Consagración diaria a María y José
Consagración diaria a María y José
Por Garrett Johnson, miembro de Courage
María, Madre siempre Virgen y José, su Castísimo Esposo,
hoy vengo a pedir su intercesión para renovar
mi consagración a Jesús a través de ustedes.
Les pido que me adopten como hijo suyo.
Ámenme, guíenme y fórmenme
como lo hicieron con Nuestro Salvador.
Dios les confió a su Hijo,
por eso hoy me encomiendo nuevamente a ustedes
y los tomo como mis padres espirituales.
Ayúdenme a amar a su Hijo, a Nuestro Padre
y al Espíritu Santo como ustedes.
Ayúdenme a entregarme completamente,
en cuerpo, alma y mente, sin reservas.
San José, defiéndeme celosamente
como defendiste a Cristo y defiendes ahora a su Iglesia.
Enséñame a ser un hombre de ternura y fortaleza.
Ahuyenta a los demonios que buscan dañarme
y llevarme por el mal camino.
Ayúdame a abrazar mi cruz como le enseñaste a Cristo.
Madre mía, María, sostenme en tus brazos
y llévame a donde no soy capaz de ir por mí mismo.
Cúbreme con tu santo manto y aléjame de las cosas de este mundo
para que solo me llene de las cosas de tu Hijo.
Ayúdame a dejar que mi corazón sea traspasado como el tuyo
y a que permanezca abierto para amar a quienes estén más necesitados de amor.
María y José, ayúdenme a ser el padre y el hermano que fui llamado a ser cuando nací.
Protéjanme de mis deseos desordenados y de las asechanzas del maligno.
Guíenme para que llegue a ser otro Cristo como lo fueron ustedes en la tierra
y lo son ahora en la plenitud de la vida eterna.
Amén.
Conferencia Courage y EnCourage 2021- Fotografías
Conferencia Anual Courage y EnCourage 2021
Álbum fotográfico
P. Philip Bochanski, director ejecutivo de Courage Internacional
Monseñor Michael Byrnes, arzobispo de Agaña, Guam
Monseñor John LeVoir, obispo emérito de New Ulm, Minnesota
Dr. Christopher Gross
Diácono Patrick Lappert, MD
Dr. Greg Bottaro
Capellanes de Courage y EnCourage y sacerdotes amigos del apostolado
P. Colin Blatchford, director asociado de Courage Internacional
Manny Gonzalez, miembro de Courage
Diácono Patrick Lappert
Monseñor Carl Kemme, obispo de Wichita, Kansas
Monseñor Joseph Naumman, arzobispo de Kansas City, Kansas
P. Philip Bochanski
Monseñor Joseph Naumman, arzobispo de Kansas City, Kansas
Capellanes de Courage y EnCourage y sacerdotes amigos del apostolado
Capellanes de Courage y EnCourage y sacerdotes amigos del apostolado
Materiales promocionales
Transmisión en línea en vivo de la conferencia
Encontrando el mejor método para mi oración
Encontrando el mejor método para mi oración
Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r.*
Cuando deseamos hacer un trabajo que exige una cierta técnica, primero debemos aprender cómo hacerlo para, luego de un tiempo de práctica, adquirir el conocimiento y la destreza para su ejecución. Ahora bien, el aprendizaje de la oración sigue una dinámica similar a la que hemos apenas descrito y no son pocos los cristianos que se empeñan en la vida del espíritu, pero, aun así, encuentran dificultades para rezar.
«La oración es un don de la gracia [pero también] una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo»[1]. Dedicación, determinación y esfuerzo son, entonces, actitudes normales que debemos tener si deseamos cultivar una vida de oración de calidad.
Ciertamente, la oración no puede ser definida como una «actividad», y aunque sea una operación de la interioridad, su esencia es ser un diálogo amoroso entre la persona y Dios, por lo tanto, supera (¡y mucho!), cualquier tipo de actividad meditativa. Pero curiosamente, varios hombres y mujeres de gran sabiduría cristiana identificaron ciertas expresiones de la oración, es decir, modos de comunicación con Dios y crearon métodos para facilitar esta comunicación.
Podemos decir que existen tres grandes expresiones de la oración: la oración vocal, la oración de meditación y la oración de contemplación. Son diferentes maneras de expresar y alimentar la relación con Dios, y si encontramos el modo adecuado a nuestra sensibilidad espiritual, podemos dejar atrás algunas dificultades iniciales y emprender el camino de crecimiento en la vida de oración. Veamos, en líneas generales, las expresiones de la oración y algunos ejemplos.
Es común pensar que la oración vocal es, en sí misma, una manera superficial de orar. Santa Teresa de Jesús, contrariando esta concepción, enseña que toda oración es interior antes que exterior, es mental antes que vocal[2]; así, para algunas personas, rezar el Santo Rosario o la Vía Crucis o el Oficio Divino u otras formas devocionales es un alimento para el espíritu. La palabra proferida a alta voz unida a una actitud silente y meditativa del significado de las oraciones favorece que la oración vocal integre muy bien el espíritu y el cuerpo.
Siguiendo con las enseñanzas de Santa Teresa, decimos que el «aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho»[3]. Pero, una de las expresiones más comunes de oración es la meditación. Es un tipo de oración donde interviene el «pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo»[4]. La meditación, no está demás insistir, no es una introspección que busca el encuentro con el propio yo, sino que la meditación de la Palabra de Dios tiene por objetivo ayudar a conocerlo más, conocer su modo de actuar y así abrirse a Él en el amor. Existen varios métodos de oración meditativa: la Lectio divina, el método ignaciano, el de San Sulpicio u otros métodos desarrollados por los diversos maestros de la espiritualidad cristiana. Naturalmente, es posible meditar la Palabra leyéndola pausadamente y reflexionando libremente en su significado para la vida.
¡Contemplar es solamente estar con el Amado del alma! (cf. Ct,1,7) Generalmente cuando nuestra oración adquiere un carácter más contemplativo significa que Dios está cambiando su modo de relacionarse con nosotros. San Juan de la Cruz dice que cuando la persona está habituada «a las cosas del espíritu en alguna manera, con alguna fortaleza y constancia, luego comienza Dios, como dicen, a destetar el alma y ponerla en estado de contemplación»[5]. Si en la meditación las facultades humanas intervenían en modo más protagónico, en la contemplación, ellas están, por decirlo de alguna forma, en un estado de mayor pasividad. El Catecismo de la Iglesia Católica, resume la esencia de la oración contemplativa con una famosa frase del Santo Cura de Ars: «Yo le miro y él me mira»[6]. Ahora bien, no caigamos en error de pensar en la contemplación como una especie de cumbre a la que se llega después de mucho entrenamiento. La oración es, ante todo, un don de Dios y, como agente principal de la oración, es Él quien revela el mejor camino para llevarnos a la Unión de Amor.
Los métodos son herramientas y como tales no son imprescindibles, podemos no usar ningún método y, aun así, tener un encuentro íntimo con Dios, lo importante es que encontremos el modo por el cual, de acuerdo a nuestro carácter y sensibilidad, podemos escuchar mejor a Dios. Para ello, la orientación de un director(a) espiritual experimentado(a) o de un buen confesor puede ser una valiosa ayuda.
* Licia Pereira es laica consagrada y en estos momentos reside en Brasil con su comunidad.
[1] Catecismo de la Iglesia Católica, 2725.
[2] Santa Teresa de Jesús, Camino de perfección, 25,3.
[3] Santa Teresa de Jesús, Fundaciones, V, 2.
[4] Catecismo de la Iglesia Católica, 2708.
[5] San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, C3, 32.
[6] Catecismo de la Iglesia Católica, 2715.
“¡En un retiro de Courage, me identifiqué como una persona con la dignidad de hijo de Dios!” Testimonio de un miembro de Courage Latino en México
“¡En un retiro de Courage, me identifiqué como una persona con la dignidad de hijo de Dios!” Testimonio de un miembro de Courage Latino en México
Durante mucho tiempo me preguntaba, ¿por qué no me siento en paz conmigo mismo?, ¿qué debo hacer para sentirme mejor? Estas preguntas constantemente me generaban estados depresivos y de ansiedad, la búsqueda de respuestas me llevó a recurrir a diferentes medios como periodos prolongados de terapia, cursos sobre desarrollo humano, cuestiones de esoterismo, de la nueva era, culto a la santa muerte e incluso a la santería. No encontraba respuestas y el vacío que me generaba era cada vez más grande, al punto que no le encontraba sentido a la vida.
Conocí el apostolado de Courage a través de una publicación en una revista católica, me inquietó pero la respuesta que me di fue que eso no era para mí pues era más atractivo estar llevando un estilo de vida homosexual fuera de límites. Así pasaron algunos años en los cuales decidí vivir una relación de pareja con una persona de mí mismo sexo. Creí tener todo lo que había deseado, rompí vínculos con mi familia y mis amistades cercanas; de Dios y de la Iglesia no deseaba saber nada.
Al poco tiempo, esa relación se volvió muy conflictiva, al grado de que un día llegué a un hospital desangrándome debido a las múltiples heridas que recibí con objetos punzocortantes, pero mi familia estuvo ahí acompañándome en el hospital y me llevaron de vuelta a casa. Hasta ese momento pude entender que esta forma de vida no me afectaba solo a mí, pues se desató en casa una dinámica familiar destructiva, en especial con mi papá, quien queriendo desquitar o vengar el daño que me habían hecho, deseaba acabar con la vida de esa persona.
En enero del 2009 a través del Encuentro Mundial de las Familias que se celebró en México visité el stand de Courage Latino, me brindaron información y me invitaron a vivir el retiro Nueva Vida con ellos. Asistí, aunque mi intención no era ir a vivir el retiro, sino conocer a más personas que experimentan atracción hacia el mismo sexo. En ese retiro, al escuchar los temas y testimonios de hombres y mujeres, empecé a encontrar respuestas a muchas preguntas; fue un gran momento en el que me identifiqué como una persona con la dignidad de hijo de Dios.
Desde entonces he sido un miembro más del apostolado Courage, a través del cual he recibido mucho por gracia de Dios por medio de las Cinco Metas, el testimonio de mis hermanos y otras actividades, a través de las cuales he comprendido que el servicio, impulsado por el Espíritu Santo, enriquece y fortalece, y que ante los momentos de crisis no estoy solo, sino que cuento con el acompañamiento de cada uno de mis hermanos de Courage y EnCourage, de mi capellán y de María Santísima que al presentarme a su Hijo Jesús me fortalece y me anima a seguir adelante: «¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre?, ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?, ¿tienes necesidad de alguna otra cosa?»
Testimonio de Ángel,
Courage Latino, capítulo de la Ciudad de México.
Vivir el silencio, ¿en qué ayuda?
Vivir el silencio, ¿en qué ayuda?
Por Lícia Pereira de Oliveira*
El tema del silencio es, al mismo tiempo, inquietante y fascinante. Deducimos que es inquietante porque no pocas personas -creyentes incluidos- no soportan estar mucho tiempo en silencio; basta que él se presente, para que huyan, llenándose de una diversidad de sonidos provenientes, por ejemplo, de las redes sociales y de los múltiples y variados entretenimientos ofrecidos por las plataformas streaming.
¿Pero, por qué se soporta poco el silencio? No podemos dar una respuesta única y absoluta, pues son variadas las posibilidades de explicación para una situación existencial. Sin embargo, podemos arriesgar dar una respuesta general y luego cada cual podrá contextualizarla y aplicarla a su realidad: el silencio es inquietante porque nos obliga a estar con nosotros mismos, nos obliga estar a solas con nuestra conciencia, «núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de aquélla»[1]. Así, cuando el silencio se impone, él nos interpela y nos conduce, de alguna manera, a tomar la decisión de «adentrarnos» en él o de evadirlo. Lo curioso, es que, sin darnos cuenta, si decidimos evadir el silencio, evadimos una realidad tremendamente fascinante: el encuentro con nuestra interioridad y en ella, con Dios. Curiosamente, entonces, el silencio es fascinante por la misma razón que es inquietante.
Los creyentes no estamos exentos de experimentar esta doble dinámica, que se da especialmente cuando tenemos la intención de rezar para así encontrarnos con Dios y escuchar lo que Él quiere decirnos. Puede pasar, entonces, que experimentemos un deseo profundo de Dios (lo fascinante), pero a la vez, experimentamos el temor de que el encuentro con Él nos revele ciertos aspectos de nuestra vida que no queremos enfrentar o que nos cuesta aceptar (lo inquietante).
La solución a esta aparente contradicción es sumergirnos totalmente en el silencio, pues es allí donde Dios habla. San Juan de la Cruz nos dice algo que puede ayudarnos en nuestra reflexión: «Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída del alma»[2]. La Palabra de Dios, Jesús, oída en el silencio de nuestro corazón se hace presente en él y cuando advertimos su amorosa presencia podemos experimentar, con toda seguridad, que su amor y su misericordia son más grandes y fuertes que todo pecado, que todo error, que todo temor.
Entonces, cuando entramos en oración, la experiencia fascinante e inquietante del silencio puede generar un sinfín de “ruidos”, donde los pensamientos, sentimientos y, en ciertos casos, también las palabras, nos distraen de lo esencial. No porque lo que tenemos que decir a Dios sean solo cosas superficiales o malas en sí mismas, sino porque no logramos dar espacio a lo que realmente cuenta: el dejarnos amar por Dios para así amarlo, amarnos rectamente, con todo lo que somos y tenemos, porque ¡Él nos ama tal cual somos! Y con ello, amar al prójimo, como es.
El Señor, en el Sermón de la Montaña enseñó a sus oyentes, y nos enseña hoy que, en la oración, las muchas palabras (y podemos añadir pensamientos y sentimientos) puede ser un gran estorbo: «Y al orar, no uséis repeticiones sin sentido, como los gentiles, porque ellos se imaginan que serán oídos por su palabrería» (Mt 6, 7). Todo exceso de palabras en la oración es innecesario porque nuestro Padre celestial sabe lo que necesitamos y nos escucha (Mt 6,32).
El silencio es apertura y acogida, y paradigma de esta dinámica es Santa María. En dos ocasiones el Evangelio nos presenta su actitud silente: «María atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón» (Lc 2,19.51). María es la mujer del silencio, pues Ella se abrió al fascinante Misterio del Dios que se hizo hombre en su vientre, que nació en un pesebre, que vivió entre los hombres, que murió por la mano de los hombres y que resucitó por obra del Espíritu Santo. Todas esas cosas fascinantes, también fueron inquietantes, pero ella superó toda turbación (cf. Lc 1, 29) porque atesoró en su interioridad y meditó sobre el significado de las cosas maravillosas que sucedieron en su vida.
Aprendamos de María nuestra Madre a acoger y atesorar las cosas maravillosas que Dios obra en nuestras vidas, para ello, basta que dejemos que la Palabra caiga suavemente en la tierra de nuestros corazones.
* Licia Pereira es laica consagrada y en estos momentos reside en Brasil con su comunidad.
[1] Gaudium et spes, 16
[2] San Juan de la Cruz, Dichos de amor y luz, 99
“Courage es lo que he buscado para ti”: Testimonio de una miembro de Courage en España
“Courage es lo que he buscado para ti”
Testimonio de una miembro de Courage en España
Mi nombre es María. Nací bajo el seno de una familia católica practicante, con valores cristianos.
Vivía mi fe más por obligación que por devoción y con el tiempo dejé de practicarla. Esa decisión de abandonar a Dios fue dejándome vacía por dentro y mi vida fue desencadenándose en un camino de errores y decisiones equivocadas que me llevaron a meterme en un pozo sin fondo del que no podía, ni sabía salir.
Como era bastante tímida y me costaba mucho relacionarme con los demás, me encerré en las relaciones por internet y a través de ese medio conocí a una chica de la que me hice muy amiga que me dijo que era lesbiana (digamos que sentía atracciones hacia el mismo sexo/AMS, pues nunca me he sentido identificada con la palabra homosexual, gay o lesbiana).
Fue aquí donde se despertó mi AMS y aunque al principio me costó entender esto en mi vida porque yo me consideraba una mujer cristiana, aunque no practicante, al final terminé por aceptarlo y comencé una relación con esta mujer.
Nunca he querido que nadie que me conociese se entere que yo experimentaba AMS. Así que ante esta situación siempre he tratado de ocultar mis verdaderos sentimientos y he bromeado sobre las relaciones con los chicos como si me importasen. Todo lo he hecho como medida de protección, solo por miedo a sentirme juzgada, insultada, criticada o rechazada socialmente por mi familia o por esas personas cercanas a mí que me pudieran importar.
Durante muchos años, viví “libremente” mi AMS. Una de las parejas que tuve le gustaban mucho las fiestas, así que para sentirme aceptada por su grupo de amigos me dejé arrastrar y eso terminó por desencadenar que acabase metiéndome en el mundo del alcohol y las drogas.
Toda esta situación me llevó poco a poco a tocar fondo, poniendo mi vida en juego hasta el punto de prender de un finísimo hilo que me separaba de este mundo y del otro. Ahora, que después de los años soy consciente de todo esto, solo puedo dar gracias a Dios porque Él me sacó de todo aquello sin permitir que nada malo me pasara y para que hoy pueda dar testimonio de ello.
Tantos años perdidos en malas compañías y malos hábitos me dejaron bastante vacía sin saber muy bien hacia dónde ir.
Después de un tiempo, comencé otra relación con una mujer que a diferencia de las otras era católica-practicante.
Por extraño que pueda ser a veces, el Señor se sirve de algo que al principio puede parecer malo para sacar algo bueno, pues estoy segura de que fue el Señor mismo quien puso esta persona en mi camino. Aquella chica comenzó a llevarme de nuevo a misa los domingos, rezábamos el rosario y poco a poco nos acercábamos más a Dios. El Señor nos fue transformando y juntas fuimos dejando atrás aquella vida, caminando ya no como pareja, sino como hermanas.
Una serie de acontecimientos en mi vida y la pérdida de mis padres me hizo ser más consciente de que esta vida no acaba aquí y después de este mundo nos espera el cielo. Yo quería llegar a ese cielo, así que creyéndome totalmente autosuficiente para lograr cualquier cosa por mí misma, tomé la decisión de renunciar a las relaciones con personas de mi mismo sexo para así poder vivir mi fe de un modo coherente y sin tapujos y alcanzar mi meta final que es el cielo.
Con el tiempo el Señor me demostró que no soy para nada autosuficiente y que sola no puedo lograr nada, que como personas humanas que somos tenemos debilidades que nos hacen volver a caer si no depositamos nuestra fuerza y confianza en Dios.
Fue entonces cuando le pedí al Señor que no me dejara caer de nuevo y que me ayudara, y fue en ese momento cuando me crucé en mi camino con Courage.
¿COURAGE, qué es esto? Es vivir una vida en castidad marcada por la oración, la hermandad y el apoyo mutuo. Y me dije a mí misma “esto es justo lo que yo necesito. ¡Ojala lo hubiera conocido antes!”
Al mirar la página web me pareció que estaba en México y me desanimé bastante pensando que no me servía de gran ayuda estando tan lejos.
Solo puedo decir que el Señor cuando habla, te habla ALTO Y FUERTE, y que no deja respuestas a medias. Se me ocurrió escribir un e-mail a Courage, para ver si al menos en España, pudiera existir, alguien a quien dirigirme. Fue a través de la respuesta de aquel e-mail que el Señor me dijo claro: “Courage, es lo que he buscado para ti, ahora anda y ve”.
En aquel e-mail me decían que sí existía un capítulo (un grupo) en España y justamente aquel capítulo estaba en mi propia ciudad. Pero por si aquello no fuera poco, y aún no estaba convencida de que el Señor me estaba dando respuesta a mi solícita petición de ayuda, aquel capítulo no solo estaba en mi propia ciudad sino que se reunían en la Iglesia donde acudía asiduamente.
Cuantas vueltas me hizo dar el Señor en mi vida durante muchísimos años, dejándome en mi libertad de equivocarme una y otra vez para ir preparando mi corazón a la entrega total a Él y que ahora solo me llevan a decir un “SÍ” en mayúsculas. “SÍ, quiero estar en Courage; SÍ, quiero luchar por mi santidad a través de una vida casta; SÍ, quiero ofrecer mi AMS por amor a Dios”.
Quiero dar gracias al apostolado Courage, al capítulo donde pertenezco y a mis hermanos de capítulo. Voy aprendiendo a aceptarme con mi AMS sin ser yo mi propio y mi peor juez, a apoyarme en mis hermanos, a ayudar y dejarme ayudar. En Courage he encontrado una familia donde me siento escuchada, acogida, sin sentirme en ningún momento juzgada, ni condenada.
Courage ha ido dando respuesta a tantas preguntas que me he hecho durante estos últimos casi veinte años de mi vida, pensando cual era el sentido de aquel camino erróneo que durante tanto tiempo seguí. Ahora sé que todo ha tenido un sentido y que el Señor me ha puesto aquí para que junto a la familia de Courage, pueda ser instrumento suyo para ayudar a mis hermanos y para que me arme de VALOR Y CORAJE a decirle “SÍ” al Señor. Luchando por llevar con alegría esta cruz, que es el camino de mi libertad, de mi santidad, y viviendo una vida en castidad desde el respeto y el amor a Dios, al prójimo y a mí misma.
Novena para pedir la unción del Espíritu Santo
NOVENA PARA PEDIR LA UNCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO
Oh Dios, que por tu Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, prometiste enviarnos al Espíritu Paráclito, el Espíritu de la Verdad, para inflamar nuestros corazones y, por medio de su gracia, volvernos hijos tuyos en Cristo Jesús, te rogamos derrames sobre nosotros los dones de tu Santo Espíritu para desear y hacer siempre tu voluntad y perseverar en la fe con caridad y verdad, con tal de gozar todos un día eternamente de tu presencia. Amén.
Modo de rezarla: Se comienza con la «Oración inicial», seguida por la «Oración por los siete dones del Espíritu Santo». Luego se hacen las oraciones correspondientes a cada día y se concluye con el «Himno al Espíritu Santo» y la «Oración final».
Oración inicial
Ven, Espíritu Santo,
llena los corazones de tus fieles
y enciende en ellos el fuego de tu amor.
Envía, Señor, tu Espíritu
y serán creadas las cosas
y renovarás la faz de la tierra.
Oración por los siete dones del Espíritu Santo
Oh, Señor Jesucristo, que antes de ascender al cielo prometiste enviar al Espíritu Santo para completar tu obra en las almas de tus apóstoles y discípulos, dígnate concederme el mismo Espíritu Santo para que perfeccione en mi alma la obra de tu gracia y de tu amor. Concédeme el don de sabiduría para que pueda despreciar las cosas perecederas de este mundo y aspirar sólo a las cosas que son eternas; el don de entendimiento para iluminar mi mente con la luz de tu divina verdad; el don de consejo para que pueda siempre elegir el camino más seguro para agradar a Dios y ganar el cielo; el don de fortaleza para que pueda llevar mi cruz contigo y sobrellevar con valor todos los obstáculos que se opongan a mi salvación; el don de conocimiento para que pueda conocer a Dios y conocerme a mí mismo y crecer en la perfección de la ciencia de los santos; el don de piedad para que pueda encontrar el servicio a Dios, dulce y amable, y el don del temor de Dios para que pueda llenarme de reverencia amorosa hacia Dios y tema ofenderlo en cualquier modo. Márcame, amado Señor, con la señal de tus verdaderos discípulos y anímame en todas las cosas con tu Espíritu. Amén.
Himno al Espíritu Santo
Ven, Espíritu Divino manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno. Amén.
Oración final
Oh, Dios, que has instruido los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, danos el gustar todo lo recto según el mismo Espíritu y gozar siempre de su consuelo. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
PRIMER DÍA (VIERNES)
¡Espíritu Santo! ¡Señor de Luz! ¡Danos, desde tu clara altura celestial, tu puro radiante esplendor!
El Espíritu Santo
Sólo una cosa es importante: la salvación eterna. Por lo tanto, solo una cosa hay que temer: el pecado. El pecado es el resultado de la ignorancia, debilidad e indiferencia. El Espíritu Santo es el Espíritu de Luz, de Fuerza y de Amor. Con sus siete dones ilumina la mente, fortalece la voluntad, e inflama el corazón con el amor de Dios. Para asegurarnos la salvación debemos invocar al Divino Espíritu diariamente, porque «el mismo Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero es Espíritu intercede por nosotros» (Rom 8,26).
Oración
Dios omnipotente y eterno que has condescendido para regenerarnos con el agua y el Espíritu Santo, y nos has dado el perdón de todos los pecados, permite enviar del cielo sobre nosotros los siete dones de tu Espíritu, el don de sabiduría y de entendimiento, el don de consejo y de fortaleza, el don de conocimiento y de piedad, y llénanos con el don del santo temor. Amén.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
SEGUNDO DÍA (SÁBADO)
¡Ven, Padre de los pobres! Ven, tesoro que sostienes. ¡Ven, Luz de todo lo que vive!
El don del temor de Dios
El don del Santo Temor de Dios nos llena con un soberano respeto por Dios, y nos hace que a nada temamos más que a ofenderlo por el pecado. Es un temor que se eleva, no desde el pensamiento del infierno, sino del sentimiento de reverencia y filial sumisión a nuestro Padre Celestial. Es el temor principio de sabiduría, que nos aparta de los placeres mundanos que podrían de algún modo separarnos de Dios. «Los que temen al Señor tienen corazón dispuesto, y en su presencia se humillan» (Ecl 2,17).
Oración
¡Ven, Oh bendito Espíritu de Santo Temor! Penetra en lo más íntimo de mi corazón, que te tenga, Señor y Dios mío, ante mi rostro para siempre. Ayúdame a huir de todas las cosas que puedan ofenderte y hazme merecedor ante los ojos puros de tu Divina Majestad en el Cielo. Amén.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
TERCER DÍA (DOMINGO)
Tú, el mejor de todos los consoladores, visita el corazón turbado, dale la gracia de la paz placentera.
El don de Piedad
El don de piedad suscita en nuestros corazones una filial afección por Dios como nuestro amorosísimo Padre. Nos inspira, por amor a Él, a amar y respetar a las personas y cosas a Él consagradas, así como a aquellos que están envestidos con su autoridad, su Santísima Madre y los Santos, la Iglesia y su cabeza visible, nuestros padres y superiores, nuestro país y sus gobernantes. Quien está lleno del don de piedad no encuentra la práctica de la religión como un deber pesado, sino como deleitante servicio. Donde hay amor no hay trabajo.
Oración
Ven, Oh Bendito Espíritu de Piedad, toma posesión de mi corazón. Enciende dentro mí tal amor por Dios que encuentre satisfacción sólo en su servicio y que por amor a Él me someta amorosamente a toda autoridad legítima. Amén.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
CUARTO DÍA (LUNES)
Tú, dulce alivio en la fatiga, refresco placentero en el calor, solaz en medio de la miseria.
El don de fortaleza
Por el este don, el alma se fortalece ante el miedo natural y soporta, hasta el final, el desempeño de una obligación. La fortaleza le imparte a la voluntad un impulso y energía que la mueve a llevar a cabo, sin dudarlo, las tareas más arduas, a enfrentar los peligros, a estar por encima del respeto humano, y a soportar sin quejarse el lento martirio de la tribulación aún de toda una vida. «El que persevere hasta el fin, ese se salvará» (Mt 24,13).
Oración
Ven, oh Espíritu de fortaleza, alza mi alma en tiempo de turbación y adversidad. Sostén mis esfuerzos de santidad, fortalece mi debilidad; dame valor contra todos los asaltos de mis enemigos; que nunca sea yo confundido ni me separe de Ti, mi Dios y mi máximo bien. Amén
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
QUINTO DÍA (MARTES)
¡Luz inmortal! ¡Divina Luz! ¡Visita estos corazones tuyos y llena nuestro más íntimo ser!
El don del conocimiento
El don del conocimiento permite al alma darle a las cosas creadas su verdadero valor en su relación con Dios. El conocimiento desenmascara la simulación de las criaturas, revela su vacuidad y hace notar sus verdaderos propósitos como instrumentos al servicio de Dios. Nos muestra el cuidado amoroso de Dios aun en la adversidad y nos lleva a glorificarlo en cada circunstancia de la vida. Guiados por su luz, damos prioridad a las cosas que deben tenerla y apreciamos la amistad de Dios por encima de todo. «El conocimiento es fuente de vida para aquel que lo posee» (Prov 16,22).
Oración
Ven, Espíritu Bendito de conocimiento y concédeme que pueda percibir la voluntad del Padre; muéstrame la nulidad de las cosas de la tierra, que tenga idea de su vanidad y las use sólo para tu gloria y mi propia salvación, siempre por encima de ellas, mirándote a Ti y tus premios eternos. Amén.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
SEXTO DÍA (MIÉRCOLES)
Si apartas tu gracia, nada puro permanecerá en el hombre, todo lo que es bueno se volverá enfermo.
El don del entendimiento
El entendimiento como don del Santo Espíritu, nos ayuda a aferrar el significado de las verdades de nuestra santa religión. Por la fe las conocemos, pero por el entendimiento aprendemos a apreciarlas y a apetecerlas. Nos permite penetrar el profundo significado de las verdades reveladas y, a través de ellas, avivar la novedad de la vida. Nuestra fe deja de ser estéril e inactiva e inspira un modo de vida que da elocuente testimonio de la fe que hay en nosotros. Comenzamos a «caminar dignos de Dios en todas las cosas complaciendo y creciendo en el conocimiento de Dios».
Oración
Ven, Espíritu de Entendimiento e ilumina nuestras mentes; que podamos conocer y creer en todos los misterios de la salvación, y que por fin podamos merecer ver la eterna luz en la Luz y, en la gloria podamos verte claramente junto con el Padre y el Hijo. Amén.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
SÉPTIMO DÍA (JUEVES)
Sana nuestras heridas, renueva nuestra fuerza. En nuestra aridez, derrama tu rocío. Lava las manchas de la culpa.
El don de consejo
El don de consejo dota al alma de prudencia sobrenatural, permitiéndole juzgar con prontitud y correctamente qué debe hacer, especialmente en circunstancias difíciles. El consejo aplica los principios dados por el conocimiento y el entendimiento a los innumerables casos concretos que confrontamos en el curso de nuestras obligaciones diarias. El consejo es sentido común sobrenatural, un tesoro invaluable en el tema de la salvación.
Oración
Ven, Espíritu de Consejo, ayúdame y guíame en todos mis caminos para que siempre haga tu Santa Voluntad. Inclina mi corazón a aquello que es bueno, apártame de todo lo que es malo y dirígeme por el sendero recto de tus mandamientos a la meta de la vida eterna que anhelo. Amén.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
OCTAVO DÍA (VIERNES)
Dobla la voluntad y el corazón obstinado, funde lo que está helado, calienta lo que está frío. ¡Guía los pasos que se han desviado!
El don de sabiduría
Abarcando a todos los otros dones, como la caridad abraza a todas las otras virtudes, la sabiduría es el más perfecto de los dones. De la sabiduría está escrito: «todo lo bueno vino a mí con ella y riquezas innumerables me llegaron a través de sus manos». El don de la sabiduría fortalece nuestra fe, fortifica la esperanza, perfecciona la caridad y promueve la práctica de la virtud en el más alto grado. La sabiduría ilumina la mente para discernir y apreciar las cosas de Dios ante las cuales los gozos de la tierra pierden su sabor, mientras la Cruz de Cristo produce una divina dulzura, de acuerdo a las palabras del Salvador: «Toma tu cruz y sígueme, porque mi yugo es dulce y mi carga ligera».
Oración
Ven, Espíritu de Sabiduría y revela a mi alma los misterios de las cosas celestiales, su enorme grandeza, poder y belleza. Enséñame a amarlas sobre todo y por encima de todos los gozos pasajeros y las satisfacciones de la tierra. Ayúdame a conseguirlas y a poseerlas para siempre. Amén.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
NOVENO DÍA (SÁBADO)
Tú, en aquellos que siempre más te confiesan y te adoran, en tus siete dones, desciende. Dales alivio en la muerte. Dales vida Contigo en las alturas. Dale los gozos que no tienen fin. Amén.
Los frutos del Espíritu Santo
Los dones del Espíritu Santo perfeccionan las virtudes sobrenaturales al permitirnos practicarlas con mayor docilidad a la divina inspiración. A medida que crecemos en el conocimiento y en el amor de Dios, bajo la dirección del Santo Espíritu, nuestro servicio se torna más sincero y generoso y la práctica de las virtudes más perfecta. Tales actos de virtudes dejan el corazón lleno de alegría y consolación y son conocidos como frutos del Espíritu Santo. Estos frutos, a su vez, hacen la práctica de las virtudes más activa y se vuelven un poderoso incentivo para esfuerzos aún mayores en el servicio de Dios.
Oración
Ven, Espíritu Divino, llena mi corazón con tus frutos celestiales: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Que nunca esté yo cansado en el servicio de Dios, sino que, por continua y fiel sumisión a tu inspiración, merezca estar eternamente unido Contigo, en el amor del Padre y del Hijo. Amén.
Un Padrenuestro, un Avemaría y un Gloria.
Fuentes:
Corazones.org
ACI Prensa
Conferencia Episcopal de Colombia
CristoRey.org
Mamá de EnCourage: todo está en las manos y tiempo de Dios para lograr la salvación de cada persona.
Mamá de EnCourage: Todo está en las manos y tiempo de Dios
para lograr la salvación de cada persona
Cuando me enteré de la atracción al mismo sexo (AMS) que experimenta mi hijo, fue muy doloroso. Lloré y le dije a Jesús que me dolía mucho, muchísimo. Y en medio de muchas lágrimas sentí a Jesús Crucificado frente a mí, consolándome y diciéndome que Él ya había vivido ese dolor por mi hijo y por mí. Estuve así por mucho tiempo repitiéndole esto a Jesús: Tú ya lo sufriste por nosotros, pero es muy duro para mí, gracias por acompañarme en este dolor. No dije nada de esto a nadie en mi familia.
Empecé a buscar ayuda y apoyo e informarme, para saber qué hacer. En un primer momento sentía la necesidad de ayudarle a «corregir» la AMS y pensaba y me preguntaba: ¿Qué ha pasado? ¿en qué momento sucedió? Como padres de familia ¿qué hicimos o dejamos de hacer?
Mi búsqueda se inició entre personas activas en su fe, que participaban en la Iglesia, pero que, al mismo tiempo, eran personas discretas. Hubo dos amigas y un sacerdote que me sugirieron llevarlo a un psicólogo, pero no lo hice. Por una «Diosidencia», Dios permitió un encuentro para mostrarme un camino. Un día me llegó un mensaje a mi teléfono, invitándome a las conferencias de alguien que había enfrentado una situación como la que yo estaba viviendo. Me dio más confianza asistir a esta actividad porque la organizaba la Iglesia. Fue en la Iglesia San Judas Tadeo, en Guatemala.
El relato del joven no era el caso de mi hijo, pero cuando habló de la ayuda que la Iglesia Católica ha dado desde hace años en estos casos, me sorprendí. Era nuevo para mí y muy esperanzador. Al solicitar más información me dieron una tarjeta y me dijeron que ahí daban apoyo a hombres y mujeres. Y les pregunté, «¿hay apoyo para padres de familia?» Y me dijeron que en Guatemala no había, pero que, al llamar, igual preguntara. Le conté esto a mis dos amigas, y así pasó el tiempo, hasta que un día una de ellas me preguntó, porque no había llamado. Fue entonces que retomé la búsqueda unos meses después y llamé. Un hombre me atendió y le expuse la situación: que necesitaba ayuda para padres porque yo no le diría a mi hijo que la buscara. Él, a su vez, me contactó con la persona representante del apoyo a padres y me alegró saber que sí había apoyo para los padres de familia en mi país.
La primera vez que asistí, fue una reunión diferente pues, justo en esas fechas, estaba de visita el padre Philip Bochanski de EE. UU., director ejecutivo de Courage Internacional, el apostolado que iniciaba en mi país. Todo era nuevo para mí, pero parecía el lugar correcto. Después de ese día, asistí a la primera reunión de EnCourage con otros padres de familia y un sacerdote. Esto fue el sábado 14 marzo del 2020, tan solo un día antes de que en mi país se declarara cuarentena por la pandemia de COVID-19.
A partir de esa fecha, las reuniones se hicieron de forma virtual. Todo este tiempo me ha permitido participar y conocer sobre los 40 años de fundación del apostolado Courage, así como recibir retiros y charlas formativas. Todo esto ha sido muy importante, tanto para conocer la labor de Courage y EnCourage, como para fortalecerme. Descubro día a día que este camino es extenso, diverso y cada familia presenta sus propios desafíos, aciertos y desaciertos.
Courage y EnCourage proponen vivir las Cinco metas para crecer y perseverar. Lo principal es perseverar en la fe y el grupo es un medio para ello. Cuando viene un nuevo miembro, buscamos acogerlo para que sienta el apoyo, la empatía y cariño, y que, con el tiempo, pueda compartir su propia experiencia. Nos toca escucharnos, apoyarnos en nuestras luchas y no hacer juicios apresurados. Algo muy importante es la confidencialidad entre los miembros, por respeto a su privacidad.
A través del capítulo de EnCourage he aprendido que primero debo esforzarme por escuchar a Dios para poder amarlo y en base a ello, escuchar a nuestros hijos y a los demás. Ser siempre agradecidos con Dios. He aprendido que tener fe no quiere decir que inmediatamente dejaré de pecar. Al vivir las Cinco metas de EnCourage voy conociendo más a Dios y solo así va aumentando mi fe, todo esto a través de Su Palabra, la meditación, la oración, la Eucaristía y la Confesión frecuente.
En la medida en que oro, me lleno de paz para escuchar a mi hijo y tratarlo con respeto y caridad. Siento que es muy importante escucharlo, y en el momento que Dios me hable en el corazón, le hablaré con la verdad en caridad, en paciencia. No siempre tendré que opinar; sobre todo, al inicio me deberé esforzarme mucho para escucharlo. Dependiendo de la situación y el momento que vive mi hijo, no debo insistirle en que vaya a la Iglesia, todo se irá dando en el tiempo de Dios. El testimonio que le puedo dar con mi vida será el reflejo del amor y misericordia de Jesús.
Lo que debo hacer es orar por mi hijo y dejar a Dios ser Dios, todo está en sus manos y en su tiempo, para lograr la salvación de cada ser humano. Lo importante es que yo cambie y no espere o exija el cambio a mis hijos. Mi misión es amarlos y educarlos en la verdad con caridad. Nosotros no los podemos cambiar. Además, también debo recordar que la AMS no define a la persona, ya que cada ser humano es más que su AMS. Tienen cualidades, valores, virtudes que los distinguen y hacen dignos hijos e hijas de Dios.
El apoyo y la compañía de un sacerdote, para los grupos, es fundamental. EnCourage ha hecho la diferencia en mi vida, he pasado de la desesperanza e incertidumbre a la certeza de que el destino, la salvación del alma de cada ser humano, está en las manos, el amor y la misericordia de Dios.
Evelyn.
El encuentro con Dios en la oración
El encuentro con Dios en la oración
Por Lícia Pereira de Oliveira*
Cuando consultamos manuales y libros que tratan de la espiritualidad cristiana generalmente hay un capítulo o más dedicados a la oración. Los textos recogen varias definiciones y clasificaciones con la intención de ofrecer elementos que ayuden a rezar mejor. El Catecismo de la Iglesia Católica, por ejemplo, a la pregunta ¿qué es la oración?, responde que la oración es un Don de Dios, es Alianza con Dios y Comunión con Él (cfr. CEC 2559-2565). En estas breves definiciones vemos la interacción entre dos personas: Dios y nosotros. La oración, es entonces, «el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza» (CEC 2563). Orar no es una actividad solitaria y reflexiva, sino que es «la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo» (CEC 25650).Esta relación puede ser entablada de muchas formas y es por ello que hay diversas modalidades de oración, que pueden ser clasificadas según su contenido: oración de adoración, de alabanza, de petición, de acción de gracias, etc., o según el modo de orar: vocal, mental o contemplativo. Dichas definiciones y clasificaciones nos ayudan a captar y a expresar algo del misterio de la oración, sin embargo, como sabemos, muchas veces las palabras quedan cortas para dar a conocer una experiencia profunda, especialmente tratándose de la experiencia del encuentro con Dios. Pero algo podemos expresar de la belleza y hondura de la oración y para ello pedimos la ayuda de una de las más grandes maestras de la espiritualidad cristiana: Santa Teresa de Jesús.
La santa nos dice en su autobiografía, que la oración consiste en: «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama»1. En esta brevísima definición, fruto de la experiencia personal de Teresa, encontramos tres elementos: la amistad, la soledad y el amor.
El amor: en la definición de esta gran Doctora de la Iglesia, el amor aparece como el último elemento, sin embargo, en su experiencia (y en la de todos los que cultivan una vida de oración) el amor es el origen, la fuerza y el sentido de la oración. ¿Pero de qué amor se trata? La santa se refiere en este texto al amor de Dios hacia nosotros, ella nos dice que orando estamos cerca de quien sabemos que nos ama. No siempre en la experiencia personal tenemos esta certeza, muchas veces Dios aparece ante nosotros como un padre severo o entonces un Ser lejano. Es que la certeza del amor de Dios la adquirimos progresivamente mientras vamos forjando el hábito de la oración (a eso se refiere Teresa cuando dice muchas veces tratando). Dios va dulcemente entrando en nuestro corazón para mostrarnos que nos ama y si nos abrimos a su Presencia, podemos percibir que somos muy amados por Él. Es percibiendo que somos amados, como llegamos a amarlo con todo nuestro corazón.
La amistad: La amistad es una forma de amor y la oración posibilita que cultivemos una relación de amorosa amistad con el Señor. Jesús llama a sus discípulos «amigos» (cf. Jn 15, 13-15) y Teresa dice que el Señor es el «buen amigo»2 que desea estar en nuestra compañía. Y nada es impedimento para ello, ni siquiera nuestros pecados. En verdad, nuestra condición de pecadores es lo que posibilita que el Señor realice lo que desea ardientemente: estar en nuestra compañía para, poco a poco, con su Gracia, ir removiendo los obstáculos que nos dificultan escucharlo y hablar con Él como dos amigos que se conocen y se entienden.
La soledad: Esta relación de amistad se cultiva en la soledad. Orar es estar a solas con el Buen Amigo. Es en la intimidad de la amistad que podemos compartir con el Señor nuestras alegrías, dolores, esperanzas, temores, deseos; pedir sus dones, su protección, su perdón; manifestar nuestra gratitud; entonar cánticos de alabanza; adorarlo, bendecirlo y amarlo.
En la oración se da el encuentro entre dos corazones que se buscan, porque se desean. Al rezar percibimos de manera singular que estamos en una relación de profunda amistad con Dios, que estamos encontrándonos con Él y que este encuentro es un encuentro de Amor.
* Licia Pereira es laica consagrada y en estos momentos reside en Brasil con su comunidad.