El examen de conciencia: una hermosa oración


El examen de conciencia: una hermosa oración

Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r.*

Cuando se habla de examen de conciencia lo primero que viene a la mente es la lista de los pecados que debemos confesar para recibir el Sacramento de la Reconciliación, y si bien ello es cierto, es algo más. El Examen de Conciencia es una oración [1] y como tal nos une a Dios, siendo así parte de nuestra vida espiritual. En los Ejercicios Espirituales [EE], San Ignacio de Loyola presenta dos tipos de examen de conciencia: el particular [cf. EE 24-31] y el general [cf. EE 32-44]. El particular es el que nos prepara para la confesión y el general es «para limpiarse y para mejor confesar» [EE 32]. El examen general sí ayuda a hacer una buena confesión, pero su primera finalidad es la purificación del corazón que permite contemplar a Dios (cf. Mt 5,8). ¿Cómo se hace? San Ignacio propone cinco pasos [cf. EE 43]:

Acción de gracias: lo primero es tomar conciencia de la amorosa providencia de Dios y darle gracias por los dones que nos da. «Porque dar gracias es un modo privilegiado de reconocer, sentirse amado y amar»[2]. Al entrar en nosotros mismos podemos reconocer los dones espirituales y materiales que Dios nos concede a nosotros y a las personas que amamos. ¡Hay tanto que agradecer!

Pedir la gracia para conocer los pecados y rechazarlos: el segundo momento se caracteriza por la oración de súplica; pedimos al Señor que nos conceda la luz de la gracia para reconocer nuestros pecados y rechazarlos. Lo que pedimos es una percepción espiritual para, por un lado, captar la presencia de Dios y por otro, nuestras faltas de amor hacia Él. Pedimos luz [para ver] y fuerza [para rechazar] el pecado.

Examinar los pensamientos, las palabras y las acciones: el tercer momento es el más práctico. Se trata de examinar los pensamientos, las palabras y las obras de pecado; sin embargo, algunos autores interpretan que podemos también examinar los actos de amor a Dios y al prójimo [3]. Recordando, entonces, nuestros pensamientos, palabras y obras, somos capaces de ver cuándo nos replegamos egocéntricamente sobre nosotros mismos, cerrándonos a Dios y cuándo hacemos el movimiento inverso.

Pedir perdón: al reconocer aquellos movimientos que nos alejan de Dios y de los hermanos, toca pedir confiadamente perdón. Es el momento privilegiado para experimentar que Dios nos ama profundamente en nuestra miseria y pequeñez [4]. Pedir perdón es una puerta de entrada para la realidad más importante de este cuarto momento: experimentar el abrazo amoroso de Dios, su beso de acogida y la alegre celebración de esta hermosa realidad que es el perdón (cf. Lc 15, 20-23)[5].

Propósito de enmendarse con la Gracia de Dios: los cuatro primeros pasos se concentran en el pasado, el quinto nos orienta al futuro. Recordar nuestras faltas pasadas nunca es una finalidad en sí misma, tiene sentido porque nos ilumina para nuestro futuro. No se trata de concentrarnos en las faltas haciendo resoluciones irrealizables para no caer. Se trata más bien de, habiendo recibido nuevas luces espirituales, renovar nuestro peregrinar con Dios. Él, pedagógicamente nos conduce en las adversidades de la vida, a la Vida Eterna, objeto de toda nuestra esperanza [6]. El propósito de enmienda significa querer hacer el bien y evitar el mal. Dios camina con nosotros para la concreción de este propósito.

Delante de Jesús Sacramentado o en la intimidad de nuestra habitación; haciendo apuntes o solamente haciendo uso de la memoria y de la meditación; en el inicio del día o de la noche, el Examen es una hermosa modalidad de oración, muy recomendable para madurar en la vida espiritual y avanzar en el camino de la amorosa unión con Él, que es Padre Misericordioso, Hijo Reconciliador y Espíritu Santificador.

* Licia Pereira es laica consagrada y en este momento reside con su comunidad en Brasil.

Referencias:

1 Cf. ARZUBIALDE S., S.J., Ejercicios Espirituales de San Ignacio, historia y análisis, Maliaño, 2009, p. 149.156.160; GALLAGHER T., O.M.V., A Oração do Exame, sabiduría ignaciana para as nossas vidas no tempo presente, Lisboa, 2014, p. 19.21; RUPNIK M.I., S.J., L’esame di coscienza, per vivere da redenti, Roma, 2002, p. 69.

2 ARZUBIALDE S., S.J., o.c. p. 158.

3 Cf. ALFONSO H., La vocazione personale, trasformazione in profondità per mezzo degli esercizi spirituali, Roma, 2015, p. 42; GALLAGHER T., o.c., pp. 90-91.

4 Cf. GALLAGHER T., o.c., p. 102.

5 Ibid., p. 108.

6 Ibid., p. 123.


«Soy un hombre nuevo, con una vida nueva» - Testimonio de un miembro de Courage en América Central

 


«Soy un hombre nuevo, con una vida nueva»


Desde que experimento atracción al mismo sexo, he luchado por no sentirla, me daba mucha vergüenza, miedo y culpa. Recuerdo que era un niño solitario, vivía la problemática del alcoholismo de mi padre y la indiferencia de mis hermanos mayores y sufrí agresiones y burlas de niños del barrio y de la escuela. Fui abusado sexualmente por diferentes hombres en diferentes momentos desde los 10 a los 15 años, en la adolescencia luché contra la atracción al mismo sexo con todo mi ser y con toda mi fe, sin lograr cambios hasta los 32 años. Busqué ayuda psicológica que recibí de un psicólogo bien recomendado, de mediana edad, profesor universitario, que me convenció con varios argumentos que mis problemas emocionales y de conducta tenían razón de ser porque no me aceptaba, ni lo asumía.

Al recibir su apoyo, aceptación y hasta -podría decir- admiración, me sentía tan libre y feliz de hablar esto con él que fue entonces que comencé a frecuentar lugares gay, a tener encuentros sexuales desenfrenadamente. Creo que fue cuando acepté la derrota y comencé a vivir el estilo de vida homosexual con una gran sensación de “libertad” y una especie de euforia. A lo largo de los años, mis emociones y mi conducta no mejoraron, el sexo se fue volviendo más obsesivo y compulsivo, pensaba que eso era la felicidad, pero me seguía sintiendo mal, el vacío en mí crecía, estaba perdiendo el sentido de la vida. Me sentía descontrolado, depresivo y con mucha ira. Había hecho del sexo el centro de mi vida, era la razón de mi existencia, luchaba con mis conocimientos y fuerzas por parar y cambiar, pero no lograba hacer cambios.

Después de vivir 10 años lejos de la verdad y de la Iglesia, habiendo experimentado un intento de suicidio, y de vivir adicción al sexo desde mis 12 años (pornografía, masturbación, encuentros sexuales), estaba frustrado, con depresión y mucha ira en el corazón. Estaba cansado de cómo vivía y también cansado del vacío que sentía en mí, en un momento entendí que necesitaba ayuda fue entonces cuando comencé a ir a misa. En esos momentos, pensaba que nunca iba a contar que sentía atracción sexual por los hombres, sin embargo, después de un mes comencé a confesarme y contar mi situación y mis pecado. Los sacerdotes tuvieron muchas reacciones diferentes, algunas de las palabras que me dijeron no me ayudaron, otras me causaron nuevas heridas y mucho dolor; quería preguntarles cómo se lograba vivir en castidad, cuál era el secreto, sino podía dejar de sentir la atracción al mismo sexo, yo pensaba que me conformaba con vivir en castidad, pero tenía mucho miedo, y me creía incapaz de parar. Busqué ayuda de un consejero dentro de la Iglesia, con muy buenas intenciones, pero con pocos conocimientos sobre mi condición y lo que vivía en este tipo de relaciones. Un día le pregunté: ¿No hay nadie dentro de la iglesia que me pueda ayudar, y ayudar a personas que estuvieran en mi situación? Su respuesta fue: no.

Con tristeza y sin esperanzas, pero con fe, convencido que necesitaba tener una relación cercana con Dios, que mi lugar era ser parte de la Iglesia seguí asistiendo a misa, visitas al Santísimo, delante de Él sentía paz y consuelo lloraba mucho, siempre pidiéndole a Dios Trino que me ayudara, que tuviera misericordia por mí y por las personas con mi condición, consciente de que no lograba hacer cambios, que no quería seguir solo, y que Él podía ayudarme.

Ocho meses después recibo un gran mensaje, a través de la televisión en el canal católico EWTN vi en el programa “Cara a Cara” que dirige Alejandro Bermúdez entrevistando a un miembro del apostolado Courage hablando del apostolado, de la atracción al mismo sexo y de la castidad. Me impactó, me sentí tan identificado, por primera vez mi corazón sintió esperanza.

Comencé a buscar información sobre Courage, a relacionarme con personas que me ayudaran, a entrar al apostolado, y fue entonces cuando inicié -para Gloria de Dios- un camino con hermanos y guías espirituales. Comprendí que soy un hijo amado de Dios, digno, no más ni menos que los demás, que podía y estaba llamado a tener una vida espiritual, a fortalecerla y a disfrutarla.

Hoy me siento feliz y agradecido de ser hombre, de ser yo, he aprendido a aceptarme, amarme y respetarme, poniéndome límites, viviendo los sacramentos, y una vida espiritual perseverante. Viviendo en comunidad con amigos y hermanos, recuperé la capacidad de amar y perdonar, retomé el control de mi vida, aprendí a luchar para no caer en tentación, pero también a vivir con ella, aprendí a ser hermano, amigo, a ser fraterno, a dar apoyo a recibirlo. Soy un hombre nuevo, con una vida nueva.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en un principio ahora y siempre, por los siglos de siglos, Amén.

Testimonio de Manuel, miembro de Courage en América Central

 

 


El encuentro con Jesús en el Santísimo Sacramento

 

El encuentro con Jesús en el Santísimo Sacramento

 

Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r.*

La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración [1].

Iniciamos nuestra breve reflexión con estas palabras de San Juan Pablo II, quien en 1980 dirigió una carta a todos los obispos del mundo para meditar sobre la incidencia del misterio eucarístico en la vida de los ministros ordenados. Pero el texto que aquí reportamos se aplica muy bien a todo fiel cristiano: a todos nosotros el Santo Papa pide no cesar nunca la adoración a Jesús Eucaristía.

Ciertamente queremos seguir la exhortación del Papa, sin embargo, no siempre lo logramos como deseamos. Muchas veces tenemos dificultades delante del Santísimo Sacramento, pues no sabemos qué hacer, qué decir y el momento de encuentro con Jesús termina siendo un momento de dispersión. Hay también quienes no encuentran mucho sentido en estar arrodillados delante del sagrario o de la Hostia expuesta en el altar.

Pero, quizás si cambiamos de perspectiva, podremos superar un poco nuestras dificultades y sacar preciosos frutos espirituales en la oración delante de Jesús Sacramentado.

Un hermoso himno de autoría de Santo Tomás de Aquino, cantado hasta los días de hoy en las adoraciones eucarísticas comunitarias, puede darnos una primera pista para este cambio de perspectiva. Veamos solo las dos primeras estrofas:

Te adoro con devoción, Dios escondido,
oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
A Ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.

Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto;
pero basta el oído para creer con firmeza;
creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más verdadero que esta Palabra de verdad [2].

En el texto encontramos algunas expresiones que nos ayudan a entender un poco la razón de nuestras dificultades ante Jesús Eucaristía: “Dios escondido”; “oculto verdaderamente” y “al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto”. Estas frases quieren enfatizar el hecho de que la Santa Presencia está por detrás o por debajo de lo que es visible a nuestros ojos. Pero, insistimos, no es fácil trascender lo que los ojos del cuerpo ven, pues estamos acostumbrados a fiarnos solo de lo que podemos ver, tocar y comprobar. Espontáneamente, entonces, viene a la memoria la famosa frase de Saint-Exupéry tomada de su libro El Principito: «no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos». A Jesús se le ve bien solo con el corazón.

Pero el mismo Tomás nos ofrece una vía de salida y lo hace diciendo que basta el oído para creer con firmeza en la Santa Presencia. ¿Pero cuál oído? Si primero el Doctor Angélico[3] estaba hablando de los sentidos corporales de la visión, del tacto y del gusto, luego cambia el nivel y pasa a hablar del sentido espiritual del oído: se trata del oído que acoge la Palabra de Dios, Palabra que nos es dirigida en las Sagradas Escrituras, en la Liturgia y en el corazón. «La fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo» (Rm 10,17). ¡Si oímos, creeremos y podremos ver!

Para ayudarnos a oír la Palabra de Dios, el Papa Emérito Benedicto XVI hace la siguiente afirmación: «Hoy se necesita redescubrir que Jesucristo no es una simple convicción privada o una doctrina abstracta, sino una persona real cuya entrada en la historia es capaz de renovar la vida de todos»[4]. ¡El Misterio oculto bajo las especies de Pan es una Persona! ¡Es Jesús quien desea estar delante de nosotros para hablarnos como Amigo! Volvamos a Exupéry y recordando uno de los diálogos entre el Principito y el Zorro, apliquémoslo a la dinámica de encuentro entre Jesús Sacramentado y nosotros:

Si quieres un amigo, ¡domestícame!
–¿Qué hay que hacer? –dijo el Principito.
–Hay que ser muy paciente –respondió el Zorro –. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca...

Jesús, nos pide ser pacientes, silentes y constantes en la Adoración, si así lo hacemos, cada día que pasa nos sentiremos más cercanos a Él y se dará una mutua domesticación: seremos uno en Jesús (cf. Jn 17, 23-24).

* Licia Pereira es laica consagrada y en estos momentos reside en Brasil con su comunidad.

[1] 1 Juan Pablo II, Carta Dominicae cenae, 3.
[2] Santo Tomás de Aquino, Himno Adoro te devote.
[3] Título dado a Santo Tomás de Aquino por causa de sus enseñanzas filosóficas y teológicas.
[4] Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 77.

 


San Pelayo de Córdoba, mártir de la pureza

 

San Pelayo de Córdoba, mártir de la pureza

 

San Pelayo (Paio o Pelagio) nació en Albeos, Crecente (España), en el 911. Murió el 26 de junio de 925 en Córdoba. San Pelayo fue martirizado por despedazamiento o desmembramiento con  tenazas de hierro durante el califato de Abd al- Rahmán III,  y posteriormente canonizado por la Iglesia Católica. Se le reconoce particularmente como ejemplo de la virtud de la castidad  ante la homosexualidad. Su día en el santoral católico es el 26 de junio.

Según la historia, el califa Abd al-Rahmán III le propuso al joven tener contactos sexuales, a los que éste se negó, lo que provocó su tortura y muerte. [1]

El año 920 las tropas musulmanas derrotaron a las cristianas en Valdejunquera; entre los numerosos prisioneros trasladados a Córdoba se contaba el obispo Ermogio, que lo era a la sazón de Tuy. Éste se hizo sustituir al año siguiente por su sobrino Pelagio (o Pelayo), niño de tan sólo diez años, mientras él marchaba hacia la España cristiana con la esperanza de reunir la suma exigida por su rescate. Por razones que se desconocen, el precio de la libertad de Pelayo no llegó y el niño pasó en la cárcel casi cuatro años.

El verano del año 925, cuando Pelayo tenía ya cumplidos los trece años, llegó a oídos del califa Abd al-Rahmán noticias de la belleza de su joven rehén y quiso conocerlo. A tal efecto, fue presentado ante el Califa vestido con ricas vestiduras, pero Pelayo se negó a abjurar de su fe cristiana y no dudó en insultar al Califa cuando éste pretendió seducirlo.

Irritado, Abd al-Rahmán ordenó que fuera torturado para conseguir que renegara de su fe y, al no alcanzar su propósito, mandó que fuera descuartizado y sus restos arrojados al Guadalquivir. Los cristianos de Córdoba los recogieron y sepultaron en el templo de San Ginés, depositando la cabeza en la iglesia de San Cipriano. Hacia el año 950, un presbítero cordobés, de nombre Raguel, escribió una Vita vel passio Sancti Pelagii que, en realidad, es una narración del martirio basada en el testimonio de testigos oculares. El culto a san Pelayo se desarrolló pronto en Córdoba, pero enseguida fue también venerado por los cristianos del norte; consta que el año 930 ya había reliquias suyas en el monasterio de Valeránica (Burgos). El año 967 los restos de san Pelayo fueron trasladados a León y de allí a Oviedo en el año 994, en cuyo monasterio de monjas benedictinas actualmente se conservan. [2]

San Pelayo es el santo patrón de: Seminario Menor de Tuy (provincia de Pontevedra, España); Villanueva Matamala (provincia de Burgos, España); Castro-Urdiales (Burgos, España) y de Zarauz (Guipúzcoa, País Vasco, España). [3]
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Fuentes:

  1. Catholic.net
  2. Vivancos Gómez, Miguel C., «San Pelayo»Real Academia de la Historia.
  3. Catholic.net

Consagración diaria a María y José

Consagración diaria a María y José

Por Garrett Johnson, miembro de Courage

 

María, Madre siempre Virgen y José, su Castísimo Esposo,
hoy vengo a pedir su intercesión para renovar
mi consagración a Jesús a través de ustedes.

Bartolomé Esteban Murillo: Den heliga familjens återkomst från Egypten. NM 4229

Les pido que me adopten como hijo suyo.
Ámenme, guíenme y fórmenme
como lo hicieron con Nuestro Salvador.
Dios les confió a su Hijo,
por eso hoy me encomiendo nuevamente a ustedes
y los tomo como mis padres espirituales.
Ayúdenme a amar a su Hijo, a Nuestro Padre
y al Espíritu Santo como ustedes.
Ayúdenme a entregarme completamente,
en cuerpo, alma y mente, sin reservas.

San José, defiéndeme celosamente
como defendiste a Cristo y defiendes ahora a su Iglesia.
Enséñame a ser un hombre de ternura y fortaleza.
Ahuyenta a los demonios que buscan dañarme
y llevarme por el mal camino.
Ayúdame a abrazar mi cruz como le enseñaste a Cristo.

Madre mía, María, sostenme en tus brazos
y llévame a donde no soy capaz de ir por mí mismo.
Cúbreme con tu santo manto y aléjame de las cosas de este mundo
para que solo me llene de las cosas de tu Hijo.
Ayúdame a dejar que mi corazón sea traspasado como el tuyo
y a que permanezca abierto para amar a quienes estén más necesitados de amor.

María y José, ayúdenme a ser el padre y el hermano que fui llamado a ser cuando nací.
Protéjanme de mis deseos desordenados y de las asechanzas del maligno.
Guíenme para que llegue a ser otro Cristo como lo fueron ustedes en la tierra
y lo son ahora en la plenitud de la vida eterna.

Amén.


Conferencia Courage y EnCourage 2021- Fotografías

Conferencia Anual Courage y EnCourage 2021

Álbum fotográfico

 

 

P. Philip Bochanski, director ejecutivo de Courage Internacional

 

Monseñor Michael Byrnes, arzobispo de Agaña, Guam

 

 

Monseñor John LeVoir, obispo emérito de New Ulm, Minnesota

 

 

Dr. Christopher Gross

 

 

Diácono Patrick Lappert, MD

 

Dr. Greg Bottaro

 

 

 

Capellanes de Courage y EnCourage y sacerdotes amigos del apostolado

 

 

P. Colin Blatchford, director asociado de Courage Internacional

 

 

 

 

Manny Gonzalez, miembro de Courage

 

Diácono Patrick Lappert

 

Monseñor Carl Kemme, obispo de Wichita, Kansas

 

Monseñor Joseph Naumman, arzobispo de Kansas City, Kansas

 

P. Philip Bochanski

 

 

Monseñor Joseph Naumman, arzobispo de Kansas City, Kansas

 

 

 

Capellanes de Courage y EnCourage y sacerdotes amigos del apostolado

 

 

Capellanes de Courage y EnCourage y sacerdotes amigos del apostolado

 

 

Materiales promocionales

 

Transmisión en línea en vivo de la conferencia

 

   


Encontrando el mejor método para mi oración

Encontrando el mejor método para mi oración

Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r.*

 

Cuando deseamos hacer un trabajo que exige una cierta técnica, primero debemos aprender cómo hacerlo para, luego de un tiempo de práctica, adquirir el conocimiento y la destreza para su ejecución. Ahora bien, el aprendizaje de la oración sigue una dinámica similar a la que hemos apenas descrito y no son pocos los cristianos que se empeñan en la vida del espíritu, pero, aun así, encuentran dificultades para rezar.

«La oración es un don de la gracia [pero también] una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo»[1]. Dedicación, determinación y esfuerzo son, entonces, actitudes normales que debemos tener si deseamos cultivar una vida de oración de calidad. 

Ciertamente, la oración no puede ser definida como una «actividad», y aunque sea una operación de la interioridad, su esencia es ser un diálogo amoroso entre la persona y Dios, por lo tanto, supera (¡y mucho!), cualquier tipo de actividad meditativa. Pero curiosamente, varios hombres y mujeres de gran sabiduría cristiana identificaron ciertas expresiones de la oración, es decir, modos de comunicación con Dios y crearon métodos para facilitar esta comunicación.

Podemos decir que existen tres grandes expresiones de la oración: la oración vocal, la oración de meditación y la oración de contemplación.  Son diferentes maneras de expresar y alimentar la relación con Dios, y si encontramos el modo adecuado a nuestra sensibilidad espiritual, podemos dejar atrás algunas dificultades iniciales y emprender el camino de crecimiento en la vida de oración.  Veamos, en líneas generales, las expresiones de la oración y algunos ejemplos.

Es común pensar que la oración vocal es, en sí misma, una manera superficial de orar. Santa Teresa de Jesús, contrariando esta concepción, enseña que toda oración es interior antes que exterior, es mental antes que vocal[2]; así, para algunas personas, rezar el Santo Rosario o la Vía Crucis o el Oficio Divino u otras formas devocionales es un alimento para el espíritu. La palabra proferida a alta voz unida a una actitud silente y meditativa del significado de las oraciones favorece que la oración vocal integre muy bien el espíritu y el cuerpo.

Siguiendo con las enseñanzas de Santa Teresa, decimos que el «aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho»[3]. Pero, una de las expresiones más comunes de oración es la meditación. Es un tipo de oración donde interviene el «pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo»[4]. La meditación, no está demás insistir, no es una introspección que busca el encuentro con el propio yo, sino que la meditación de la Palabra de Dios tiene por objetivo ayudar a conocerlo más, conocer su modo de actuar y así abrirse a Él en el amor.  Existen varios métodos de oración meditativa: la Lectio divina, el método ignaciano, el de San Sulpicio u otros métodos desarrollados por los diversos maestros de la espiritualidad cristiana. Naturalmente, es posible meditar la Palabra leyéndola pausadamente y reflexionando libremente en su significado para la vida.

¡Contemplar es solamente estar con el Amado del alma! (cf. Ct,1,7) Generalmente cuando nuestra oración adquiere un carácter más contemplativo significa que Dios está cambiando su modo de relacionarse con nosotros. San Juan de la Cruz dice que cuando la persona está habituada «a las cosas del espíritu en alguna manera, con alguna fortaleza y constancia, luego comienza Dios, como dicen, a destetar el alma y ponerla en estado de contemplación»[5].  Si en la meditación las facultades humanas intervenían en modo más protagónico, en la contemplación, ellas están, por decirlo de alguna forma, en un estado de mayor pasividad. El Catecismo de la Iglesia Católica, resume la esencia de la oración contemplativa con una famosa frase del Santo Cura de Ars: «Yo le miro y él me mira»[6]. Ahora bien, no caigamos en error de pensar en la contemplación como una especie de cumbre a la que se llega después de mucho entrenamiento. La oración es, ante todo, un don de Dios y, como agente principal de la oración, es Él quien revela el mejor camino para llevarnos a la Unión de Amor.

Los métodos son herramientas y como tales no son imprescindibles, podemos no usar ningún método y, aun así, tener un encuentro íntimo con Dios, lo importante es que encontremos el modo por el cual, de acuerdo a nuestro carácter y sensibilidad, podemos escuchar mejor a Dios. Para ello, la orientación de un director(a) espiritual experimentado(a) o de un buen confesor puede ser una valiosa ayuda.

* Licia Pereira es laica consagrada y en estos momentos reside en Brasil con su comunidad.

 

[1] Catecismo de la Iglesia Católica, 2725.

[2] Santa Teresa de Jesús, Camino de perfección, 25,3.

[3] Santa Teresa de Jesús, Fundaciones, V, 2.

[4] Catecismo de la Iglesia Católica, 2708.

[5] San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, C3, 32.

[6] Catecismo de la Iglesia Católica, 2715.


“¡En un retiro de Courage, me identifiqué como una persona con la dignidad de hijo de Dios!” Testimonio de un miembro de Courage Latino en México


“¡En un retiro de Courage, me identifiqué como una persona con la dignidad de hijo de Dios!” Testimonio de un miembro de Courage Latino en México

 

Durante mucho tiempo me preguntaba, ¿por qué no me siento en paz conmigo mismo?, ¿qué debo hacer para sentirme mejor? Estas preguntas constantemente me generaban estados depresivos y de ansiedad, la búsqueda de respuestas me llevó a recurrir a diferentes medios como periodos prolongados de terapia, cursos sobre desarrollo humano, cuestiones de esoterismo, de la nueva era, culto a la santa muerte e incluso a la santería. No encontraba respuestas y el vacío que me generaba era cada vez más grande, al punto que no le encontraba sentido a la vida.

Conocí el apostolado de Courage a través de una publicación en una revista católica, me inquietó pero la respuesta que me di fue que eso no era para mí pues era más atractivo estar llevando un estilo de vida homosexual fuera de límites. Así pasaron algunos años en los cuales decidí vivir una relación de pareja con una persona de mí mismo sexo. Creí tener todo lo que había deseado, rompí vínculos con mi familia y mis amistades cercanas; de Dios y de la Iglesia no deseaba saber nada.

Al poco tiempo, esa relación se volvió muy conflictiva, al grado de que un día llegué a un hospital desangrándome debido a las múltiples heridas que recibí con objetos punzocortantes, pero mi familia estuvo ahí acompañándome en el hospital y me llevaron de vuelta a casa. Hasta ese momento pude entender que esta forma de vida no me afectaba solo a mí, pues se desató en casa una dinámica familiar destructiva, en especial con mi papá, quien queriendo desquitar o vengar el daño que me habían hecho, deseaba acabar con la vida de esa persona.

En enero del 2009 a través del Encuentro Mundial de las Familias que se celebró en México visité el stand de Courage Latino, me brindaron información y me invitaron a vivir el retiro Nueva Vida con ellos. Asistí, aunque mi intención no era ir a vivir el retiro, sino conocer a más personas que experimentan atracción hacia el mismo sexo. En ese retiro, al escuchar los temas y testimonios de hombres y mujeres, empecé a encontrar respuestas a muchas preguntas; fue un gran momento en el que me identifiqué como una persona con la dignidad de hijo de Dios.

Desde entonces he sido un miembro más del apostolado Courage, a través del cual he recibido mucho por gracia de Dios por medio de las Cinco Metas, el testimonio de mis hermanos y otras actividades, a través de las cuales he comprendido que el servicio, impulsado por el Espíritu Santo, enriquece y fortalece, y que ante los momentos de crisis no estoy solo, sino que cuento con el acompañamiento de cada uno de mis hermanos de Courage y EnCourage, de mi capellán y de María Santísima que al presentarme a su Hijo Jesús me fortalece y me anima a seguir adelante: «¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre?, ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos?, ¿tienes necesidad de alguna otra cosa?»

Testimonio de Ángel,
Courage Latino, capítulo de la Ciudad de México.