Reconciliación con Dios y con la Iglesia: las dos gracias del sacramento de la Penitencia

Author: Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r.

Reconciliación con Dios y con la Iglesia:
las dos gracias del sacramento de la Penitencia

Por Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r.*

No son pocos los católicos que confiesan tener dificultades para acercarse al sacramento de la Reconciliación. Algunos sienten mucha vergüenza de sus pecados y les es difícil abrir el corazón; otros se sienten cansados de repetir las mismas cosas en el confesionario; otros desconfían de modo generalizado de los sacerdotes y se «confiesan» directamente con Dios y no faltan quienes tuvieron malas experiencias con uno o más ministros y terminaron abandonando esta práctica sacramental tan importante en la vida de fe.

Existen también algunas concepciones limitadas sobre el sacramento. La confesión no es una terapia para descargarnos y quedarnos en paz con nuestra conciencia, aunque una buena confesión también tiene efectos positivos en nuestra psicología; tampoco es un tribunal donde me acuso de lo malo que hice, aunque, ciertamente, en ella debo reconocer mis pecados y relatarlos delante del ministro; no es una obligación que cumplir para ser un buen católico, aunque tengamos que acatar la prescripción de la Iglesia que dice que debemos confesar los pecados graves al menos una vez al año (1).

Así pues, para superar las dificultades y las ideas reduccionistas, hay que ir a lo esencial del sacramento. El Catecismo de la Iglesia Católica, citando el antiguo Catecismo Romano, nos recuerda su sentido: «Toda la fuerza de la Penitencia consiste en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une con Él con profunda amistad (Catecismo Romano, 2, 5, 18)»(2). Confesarse es antes que nada un hermoso encuentro con el Dios que nos ama y perdona. Es un momento donde experimentamos de modo palpable que Dios es «rico en misericordia» (Ef 2,4) y que su misericordia se derrama abundantemente en nuestros corazones transformándolos (cf. Rom 5,5).

Cuando los cristianos acuden al Sacramento de la Reconciliación reciben «la misericordia de Dios, el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados»(3). Reconciliación con Dios y con la Iglesia, son las dos gracias sacramentales que recibimos al confesarnos. Confiados, entonces, en que recibimos la Gracia que sana las heridas interiores causadas por el pecado y que restablecemos nuestra unión con Dios, recurramos cuantas veces sea necesario al sacramento, pues nuestro Dios es «Padre de las misericordias y Dios de toda consolación» (2Cor 1,3) y está siempre invitándonos a volver a Él, como nos dice el profeta Oseas: «Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer» (Os 11, 8).

De la reconciliación con Dios brota la reconciliación personal y con los hermanos. La gracia sacramental nos infunde fuerza para vivir el amor de Caridad, que consiste en amar a los demás con el amor que viene de Dios:

En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Queridos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud (1 Jn 4,10-12).

No permitamos que malas experiencias del pasado o ciertas ideas obstaculicen la experiencia de gracia que este sacramento nos proporciona. Recordemos que el «confesor no es dueño, sino el servidor del perdón de Dios»(4), por lo que San Pablo, consciente de ser siervo de Cristo (cf. Rom 1,1) exhortó a los Corintios y nos exhorta hoy: «En nombre de Cristo les rogamos: ¡déjense reconciliar con Dios!» (2Cor 5,20).

  1.  CIC, can. 989
  2. Catecismo de la Iglesia Católica1468
  3.  Lumen Gentium, 11
  4. Catecismo de la Iglesia Católica, 1466

* Licia Pereira es laica consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y en estos momentos reside en Brasil con su comunidad.