«Con la gracia de Dios y acompañado por Él, sigo perseverando en la fe» -Testimonio de un miembro de Courage

 

«Con la gracia de Dios y acompañado por Él, sigo perseverando en la fe»

Testimonio de un miembro de Courage


Esta es mi experiencia, tan pasada y tan actual, desde que descubrí que experimentaba atracción al mismo sexo. Ahora entiendo aquella frase tan popular del Padre Pío que dice: «Bendita la crisis que te hizo crecer, la caída que te hizo mirar al cielo, el problema que te hizo buscar a Dios»
.

Vengo de una familia muy grande, de muchos hermanos y, sobre todo, hermanas. Nos criamos junto a papá y mamá en un ambiente estrecho, machista y económicamente limitado; un hogar carente de muchas cosas, incluso de algunas básicas. Además, en mi hogar no existía eso que llaman «privacidad», pues debíamos convivir juntos en una habitación, prácticamente en ese ambiente se desarrollaba la vida. Por lo mismo, la calle siempre fue nuestro patio trasero, ahí jugábamos y pasábamos mucho tiempo, con mucha «libertad». Esa fue un poco mi formación, aprendí en la escuela de la calle. Mi papá casi nunca estuvo cerca de mí, estaba en casa, pero era como si no estuviera, siempre metido en sus cosas. Recuerdo una sola muestra de cariño de su parte y la atesoro.

Hubo un evento de mi niñez que marcó mi vida. Como comenté, pasaba mucho tiempo jugando en la calle sin ningún tipo de supervisión. En una ocasión –una de tantas– otro niño y yo, acompañados de un adolescente de unos 13 o 15 años, entramos a una finca. Entre juegos, nos pidió observarlo mientras realizaba actos sexuales con otro chico. Para mí fue un shock mirar semejante acto –yo tenía apenas siete u ocho años– y más dramático aún, que nos incitara a realizar tocamientos indebidos. A partir de ese momento, para mí esa situación se convirtió en una fijación cada vez que veía después a otros varones; se volvió una obsesión.

Cuando cumplí 13 años, mi vida quedó marcada. Descubrí que la bisexualidad era un concepto, una palabra en el diccionario que definía a las personas con gusto sexual por ambos sexos. En ese entonces, me identificaba interiormente de esa forma, pero con una personalidad tímida, seria, un poco introvertida, muy reservada, como escondiendo algo vergonzoso. Ciertamente, había algo diferente en mi sexualidad y no podía hablarlo con nadie, absolutamente con nadie, ni amigos, ni familiares, de quiénes me sentía muy distante.

Tuve una novia en el bachillerato, pero decidí terminar la relación porque no me sentía listo para continuar, sentía un poco de afecto por aquella chica, pero el amor no fue suficiente, se despertaban otros intereses sentimentales y me creaban expectativas.

Me tocó alejarme de la convivencia con mi familia por mis estudios. De cierta manera, me sentía libre de decidir qué camino tomar en la vida. Decidí realizar mis sueños académicos, lo demás podía esperar, incluyendo mi vida sentimental, que era difícil de descifrar. La atracción por uno y otro sexo iba y venía, sin embargo, empecé a fijarme principalmente en los chicos y al final todo quedaba como escondido ahí, muy «guardadito».

A los 24 años conocí a Willy, quien se convirtió en mi mejor amigo. Él ya daba pasos en el mundo gay. Willy era alguien con quien podía expresar mis gustos paralelos. Un día, me presentó a su pareja, y este luego me presentó a su mejor amigo, ahí mi vida empezó a cambiar. Meses después entablé una relación sentimental con otro hombre como yo; un año y medio después comencé a convivir con esa persona, hubo exceso de fiestas, alcohol y, a veces, promiscuidad. En esa vida «divertida», siempre experimenté una sensación de vacío en mi corazón, sentía que me perdía de algo, pero no sabía qué. Solo sabía que eso que estaba viviendo no era amor, sino una compensación del vacío y soledad que me producía.

Una de esas noches, nos visitó un amigo que hace tiempo no veía. Nos contó que estaba asistiendo a una iglesia católica donde había encontrado algo que llenaba su vida. Le pregunté si podía asistir a esas reuniones y me dijo que sí. A partir de ese momento empezaron las sorpresas. Hice un retiro espiritual de tres días que cambió todo mi esquema de vida.

Sin embargo, aún había aquella dicotomía en mi vida, ese doblez, pues continuaba en aquella relación gay, aunque sentía que debía dejarla, pero no sabía cómo. Y entre mucho ir y venir, y encuentros con Jesús en su Palabra, y en la Eucaristía, empecé a dejarme amar por Él y entendí el momento en que debía acabar con esa relación. Aunque fue doloroso, finalmente, un año después logré hacerlo. Jesús hizo su gran parte.

En aquel retiro comenzó mi proceso de conversión, al tener un encuentro más profundo con Jesucristo, y descubrí mi vocación.

Perseveré en el grupo de jóvenes de la iglesia. Fueron años muy bonitos y plenos en los que conocí a muchos amigos y hermanos, y me involucré en varios apostolados y grupos de la iglesia. Realicé muchas visitas a hospitales, asilos, escuelas y colegios, llevando el mensaje de Jesucristo.

Mientras servía en esas actividades pastorales, conocí a una chica con quien entablé una bella amistad, conversábamos y coincidíamos en la manera de vivir nuestra fe y amor a Jesucristo. Con el paso del tiempo nos fuimos enamorando, fueron los años de juventud más bonitos que viví y, poco a poco, descubrimos juntos el plan de Dios en nuestras vidas e iniciamos nuestro noviazgo. Ambos perseveramos en esos grupos junto con otros buenos amigos.

Fuimos novios un par de años y fui descubriendo en mi corazón y en la oración que era la mujer idónea para mi vida. Así pues, nos casamos y, por gracia de Dios, llevamos ya casi veinte años de matrimonio. Dios nos bendijo con hijos con increíbles dones y talentos.

Hoy puedo decir que me siento pleno como hombre, mis debilidades están ahí, a veces me doblan, pero no me quiebran. Sé que aún me falta mucho por crecer como persona y como hombre y para fortalecer mi masculinidad, pues he sido herido por el pecado, pero Dios, en su infinita misericordia, siempre mantiene los brazos extendidos para recibirme, abrazarme y ayudarme.

Hace unos ocho años, un buen amigo católico me invitó a las reuniones del apostolado Courage. Asistí en un momento de crisis en mi matrimonio debido a mi atracción al mismo sexo. Al principio sentí miedo a la exposición pública por mi estado de vida, luego supe de la discreción de las reuniones, lo platiqué con mi esposa, quien conoce todo mi proceso de heridas causadas por la atracción al mismo sexo y juntos comenzamos este camino. A partir de ese momento comencé a participar de las reuniones de Courage.

Recuerdo que en una reunión se nos pidió que pensáramos en aquel momento de la vida en que habíamos tocado fondo. En ese momento, al recordar, lloré como un niño mientras contaba a los miembros del grupo ese evento. Jamás imaginé que aquella escena de la parábola del «Hijo pródigo», en que este, habiendo caído tan bajo, llegó al punto de desear la comida de los cerdos, fuera el mejor ejemplo para describir una situación particular de mi vida. Por mucho tiempo estuve sumido en ese ambiente de promiscuidad sexual, me tocó ver el fondo de mi vida y sentirme asqueado y decepcionado de mí mismo y de la degradación moral en la que caí.

Desde ese momento, pude sentirme más libre, cayó esa vergüenza que llevaba en el corazón, sentí el abrazo de Jesús en cada uno de los miembros del grupo que me escucharon con tanta calma y sin escandalizarse ante el triste relato de mi pasado.

En Courage encontré el apoyo de amigos que entienden lo que me pasa porque también lo viven de una u otra manera. Vamos caminando juntos, orando juntos, desarrollando un espíritu de fraternidad y amistad sincera, buscamos juntos alcanzar cosas más grandes, como la santidad a través de vidas castas y llenas del amor de Dios.

Con la gracia de Dios y acompañado por Él, sigo perseverando en la fe y en mi camino de vida cristiana.