«El Amor de los Amores siempre escucha la oración de una madre» –Testimonio de una madre de EnCourage

«El Amor de los Amores siempre escucha la oración de una madre»
Testimonio de una madre de EnCourage

Es para mí una alegría poder compartir con ustedes lo que Dios permitió en mi vida como hija y madre, y lo que me regaló a través de la pastoral EnCourage en mi país.

Mi infancia fue un poco dura. Mi familia sufrió mucho, especialmente porque mi padre fue alcohólico y, a consecuencia de ello, violento con todos. Fueron años difíciles en los que mi madre hizo lo imposible por sacar a nuestra familia adelante y poder vivir su misión de madre en lo que le alcanzaba de tiempo y fuerzas.

Creo que yo llevaba varias carencias emocionales cuando formé un nuevo hogar, pero me pregunto ¿quién no? ¿quién llega perfecto a formar una nueva familia? Sin embargo, tengo que admitir que fui un poco exigente y dura con mis hijas. Le he pedido a Dios perdón por ello y estoy segura de que me ha perdonado. Además, por la gracia y la ayuda de Dios nuestro Señor, he podido pedirles perdón a mis hijas por las veces que no las traté con caridad.

Un día le hablé a mi hija mayor de una manera muy dura, lo que revivió en ella el sentimiento que experimentaba cuando la regañaba cuando era pequeña. Ella me lo dijo, y en ese momento Dios me dio la oportunidad de pedirle perdón por lastimarla con mis palabras. Mi hija me miró y me expresó que me comprendía y al final nos dimos un abrazo muy reconfortante.

Poco a poco pasó el tiempo y pudimos relacionarnos y comunicarnos mejor, hasta que en una oportunidad, mientras conversábamos, me confesó que sentía atracción hacia las mujeres. En ese momento no supe qué decirle, sentí que se derrumbaba la vida perfecta que siempre había aparentado. Sus palabras me causaron tanto dolor que empecé a decirme a mí misma ¿qué hice mal? Sentía que todo esto era un castigo, sentía mucha culpa. Me sentí perdida, no entendía.

Después de vivir momentos de incertidumbre y muchas lágrimas, mi primera reacción fue ir ante Jesús Sacramentado a pedirle ayuda. Llegaba todos los días y lloraba y le pedía que me mostrara qué había hecho mal, también le pedía que me mostrara cómo podía ayudar a mi hija, qué era lo que ella necesitaba para ayudarla.

El Señor, en su misericordia infinita, me hablaba de manera tan dulce y paciente y me fue enseñando a amarla más, a buscar entenderla, a abrazar el momento que vivía y los sentimientos que habían surgido en ella. No fue fácil, pero poco a poco lo fui haciendo.

Cada día ante el Santísimo Sacramento, a través de la oración, buscaba sumergir a mi hija en la misericordia de Dios, le pedía una y otra vez por la salvación de su alma y se la entregué totalmente a Él, y le pedí que la protegiera en todo lo que hiciera.

Pasó el tiempo, y por esos caminos de Dios comencé a participar en las reuniones de EnCourage en mi país. En este bello grupo, a través de la oración y el diálogo, aprendí a no buscar cambiar las atracciones sexuales de mi hija, sino a seguir amándola incondicionalmente, a escucharla más, a compartirle, con respeto mi opinión sobre cómo los actos homosexuales eran el pecado que la alejaba de Dios, pero que siempre seguiría siendo la hija amada de Dios. En EnCourage aprendí a ver las cosas con una mirada de fe y a adentrarme más en el bello corazón de mi hija.

No dejé de visitar a Jesús Sacramentado casi diariamente. Aprendí a pedir por el mundo entero, a pedir por la paz, por la salud de todos.

Un día totalmente inesperado, mi hija me pidió conversar nuevamente y me dijo: “te tengo una noticia, estoy enamorada”. Yo me dije a mí misma: “¡Ay Dios, ¿y ahora qué me dirá?”. Me quedé callada escuchándola, y me tomó por sorpresa lo que me dijo: se había enamorado de un muchacho que la hizo cambiar su vida.

Mi hija estaba enamorada y terminando su carrera de arquitectura, una carrera muy desgastante. En ocasiones, llegaba a pasar tres o cuatro noches sin dormir por tantos proyectos que le asignaban. Un día salió de casa en el auto para dejar a su novio en su casa. Cuando venía de regreso, debido al agotamiento, se quedó dormida y tuvo un trágico accidente donde perdió la vida.

Cuando me dieron la noticia sentí un gran dolor en mi alma y solo por gracia de Dios recordé la oración que hacía ante Jesús Sacramentado. Cuando el médico me dio la noticia, le respondí: “su cuerpo murió pero su alma se salvó porque las oraciones ante Dios la sumergieron en la misericordia del Corazón de Jesús”. El médico me dejó hablando sola, pero yo repetía lo mismo: “mi hija está sumergida en la misericordia del Corazón de Jesús”.

Hoy la extraño y la recuerdo mucho, pero tengo la seguridad que mi hija está en el cielo en los brazos de Dios Padre y que es un ángel que nos cuida y pide por todos en la familia.

Hoy, le pido al Señor que me permita ganarme el cielo para poder reencontrarme algún día con ella en la Patria Celestial y abrazarla nuevamente.

El Amor de los Amores siempre escucha la oración de una madre.