¿Servir a los demás es una manera de orar?

Author: Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r.

¿Servir a los demás es una manera de orar?

Por Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r.*


Tratemos de empezar a responder a esta pregunta leyendo un pasaje del evangelio de Lucas:

Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10, 38-42).

Las palabras que Jesús dirigió a Marta en su casa no pocas veces han sido interpretadas como oposición entre la acción y la oración, con el privilegio de la última. Pero ¿será que éste era el problema que Jesús estaba señalando? ¿Será que le parecía bien que Marta se quedara sola con todo el servicio doméstico? ¿Será que Jesús no valoraba la premura de Marta en servir a sus huéspedes?

La cuestión debe ser vista desde otro ángulo para entender lo que Jesús dulcemente reprocha en Marta. El problema está en su actitud interior: Marta se preocupa y se agita. Los términos usados en el griego, lengua original de los evangelios, indican ansiedad y angustia, así como turbulencia interior. Jesús, gran conocedor de los corazones humanos, está percibiendo en su amiga un estado de ánimo que contrasta con el de su hermana. El punto no es que Marta prefiere el trabajo antes que la contemplación, el punto es como ella está realizando su trabajo: con angustia e intranquilidad.

El contraste con la hermana se nota, repetimos, en la actitud interior. María elige la mejor parte, no tanto porque escogió estar sentada a los pies de Jesús, sino porque no permitió que nada haya venido a robar la paz y la serenidad de su corazón, podríamos incluso hipotetizar que luego ella se haya levantado para ayudar a su hermana.

Pero, hay otro elemento en la actitud de Marta en el que a veces no ponemos atención: la cercanía con Jesús. Ella se siente en total confianza con Él, a tal punto que puede libremente “regañarlo”. Esta cercanía con Él se revelará en un modo mucho más pleno en el evangelio de Juan, cuando el Señor resucita a Lázaro (cf, Jn 11, 1-44). En el texto de Lucas, María es quien se lleva las palmas del comportamiento de la auténtica discípula, en el cuarto evangelio, Marta es quien sobresale: «Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa». (Jn 11, 20). En este encuentro, Marta, nos revela lo mucho que conoce a Jesús:

Dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.

Le dice Jesús: «Tu hermano resucitará».

Le respondió Marta: «Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día».

Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección, el que cree en mí, aunque muera, vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?».

Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo».

En una situación de mucha turbación interior, Marta va al encuentro de Jesús y le rinde el corazón, poniendo en Él toda su confianza.

¿De qué modo las hermanas de Betania pueden iluminarnos en nuestra vida cristiana? Lo primero es que no hay que oponer el servicio al prójimo, a la oración. La oración no puede ser una excusa para no servir, como el servicio no puede serlo para no orar. Entre oración y servicio existe una relación de compenetración. Así, podemos afirmar sin temor, que servir al hermano es una forma de oración y que la oración da sentido al servicio al hermano.

Otra luz que podemos recibir de la experiencia de Marta y María es que lo que importa no es lo que uno hace, sino cómo lo hace. Si estoy a los pies del Señor ante el Sagrario, pero estoy preocupado y agitado por muchas cosas, en verdad, no estoy escuchando a Jesús; por otro lado, puedo estar repleto de trabajo, de cualquier tipo, pero mi interior está en paz porque lo que deseo es hacer todo por amor a Dios, para su Gloria y para el bien de los hermanos.

Finalmente, Jesús mismo se identificó con aquellos hermanos que necesitan nuestro servicio: los hambrientos, los enfermos, los extranjeros y encarcelados (cf. Mt 25, 37-40). ¡Servir al hermano es servir a Jesús! Una vez más afirmamos: la caridad es una hermosa forma de oración, pero estar a los pies del Señor es lo que llena de sentido mi servicio al hermano, es lo que hace que no sea filantropía, sino un acto de amor.

* Licia Pereira es laica consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y en estos momentos reside en Brasil con su comunidad.