Testimonio de Alfredo: «La Iglesia acoge como madre»

 

Testimonio de Alfredo: «La Iglesia acoge como madre»

Ciudad de México, diciembre 2019

Me siento confundido, con todos estos sentimientos y dudas que no escogí, pero que por mucho tiempo he sentido y ya no aguanto más: creo que soy homosexual…

Uf, ¡qué alivio! Por primera vez había tomado una decisión en un momento en que la carga sobre mi espalda era demasiado pesada. No entendía el por qué la atracción hacia los hombres, el por qué no podía ser como los demás niños, el por qué a mí, por qué tenía que vivirlo en la soledad, el por qué experimentaba culpa y peor aún, ¿de qué?  Pero necesitaba sentirme liberado.

Y ahora, ¿qué sigue? Después de asumirlo, sabía que tenía que aprender a adaptarme a esta realidad. ¿Qué hago? Tengo solamente 11 años. ¿Hacia a dónde me dirijo? ¿Cómo me conduzco, qué digo, cómo debo hablar, pensar? ... ¡Qué terrible! ¡Necesito ayuda!  Pero ¿a quién le digo y cómo le digo?  Si tan solo me pudieran entender sin juzgarme ni condenarme. ¡Por favor, Dios ayúdame! Sintiendo un enorme temor a no ser escuchado y como Dios habitualmente no responde con palabras audibles, nunca pude escuchar su respuesta, por eso decidí no volver a buscarlo en mi necesidad.

Durante muchos años de mi vida, en la búsqueda legítima de amor, terminé involucrándome con el sexo.  Si tan solo hubiese sido una práctica sexual, en eso hubiese terminado, pero con la práctica se fue involucrando mi yo en su totalidad; cuerpo, mente y espíritu, hasta el punto de perder la esencia de cada uno de ellos, cambiando tremendamente las cosas que importaban en mis relaciones. Estaba cambiando la forma en que amaba y cómo amaba, y mi forma de pensar sobre mis seres queridos; la forma como expresaba amor y más aún, la manera como me veía a mí mismo y a los demás.

Estaba pasando demasiado tiempo a solas conmigo mismo, situación que me fue enganchando en terribles adicciones como la pornografía y la masturbación, haciendo a un lado la parte moral perdiendo, poco a poco, la capacidad de tener intimidad, sin el menor deseo de conectarme con los demás, viéndolos solamente como un mero objeto.  Así fue creciendo en mi interior un inmenso vacío. La práctica sexual había tomado control de mi vida hasta el punto de convertirse en un verdadero dolor de cabeza.

Ahora estoy convencido de que para todo lo que sucede hay un sentido. Una mañana, una joven, de las pocas amistades que tenía, me abordó y me dijo: «Alfredo, me preocupa que estés fuera de ti, no sé qué pasa, pero solo recuerda esto y nunca lo olvides: «¡Jesús te ama!»
¡Qué fuerte!  Sentía y estaba seguro de que nadie vivía algo semejante a lo que yo estaba viviendo, y que luchaba solo en el mundo con esto, hasta que me di cuenta de que estaba en alto riesgo y que estaba realmente en peligro.

La verdad es que en muchas ocasiones esperé que alguien me dijera: «¡tú puedes superar esto! ¡Adelante, podemos buscar ayuda! ¡No te dejaré solo con esto, quiero ayudarte a luchar!»  Sin embargo, nunca hubo nadie cerca, estaba ya frustrado y harto de esto con gran insatisfacción.  Fue justo en ese momento cuando comenzó todo mi caminar en Courage, invitándome a vivir en castidad.

Como bienvenida, recibí un abrazo verdaderamente fraterno por parte de un hombre, un abrazo por el que no tuve que pagar ni prostituirme. ¡Fue increíble!  Ese gesto marcó un antes y un después en mi existencia; por primera vez pude experimentar paz en mi corazón y así comencé a comprender el verdadero significado de la intimidad. Asistí a un retiro espiritual y fue allí donde hizo eco en mí ese «Jesús te ama» que anteriormente me habían dicho y que no lo olvidaría.  ¡Sí, verdaderamente hay esperanza! ¡En Dios siempre hay esperanza!

¿Fue fácil aceptarlo? No, no fue fácil. Empezar a ser consciente de la misericordia de Dios en mi vida era nuevo para mí, pero mi necesidad era tan grande como mi gran vacío. Aquí, justo aquí, Dios fue respondiendo mis «por qué» repetidos, a pesar de que mucho tiempo atrás decidí no buscarle en mi necesidad. El Señor responde, me consta. Yo hubiese querido que me respondiera con palabras audibles, y no fue así.  Para mí fue a través de otro joven que estaba allí junto a mí, y a otros más que vivían exactamente lo mismo de la atracción al mismo sexo, como yo. Todos teníamos nuestras luchas y batallas, pero que reconociendo que algo no funcionaba bien, sentíamos una urgente necesidad de ayuda y lo más importante y clave en todo esto, era que involucraba nuestra voluntad: «¡Quiero ser ayudado!
Solo no puedo».  Tuve que entender que voy a caminar por un proceso de restauración, no como meta sino como toda una jornada.

Comencé a ser honesto y transparente con la persona que me estaba ayudando por convicción personal; he aprendido a ser paciente y a perseverar y, mientras crecía, me di cuenta de cómo iba rompiendo con patrones y hábitos que durante tanto tiempo permanecieron arraigados en mí, dándome la oportunidad de reconciliarme con mis luchas y batallas, experimentando la paz por tanto tiempo anhelada.

Si en algún momento me sentí solo, hoy, con la participación de otros, sé que se puede vivir en compañerismo, en verdad y en amor. Saber que está el de junto, el consejero, personas que están dispuestas a ayudarme, a confrontarme, a retarme y a tomar decisiones asertivas. Personas que me van guiando con mucha paciencia, que me animan, que oran por mí, que me motivan, que me ayudan a perseverar, a tomar nuevos retos, nuevos itinerarios de vida; hacer nuevos hábitos de vida, de conducta y nuevas estructuras de pensamiento, con cuentas claras. Es como abrir la ventana de mi vida a otro para que pueda ver lo que quizá está sucediendo y yo no me doy cuenta, despertando mi consciencia, al hecho de que después de esto ya nada ha sido igual. He aprendido el verdadero significado de la obediencia, y he descubierto que la obediencia no va a lastimarme ni a mí ni a la otra persona, como lo hace la desobediencia.

En este itinerario he comenzado a identificar la figura paterna que no tuve, el padre que no conozco y, con profunda gratitud y atesorando la ayuda de este padre sustituto que he encontrado en EnCourage, estos hombres que sin ser su hijo biológico me han enseñado lo que es el amor adulto, me ha ayudado a comprender el amor incondicional  de un padre y una madre por su hijo y sobre todo que, pase lo que pase, siempre seremos sus hijos.

Consciente de que la castidad es posible, no como medida de represión sino como opción de libertad, opto por ella de manera libre y voluntaria. Sé que debo ser vigilante día a día, pero también sé que, si llego a caer, tengo una familia física y una familia espiritual que me brinda su ayuda para levantarme.

Todo esto lo he encontrado dentro de la Iglesia Católica y estoy seguro de que la Iglesia no discrimina, por el contrario, acoge como Madre. Y es aquí también que, en la figura del sacerdote, he encontrado un padre que, de manera espiritual, me ha ayudado a dar pasos en este caminar que Dios eligió para mí y en el que desea que me santifique, no para llevarme a un altar, sino para ser mejor cada día.

Hoy tengo una profunda conciencia de mi necesidad de Dios y reconozco mi atracción a mi mismo sexo, pero sé que no puedo permitir que esto defina mi identidad como hombre digno, hijo de Dios. ¡Cuento con la protección de la Dulce Señora del Cielo, Santa María de Guadalupe y sé que estoy seguro en el hueco de sus manos y en el cruce de sus brazos!

Alfredo
Courage CDMX
contacto@couragelatino.org


«Santa Mónica tuvo dificultades para entregarle su hijo a Dios»

 

Santa Mónica tuvo dificultades para entregarle su hijo a Dios

 

La principal fuente de información sobre Santa Mónica son los escritos de San Agustín, particularmente sus Confesiones. La causa para su canonización nació de la descripción que San Agustín hace de su vida. Sin embargo, él no la presenta como una mujer idealizada y sin faltas. Por el contrario, la describe de forma realista, mostrando tanto sus fortalezas como sus flaquezas. Aunque Mónica tenía una tendencia a aferrarse a Agustín en un intento de controlar su proceso de conversión, el Señor obró por medio de su humilde constancia en la oración, no solo para convertir a su hijo, sino para convertirla también a ella de una manera más profunda.

Santa Mónica sintió preocupación

En su anhelo de ver que su hijo conociera verdaderamente al Señor, en ocasiones Mónica muestra cierta falta de confianza en que Dios pueda sacar algo bueno de los errores y defectos de Agustín. En sus Confesiones, Agustín describe muchas de las admirables cualidades y dones de su madre, incluyendo su fe sincera y una vasta riqueza en paciencia. Sin embargo, sus escritos también revelan el temor y la preocupación que Mónica vivió al querer vigilar a su hijo a todas horas, deseando así controlar, en cierto grado, el curso de su vida. Incluso, desde los primeros años de la vida de Agustín, Mónica buscaba protegerlo de cualquier cosa que pudiera constituir un peligro para su fe. En su juventud, su madre decide no bautizarlo porque «si vivía, [se volvería] a manchar y […] el reato de los delitos cometidos después del bautismo [sería] mucho mayor y más peligroso» (Confesiones 1.11). Aun así, Agustín escribe:

¡Cuánto mejor me hubiera sido recibir pronto la salud y que mis cuidados y los de los míos se hubieran empleado en poner sobre seguro bajo tu tutela la salud recibida de mi alma, que tú me hubieses dado! (Confesiones 1,11).

Aquí, aunque consciente de las buenas intenciones de Mónica al evitar que fuera bautizado, Agustín reconoce que, al privarlo de una gracia tan poderosa, más que ayudarle, pudo haber dañado su bienestar espiritual. Así pues, aunque el celo por la salvación de su hijo era puro, Mónica olvidó la importancia de la fe.

Mónica también titubea al confiar más en sí misma que en Dios cuando trata de impedir que Agustín vaya a Roma. Al respecto, él comenta:

Mi madre, […] lloró atrozmente mi partida y me siguió hasta el mar. Mas hube de engañarla, porque me retenía por fuerza, obligándome o a desistir de mi propósito o a llevarla conmigo (Confesiones 8.15).

Al rehusarse tan insistentemente a dejar que Agustín se apartara de su lado, Mónica evidenciaba su falta de fe en que Dios pudiese obrar en el corazón de su hijo, incluso de maneras que ella no podía concebir o imaginar. Como comenta Agustín:

Domabas […] el deseo natural de ella con un justo flagelo, pues ella, como todas las madres (y con mayor intensidad que muchas) necesitaba de mi presencia, ignorante como estaba de las inmensas alegrías que tú le ibas a dar mediante mi ausencia. Nada de esto sabía y por eso lloraba y se quejaba (Confesiones 5.8.15).

Este pasaje nos muestra que gran parte de la angustia de Mónica respecto a la partida de Agustín surgía de su incapacidad de reconocer que Dios podía llegar a su hijo de muchas otras maneras fuera de su influencia maternal.

Controladora

Mónica va aun más lejos en su afán de controlar la vida de Agustín, al punto de obligarlo a casarse, pues veía el matrimonio como el único camino apto para su hijo.

Instábaseme solícitamente a que tomase esposa. Ya había hecho la petición, ya se me había concedido la demanda, sobre todo siendo mi madre la que principalmente se movía en esto, esperando que una vez casado sería regenerado por las aguas saludables del bautismo (Confesiones 6,13).

Aunque sus intenciones son puras, Mónica tiende a confiar demasiado en sus propios deseos para la salvación de su hijo, en vez de discernir pacientemente la voluntad de Dios para él.

Se mantuvo fiel

Pese a algunos de sus instintos maternales sobreprotectores, Mónica se mantiene fiel a la oración y a las muestras de humildad y perseverancia, incluso ante el desaliento. A lo largo de lo escrito sobre su madre, Agustín cuenta cómo crece la confianza de ésta, aprendiendo a dar espacio a la acción de Dios mediante su oración y no por sus intentos de manejar las decisiones de su hijo.

Pero tú Señor, hiciste sentir tu mano desde lo alto y libraste mi alma de aquella negra humareda porque mi madre, tu sierva fiel, lloró por mí más de lo que suelen todas las madres llorar los funerales corpóreos de sus hijos. Ella lloraba por mi muerte espiritual con la fe que tú le habías dado y tú escuchaste su clamor. (Confesiones 3.11).

Mónica, humildemente le ruega a Dios por Agustín. Por medio de su perseverancia en la oración, se da cuenta de que solo Dios puede cambiar el corazón de su hijo:

Durante nueve largos años seguí revolcándome en aquél hondo lodo de tenebrosa falsedad, del que varias veces quise surgir sin conseguirlo. Mientras tanto ella, viuda casta, sobria y piadosa […] vivía ya en una alegre esperanza en medio del llanto y los gemidos con que a toda hora te rogaba por mí (Confesiones 3.11).

Aunque no sabe por cuánto tiempo deberá esperar, Mónica continúa rogando a Dios con todo su corazón y sus oraciones no son en vano. Mientras tanto, el obispo Ambrosio le dice que siga orando a Dios y que deje que Agustín descubra la verdad por sí mismo: «[Mas] como ella no quería aceptar, sino que con insistencia y abundantes lágrimas le rogaba que me recibiera y hablara conmigo, el obispo, un tanto fastidiado le dijo: “Déjame ya y que Dios te asista. No es posible que se pierda el hijo de tantas lágrimas”» (Confesiones 3.12). Mónica, con total humildad, ve estas palabras como «venidas del cielo» (Confesiones 3.12). Las palabras del obispo Ambrosio le dieron esperanza y le ayudaron a perseverar en la oración, confiando en que Dios verdaderamente le concedería la gracia de ver la conversión de su hijo.

Mónica deja el control

Finalmente, Mónica aprende a dejar el control y a confiarle su hijo a Dios, permitiendo que, a su vez, Dios convierta su fe de una manera más profunda. Su crecimiento en la fe es especialmente evidente cuando viaja a Roma para ver a Agustín:

En las tormentas que padecieron en el mar era ella quien animaba a los marineros […] prometiéndoles que llegarían con felicidad al término de su viaje, porque así se lo habías prometido tú en una visión (Confesiones 6.1).

Este pasaje demuestra su firme confianza en que Dios responderá a sus oraciones. Incluso utiliza esta confianza que se ha desarrollado en su corazón, para dar ánimo y esperanza a las personas a su alrededor. Más adelante, Agustín escribe: «segura estaba de que la miseria en la que yacía yo como muerto, habías tú de resucitarme por sus lágrimas» (Confesiones 6.1).

Profunda confianza

Mónica muestra ya una paz y una confianza mucho más profundas que las de la madre que describe Agustín en los primeros capítulos, a quien la ansiedad y el desasosiego llevaban a tratar de impedir que su hijo fuera a Roma. Aun más, la fe de Mónica transforma la relación con su hijo a medida que esta le habla de su confianza en que Dios le concederá lo que le ha prometido: la conversión de Agustín: «...Con el pecho lleno de segura placidez me respondió que creía firmemente en Cristo que, antes de morir, había de verme católico fiel» (Confesiones 6.1) Aun inundada de una profunda confianza y esperanza en el Señor, persevera en la oración fervorosa:

Esto fue lo que me dijo a mí, pero a ti te pedía con ardientes preces y lágrimas que te apresuraras a socorrerme iluminando mis tinieblas (Confesiones 6.1).

Finalmente, sus oraciones dieron fruto cuando Agustín le cuenta de su conversión:

No cabía en sí de gozo...viendo que le habías concedido mucho más de lo que ella solía suplicarte para mí por medio de sus gemidos y afectuosas lágrimas. Pues de tal suerte me convertiste a Ti, que ni pensaba ya en tomar el estado del matrimonio, ni esperaba cosa alguna de este siglo, además de estar ya firme en aquella regla de la fe...(Confesiones 8.12).

Fidelidad en la oración

El Señor recompensó su fidelidad a la oración y su amor por Agustín concediéndole mucho más de lo que ella le había pedido o lo que hubiera podido imaginar para su hijo.Tras la muerte de su madre, Agustín reflexiona sobre su vida y da testimonio de la obra de Dios en ella, a pesar de sus debilidades e imperfecciones humanas:

Las cosas que de mi madre voy a referir, fueron dones y gracias vuestras, no suyas, pues ni ella se hizo ni se educó a sí misma […] La recta disciplina de Jesucristo, vuestro único Hijo, régimen que observaba […] fue quien la instruyó en tu temor (Confesiones, 9.8).

Agustín reconoce que el crédito por su conversión y por cualquier influencia positiva por parte de su madre en él, se debe a Dios. Cuando habla del noble carácter y las cualidades admirables de su madre, como su paciencia y su capacidad de llevar la paz, no apunta a ella, sino al dador de estos dones: el Señor. Incluso a la hora de su muerte, aquellos alrededor de Mónica...:

…Se admiraban de la excelente virtud que le habías concedido a aquella piadosa mujer, [y] le preguntaron si verdaderamente no le daría sentimiento alguno el morir allí y dejar su cuerpo en una tierra tan lejos de su paria […] a lo que ella respondió: “ Nada hay lejos para Dios, ni hay que temer que olvide o no sepa el lugar donde está mi cuerpo, para resucitarme en el fin del mundo (Confesiones 9.11)

Así pues, aunque algunos le hayan atribuido la conversión de Agustín a su madre, Agustín le atribuye todas las gracias y dirección que recibió por medio de Mónica, a los dones que Dios le dio a ésta.

Transformación interior

Los escritos de Agustín sobre Mónica en sus Confesiones dan testimonio de la transformación interior que ella experimentó. Inicialmente, luchó con el hecho de confiar más en sí misma que en Dios, no obstante, el incesante hilo de su oración aparece entretejido a lo largo de las páginas que escribió Agustín sobre ella. Aunque estaba contenta de morir tras haber visto la conversión de su hijo, Dios quiso usarla para inspirar al mundo. Al convertirse en santa tras su muerte, se convirtió también en madre de muchos. Su testimonio es una fuente de inspiración para los padres de hijos obstinados, a quienes motiva a perseverar en la oración y a esperar paciente y confiadamente el día en que el Señor les revelará el fruto de sus lágrimas. La vida de Agustín y relato sobre su madre dan testimonio de la carta a los Romanos: «Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio».

Al final de su vida, Mónica había aprendido ya a confiarle su hijo a Dios por medio de la oración ferviente, viviendo plenamente acorde a aquellas palabras del obispo Ambrosio: «Solo reza por él» ... «no es posible que se pierda el hijo de tantas lágrimas (Confesiones 3.12).

 


 

Traducido del inglés por Courage Internacional. Publicado originalmente en inglés por el sitio web Catholic Stand bajo el título
"St. Monica Struggled to Surrender Her Son to God"


«Una etiqueta que perdura»

Una etiqueta que perdura

 

Cuando estaba en la escuela secundaria, los estudiantes se catalogaban en varios grupos: los «esnobs», los atletas, las porristas, los «punks», los roqueros, los «fumados», los «nerds», y todos los demás. Prácticamente todos eran asignados a un grupo en particular. Tal asignación no era oficial, sin embargo, tampoco podía cambiarse.  Ahora, cuando trabajo en escuelas secundarias, veo que poco ha cambiado. Los grupos aún existen (con solo algunos cuantos cambios terminológicos) y los profesores y directores continúan pronunciándose contra tales etiquetas. Como bien dicen, las etiquetas refuerzan los estereotipos y los prejuicios, nos impiden aceptar a la persona y llegar a conocerla como realmente es.

Sin embargo, existe una diferencia. Si bien, los directivos de las escuelas secundarias advierten a los estudiantes sobre las consecuencias que los estereotipos y las etiquetas traen consigo, existe un grupo de estudiantes al que constantemente alientan cada vez más a aceptar su etiqueta: aquellos que experimentan atracción hacia el mismo sexo. Con la ayuda (y a veces con la presión) de grupos como la Gay-Straight Alliance (Alianza Homosexual-Heterosexual) y la Gay, Lesbian, Straight Education Network (Red para la Educación Gay, Lesbiana y Heterosexual), las escuelas secundarias en los Estados Unidos tienen ahora, de forma regular, organizaciones estudiantiles dedicadas a promover la tolerancia y la aceptación de la homosexualidad. En efecto, la ciudad de Nueva York tiene una escuela -Harvey Milk High School- dedicada por completo a «la juventud gay, lesbiana, transgénero y en proceso de experimentación».

¿Vale la pena señalar que, incluso hasta el día de hoy, los profesores y directivos de las escuelas tenían razón sobre los peligros que conllevan consigo las etiquetas--- mas no cuando permiten y animan a que los estudiantes homosexuales sean etiquetados? Como ocurre con la mayoría de los errores, este procede de una cierta verdad y, a menudo, de buenas intenciones. La verdad es que los adolescentes con atracción hacia el mismo sexo tienen una mayor tasa de suicidio y son más propensos al abuso del alcohol y las drogas. Al atribuirle estos problemas a la persecución y al acoso, los nuevos grupos prometen crear una atmósfera segura para que los estudiantes no se vean tentados a seguir conductas autodestructivas.Sin embargo, en la práctica esta estrategia significa mucho más que solo poner un alto a los apodos insultantes. Significa la aprobación de la homosexualidad y, en una nueva modalidad de ofensa o burla, insiste en que los adolescentes que experimenten atracción hacia el mismo sexo «salgan del clóset» y se revelen como homosexuales.

Para comenzar, esta es una falta de sentido común. Tales categorizaciones alimentan la inclinación del adolescente hacia las etiquetas. Los estudiantes de secundaria quieren pertenecer a un grupo, quieren una identidad. Llegar a conocer a otras personas, entenderlas, descifrar quién es uno mismo a la luz de quiénes son los otros… puede ser una tarea difícil. Las etiquetas lo hacen mucho más fácil. Muchos adolescentes se aferran a una identidad durante algún tiempo y más adelante la reconsideran. Por este motivo, los padres de familia y los profesores tradicionalmente se cuidan de encasillar a los estudiantes en ciertas categorías.

Sin embargo, este nuevo enfoque hace precisamente lo opuesto: fomenta el encasillamiento. En vez de simplemente atravesar por las dificultades propias de la adolescencia, un estudiante de primer o de segundo año ahora puede, con respaldo oficial, declararse gay, e instantáneamente adquiere una identidad y un grupo. Ahora sí pertenece, sabe quién es. Queda descartada la posibilidad de que el adolescente pueda estar confundido o incluso equivocado. Por lo general, los adultos muestran una sana reserva frente a los descubrimientos personales de los estudiantes de secundaria: saben que los adolescentes aún están intentando discernir las cosas y reconocen que es parte de su responsabilidad como adultos ayudarlos a sortear las confusiones. Entonces ¿por qué ahora se deja de lado toda este sentido común natural justo en la área más confusa y desconcertante de la sexualidad adolescente?

Por supuesto que las frases son tentadoras, debido a su practicidad y eficacia. Son comunes, están a la mano y facilitan la manera de afrontar este difícil tema. Sin embargo, también identifican a la persona con sus inclinaciones homosexuales. Las frases presuponen que una persona es sus inclinaciones o atracciones: es un «gay», o es un «homosexual». En algún momento, los adultos tendrán que admitir que un adolescente de 15 años que se declara «bisexual transgénero con dudas sobre su identidad», en realidad, está simplemente confundido.

Mientras tanto, el respaldo de las escuelas a todo esto, socava rápidamente la autoridad de los padres en un área especialmente sensible. Mientras que los padres tratan de enseñar algo en casa, la escuela presenta un punto de vista opuesto, ya no solo en el aula, sino también socialmente (lo que puede llegar a tener un mayor impacto durante la secundaria). Y los padres de familia que tienen una mejor manera de manejar las dificultades por las que atraviesa su hijo, verán sus esfuerzos frustrados. En casa se esfuerzan por amar a sus hijos, ayudarlos en sus batallas y enseñarles la verdad coherente sobre la sexualidad humana. Entretanto, en la escuela, los jóvenes reciben la propaganda y el estímulo para argumentar precisamente en contra de lo que sus padres dicen.

Gran parte de esta ingeniería social se basa en la visión de que la homosexualidad es una orientación fija, innata. Los grupos en las escuelas se aferran a esto como si fuese un dogma no abierto a discusión. En uno de los debates presidenciales del año pasado, al preguntarle si pensaba que la homosexualidad era hereditaria o elegida, el presidente Bush, con sabiduría y modestia, respondió que no lo sabía. Con ello mostró estar bastante bien alineado con la comunidad científica, que tampoco logra emitir una respuesta definitiva a esta pregunta. Nunca se ha probado que exista o que haya sido descubierto el supuesto «gen gay». A lo sumo, podemos decir que ciertas personas podrían tener predisposiciones genéticas hacia la homosexualidad, lo cual es bastante distinto a decir que ésta es hereditaria.

Las organizaciones escolares, sin embargo, no tienen escrúpulos en dar por hecho la cuestión. Al insistir en que la homosexualidad es innata, llegan de inmediato a la conclusión de que un adolescente con inclinaciones homosexuales debe necesariamente ser homosexual, gay, lesbiana o transgénero –cualquier etiqueta que le quede.

Y, una vez que la etiqueta ha sido asignada, es terriblemente difícil de retirar. Permanece incluso después que se ha terminado la escuela secundaria y deja al adolescente a merced de los extremos de nuestra cultura. «¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra?  ¿O, si le pide un pescado, le da una serpiente?» Cada vez con más frecuencia, nuestras escuelas secundarias dan piedras y serpientes a niños hambrientos. Los adolescentes realmente confundidos o ansiosos sobre su sexualidad son aconsejados para que acepten la etiqueta de «homosexual», truncando así su identidad, quizás para el resto de su vida.

Dados los obvios errores de este nuevo enfoque, permanece la interrogante, especialmente para los padres de familia: ¿cómo debería uno responder a los adolescentes que experimentan atracción hacia el mismo sexo? El amor debe estar a la cabeza de toda respuesta. Las organizaciones escolares atraen a los adolescentes precisamente porque aseguran la afirmación y aceptación incondicional de la persona sin importar su «orientación». Aun cuando el recibir tal aceptación y afirmación, en efecto, implica su adhesión a los fines de la ideología gay, los adolescentes siguen percibiéndolo como aceptación y afirmación. Los padres de familia necesitan comprender cuán eficaz resulta esto. El primer punto a dar a conocer, entonces, no es qué es lo incorrecto, sino qué es lo correcto: El niño es amado y es digno de ser amado. Tal amor, más que ninguna otra cosa, infunde en el adolescente la confianza que necesita para luchar contra cualquier realidad, triste o dolorosa, que pueda enfrentar.

Las dificultades surgen cuando el niño insiste en ser aceptado y amado no como persona, sino como «gay», «homosexual» u «otro» –cuando desea ser amado según la etiqueta. Y nuestra cultura cede voluntariamente ante estas etiquetas por la misma razón que las usábamos en la escuela secundaria: Hallamos más fácil interactuar con etiquetas que con personas reales. Claramente, esta situación exige gran paciencia y perseverancia; requiere que los padres insistan constantemente en que no, su hijo no es simplemente la suma de sus atracciones sexuales, que pueden amar a su hijo aun cuando rechazan algunas de sus acciones.

Los adolescentes necesitan escuchar precisamente esto: Las inclinaciones sexuales no determinan la identidad de las personas, ni todo aquél que se autodenomina «homosexual» siente atracciones del mismo tipo o al mismo nivel. Algunos sienten deseos homosexuales fuertes y permanentes; para otros, tales deseos son leves y pasajeros. Meter a todos en el mismo saco por tener la misma orientación o identidad reduce burdamente esta compleja realidad y daña masivamente a las personas que dice ayudar.

Resistirse a la tentación de poner etiquetas nos exige rechazar el vocabulario de la cultura [actual] y adoptar términos más precisos. En el uso popular, las palabras «gay» y «lesbiana» implican una orientación fija, así como un cierto estilo de vida. Incluso la expresión «persona homosexual», usada en algunos documentos del Vaticano, sugiere que las inclinaciones homosexuales de algún modo determinan, es decir, limitan la identidad de la persona.

Admitamos que no siempre tenemos las frases precisas en la punta de la lengua. Pero, lo que se pierda en eficiencia se ganará en precisión. Expresiones como “atracción hacia el mismo sexo” e “inclinaciones homosexuales” muestran lo que la persona experimenta, sin identificar a la persona con tal clase de atracciones. Ambas frases reconocen tal tipo de atracciones y mantienen la libertad y la dignidad de la persona. Habiendo hecho esta distinción esencial, los padres pueden oponerse de mejor manera a las atracciones sin rechazar al hijo. Y, a medida que el niño madure, no hallará su identidad confinada a su sexualidad.

Más aun, la oposición a las atracciones y acciones homosexuales tiene sentido solo si está enraizada en la verdad plena de la sexualidad humana. Los grupos escolares gay obtienen aprobación y respaldo, en parte porque la concupiscencia heterosexual (la contracepción, la masturbación, el sexo premarital, el adulterio y todo lo demás) ha afectado a muchas personas. La deliberada separación que nuestra cultura hace del sexo y la procreación ha destruido nuestra capacidad de articular una explicación coherente de la ética sexual. Los padres de familia y los educadores han dañado las herramientas que les permitirían explicar por qué la actividad homosexual es incorrecta.

El entendimiento de la verdad plena de la sexualidad humana genera una valoración de la pureza. Por supuesto que todos los jóvenes necesitan esforzarse por esta virtud, pero la pureza tiene mayor significado para aquellos que experimentan atracción hacia el mismo sexo. Nada confirmará una supuesta identidad «gay» más rápida y sólidamente, que las acciones homosexuales. Tras un encuentro homosexual, el adolescente puede, o admitir el error de sus acciones y arrepentirse, o identificarse fuertemente con sus actos buscando una manera de justificarlos.

A medida que la promiscuidad sexual aumenta en nuestra cultura, hallaremos más adolescentes confundidos sobre su sexualidad y que incluso podrían quizás estar experimentando atracción hacia el mismo sexo. La salida fácil es disolver la tensión, aprobando la homosexualidad e incluso alentándola. Pero el acto más caritativo que podemos hacer por esos jóvenes es amarlos como imágenes de Dios que son, enseñándoles la verdad sobre la sexualidad humana, permitiéndoles vivirla. Hacer menos que esto sería como dar piedras a nuestros hijos cuando piden pan.


Paul Scalia es sacerdote de la Diócesis de Arlington, Virginia, y capellán del Capítulo de Courage en Arlington. Este artículo fue originalmente publicado en First Things bajo el título A Label that Sticks, y fue traducido por el equipo de Courage International.  Si tiene alguna pregunta, puede escribirnos a: oficina@couragerc.org

 


¿«Gay» o «AMS»? – Por qué las palabras importan

¿«Gay» o «AMS»? – Por qué las palabras importan

«¿Quién eres?» Es fascinante cómo una frase tan pequeñita puede contener un significado tan profundo. Hay miles de maneras de responder: de hecho, las personas suelen tener diferentes respuestas para diferentes situaciones, dependiendo de quién haga la pregunta. La respuesta se hace aun más complicada cuando involucra asuntos que son muy personales, como la fe, la familia y la sexualidad. Pero, en el meollo del asunto, debería ser una pregunta fácil de responder, ya que, en última instancia, todos compartimos la misma identidad, la que nos hace lo que somos como personas y nos reúne.

 

La identidad fundamental de cada ser humano se deriva de la creación que Dios hizo de él. «Luego Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza» (Gn.1, 26). Cada uno de nosotros posee dignidad y valor inherentes porque hemos sido modelados a imagen de Dios, lo cual significa que somos personas capaces de relacionarnos y, a semejanza de Dios, lo cual significa que nuestras relaciones deberán modelarse en el amor de entrega de uno mismo que está en el corazón de la Trinidad. La imagen de Dios se ensombrece en nosotros por la realidad del pecado, por eso Dios envió a su Hijo al mundo para librarnos del pecado y darnos nueva vida.  Creados y redimidos por Dios, somos adoptados como sus hijos e hijas y, junto con Jesús, podemos llamar Padre nuestro, a Dios. Estos hechos explican quiénes somos y nos permiten amarnos unos a otros como hermanos.

 

El plan de cada una de nuestras vidas comienza con esta verdad: somos creados y redimidos de tal modo que podamos amar libremente a Dios y amarnos los unos a los otros. La historia de la creación del ser humano también nos cuenta que fuimos creados como hombres o mujeres, y que el hombre y la mujer han sido creados el uno para el otro (cf. Gn.1, 27; Gn.2,18-25). Entonces, las bendiciones del sexo (el hecho de que haya hombres y mujeres) y la sexualidad (cómo experimentamos el ser hombre o ser mujer y la relación del uno con el otro) están íntimamente conectadas con nuestra identidad como personas creadas a imagen y semejanza de Dios. Dios nos crea como seres con sexo y sexualidad para que podamos amar, apoyarnos mutuamente y depender unos de otros a imitación Suya.  En la vocación del matrimonio, el sexo significa que el hombre y la mujer pueden hacerse don total mutuo en el cuerpo y en el alma, simbolizando su unión espiritual permanente, la que les permite cooperar con Dios en la creación de nueva vida humana.

 

Sin embargo, es importante mantener estas realidades en el orden adecuado. Los seres humanos, particularmente en el mundo moderno, pueden experimentar en la vida cotidiana el deseo sexual como una influencia muy poderosa y a veces avasalladora en sus mentes y corazones. Es fácil pensar que, porque el deseo sexual es tan poderoso, es el aspecto más importante de la vida, lo que define quién soy y lo que debo hacer. La fe revela que esto no es así: el sexo y la sexualidad están al servicio de la vocación de amar en imitación de Dios, lo que le da a una persona su identidad masculina o femenina, no al contrario. Esto significa, como lo señaló en 1986 la Congregación para la Doctrina de la Fe, que «La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, no puede ser definida de manera adecuada con una referencia reductiva solo a su orientación sexual».

 

En tanto la sexualidad es creada por Dios, está creada de acuerdo al plan de Dios. Dios coloca en el corazón del varón un deseo de unión íntima con la mujer; y en el corazón de la mujer, el deseo de unión íntima con el hombre. Y es este deseo dado por Dios el que los atrae uno al otro y hace de la unión sexual en el matrimonio una fuente de gozo. La fe nos dice, sin embargo, que este deseo dado por Dios ha sido distorsionado a consecuencia del pecado original. «Sentirás atracción por tu marido», Dios le dice a la mujer en el Jardín del Edén, «y él te dominará» (Gn. 3,16), haciendo alusión a los pecados de la lujuria y la dominación que desde entonces han traído tensión a las relaciones entre hombres y mujeres. Esta ruptura de las relaciones humanas, desde el pecado original, ha introducido otras distorsiones en la experiencia humana de la sexualidad, incluyendo la muy difícil situación en que los deseos sexuales de la persona se dirigen de modo predominante o exclusivo hacia su mismo sexo en vez del sexo opuesto.

 

La manera en que nos referimos a estos deseos y a las personas que los experimentan revela si los estamos considerando o no en el marco del plan original de Dios para la humanidad y la realidad del pecado. En su nivel básico, estos deseos pueden ser llamados atracciones hacia el mismo sexo o atracciones homosexuales, porque esto es lo que son. (El prefijo griego homo- significa sencillamente «el mismo»). Pero, decir de una persona que él o ella es «un (o una) homosexual» hace que este aspecto de su experiencia sea el término definitorio de su identidad. Parece sugerir que Dios hubiese creado dos clases de personas –los heterosexuales y los homosexuales – y, por lo tanto, que hay dos clases de vocaciones para amar a imitación de Dios. Como hemos visto, esto no puede ser así –si los seres humanos compartimos una identidad en tanto hijos de Dios, entonces compartimos una vocación para amar, y las «reglas» son las mismas para todos. Por lo tanto, explica la Congregación para la Doctrina de la Fe, la Iglesia «se rehúsa a considerar a la persona puramente como un “heterosexual” o un “homosexual” y reafirma que cada persona tiene la misma identidad fundamental: ser criatura y, por gracia, hijo de Dios, heredero de la vida eterna».

 

Expresiones como «homosexual» y «gay» parecen reivindicar en las personas una identidad particular basada en sus atracciones sexuales en vez de la identidad fundamental de las personas como hijos de Dios, identidad que abarca los deseos sexuales del individuo pero que es mucho mayor que estos. Es mucho más fácil caer en el pensamiento erróneo de que, si una persona siente de determinado modo, necesariamente actuará según tales sentimientos. Como hemos visto, hay un plan para el sexo y para el deseo sexual que está orientado por Dios hacia el sexo opuesto; de modo que, actuar sobre la base del deseo hacia el mismo sexo no puede llevar a la verdadera felicidad, que es el resultado previsto para nosotros en el plan divino. La virtud de la castidad requiere que mantengamos los deseos en una perspectiva adecuada y que optemos por obrar solo de una manera que conduzca hacia la santidad y la realización.

La expresión «gay» también tiende a portar una carga política; y declarar una «identidad gay» puede hacer que la persona se vea arrastrada hacia el «activismo gay», que es parte del discurso civil moderno. Esto es precisamente lo que el papa Francisco comentó en su entrevista después del Día Mundial de la Juventud en el 2013, cuando dijo que «el problema no es tener esta tendencia … el problema está en hacer de esta tendencia un lobby», es decir, una división basada en la orientación sexual.

 

Por estas razones, muchos ministerios y oficinas de la Iglesia Católica toman la opción deliberada de describir a alguien como «persona con atracción hacia el mismo sexo (AMS)». Aunque la expresión pueda parecer engorrosa o clínica, en realidad conlleva el testimonio silencioso pero persistente sobre la realidad perdurable del plan de Dios para cada hombre y cada mujer, y para la humanidad en general. Una «persona con AMS» es, en primer lugar y ante todo, una persona creada por Dios a su imagen y semejanza. Una «persona con AMS» es un hombre o una mujer que ha sido creado con la capacidad de amar y ser amado; y, aunque los deseos sexuales que deberían conducirle al amor matrimonial le conduzcan en otro sentido, su capacidad fundamental y su llamado al amor permanecen. Una «persona con AMS» es una persona que ha sido redimida por Jesucristo; y, con la gracia que viene de Cristo, puede percibir las atracciones hacia el mismo sexo en su contexto adecuado, comprender de dónde provienen y hacia dónde van, y tomar decisiones libres y generosas para seguir el plan de Dios y vivir una vida casta. Una «persona con AMS» afronta sus deseos en tanto discípulo liberado, redimido, llamado y elegido del Señor, libre de amar a Dios y al prójimo generosamente, en imitación de Cristo.

 

La manera en que un hombre o una mujer se describe a sí mismo(a) no solo habla de lo que la persona es, sino también de lo quiere ser. Para el discípulo, esto también le habla de quien él o ella están llamados a ser, creados por Dios y redimidos por la Cruz. Llamarse a uno mismo «persona con atracción hacia el mismo sexo» reconoce el importante rol que la sexualidad desempeña en la vida de uno, a la vez que lo sitúa en el panorama mucho mayor de lo que significa ser una persona humana libre, creada a imagen y semejanza de Dios, y llamada al amor sagrado y dichoso.

El Padre Philip Bochanski es el Director Ejecutivo de Courage International, apostolado Católico Romano que brinda cuidado pastoral a personas con atracción hacia el mismo sexo (AMS) que desean vivir una vida en castidad conforme a las enseñanzas de la Iglesia Católica. Para más información sobre Courage y EnCourage (apostolado que realiza labor pastoral con los familiares de personas con AMS), por favor visita nuestra página: www.CourageRC.org
Este artículo fue originalmente publicado en Catholic Answers bajo el título “‘Gay’ or ‘SSA’? : Why Words Matter” y fue traducido por el equipo de Courage International. Si tienes alguna pregunta, por favor escríbenos a: oficina@couragerc.org