta nos enojemos con nosotros mismos. Tal actitud es una nueva distracción. Lo que debemos hacer es “con simplicidad, paciencia y dulzura, llevar nuestro espíritu a Dios. Y si nuestra hora de oración ha consistido solo en esto: perdernos incesantemente y volver nuevamente al Señor, esto no es grave. Si hemos intentado volver al Señor cada vez que nos hemos dado cuenta de nuestra distracción, esta oración, aun en su pobreza, será sin duda muy agradable a Dios” [4]. La clave para superar la distracción es seguir orando como si nada hubiera pasado.

Otro ruido es la aridez. Por aridez entendemos una experiencia de frialdad, de falta el gusto por las cosas de Dios. A diferencia de las distracciones, la aridez puede ser fruto de la falta de cuidado con la vida espiritual, fruto de pequeñas negligencias que se acumulan generando tibieza espiritual. Pero, y es bueno advertir, en la aridez también puede intervenir causas psíquicas que genera una especie de fatiga espiritual y finalmente, puede ser un signo de Dios que desea purificar nuestra oración para que busquemos a Dios por Él mismo y no por sus consuelos.

Tomar conciencia de algunos de los ruidos en la vida de oración debe llevarnos a cultivarla con el mismo cuidado, diligencia y dedicación de quien cultiva un jardín o una huerta, pues

la vida con cuanto la compone impulsa a acudir a Dios sea en petición de ayuda, sea en actitud de acción de gracias o de petición de perdón o de ayuda, así como, en otras ocasiones, a tomar conciencia de la necesidad de crecer en espíritu de servicio, en docilidad al Espíritu Santo o en identificación con Cristo para estar así en condiciones de afrontar la propia existencia con un talante alegre y esforzado, incluso en los momentos de dificultad… la familiaridad e intimidad con Dios que la oración presupone y desarrolla no puede quedar encerrada en los momentos dedicados especialmente al encuentro con Dios, sino que tiende espontánea a reverberar sobre el conjunto del existir para vivirlo según Dios y en Dios [5].

 


Referencias
1. SAN JUAN CLÍMACO, Escala espiritual, 28,1, 242.
2. Cfr. COSTA, Maurizio, Voce tra due silenzi. La preghiera cristiana, EDB, Bologna 1998.
3. Cfr. GALIMBERTI, Umberto «Atención, en Dicionário de Psicologia, Siglo veintuno editores, Coyoacan-Buenos Aires, 2002, p. 125.
4. PHILLIP, Jacques, El Tiempo para Dios. Guía para la vida de oración, Paulinas, Buenos Aires 2011, p.109.
5. LLANES, José Luis, Tratado de Teología Espiritual, Eunsa, Navarra, 2007, p. 478.

* Lícia Pereira es laica consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y en este momento reside con su comunidad en Brasil.


Jubileo de Namugongo: lecciones de nuestros santos patronos

Jubileo de Namugongo: lecciones de nuestros santos patronos

P. Philip Bochanski
Conferencia Anual Courage y EnCourage 2014,
Universidad Villanova, Filadelfia, EE.UU.

 

En Filadelfia siempre concluimos nuestras reuniones de capítulo con la oración del Memorare y una pequeña letanía de los santos. Algunos de estos santos fueron mártires por defender la castidad, como San Juan Bautista o Santa María Goretti. También invocamos a San Agustín, quien durante su vida se esforzó por vivir la castidad, y a Santa Mónica, su madre, cuyas fervientes oraciones lo ayudaron. Pedimos, incluso, por la intercesión del joven Beato Pier Giorgio Frassati, modelo de castidad, amistad santa y masculinidad auténtica. Pero hay un nombre en la letanía que siempre me intrigó, San Carlos Lwanga.

Invocamos a San Carlos y a sus «compañeros» porque son los santos patronos del apostolado Courage pero, al preguntar, parecía que nadie sabía de ellos más allá de una vaga referencia a su biografía y al hecho de que prefirieron el martirio antes que ceder a los deseos homosexuales del rey. Fue así que me propuse leer todo lo que encontrara sobre ellos y lo que aprendí me sorprendió mucho.

Los 22 mártires de Uganda, algunos de ellos entre los 14 o 16 años de edad, dieron un testimonio impresionante de fe, caridad, castidad y muchas otras virtudes. Su historia comienza en el reino de Buganda, una de las partes más antiguas y pobladas de lo que ahora es la nación de Uganda en el este de África.

Los primeros europeos que llegaron a la zona fueron los exploradores británicos John Hanning Speke y James Augustus Grant, que buscaban el nacimiento del Río Nilo. Cuando llegaron a Rubaga, la capital del reino, en 1862, se encontraron con una sociedad impresionantemente organizada, con muchos clanes y jefes locales centrados alrededor del rey, conocido como el kabaka, y su corte.

El kabaka Mutesa I causó una gran impresión en sus visitantes. Además de alto y majestuoso, era también excepcionalmente inteligente; su nombre real, Mutesa, significa «aquél que es sabio en el consejo». Aparentemente, sus súbditos lo querían y le obedecían sin dudarlo. En la ley y la tradición del reino estaba totalmente prohibido cuestionar las órdenes del rey y la desobediencia se castigaba con una rápida ejecución pública.

El segundo hombre más poderoso en el reino era una especie de combinación entre un canciller y un primer ministro, conocido como el katikiro. La familia real estaba conformada por docenas de esposas y decenas de niños. Innumerables ministros y asistentes, incluyendo cientos de pajes reales supervisados por el mayordomo del palacio, se encargaban del servicio de la casa real.

La religión nativa de Uganda era monoteísta. Adoraban a Dios bajo varios títulos como Maestro, el Señor de los cielos y “Katonda”, el Creador. Las bendiciones diarias sobre el hogar y la familia, así como la veneración de los ancestros, formaban parte importante de la vida religiosa del lugar. Alrededor del siglo dieciséis, los inmigrantes llegados al reino introdujeron la adoración de varios dioses falsos junto con profetas y médiums que trataban de influenciar a la corte real.

En la segunda mitad del siglo XIX, los mercaderes árabes se abrieron camino desde la costa este hasta la corte del kabaka Mutesa, trayendo consigo el islam. Mutesa les dio una calurosa bienvenida pero nunca se convirtió al islam.

Los exploradores ingleses le explicaron el cristianismo a Mutesa y, con su consentimiento, escribieron a Inglaterra pidiendo misioneros dispuestos a ir a Buganda. El primer grupo de anglicanos de la Sociedad Misionera de la Iglesia llegaron a Rubaga a finales de junio de 1877.>

Cerca de un año después, se les unieron cuatro miembros de la «Sociedad de Misioneros de Nuestra Señora de las Misiones Africanas», conocidos comúnmente como «los Padres blancos». El padre León Livinhac —posteriormente vicario apostólico para la región y superior general de su orden, lideraba el pequeño grupo. Iba acompañado del padre Ludovic Girault, el padre Leo Barbot, y el padre Simeón Lourdel, quien se adelantó durante el viaje y fue el primero en llegar al reino.

Parecía que el kakaba Mutesa disfrutaba escuchar al padre Lourdel, a quien a menudo se refería como «Mapera» —su versión de «mon pere» («mi padre» en francés). Disfrutaba, en especial, enfrentar al padre Lourdel con Alexander Mackay, el ministro presbiteriano que encabezaba el grupo de misioneros británicos, pidiéndoles a ambos que le explicaran algún punto de la doctrina y a menudo solía decirle a Mackay que deseaba que Mapera lo bautizara.

Sin embargo, en realidad, la principal preocupación de Mutesa era siempre la seguridad de su reino y su gente y por lo regular, los asuntos políticos tenían prioridad sobre los religiosos. A veces parecía acercarse a los misioneros católicos, luego a los protestantes y después parecía que se iría con los musulmanes —dependiendo de qué poder empírico, francés, británico o turco, consideraba que ponía su gobierno en riesgo.

Al final, Mutesa nunca se convirtió al cristianismo ni al islam, pero permitió que «los Padres blancos» evangelizaran en su reino, lo que comenzó en Rubaga. Con el tiempo, el kabaka impuso una restricción importante: debían limitar sus enseñanzas y evangelización únicamente a los miembros de la casa real. Esto, presuntamente, con la intención de tenerlos bajo supervisión y que el rey pudiese intervenir, si era necesario, para mantener las cosas bajo control.

En realidad, los niños y los jóvenes que servían como pajes y sirvientes en el palacio real se habían interesado mucho en las conversaciones entre el Kabaka y el padre Lourdel. Cuando fue evidente que Mutesa no podía decidirse entre las religiones, sintieron que debía tratarse de algo realmente importante para haber llevado a su rey todopoderoso a tal disyuntiva. Una vez que se les concedió el permiso, acudieron inmediatamente a los Padres blancos para que estos los instruyeran en la fe.

Cuatro catecúmenos recibieron instrucción juntos en 1880 y fueron bautizados en abril y mayo de 1882. Eran sirvientes importantes del rey, quienes después se convertirían en líderes entre los mártires. Los primeros dos servían directamente en la casa real.

José Mukasa tenía cerca de 14 años de edad cuando comenzó a servir como paje en el palacio real. Al poco tiempo causó una gran impresión en el mayordomo del palacio, quien luego lo llevó a servir en los departamentos privados del kabaka. Alrededor de los veinte años, se unió a la instrucción como catecúmeno y fue bautizado por el padre Lourdel en abril de 1882.

El mejor amigo de José Mukasa era Andrés Kaggwa, aproximadamente cinco años mayor que él. Cuando era niño, Andrés había sido musulmán, sin embargo, fue capturado como esclavo en uno de los reinos aledaños a Buganda. Fue llevado al palacio como sirviente, donde su carácter alegre lo hizo popular entre los pajes reales. Cuando los exploradores europeos trajeron tambores a la corte, Mutesa hizo que varios de sus pajes, incluido Andrés, tomaran clases para aprender a tocar.

Andrés tenía cerca de 25 años cuando fue recibido como catecúmeno. José y él fueron bautizados el mismo día en 1882. Por ese mismo tiempo, Andrés fue ascendido al puesto de Mugowa, maestro de la banda militar de la casa real.

Los otros dos miembros del primer grupo de catecúmenos servían a uno de los consejeros más cercanos del rey, el jefe de la comarca Ssingo, que quedaba a doce horas de viaje a pie desde Rubaga. Matías Kalemba fue capturado y vendido al jefe de Ssingo cuando era un niño pequeño. Como creció en la casa del jefe, Matías se convirtió en un miembro muy querido de la familia y se le confiaron responsabilidades cada vez mayores. Cuando se convirtió en un joven, se le puso a cargo de todo el servicio de la casa del jefe y se le dio el título de «Mulumba».

Tradicionalmente, el jefe de Ssingo tenía la responsabilidad de construir y reparar las moradas en el palacio real, fue así como Matías entró en contacto con los Padres blancos cuando iba a supervisar la construcción de sus casas en Rubaga. Tenía cerca de 45 años en ese tiempo.

Matías fue bautizado el mismo día de mayo de 1882 que Lucas Banabakintu, otro sirviente del jefe de Ssingo. Lucas vivía en una pequeña propiedad que le había dado el jefe cerca de Ssingo y era responsable de supervisar a los sirvientes que vivían fuera del recinto del jefe. Escuchó de la fe a través de su amigo Mulumba y recibieron la instrucción juntos.

Una vez bautizados, estos cuatro hombres distinguidos ayudaron a los padres a preparar a otros para recibir la fe y formaron dos centros de evangelización en torno a ellos. Cuando los padres se sintieron obligados a dejar Buganda, en 1883 (a causa de su mala salud, así como por las amenazas de los musulmanes, cada vez más hostiles ante su misión), los cuatro se convirtieron en los líderes de los católicos en Rubaga y Ssingo. En ese tiempo había cerca de 150 católicos en la casa real en varios niveles de formación.

Carlos Lwanga entró al servicio del jefe de Kirwanyi (que vivía aproximadamente a 132 kilómetros al noreste de Rubaga). Cuando su jefe fue nombrado jefe de Kitsea, cerca de Ssingo, Carlos y el resto de los sirvientes lo acompañaron. A menudo, el jefe enviaba regalos de ganado y productos agrícolas al kabaka, y los dos sirvientes encargados de llevar los regalos visitaban frecuentemente a los Padres blancos, quienes les enseñaban sobre el cristianismo.

De regreso en Kitsea, estos sirvientes compartían lo que habían aprendido con el resto de la servidumbre, incluido su amigo Carlos Lwanga. Aunque tenían que mantener estas lecciones en secreto, Carlos quedó muy impresionado con sus enseñanzas. En 1884, Carlos fue enviado a la capital para servir en la casa del kabaka, donde fue designado para supervisar a los pajes de la gran sala de audiencias. En este puesto, se reportaba directamente con José Mukasa y ambos trabajaban juntos, no solo organizando el trabajo de los pajes, sino también instruyéndolos en la fe. Tenía cerca de 24 años de edad en ese tiempo, casi la misma edad de José Mukasa.

El kabaka Mutesa murió en octubre de 1884 y fue sucedido por Mwanga, uno de sus muchos hijos. En el momento de su ascenso al trono como Mwanga II, el trigésimo primer kabaka de Buganda, tenía 18 años de edad, tan solo unos años más que la mayoría de sus pajes. Mwanga se enfrentó a la misma situación que su padre respecto a los exploradores europeos y compartía la misma preocupación que su padre sobre el resguardo de sus fronteras y la vida de su gente. Sin embargo, no compartía su sensibilidad política ni su paciente prudencia. Algunos reportes de ese tiempo describen a Mwanga como «nervioso, desconfiado, voluble» y propenso a arrebatos de ira y pasión.

Como príncipe, Mwanga había sido amigable con los misioneros católicos y había enviado a muchos de sus sirvientes para que fuesen instruidos por ellos. Cuando partieron en 1883, el padre Lourdel le dijo a Mwanga que regresarían cuando él fuera kabaka. El padre Lourdel regresó en julio de 1885 acompañado por el padre Giraud y un hermano lego, y fueron recibidos con gran algarabía en el camino por un grupo de guardias reales y numerosos mensajeros con regalos. Fueron al palacio, donde fueron recibidos con alegría por el mismo Mwanga.

Tristemente, este sentimiento favorable hacia los cristianos no duró mucho. Mwanga comenzó a tornarse hostil hacia los sirvientes católicos, especialmente hacia José Mukasa, motivado por dos influencias. El segundo del rey, el katikiro o canciller, había planeado un golpe de estado sin éxito a principios de 1885. José Mukasa advirtió al rey sobre la conspiración, por lo que Mwanga llamó al katikiro para decirle que sabía todo sobre sus planes. El katikiro fue humillado y tuvo que rogar por su vida y más aún por su puesto. Mwanga ascendió a Mukasa al puesto de mayordomo y decía abiertamente que lo nombraría como su siguiente canciller. Decir que el katikiro le guardaba resentimiento a Mukasa es poco.

Además, algunos reportes de ese tiempo indican que Mwanga practicaba actos homosexuales con sus pajes quienes, como ya mencionamos, eran adolescentes como él, de su misma edad o un poco menores. Es difícil determinar qué tanto tenía que ver esto realmente con la atracción al mismo sexo o con una intoxicación de poder y placer como consecuencia de ser monarca absoluto a la edad de 19 años. Con el paso del tiempo, Mwanga tuvo dieciséis esposas y fue padre de al menos diez hijos. De cualquier forma, el katikiro lo alentaba a seguir con esas prácticas, mientras que José Mukasa hacía todo lo posible para alejar, al menos a los pajes cristianos, de las insinuaciones del rey, y le expresaba en privado al rey su repulsión sobre esta situación.

En 1885 José se enfrentó abiertamente con el kabaka. En septiembre de ese año, el obispo anglicano James Hannington anunció su intención de presentarse al rey. Aun en contra del consejo de su guardia militar, el obispo Hannington decidió entrar al país, no a través del lago, como era costumbre, sino por tierra, a través de Bugosa, al oeste de Buganda. Una profecía pagana que decía que una maldición llegaría a Buganda de Bugosa, aunada a la paranoia y desconfianza natural de Mwanga respecto a los extranjeros, lo convencieron de que la llegada del obispo era el pretexto para una invasión británica.

Incitado por el katikiro, Mwanga envió a sus soldados para interceptar al obispo y sus acompañantes y para ejecutarlos si intentaban entrar al reino. Cuando José se enteró, el 25 de octubre, confrontó al rey cara a cara en presencia de varias de las princesas y pajes. Mwanga estaba furioso y lo mandó lejos.

El 11 de noviembre, el padre Lourdel fue con el rey, junto con los misioneros anglicanos y le rogó que no matara al obispo Harrington, pero ya era demasiado tarde — tanto el obispo como sus acompañantes habían sido asesinados el 29 de octubre. El rey enfureció de nuevo y exigió saber quién le había informado de sus planes. Le gritó al padre Lourdel y amenazó con matar a todos los misioneros. Después de un par de horas los dejó ir.

En los días posteriores, el padre Lourdel bautizó a todos los catecúmenos que estaban listos, pues no sabía hasta cuándo le sería permitido estar con ellos. Cerca de la mitad de los 22 mártires católicos fueron bautizados entre el 15 y el 17 de noviembre de 1885.

Durante los siguientes tres días, Mwanga estuvo molesto por esta confrontación. Sus quejas contra Mukasa por sus enfrentamientos pasados lo convencieron de que José era el traidor en la casa real que había informado a los misioneros sobre sus planes. En la mañana del 14 de noviembre llamó a Mukasa y lo reprendió, durante casi toda la noche, por su supuesta falta de lealtad. A la mañana siguiente, José, bastante sobresaltado, se dirigió a la misión católica a donde iba a misa y recibió la comunión de manos del padre Lourdel. Poco después, tras volver a casa, fue llamado nuevamente al palacio.

Mwanga había reunido a sus jefes y consejeros y les preguntó lo que debería hacer respecto a José Mukasa. Alentado por ellos, especialmente por el katikiro, decidió condenarlo a muerte. Ordenó que lo quemaran vivo y los verdugos lo sacaron de inmediato y comenzaron a armar la hoguera. Conociendo la naturaleza impulsiva del rey, se tomaron su tiempo con la esperanza de que Mwanga cambiara de opinión, pero al poco tiempo llegó un mensajero del katikiro para asegurarse de que se llevara a cabo la sentencia.

Hasta el final de su vida, José Mukasa mostró su preocupación por su viejo amigo y señor. Sus últimas palabras fueron tan compasivas como duras:

«Digan al kabaka Mwanga, de mi parte, que me ha condenado injustamente, sin embargo, lo perdono. Pero que se arrepienta, porque si no lo hace, yo seré su acusador ante el trono de Dios».

Sus verdugos pusieron a José en la hoguera y cortaron su garganta, luego quemaron su cuerpo hasta las cenizas. El primero de los mártires de Uganda murió la mañana del 15 de noviembre de 1885. Carlos Lwanga fue bautizado al día siguiente y, como supervisor de los pajes, tomó el rol de José Mukasa como líder de los catecúmenos en el palacio. Al día siguiente, Mwanga canceló todos sus compromisos en la corte y llamó a todos los pajes que habían servido bajo la dirección de Mukasa. Cuando llegaron, ordenó que quienes no rezaban con los misioneros cristianos se pusieran a su lado. De las docenas de pajes que se reunieron ahí, solo tres respondieron a su orden, el resto se quedó en su lugar. Mwanga enfureció y les gritó: «¡Los mandaré matar a todos!»

La respuesta de los pajes fue tan simple como valiente:

«Está bien, señor, mátanos a todos».

Aun ante a sus amenazas iracundas, los jóvenes permanecieron fieles a su rey y firmes en su fe. No cuestionaron lo que les dijo, pero tampoco se dejaron amedrentar. Esa noche, muchos otros pajes fueron con los Padres blancos para ser bautizados. Podemos darnos una idea de lo urgente de la situación por un dato interesante sobre los jóvenes que fueron bautizados el 15 y 16 de noviembre.

Adolfo Ludigo— Aquiles Kiwanuka—Ambrosio Kibuka—Anatole Kirggwajjo...¿Se fijan en sus nombres cristianos? Podemos especular que, ante la urgente necesidad de bautizarlos, los padres no tuvieron tiempo de preguntarles qué nombres de santos querían y simplemente tomaron los nombres del índice de los santos que empezaban con «A», ¡bautizándolos en orden alfabético!

Los siguientes meses fueron una especie de guerra fría entre Mwanga y los misioneros católicos, con los pajes atrapados en medio. A menudo, el rey retrasaba y, a veces, se negaba por completo a recibir a los sacerdotes, y comenzó a insistir en que los pajes no dejaran el palacio para ser instruidos por estos. Ante esta situación, el rol de Carlos Lwanga como catequista y líder se volvió aún más importante.

El 22 de febrero de 1886, se incendió el palacio del rey y el 24 del mismo mes cayó un rayo sobre la casa del kitikiro, a donde se había mudado el rey. Como Nerón varios siglos antes, Mwanga dejó que estos eventos y las mentiras de sus consejeros aumentaran su recelo contra los cristianos. Enfureció aún más cuando el 22 de mayo su media hermana, la princesa Nalumansi, que había sido bautizada como protestante y después se casó con un católico y se unió a la Iglesia, quemó públicamente sus amuletos, desafiando públicamente las tradiciones de su familia.

Todos estos eventos, aunados a la actitud de los pajes cristianos que se negaban, cada vez más abiertamente, a las insinuaciones sexuales del rey, lo llevaron al límite de la ira. De hecho, la gota que derramó el vaso llegó tan solo algunos días después, el 25 de mayo de 1886, después del desafío de la princesa.

Tras el incendio en Rubaga, la corte real se trasladó aproximadamente a nueve kilómetros de Munyonyo, un recinto real cerca de la costa del Lago Victoria. Como esta residencia era mucho más pequeña que el palacio principal, solo un número reducido de pajes servían al rey.

El 25 de mayo, el rey organizó una excursión y fue al lago a cazar hipopótamos. Los pajes pensaban que el rey estaría fuera todo el día, por lo que, fuera de costumbre, aprovecharon para tomarse el día libre y fueron a la misión católica para estudiar la fe con el padre Lourdel. Sin embargo, al no encontrar ningún hipopótamo, Mwanga regresó temprano al palacio, de muy mal humor. Al ver que no había ningún paje para servirlo, enfureció y exigió saber qué era lo que sucedía.

El rey estaba particularmente molesto por la ausencia del joven paje Mwafu, hijo del katikiro y principal objeto de su deseo.

Mwanga supo que Mwafu había sido visto yendo de regreso a la capital en compañía de Denis Ssebuggwawo, un paje católico que había sido bautizado el día siguiente de la muerte de José Mukasa. El kabaka enfureció ante la idea de que los católicos querían alejar a Mwafu de él.

Justo en ese momento, Denis y Mwafu entraron al palacio y se apresuraron corriendo para pedir la misericordia del rey. Denis admitió que había llevado a Mwafu a aprender sobre la fe católica. Mwanga tomó una lanza de cacería y comenzó a golpear a Denis en la cabeza y el pecho hasta que la lanza se rompió en su mano. Lo arrastró hasta la sala de audiencias y lo entregó a los verdugos. Denis estuvo bajo custodia toda la noche, esperando que su tío, el katikiro, retrasara su ejecución. Sin embargo, fue llevado al bosque a la mañana siguiente y apuñalado hasta la muerte. Murió el 26 de mayo de 1886 a la edad de 16 años.

La noche que Denis Ssebuggwawo fue arrestado, Carlos Lwanga reunió a todos los pajes que estaban en la casa real. Por supuesto, estaban aterrorizados, pero él los fortalecía con palabras de ánimo:

«En varias ocasiones el kabaka les ha ordenado que apostaten, parece que dentro muy poco les ordenará nuevamente que renuncien a su religión. Solo deben seguirme en grupo y afirmar con valentía que son cristianos».

Esa noche, Carlos bautizó a cinco de los pajes, cuatro de ellos— Gyavira, de 17 años; Mugagga, de 16; Mbaga Tuzinde, de 17; y Kizito, de 14, en breve se convertirían en mártires. Como no tenía acceso al libro de los santos del padre Lourdel, estos nuevos católicos fueron bautizados sin recibir un nombre cristiano. En la mañana del 26 de mayo, Mwanga llamó nuevamente a todos los pajes ante su presencia. Sus consejeros, especialmente el katikiro, lo urgieron para que, de una vez por todas, pusiera fin a la resistencia de los cristianos ejecutándolos a todos. Cuando los pajes llegaron a la sala de audiencias, vieron que los verdugos reales ya estaban ahí esperando las órdenes del rey.

El padre Lourdel se enteró de lo que ocurría y se apresuró a Munyonyo, pero cuando llegó no le permitieron entrar al palacio. Carlos Lwanga acompañó a los pajes ante la presencia del rey y lo saludaron respetuosamente. Esto lo enfureció aún más. Ordenó que todos los que siguieran a los misioneros cristianos se pusieran en un lado del salón y que los paganos permanecieran a su lado. Entre los cristianos se encontraba Mbaga Tuzinde, el hijo del jefe de los verdugos, quien permaneció firme aun cuando el canciller le dijo que dejara el grupo. Los 19 cristianos —17 católicos y 2 anglicanos— fueron atados de pies y manos y llevados al punto de la ejecución. El padre Lourdel los vio pasar y estaba igual de impresionado que los verdugos ante la actitud pacífica e incluso alegre que mostraban los futuros mártires.

Andrés Kaggwa, el director de la banda real se enteró de lo que había ocurrido en la mañana y volvió rápidamente al palacio para confesar que él también era cristiano. Fue capturado en el camino y llevado ante el katikiro, que aún estaba furioso de que su hijo Mwafu hubiese comenzado a ser cristiano. Tras reprender a Andrés, el canciller ordenó su ejecución. Lo llevaron afuera, detrás de la casa del canciller, donde primero le cortaron un brazo y después la cabeza; luego cortaron el resto del cuerpo en pedazos y los esparcieron por el lugar. Tenía cerca de 30 años cuando murió la tarde del 26 de mayo.

Había trece puntos de ejecución oficiales en el reino y se ordenó que los pajes fuesen llevados a Namugongo, a 19 km de distancia. La costumbre era ejecutar a un prisionero al comienzo del camino y en cada cruce principal de caminos como advertencia para los demás.

Pontian Ngondwe, un guardia del palacio de aproximadamente 30 años fue el primero del grupo en morir, antes de que dejaran Munyonyo. Cuando el grupo llegó a la capital, Athanasius Bazzekuketta de 20 años de edad fue apuñalado hasta la muerte y cortado en pedazos. Pasaron la noche en la prisión de Rubaga y, a la mañana siguiente, Gonzaga Gonza, de 24 años, fue atravesado con una lanza y decapitado en Lubawo. Los prisioneros llegaron a Namugongo el 27 de mayo por la tarde y permanecieron en prisión por una semana mientras se hacían los preparativos para su ejecución.

Matías Kalemba, el Mulumba, y Lucas Banabakintu estaban sirviendo al jefe de Ssingo, aproximadamente a 64 Km de Munyonyo.

Cuando Matías se enteró de lo ocurrido en el palacio, se encaminó, junto con Lucas para entregarse por ser cristianos, como lo había hecho Andrés Kaggwa. Al igual que su amigo, ambos fueron capturados en el camino y llevados a la casa del katikiro el 27 de mayo. El canciller ordenó que Lucas fuese llevado con los demás a Namugongo, pero tenía planeado algo especialmente cruel para Matías.

A las 10:00 a.m. del 27 de mayo, Matías, ya de 50 años, fue llevado al camino hacia Namugongo donde primero le cortaron las manos, después los brazos, luego los pies, después las piernas. Después le arrancaron la piel del cuerpo. Dejaron la cabeza y el tronco intactos y lo dejaron a la orilla del camino para que muriera. Algunos testigos reportan haberlo encontrado aún con vida dos días después, pero tenían demasiado miedo de ser encontrados cerca de la víctima del rey y huyeron. Matías murió al día siguiente, el domingo 29 de mayo, después de tres días de agonía.

Cuando Matías dejó Ssingo, puso a Noé Mwaggali, un alfarero, a cargo de la finca. Los representantes del rey, que pretendían saquear la residencia de Matías, encontraron ahí a Noé la mañana del 30 de mayo. El representante del rey clavó su lanza a Noé en la espalda, quien cayó gravemente herido. Después lo ataron a un árbol y, tras causarle muchas otras heridas, los hombres del rey le echaron encima los perros de la aldea. Agonizó todo el día y murió la noche del 30 de mayo a la edad de 35 años.

Las ejecuciones en Namugongo siempre se llevaban a cabo quemando vivos a los condenados. Las hogueras se construían como estructuras de madera bajo las cuales los verdugos podían encender fuegos controlados para asegurarse de que las víctimas sufrieran el mayor tiempo posible. Las eran envueltas en unos tapetes de juncos para impedirles el movimiento, sirviendo a la vez como leña.

Después de una semana en prisión, llevaron a los cristianos a la hoguera temprano por la mañana, el 3 de junio de 1886, jueves de la Ascensión en ese año. El jefe de los verdugos tomó a Carlos Lwanga aparte, como su víctima personal, mientras que los demás fueron atados y puestos sobre la estructura de madera. Carlos Lwanga fue llevado a una hoguera más pequeña, construida a la orilla del camino. El verdugo encendió primero la madera bajo sus pies; cuando estos se quemaron hasta los huesos, procedió a quemarle las piernas y continuó así hasta que llegó a su pecho y su corazón dejó de latir.

Mientras yacía en la hoguera, Carlos confrontó a su verdugo diciendo:

«¡Eres un pobre tonto! No sabes lo que estás diciendo...Me estás quemando, pero es como si estuvieras vertiendo agua sobre mi cuerpo. Muero por la religión de Dios». Carlos Lwanga murió pronunciando el nombre de Dios.

El mismo destino les esperaba a los otros mártires en lo alto de la colina. Los fuegos fueron encendidos dos veces para reducir los cuerpos a cenizas. En total murieron doce mártires católicos el 3 de junio de 1886, así como, al menos, catorce mártires anglicanos.

Un mártir más despertó el odio del rey y su canciller, en particular. Jean Marie Muzeyi, quien había servido al Rey Mutesa como paje, era bien conocido por su lealtad y caridad para con los necesitados. A finales de enero de 1887, fue llamado por el rey, a quien confesó su fe católica. Fue entregado al canciller y nunca se le volvió a ver. Se cree que fue decapitado el 27 de enero y que su cuerpo fue arrojado a un pantano cerca de Rubaga. Tenía poco más de treinta años.

La persecución terminó a finales de 1887, pero algunos reportes enviados a Inglaterra por los misioneros protestantes aumentaron el apoyo británico a la colonización del país. Para 1894 Buganda se había convertido en un protectorado británico. Tras una declaración de guerra mal planeada en contra de los británicos, Mwanga huyó del país en 1897 y fue depuesto.

Poco después de la muerte de Carlos y sus compañeros en Namugongo, los Padres blancos comenzaron a reunir evidencias de los testigos sobre las vidas de los mártires y su ejecución; enviaron los testimonios a su padre general y después a Roma para comenzar con el proceso de canonización. Los mártires fueron declarados venerables en febrero de 1920 y en junio de ese año los beatificó el Papa Benedicto XV. El Papa Pablo VI canonizó a los 22 mártires de Uganda en la plaza de San Pedro el 18 de octubre de 1964.

Durante la homilía de la misa de canonización, el Santo Padre dijo, «Los mártires africanos agregan una página más al martirologio—el cuadro de honor de la Iglesia— una ocasión tanto de duelo como de alegría. Esta es una página que merece, en todos los sentidos, ser agregada a los anales de esa África de tiempos pasados a la que, como hombres de esta era y de poca fe, nunca esperamos que fuera a repetirse... ¿quién hubiese pensado que en nuestros días habríamos de ser testigos de hechos tan heroicos y gloriosos? Estos mártires africanos proclaman el comienzo de una nueva era. ¡Si tan solo la mente del hombre se enfocara, no en las persecuciones y los conflictos religiosos, sino en el renacimiento del cristianismo y la civilización!»

Los Padres blancos dedicaron un santuario en el lugar del martirio en Namugongo en 1935. En 1969, durante la primera visita pastoral de un papa a África, el Papa Pablo VI dedicó la primera piedra de la nueva basílica. La iglesia actual es un lugar de peregrinación y recibe millones de peregrinos cada año.

Mark Twain dijo una vez, bromeando, que la autobiografía de Benjamín Franklin había hecho miserables a millones de niños por generaciones ya que, ¿quién podría llegar al nivel de destreza y estudio que Franklin había mostrado en su juventud?

Siempre resulta un poco desafiante contar la historia de un mártir pues nos recuerda que en nuestros propios esfuerzos por mantener la fe y hacer el bien, «no hemos resistido todavía hasta derramar nuestra sangre», como dice la Carta a los hebreos. Pero el ejemplo de estos mártires, nuestros santos patronos, es mucho más que una historia espantosa, aunque heroica, y mucho más que un simple recordatorio para esforzarnos más. Estoy convencido de que pueden ser un ejemplo para nosotros que nos esforzamos por vivir las cinco metas de Courage.

Aun si los miembros de Courage no saben nada más sobre los mártires de Uganda, sí saben que incurrieron en la ira del rey por no consentir a practicar actos homosexuales con él. Esto es cierto, como hemos visto especialmente en el primer arranque de ira a finales de mayo de 1886, ante la posible conversión de Mwafu, el favorito del rey, lo que desató la persecución.

Sin embargo, aún queda mucho por aprender de los mártires de Uganda sobre esta virtud de la castidad. José Mukasa y Carlos Lwanga cuidaron a los pajes bajo su autoridad y los protegieron del acoso del rey. ¿Pero cómo lo hicieron? Con paciencia y prudencia, aunadas a un poco de creatividad. Sabían que era inútil confrontar al rey, por eso aprendieron a leer sus estados de ánimo y a reconocer cuando el rey querría buscar a los pajes. También inventaban todo tipo de tareas para asegurarse de que los pajes se mantuvieran fuera del palacio cuando parecía que podrían correr algún peligro. Fueron astutos como serpientes y mansos como palomas, y fue así como ellos y los muchachos se mantenían a salvo.

«Entonces lo que pides es imposible. Con la gracia de Dios todo es posible. Fortalecido por la gracia, el cristiano puede vivir una vida más casta».

Este saber reconocer cuando se acercan las tentaciones para estar preparados es tan útil para el individuo de ahora que busca vivir la castidad, como lo fue entonces para los cristianos de la corte del kabaka. El ejemplo personal de los mártires sobre la castidad intrigaba y repugnaba a Mwanga. Cuando Matías Kalemba, el Mulumba, se hizo católico, dejó a dos de sus tres esposas —un acto que iba en contra de la tradición de su pueblo y que le generó muchos comentarios mordaces por parte de los consejeros del rey. Sin embargo, Mwanga admiraba el dominio de sí mismo que mostraba Kalemba y sus otros sirvientes. Un día, durante una conversación con el padre Lourdel, Mwanga le hizo muchas preguntas sobre las enseñanzas de la Iglesia sobre el matrimonio y la sexualidad. Al escuchar lo que la Iglesia esperaba de un discípulo, Mwanga respondió: «Lo que piden es imposible». El padre Lourdel le contestó: «Con la gracia de Dios nada es imposible». Fortalecidos por la gracia de Dios, los cristianos pueden vivir una vida de castidad.

Los cristianos en la corte de Mwanga eran a menudo llamados simplemente como «los que rezan». Ya hemos visto cómo el asistir a misa y recibir los sacramente jugó un papel importante en las vidas de los mártires. Hemos escuchado cómo, cuando supieron que su arresto y ejecución eran inminentes, personas como José Mukasa y Jean Marie Muzeyi se aseguraron de recibir los sacramentos en preparación para la ofrenda de sus propias vidas como sacrificio. El testimonio de los testigos está lleno de historias sobre cómo los mártires en Namugongo, tanto en la prisión como en la hoguera, ofrecieron sus oraciones de intercesión los unos por los otros para ayudarse a permanecer firmes en la fe en medio de sus tormentos. Y eso no fue todo: cuando se llevaban a Santiago Buzabaliawo, de 25 años y miembro de la banda real, este le dijo a Mwanga, «¡Adiós! Me voy al paraíso para interceder ante Dios por usted».

El compañerismo entre los neófitos católicos era extraordinario y lo suficientemente fuerte para sostenerlos no solo durante los caprichos y los volubles estados de ánimo de Mwanga, sino también durante los tres años en que los sacerdotes estuvieron completamente fuera del reino.

José Mukasa en Rubaga y Matías Kulumba en Ssingo mantuvieron la fe de los catecúmenos intacta y les brindaron toda la instrucción y apoyo que pudieron.

Una historia sobre el camino a Namugongo ilustra el poderoso apoyo en la amistad que existía entre los pajes católicos. Cuando los pajes fueron arrestados el 26 de mayo, faltaba uno del grupo porque ya estaba en prisión. Unos días antes, Mukasa Kiriwawanvu había reñido con su compañero catecúmeno Gyavira Musoke, y lo había golpeado en el abdomen con un trozo de madera, sacándole sangre. Cuando se encontraron esa noche en prisión, Mukasa le pidió perdón a Gyavira, quien lo perdonó al instante. Ambos caminaron lado a lado hacia el punto de la ejecución.

El buen ejemplo de los mártires—su fidelidad a la fe, su alegría camino a la ejecución, sus fervientes oraciones, incluso por el rey y sus verdugos— causaron un impacto inmediato en sus conciudadanos. En el siglo II, Tertuliano señaló que, «La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos», y así se plantó un campo fértil en Namugongo. Una multitud de personas de dentro y fuera de la corte del kabaka fueron con los misioneros para ser instruidos y ser bautizados. Y la Iglesia creció exponencialmente en lo que después sería Uganda. Hasta este día, la Arquidiócesis de Kampala (el nombre moderno de Rubaga) sirve a cerca de 4 millones de católicos, más del 40% de la población general.

Al pensar en Uganda, también debemos recordar el importante papel que nuestros santos patronos tienen como intercesores de su país, especialmente en estos días. El parlamento ugandés pasó una «Ley antihomosexualidad» a principios de este año, que criminaliza los diferentes actos homosexuales, así como el ofrecer refugio a personas homosexuales o «promover la homosexualidad» —algunas ofensas conllevan una pena máxima de cadena perpetua. La reacción pública respecto a esta ley ha incluido la humillación pública de homosexuales e incluso ataques físicos violentos contra estos y su propiedad.

El Catecismo de la Iglesia Católica, como sabemos, insiste en que las personas homosexuales «Deben ser acogidas con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta» (2358). Podemos y debemos invocar a san Carlos, san Matías y sus compañeros para que intercedan por la Iglesia y el gobierno civil de su país para que, por medio de Dios puedan encontrar caminos para promover el mensaje del Evangelio sobre la castidad sin promover la discriminación, la violencia y la violación de los derechos humanos.

A finales de octubre de 1886, cerca de cinco meses después de las ejecuciones en Namugongo, un cristiano le dijo al padre Lourdel que había visto los restos de la hoguera donde fue quemado Carlos Lwanga y que los huesos carbonizados seguían ahí. Pocos días después llevaron las reliquias a la misión —incluyendo la columna vertebral y otros huesos.

Tiempo después, la misma gente trajo las costillas de Matías Kalemba, que fue todo lo que quedó en el lugar donde fue torturado y abandonado para que muriera. Los preciosos restos de estos dos mártires fue todo lo que se pudo identificar —los restos mortales de los otros se quemaron hasta las cenizas o fueron dispersados por varios lugares.

Una de mis posesiones más preciadas es un relicario que contiene un pequeño trozo de los huesos de san Carlos Lwanga y san Matías Kalemba. Quizás una buena manera de concluir es pidiendo la bendición de Dios a través de la intercesión de los valientes mártires de Uganda, nuestros santos patronos. Oremos juntos:

Oh, Dios, que has hecho
de la sangre de los mártires
semilla de nuevos cristianos,
concédenos, por tu misericordia,
que este campo que es tu Iglesia,
regado por la sangre derramada
por san Carlos Lwanga y sus compañeros,
sea fértil y recoja siempre
una cosecha abundante para ti.

Por Jesucristo nuestro Señor.
Amén.


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Mi corazón está llamado a unirse al Sagrado Corazón de Jesús

Mi corazón está llamado a unirse al Sagrado Corazón de Jesús

Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r*

Muchos creyentes cuando escuchan hablar de la devoción al Sagrado Corazón de Jesús piensan que se trata de un mero sentimentalismo que revela una espiritualidad poco madura. Tal pensamiento, sin embargo, es prejuicioso y está muy lejos de la verdad. Ya Pío XII, en la Encíclica Haurietis aquas, consciente de esta visión equivocada, quiso ofrecer sólidos fundamentos bíblicos, históricos y teológicos para estimular el culto al corazón físico de Jesús, pues según el Papa, «innumerables son, en efecto, las riquezas celestiales que el culto tributado al Sagrado Corazón infunde en las almas: las purifica, las llenas de consuelos sobrenaturales y las mueve a alcanzar las virtudes todas» [1]. Tales gracias no pueden ser fruto de una sensiblería o ritualismo vacío; la devoción al Sagrado Corazón es una devoción que nos pone en íntima relación con Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre.

El corazón físico del Señor es el símbolo, el más significativo, de sus profundos sentimientos de amor: amor al Padre que lo llevó a aceptar su designio de liberarnos del pecado y reconciliarnos con Él por medio de la Cruz (cf. Ef 2, 14-16; Col 1, 20) y amor a nosotros, pues es deseo del Hijo unirse a todos los seres humanos. La devoción al Sagrado Corazón nos revela, de una forma más afectiva, los misterios de la vida de Jesucristo: nos revela en la Encarnación, el momento en que su pequeño y frágil Corazón humano empezó a latir; la vida pública nos muestra su Corazón palpitando de ardiente amor hacia todos los que lo seguían, su muerte nos revela el Corazón traspasado por la lanza del soldado, dejando de palpitar para que el nuestro palpite con la fuerza del Espíritu, la resurrección nos revela que su Corazón humano fue glorificado como primicias de nuestra glorificación y finalmente, su Corazón es revelado en la ascensión a los cielos cuando su amor abrió el camino hacia nuestra morada en la casa del Padre. En todos estos momentos, el Corazón de Jesús latió con amor divino al mismo tiempo que humano [2]; en cada minuto de su vida terrena, Él nos «amó con corazón de hombre» [3] y nos amó con el amor divino que tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo [4]. Y ahora, que está a la derecha del Padre, «victorioso ya de la muerte, su Corazón sacratísimo no ha dejado nunca ni dejará de palpitar» [5].

Muchos santos han cultivado la devoción al Corazón de Jesús, pues ella manifiesta en un modo de relación que pasa por el conocimiento y experiencia de sus afectos más profundos. San Buenaventura al escribir sobre el costado abierto por la lanza del soldado, dice que fue abierto para que nosotros pudiéramos entrar y permanecer en Él, así el santo exclama con honda alegría: «¡Oh qué dicha! ¡Jesús y yo tenemos un solo, un mismo corazón! […] ¡Ea, pues, oh, dulcísimo Jesús! Habiendo hallado este Corazón divino, que es tuyo y mío, oraré a Ti, mi Dios» [6]. Santa Margarita María de Alacoque y san Claudio La Colombière difundieron esta devoción en un momento en que la espiritualidad católica estaba siendo contaminada por un fuerte rigorismo y moralismo; pero aun hoy, más allá que los tiempos son otros, encontramos cristianos que sufren con la visión de un Dios que es más juez que Padre, más patrón que Amigo y Esposo. Santa Margarita dejó muchos testimonios de sus experiencias místicas y más allá de los hechos extraordinarios que relata, lo que ella escribe refleja lo que todos estamos llamados a vivir, cada cual desde la propia vocación y condición: la unión con el amoroso Corazón de nuestro Señor y Redentor.

Jesucristo, mi dulce Maestro, se me presentó todo luminoso de gloria, con sus cinco llagas brillantes como cinco soles. Y de esta sagrada Humanidad salían llamas por todos lados, pero sobre todo de su adorable pecho, que parecía una hoguera, que, abriéndose, me descubrió su amante y amable Corazón, que era la viva fuente de esas llamas. Entonces fue cuando me descubrió las maravillas inexplicables de su puro amor, y hasta qué exceso él lo había llevado a amar a los hombres [7].


Referencias:
1. PIO XII, Carta Encíclica Haurietis aquas, sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús, 1 en https://bit.ly/3PShTPv
2. Cf. Ibid., 18.
3. GS, 22.
4. Cf. PIO XII, Haurietis aquas, 12.5.
5 Ibid., 16.
6. SAN BUENAVENTURA, La Vid Mística, III, 4.
7. SANTA MARGARITA MARIA DE ALACOQUE, Santa Margarita María, su vida por ella misma. Texto auténtico, Monasterio de la Visitación de Santa María de Guadalajara, Guadalajara, 1981, p. 64-65.


* Lícia Pereira es laica consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y en este momento reside con su comunidad en Brasil.


«Sé que cuando los padres se ponen de rodillas, los hijos se levantan»- Testimonio de Jorge, miembro de Courage en Toledo, España


 

«Sé que cuando los padres se ponen de rodillas, los hijos se levantan»
Testimonio de Jorge, miembro de Courage en Toledo, España

 

Primero quiero agradecer a Dios la oportunidad que me brinda a través de Courage de poder contaros como a Él nadie le gana en generosidad y misericordia.

Me llamo Jorge y tengo 51 años. Nací en una familia católica siendo el cuarto hermano de cinco hijos y de mi niñez solo tengo recuerdos de felicidad siendo bendecido por unos padres que me transmitieron la fe.

Al llegar a la adolescencia empecé a sentir un rechazo hacia mi padre a quien no puedo reprochar nada, pero en esa época no supe entender que mi padre dedicase tanto tiempo a trabajar y se centrase en el hijo que más le necesitaba. Mi padre puso toda su energía en mi hermano mayor, quien desde niño había sido mal estudiante y en su juventud había caído en el mundo de las drogas. Esto hizo que mi padre se volcase en mi hermano y yo pensé que mi padre no me quería.

A los 18 años me enamoré de una chica que fue mi novia durante dos años, sin embargo siempre tuve una atracción hacia el mismo sexo y cuando mi novia me dejó tuve algunas relaciones sexuales con hombres. Entonces me sentí confundido y acudí a un sacerdote que me hizo sentir muy culpable, por lo que decidí dejar la Iglesia y los sacramentos, y teniendo 23 años empecé a vivir una vida estilo gay.

Al principio todo era novedoso y excitante y Madrid ofrecía noches de diversión. La búsqueda de satisfacción sexual iba acompañada de la necesidad de amar y, sobre todo, de ser amado. Solía buscar parejas en hombres mayores y había épocas en las que tenía encuentros sexuales fugaces y otras en que tenía relaciones largas de alrededor de un año. Pero todas siempre se convertían en relaciones de amistad donde el sexo ya no era atractivo y entonces volvía a buscar otra nueva pareja donde el sexo volviese a ser excitante. Este tipo de vida venía acompañada de un gran consumo de alcohol y una facilidad para mentir a mi familia, a mis amigos, a mis parejas y a mí mismo.

La relación con mi familia era casi inexistente y veía muy poco a mis hermanos, quienes se habían casado e iban teniendo familia. Veía a mis padres algún día entre semana porque, por mi trabajo— soy guía turístico— trabajaba todos los fines de semana. Mi relación con Dios, a raíz de dejar la iglesia, era ya nula y aunque a veces rezaba nunca asistía a misa. La Iglesia no aceptaba mi forma de vida y mi familia no sabía nada sobre cómo vivía así que me sentía un extraño tanto en la iglesia como en mi familia. A eso tenía que añadir el mentir a mi padre cuando me preguntaba si iba a misa contestándole que iba todos los domingos. Dedicaba mucho tiempo a trabajar y a estudiar y esto siempre era la excusa para no ver a mi familia. Mi vida profesional me producía una gran satisfacción y el resto de mi tiempo lo dedicaba a llevar una vida gay.

Así viví hasta los 36 años, cuando dejé mi última pareja con la que llegué a convivir durante tres años y fue a partir de ahí, que entré en una espiral de mucho trabajo y mucha vida nocturna. Profesionalmente estaba en una situación muy buena, trabajaba mucho y ganaba mucho dinero que gastaba en noches de alcohol y sexo.

Ya no me conformaba con tener una pareja sino que buscaba sexo sin compromiso. A partir de entonces y durante tres años llevé una vida altamente promiscua conociendo todo tipo de bares y ambientes nocturnos donde el placer sexual era el único objetivo. Al alcohol se sumaron las drogas y aunque nunca llegué a estar totalmente enganchado, su uso hacía que las prácticas sexuales fuesen más peligrosas. Hoy sé que no tengo SIDA porque la misericordia de Dios fue más grande que mi pecado.

Yo era un alma rota viviendo un estilo de vida totalmente vacío que te endurece el corazón y del cual no se puede salir a no ser que te encuentres con Dios.

En julio del 2009 estando de vacaciones en Ibiza ingresaron a mi padre en el hospital con lo que regresé a Madrid. Mis hermanos y mi madre nos turnábamos para estar con él y estando mi madre, mi hermana y yo junto a su cama mi padre poco a poco se fue apagando y murió en silencio, tenía 76 años. La muerte de mi padre me produjo un impacto brutal y me dejó totalmente en estado de desconcierto. Me preguntaba a mí mismo ¿esto es la vida? ¿esto es todo? ¿hoy estoy en Ibiza de copas y en unos días aparece la muerte inesperada y se lleva a mi padre? . Yo ya había vivido la tristeza de la muerte de otros seres queridos, especialmente las de mis dos abuelas con las que había tenido una relación muy especial pero no me habían afectado tanto. La muerte de mi padre era diferente y ahí empecé a darme cuenta de cuánto me había querido y que buen padre había sido. Inicié un camino de búsqueda de explicación de entender la muerte pero mi vida no cambió sustancialmente y seguí viviendo exactamente igual.

Sé que la intercesión de mi padre desde el cielo produjo tres acontecimientos, que cuento a continuación, que hizo que yo volviese a encontrarme con Dios.

El primero es que en el segundo aniversario de la muerte de mi padre, mi madre organizó una misa pero yo me negué a asistir, poniendo como excusa que trabajaba, aunque en realidad tenía una cita con un chico que había conocido por internet. No sé porqué quedamos enfrente de una iglesia, y como llegué muy pronto y como me sentía muy culpable por haber mentido entré en la iglesia y recé un Padrenuestro por el alma de mi padre. Salí y esperé a mi cita. Conocí a Eduardo en la puerta de la iglesia y nos sentamos en una terraza. A mi me parecía un hombre muy atractivo y me gustó desde el primer momento, lo que no me podía imaginar es que cuando empezamos a hablar, él me empezó a hablar de Dios. Fue entonces cuando me contó que tenía un grupo de amigos cristianos que como él tenían atracción al mismo sexo. Nunca tuve una relación sexual con él pero nos hicimos amigos. Tres días después conocí a este grupo de hombres homosexuales cristianos en los que había una gran diversidad. A mí me pareció increíble ver que algunos rezaban e iban a misa a pesar de ser homosexuales porque yo estaba convencido de que siendo homosexual no podías pertenecer a la iglesia. Así que unos días después salimos de copas y estando en un bar y con un gin tonic en la mano uno de ellos llamado Rafa me dijo estas palabras, «Jorge, Dios te ama un montonazo». A mí me impresionó tanto que me quedé en silencio y cuando nos fuimos de camino a casa empecé a repetirme esta frase y empecé a sentir una gran alegría y una gran paz que no sentía desde que era niño. Dios me ama a pesar de todo, a Dios no le importa lo que soy y como vivo porque su Amor es más grande que mi pecado. Al día siguiente me levanté con una felicidad inmensa que no puedo explicar y sentí que me había quitado un gran peso de encima. Yo trabajaba ese domingo pero «casualmente» se canceló el grupo a última hora y entonces salí a la calle, busqué una iglesia, entré y me confesé.

Tras más de 20 años sin hacerlo y estar tan alejado de Dios, descubrí la verdadera felicidad y que fue plena cuando comulgué y empecé a hacerlo diariamente.

Fue una conversión radical de vida, dejé los bares de sexo y las noches de alcohol y cambié de amistades, empezando a frecuentar ambientes cristianos. Empecé a visitar más a mi madre que tras haberse quedado viuda estaba más sola y empecé a ver más a mis hermanos y a finales del verano quedamos para vernos y ocurrió el segundo acontecimiento.

Celebramos una comida familiar pero antes fuimos a misa y yo comulgué, lo que hizo que mi hermano mayor al acabar la misa me dijese que papá desde el cielo estaría muy

contento de verme comulgar. Yo me quedé sorprendido y le pregunté qué porque decía eso, y entonces me contó que hacía unos días había descubierto un libro de notas donde mi padre escribía en sus reflexiones la siguiente frase: “No descansaré hasta que mi hijo vuelva a la iglesia”.

El tercer acontecimiento que demuestra que mi conversión procede de las oraciones de mi padre fue cuando mi amigo Eduardo me convenció para que le acompañase a hacer un voluntariado con enfermos terminales de SIDA en un centro de las Misioneras de la Caridad, las hermanas de la Madre Teresa de Calcuta. Durante dos años lo estuve haciendo y mi sorpresa fue que un día conocí a una voluntaria que conocía a mi padre porque años atrás había sido voluntario en el mismo centro. En Madrid hay cientos de centros para hacer voluntariados ¿quién sino Dios hizo que lo hiciese en el mismo sitio?

Pasado el tiempo y hablando con mi madre me contó que ellos sabían perfectamente que yo no iba a misa y que estaba muy alejado de Dios y que rezaban mucho por mí. Sé que mi padre rezó muchísimo por mí y desde el cielo lo sigue haciendo. Sé que cuando los padres se ponen de rodillas los hijos se levantan. La misericordia de Dios es infinita y siempre escucha las oraciones de los padres.

Decidí ofrecer un año de castidad en reparación de mis pecados y así lo hice, pero pasado ese año pensé que no había ninguna razón para seguir viviendo en castidad.

Conocí a Pedro con quien tuve una relación sana, sin drogas, ni alcohol, pero como todas mis relaciones acabó al cabo de un año y luego tuve otra en la que ocurrió exactamente lo mismo. Llegados a este punto poco a poco me fui dando cuenta que si Cristo me amó tanto como para clavarse en una Cruz por mí, yo también quería amarle incondicionalmente y empecé a descubrir el valor de la Cruz y la entrega a los demás.

Con Pedro inicié una amistad casta y al poco tiempo por motivos económicos él alquiló su casa y le invité a vivir a la mía. Esta amistad se convierte en un regalo de Dios viviendo como dos hermanos. A esto se añade que mi madre desarrolla Alzheimer y me la llevé a casa donde vivimos los tres. De vivir una vida individualista basada en buscarme a mí mismo, me encontré viviendo con mi madre y con un amigo. La cruz de ver el deterioro de mi madre fue llevadera con la ayuda de Pedro y la unión con cada uno de mis hermanos lo que ha hecho que volvamos a ser una familia unida. De las cruces aceptadas Dios siempre da el ciento por uno.

Desde hace tres años vivo en castidad y hace tres meses conocí el apostolado Courage a través de mi amigo Luis. El capítulo de Courage me ha proporcionado un estado de libertad a diferencia de las esclavitudes a donde el sexo me llevó. La práctica de los sacramentos y la dirección espiritual me ha proporcionado una felicidad inmensa y me abre un camino a seguir conociendo a Cristo quien me salvó de una vida vacía.

La fraternidad y la amistad en los otros miembros del capítulo abren una etapa nueva en mi vida donde las amistades castas no solo son posibles sino necesarias. El verdadero encuentro con Cristo ha cambiado mi vida y doy gracias recordando las palabras del apóstol San Juan, «Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él».

Jorge Capítulo Courage Toledo, España

 


El gozo pascual

 


El gozo pascual

Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r.*

«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuántos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo»[1]. 

Quizás estas primeras palabras del texto conciliar nunca fueron tan apremiantes para nosotros como lo son hoy: hace poco más de dos años la humanidad se encontró perpleja delante de una pandemia, una situación inaudita, anormal y para muchos apocalíptica; hace poco más de un mes, los seres humanos volvimos a tener una sensación de inseguridad con una nueva guerra que amenaza tener proporciones más amplias de las que hemos visto desde la 2ª guerra mundial. Ciertamente existen muchas otras situaciones dolorosas y preocupantes en el mundo además de las que citamos, pero si las citamos es porque nadie las ignora y pueden ser una alerta para nosotros.

Los discípulos de Cristo, viviendo en la carne o solidarizándonos con los que sufren, somos llamados no solo a empatizar con sus dolores, sino que estamos llamados a algo más: ¡estamos llamados a anunciarles la Alegría! ¿Es eso, una actitud evasiva? Ciertamente no, la fe en Cristo no oculta o minimiza los dolores, sino que busca darle su verdadero sentido.

San Pablo VI, en el trascurso del año 1975, proclamó el «Año Santo de Renovación y Reconciliación» y en este contexto regaló a la Iglesia una de las más bellas exhortaciones apostólicas escritas por un Papa: la Gaudete in Domino, sobre la alegría cristiana; en este texto, el Santo Padre nos ofrece muchas luces sobre la importancia de vivir la auténtica alegría en medio de las vicisitudes de la vida:

El cristiano, sometido a las dificultades de la existencia común, no queda sin embargo reducido a buscar su camino a tientas, ni a ver la muerte el fin de sus esperanzas. En efecto, como lo anunciaba el profeta: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban tierra de sombras y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo» (Is 9,1-2). El Exsultet del pregón pascual canta un misterio realizado por encima de las esperanzas proféticas: en el anuncio gozoso de la resurrección, la pena misma del hombre se halla transfigurada, mientras que la plenitud de la alegría surge de la victoria del Crucificado, de su Corazón traspasado, de su Cuerpo glorificado, y esclarece las tinieblas de las almas [2].

Jesús, cuando estaba entre los discípulos, les prometió que no les dejaría en la tristeza después de su partida: «vuestra tristeza se convertirá en gozo» (Jn 16, 20); «Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado» (Jn 16, 24); confiemos en Jesús, su Amor ya fue derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu que nos ha sido dado (cf. Rm 5, 5) y una de las dimensiones del fruto del Espíritu es la alegría: «…el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz…» (Gal 5, 22a).

El gozo de Cristo Resucitado, gozo de la Pascua es una gracia que el Señor nos ofrece: si la acogemos, ella nos transfigura y se hace estilo de vida. No importa la situación que vivamos, el Don de Dios es mayor que cualquier limitación, problemas u obstáculos. Si nos sentimos inseguros a causa del tiempo que vivimos, recordemos las palabras de Jesús: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí» (Jn 14,1). Si nuestras situaciones personales nos desaniman, angustian, preocupan o entristecen, repitamos estas mismas palabras de Jesús: «No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios: creed también en mí», Él nos las dijo «para que nuestro gozo sea completo» (1Jn 1,4).

 



Referencias:

1. CONCILIO VATICANO II, Constitución Pastoral Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 1, en https://bit.ly/3rG34oQ
acceso: 01/04/2022.
2. PABLO VI, Exortación Apostólica Gaudete in Domino, sobre la alegría cristiana, 28, en https://bit.ly/3rEKzRB acceso: 01/04/2022. El negrito del texto es mío. 

* Lícia Pereira es laica consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y en este momento reside con su comunidad en Brasil.