«Hombre con atracción hacia el mismo sexo cuenta historia de redención»

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Hombre con atracción hacia el mismo sexo

cuenta historia de redención

 

«Me resultaba más difícil decirle a la gente que era un «gay» viviendo conforme a las enseñanzas de la Iglesia, que simplemente decirles que era «gay», cuenta Karl Miller, un hombre católico con atracciones hacia el mismo sexo (AMS).

«Perdí amigos».

Miller habló recientemente sobre sus experiencias como un hombre con AMS durante una charla el mes pasado en la parroquia St. Jude en Chalfont. Más de 30 personas asistieron a la presentación que Miller dio como miembro de Courage Internacional, un apostolado para católicos que experimentan atracciones hacia el mismo sexo y que están comprometidos a vivir en castidad.

Fundado en Nueva York en 1980, este apostolado es guiado por sacerdotes capellanes que ofrecen dirección espiritual a los miembros cuando se reúnen para orar, compartir en un espíritu de fraternidad y apoyarse mutuamente. EnCourage, un ministerio afiliado creado en 1990 ofrece apoyo espiritual a padres, esposos y otros seres queridos de personas involucradas en relaciones homosexuales.

Miller comenzó su charla explicando que el apostolado Courage, siguiendo las enseñanzas de la Iglesia, utiliza el término «atraído al mismo sexo» en vez de «gay» o «lesbiana», ya que los individuos no se definen por su comportamiento sexual. «Más bien», señala Miller, «sé que soy un hijo amado de Dios que experimenta atracciones hacia el mismo sexo».

Miller recorrió un largo y doloroso camino antes de convertirse en un conferencista de Courage. Educado en una devota familia católica, sabía que había algo diferente en él cuando sus amigos comenzaron a hablar de chicas y descubrió que no compartía los mismos sentimientos. Aun así, siguió participando activamente en su ministerio e incluso a la edad de 15 años discernía su vocación al sacerdocio.

Sin embargo, tras comenzar a consumir mariguana y alcohol, «la balanza dejó de inclinarse hacia la religión», dijo Miller. Comenzó a faltar a Misa y a frecuentar los clubes nocturnos. Incluso tuvo un encuentro sexual en una tienda de pornografía.

A los 17 años, fue a confesarse y el sacerdote le dijo que debía decidir entre la Iglesia o el ambiente gay. Miller le dio la espalda a la fe y se entregó al «estilo de vida gay». Pero aun cuando lo consideraba «divertido», su consumo de alcohol y drogas escaló.

Como santa Mónica, la madre de Miller oraba constantemente por el regreso de su hijo a la Iglesia. No obstante, la epidemia de SIDA de mediados de los años ochenta, que cobró la vida de varios de sus amigos, solo intensificó su hostilidad hacia la fe.

«¿Dónde está ese Dios bueno y misericordioso del que me hablaron?», pensaba. «¿Cómo pudo matar a mis amigos solo porque les gustaba tener sexo?» Para Miller, tal aparente retribución divina se convirtió en un motivo más para odiar a la Iglesia.

A medida que empeoraron sus adicciones, Miller se vio un poco más abierto a la espiritualidad. Con el paso del tiempo logró dejar las drogas y en 1992 fue a su primera reunión de Alcohólicos Anónimos (AA). Como todos los grupos de apoyo de 12 pasos, AA enfatizaba la necesidad de rendirse ante un «Poder superior» y Miller se esmeró en combinar «todas las creencias de la nueva era que pudo» para definir su propia religión en vez de volver a la fe de su infancia.

Finalmente, comenzó a sentirse nuevamente atraído por la Iglesia, pero dudaba. «Buscaba a Dios, pero no podía aceptar el hecho de que Dios podría estarme buscando a mí», dijo.

Aun así, intentó asistir nuevamente a Misa y luego comenzó a leer el Catecismo de la Iglesia Católica. Finalmente habló con un sacerdote que lo acogió de regreso en la Iglesia y dijo que Miller, como cualquier otra persona, estaba llamado a la castidad, un mensaje que Miller vio como liberador.

Tras unos meses de haber vuelto a la Iglesia, Miller descubrió Courage Internacional, apostolado que le ha ayudado a desarrollar una vida social y parroquial activa. Si bien el matrimonio no es una opción para las personas que experimentan AMS, «las personas con atracciones hacia el mismo sexo aun pueden tener relaciones de gran cercanía que son igualmente satisfactorias», dice Miller, indicando que una vida de servicio y buenas obras es vital para su llamado. «Probablemente nunca me casaré, pero no me siento insatisfecho».

Miller conoce de primera mano el dolor que las personas con AMS sufren, particularmente el sentimiento de no ser amados por Dios y la Iglesia. No obstante, su regreso a la fe le ha permitido ver las enseñanzas de la Iglesia sobre las AMS y la aproximación de la Iglesia a estos hijos suyos, bajo otra luz. Pensando en el trabajo de las Hermanas por la vida y los Frailes franciscanos de la renovación, así como numerosos ministerios de la Iglesia que asisten a quienes sufren de SIDA, Miller dice que las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre la AMS han sido malinterpretadas.

«La Iglesia ha perdido la batalla de relaciones públicas en los últimos 20 años», dijo. «Hemos permitidos que otros definan la posición de la Iglesia sobre las AMS, incorrectamente, y ha sido devastador para la Iglesia y para las personas que experimentan AMS».

Ante todo, dice Miller, la compasión genuina hacia quienes experimentan AMS renovará vidas.

«La mía, es una historia de redención», dice. «Siempre deben aproximarse a la persona con AMS con amor. Comiencen el diálogo con amor».


Este artículo fue originalmente publicado en CatholicPhilly.com bajo el título «With Courage, same-sex-attracted man tells redemption story» y fue traducido por el equipo de Courage Internacional.  Si tiene alguna pregunta, puede escribirnos a: oficina@couragerc.org

Orientaciones terminológicas para escuelas católicas

Orientaciones terminológicas para escuelas católicas

 

En Courage creemos que los términos «gay» y «lesbiana» SON un tanto problemáticos en el contexto de la teología y la antropología católicas.  Éstas son algunas de las razones del por qué:

1) Cuando la Iglesia habla de «identidad sexual» y dice que «corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual» (CIC 2333), se está refiriendo a nuestra identidad objetiva como hijas e hijos de Dios, diseñados para la unión complementaria de los unos con los otros y para la comunión con los demás; no se está refiriendo aquí a la experiencia subjetiva de la atracción al mismo sexo.  Si a un joven que está experimentando atracción hacia el mismo sexo se le alienta a adoptar la denominada identidad «gay» o «lésbica», comenzará a definirse según una visión de identidad sexual diferente a la que enseña la Iglesia.

2) Es muy inapropiado describir a la persona humana con una simple referencia reduccionista basada en sus atracciones sexuales (Carta CDF 1986, Sección 16).  Cuando a las personas se les alienta a identificarse como «gays» o «lesbianas», con frecuencia comienzan a pensar «éste es QUIEN SOY».  Mientras una persona piense de esta manera, se le impide verse como realmente es: una criatura de Dios, racional, con libre albedrío, capaz, mediante la gracia de Dios, de controlar sus deseos sexuales y, en algunos casos, de reducir la atracción hacia el mismo sexo, avanzando así hacia una mayor atracción heterosexual.

3) El uso común de los términos «gay» y «lesbiana» da la impresión de que la condición homosexual es necesariamente fija y permanente.  Existen evidencias científicas y empíricas de lo contrario.

4) Los adolescentes católicos que experimentan atracción hacia el mismo sexo necesitan encontrar un lugar seguro dónde hablar con alguien acerca de sus inquietudes y temores; sin embargo, no es aconsejable un contexto grupal en el cual los jóvenes se identifiquen públicamente como «gays» o «lesbianas».  No hay necesidad de etiquetarse públicamente como alguien que tiene deseos hacia personas del mismo sexo, una condición que bien puede ser transitoria.  Incluso si el grupo fuera privado, eso tampoco sería recomendable.  Los jóvenes que se reúnen específicamente para identificarse como individuos atraídos al mismo sexo, en realidad todavía pueden estar en conflicto sobre su sexualidad e incluso podrían estar luchando por vivir la castidad.

5) Otro efecto común de identificarse como «gay» o «lesbiana» y pensar «este es QUIEN SOY» es la siguiente línea de pensamiento: «Dado que éste es QUIEN SOY, tengo el derecho de encontrar un amante de mi propio sexo con quien pueda expresar mis sentimientos sexuales.  La enseñanza moral de la Iglesia referente a la actividad homosexual no puede ser correcta».

Recomendamos leer detenidamente las respuestas del Padre John Harvey en la edición revisada de Siempre Nuestros Hijos.  El Padre discute extensamente los problemas con los términos «gay» y «lesbiana» dentro de un contexto católico.

Lo ideal sería que los jóvenes católicos que experimentan atracción hacia el mismo sexo tuvieran acceso a terapeutas y sacerdotes católicos que respalden sólidamente las enseñanzas de la Iglesia en relación con la castidad.  Tanto el terapeuta como el sacerdote deben considerar el hecho de que algunas personas tienen el potencial de avanzar hacia la atracción heterosexual, aunque una persona con atracción hacia el mismo sexo no está obligada a avanzar en esa dirección y tampoco debe ser obligada a ello.  Incluso si ese joven descubre que su atracción al mismo sexo es persistente a medida que transcurre su vida, el terapeuta y el sacerdote deben trabajar juntos para ayudar al joven a encontrar la paz, a medida que crece en castidad interior en unión con Cristo.  Es preferible que las escuelas secundarias católicas faciliten recursos a sus estudiantes, tales como consejeros, sacerdotes y quizás otros modelos confiables adultos que puedan ofrecerles orientación personalizada de una manera privada y confidencial.


«¿La castidad es posible?»

¿La castidad es posible? 

 

Para responder a nuestra pregunta, debemos considerar tres interrogantes: ¿Qué es exactamente la castidad? ¿Qué comportamiento implica la castidad cristiana? ¿Cómo vive uno la castidad?

¿Qué es la castidad?

¿Qué es la castidad?  Inspirados en Santo Tomás de Aquino y Aristóteles, podemos definir la castidad como la moderación habitual del apetito sexual conforme a la recta razón.  Tengamos en cuenta que no se trata solamente de la regulación del comportamiento, lo cual sería autocontrol, sino de la regulación de los deseos que conducen al comportamiento sexual. Consideremos también, que la norma es «recta» razón, es decir, la razón conforme a la ley eterna de Dios, y  no simplemente la razón mundana, que considera cualquier acto sexual que evita el embarazo no deseado o la enfermedad como «razonable».

 

¿Qué es el comportamiento casto?

Ahora ¿qué comportamiento exige la castidad cristiana?  Primero, analicemos las palabras de Jesús en el Evangelio: «Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad…Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre». (Mc 7, 21-23; ver también Mt 15, 19-20).  San Pablo agrega: «… porque tened entendido que ningún fornicario o impuro o codicioso participará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios» (Ef 5, 3-7; también Gal 5, 19-21). [La fornicación es cualquier relación sexual voluntaria de una persona soltera con otra persona soltera del sexo opuesto].

Así pues, las Escrituras son bastante claras en cuanto al sexo fuera del matrimonio.  Algunas personas buscan racionalizar su forma de pensar en cuanto a esto pero, en última instancia, eso es una negación de las enseñanzas de Cristo y Su Iglesia.  La negación de la enseñanzas contenida en las Escrituras es mucho peor que un pecado sexual cometido a partir de la debilidad.  ¿Y qué hay de la ignorancia invencible? ¿Qué verdadero cristiano podría ignorar, irreprochablemente, el código moral de la Biblia?

La Iglesia Católica agrega precisión a este tema bíblico: « El uso de la función sexual logra su verdadero sentido y su rectitud moral tan sólo en el matrimonio legítimo» (Declaración acerca de algunas cuestiones de ética sexual, Congregación para la Doctrina de la Fe, 1975, párrafo 5).  En el mismo documento (párrafo 10) encontramos: «El orden moral de la sexualidad comporta para la vida humana bienes tan elevados, que toda violación directa de este orden es objetivamente grave» (Esto claramente sigue lo expuesto en la cita anterior de San Pablo: Uno no es excluido del Reino por pecados veniales).  Partiendo de ésta y otras enseñanzas de la Iglesia, podemos concluir que, cualquier excitación o acto sexual voluntario fuera de una unión matrimonial normal (sin uso de anticonceptivos), ya sea por parte del marido o de la mujer, constituye un pecado grave.  Esto incluiría la masturbación, la fornicación, los juegos de estimulación sexual extramatrimoniales, el adulterio, los actos homosexuales, e incluso los pensamientos lujuriosos  (Mt 5, 28).  Para nuestro mundo hipersexualizado, esto puede parecer intolerable, pero las enseñanzas morales de Cristo siempre han sido un obstáculo para el mundo.  El mundo le encuentra el sentido a las cruces.

¿Por qué están mal estas cosas?  En pocas palabras, porque 1) el sexo es un símbolo de la entrega del amor conyugal (y la finalidad de los juegos sexuales es preparar a las personas para el acto sexual),  y 2) el sexo puede producir hijos, que deben ser concebidos y criados en la comunidad de amor estable del matrimonio.

 

Cómo vivir la castidad

¿Cómo vive uno esto?  ¿Cómo desarrolla uno la virtud de la castidad por medio de la cual uno vive, habitualmente, de esta manera sin una lucha o, como lo expresó Santo Tomás de Aquino, «gozosa, fácil e inmediatamente»?

Ciertamente, como fruto del Espíritu Santo, la castidad no es algo a lo que uno llega sin oración y esfuerzo considerables.  Los frutos de un árbol aparecen al final, y lo mismo ocurre con los frutos del Espíritu Santo: para cultivarlos, estos requieren de mucho tiempo y esfuerzo mediante la gracia de Dios. Por lo tanto, para comenzar a vivir esto en nuestro mundo, es necesario tener una vida espiritual fuerte.  Quince minutos de meditación diaria (con el rosario o la meditación de los Evangelios), más el asistir frecuentemente a la Santa Misa, así como la constante recepción de los sacramentos, resulta fundamental para cualquier persona que espera alcanzar esta virtud.

Pero ¿existen algunos métodos que uno pueda emplear para utilizar efectivamente la gracia recibida por medio de los ejercicios espirituales para desarrollar la castidad?

Sí, los hay.  Debemos comenzar observando con Aristóteles y Santo Tomás de Aquino (Summa Theologica, I, q81 a3), que el apetito sexual no solo escucha a la razón, sino también a los sentidos y a la imaginación.  Por lo tanto, debemos primero tener cuidado con lo que miramos u observamos. Ver películas o videos sexualmente explícitos, o pornografía, o incluso el hecho de enfocarse en personas del sexo opuesto, provocativamente vestidas, es veneno para una persona que busca la castidad.  Lo peor es utilizar materiales pornográficos, ya que la pornografía presenta al sexo como una simple actividad recreativa, y a las mujeres (u hombres) como meros objetos de placer.  Ambas son mentiras terribles.

La imaginación es otra área de potencial peligro.  Cuando nos damos cuenta de un pensamiento impuro, debemos tratar inmediatamente de desplazar ese pensamiento con un pensamiento animado, como un juego de pelota, o un bello atardecer, etc.  Además, debemos tomar el consejo de San Juan María Vianney de hacer la señal de la cruz para ahuyentar la tentación y, con Santa Catalina de Siena, decir el nombre de Jesús de forma repetitiva en el corazón ( así fue como ella combatió una serie de tentaciones infames).  Un pensamiento impuro no invitado no es pecaminoso, pero una vez que una persona desea su continuación, entra el pecado, y como Jesús señaló, uno puede pecar seriamente en el corazón.

Además, dado que hay voces compitiendo por el control del apetito sexual, no funciona lidiar «despóticamente» con dicho apetito diciendo simplemente «no» a aquello que lo hace atractivo.  Si lo hacemos, terminaremos reprimiendo el apetito en el inconsciente donde esperará una oportunidad para detonar (Papa Juan Pablo II, en su libro  Amor y Responsabilidad, de aquí en adelante AR, Ignatius Press, pág. 198).  En un momento de debilidad, en efecto, el apetito detonará con un arrebato de actividad sexual.  Esto se observa en la persona que se contiene durante varias semanas pero luego tiene un arranque de actividad sexual , y repite este ciclo una y otra vez.

El intelecto debe lidiar «políticamente» con el apetito, enunciando los valores que se ganarán al vivir la castidad, para compensar el valor del placer sexual que se está sacrificando.

 

Valores de la castidad

¿Cuáles son algunos de estos valores (bienes) que debemos recordar para aliviar cualquier resentimiento interior y encontrar paz en la opción por la castidad?  Primero que todo, está el don más precioso que tenemos como cristianos: nuestra relación de amor personal con Jesucristo.  Violar de manera libre y consciente la castidad es destruir esa relación con el Señor, una relación que es nuestra fuente de vida y nuestro camino de salvación.  Es un alto precio a pagar por unos breves momentos de placer.

Otro valor que se consigue al optar por la castidad, es el de mantener la sacralidad del sexo, tan sagrado que pertenece solo al matrimonio.  Al vivir la castidad, uno evita trivializar el sexo como algo meramente recreativo, de tal manera, que cuando la persona participe de él, en el matrimonio, experimentará su naturaleza única y un profundo sentido de intimidad.

Un valor adicional que se alcanza al optar por la castidad, es el vivir a la altura de nuestra propia dignidad humana como personas creadas a imagen y semejanza de Dios.  Como tales, somos facultados para vivir según la razón, en vez de ser controlados por nuestros deseos e impulsos (como los animales).  Al ejercer esta facultad, vivimos nuestra noble dignidad como personas a imagen de Dios.

Al abstenernos de la actividad sexual con otra persona, también somos capaces de mantener el valor de la persona como un todo, en vez de caer en la tendencia (como resultado del pecado original) de ver al otro como un simple objeto de placer.  El valor del sexo es tan solo uno de los muchos valores que una persona tiene, sin duda uno realmente precioso, pero solo uno de muchos.  Participar del sexo antes del matrimonio da lugar a la tendencia natural, particularmente en el hombre, de considerar a la mujer, primordialmente, como un objeto de placer, más que como una persona, como su igual y como alguien digno de ser amado, no solo usado (AR, pág. 41).

Otro valor es la importancia de desarrollar uno de los tipos de amor más importantes durante el noviazgo.  El amor de entrega de sí mismo (ágape), la amistad y el afecto son los amores que mantendrán un matrimonio unido.  Estos deben desarrollarse como hábitos durante el noviazgo de modo que cuando comience el matrimonio, y llegue el momento de las relaciones sexuales, como se supone que debe ser, estos otros amores, menos emocionantes pero más fundamentales, serán casi una segunda naturaleza para los esposos.  Si una pareja comparte el sexo antes del matrimonio, lo más probable es que no desarrollen estos amores más desinteresados como hábitos.  El egoísmo tenderá a infiltrarse, como sucede con frecuencia con algo tan placentero como el sexo.  Las parejas que no tienen sexo antes del matrimonio tienen mucho más probabilidades de estar dispuestas a servirse mutuamente en ágape, de expresar su amor mediante el afecto sin siempre tener que pasar de ahí al sexo, y de desarrollar los intereses comunes que están al centro de toda buena amistad.  De hecho, la actividad sexual antes del matrimonio puede ocultar el error fatal de una carencia fundamental de amistad, tan esencial para un buen matrimonio.

Al recordar constantemente estos valores, la persona puede, en un sentido, infundir razón al apetito, a tal punto que, con el tiempo, parecerá que el apetito participa de la razón.  Los valores de la castidad deben ser «objetivados», interiorizados, de modo que la voluntad esté «constantemente confrontada por un valor que explique plenamente la necesidad de contener los impulsos provocados por el deseo carnal y la sensualidad.  Solo cuando este valor tome posesión de la mente y la voluntad, se calmará la voluntad y se liberará de un sentido característico de pérdida» (AR, pág. 198).  Esta es la paz que trae consigo la castidad.

Otra forma de ver esto es que tras convertir la mente, debemos «convertir el corazón».  El signo de un corazón que aun no se ha convertido, es una persona que, en teoría, desea vivir la castidad pero no hace nada para evitar los peligros de los pecados contra la castidad.  Si bien, algunas personas aceptan las enseñanzas de la Iglesia respecto al sexo, ya sea por aburrimiento o por el apego a la emoción del sexo, insisten en, al menos, coquetear con el sexo.  Por ejemplo, una pareja que continúa besándose prolongadamente en el sofá, aunque saben que eso ya antes los ha llevado a cometer graves pecados; o cuando uno invita al otro a pasar la noche juntos («¡pero no va a pasar nada!»), sabiendo que ésta es una seria ocasión de pecado.  O cuando un hombre casado acude a una cena a solas con una mujer atractiva.  Dichas personas ya han pecado gravemente contra el amor (y la prudencia) al ponerse deliberada e innecesariamente en tentación.  ¿Qué persona que realmente ama a Dios caminaría al borde de un acantilado como éste y luego diría «¡Espero no caerme!»?

El autocontrol debe servir como un vigilante del apetito sexual hasta que este esté preparado, pero el autocontrol no es una virtud completamente desarrollada en sí misma, ya que conlleva una constante batalla.  Por otro lado, la castidad es una verdadera virtud ya que pone al apetito del lado de la razón, eliminando así la batalla.  Con la castidad, la persona tiene la cabeza y el corazón unidos en la búsqueda de los valores más nobles de una relación con el Señor, la verdad de la sacralidad del sexo y la dignidad de la persona humana.

* * *

«La castidad es un asunto difícil, de largo plazo; sus frutos deben aguardarse con paciencia por la felicidad y amorosa bondad que traerán consigo.No obstante, al mismo tiempo, la castidad es el camino seguro a la felicidad» (AR, pág. 172).

Por consiguiente, volviendo a nuestra pregunta original: ¿Es posible la castidad?  Sí, por supuesto.  Puede que no sea fácil en nuestra sociedad, sumergida en el sexo, pero con la gracia que recibimos por medio de la Santa Misa, los sacramentos y la oración, es posible.  Y, con la gracia no sólo viene la castidad, sino también… la vida eterna.


Este artículo fue originalmente publicado en Courage International bajo el título “Is Chastity Possible?”, y fue traducido por el equipo de Courage International.  Si tiene alguna pregunta, puede escribirnos a: oficina@couragerc.org

 


«Profesar la fe, profesar la medicina: Los médicos y el llamado evangelizador» 

Profesar la fe, profesar la medicinaLos médicos y el llamado evangelizador 

 

Oratorio de San Felipe Neri en FiladelfiaPensilvaniaE.U.A.  

El Juramento Hipocrático establece tradicionalmente a la medicina como una profesión: una carrera o vocación basada en profesar un juramento relativo a la propia conducta personal y pública. Para el médico católico, los compromisos del Juramento de Hipócrates asumen un nuevo sentido vistos bajo la luz de las promesas hechas en el Bautismo y que se renuevan cada Pascua de Resurrección.  Este artículo, originalmente dirigido a estudiantes de medicina, trata del rol de los médicos católicos como evangelizadores, aquellos que difunden el mensaje y los valores del Evangelio de Jesucristo. 

  

Palabras clave:  Profesión, vocación, evangelización, Hipócrates, católico, papas, enseñanza papal

Hace algunos años, estaba en una celebración parroquial, digamos una fiesta tipo cóctel, y, mientras circulaba entre las personas, me topé con un hombre a quien había conocido una vez hacía unos cuantos meses. Ambos nos reconocimos e intercambiamos los saludos de cortesía. Con toda seguridad, yo recordaba correctamente que esta persona era médico, de modo que le pregunté cómo iba todo en su trabajo. «Supongo que bien», respondió él, «aunque nuestra productividad ha bajado en los dos últimos meses».  Esto no era lo que yo esperaba escuchar: inmediatamente empecé a pensar si me había equivocado de persona. «Oh, pensé que usted era doctor», dije. «Sí, por supuesto» dijo él, y me recordó el hospital donde ejercía, con una mirada de acertijo que reflejaba la mía. «Entonces, ¿qué dijo usted sobre “productividad”?» pregunté. «Ah», respondió él, «me refería a que el número de pacientes que atendemos en el consultorio ha venido bajando. Menos pacientes, menos reembolsos … menos ingresos equivalen a menor productividad». Asentí con la cabeza y, antes de las que cosas se pusieran más raras, cambié rápidamente de tema y le pregunté cuándo le tocaba a su hijo mayor hacer la Primera Comunión.  

Quizás soy el único al que una conversación así le parecería rara. Como sociedad parecemos habernos acostumbrado tanto a hablar de «la industria del cuidado de la salud» como si fuese equiparable con la industria siderúrgica, con la industria automotriz o con la industria minera. Pocas personas, quizás, se sentirían incómodas por el hecho de que se usen términos tales como «productividad», «ingresos| y «análisis de costo-beneficio», como si estuvieran trabajando en la General Motors y no en el Mercy General Hospital. Afortunadamente, sin embargo, aún existe la tendencia de hablar sobre la medicina como profesión más que como industria.  No obstante, la cuestión sigue siendo: ¿Esta terminología es acaso mejor?  

Depende, por supuesto de lo que para nosotros signifique la palabra «profesional».  Aquí nos topamos con otra entidad que parece no tener problemas de productividad o de ingresos en los últimos tiempos: el complejo industrial conformado por el coaching / los recursos humanos / el desarrollo profesional. En el lenguaje de los enunciados de misión, las metas, los objetivos, lo que el hombre moderno piensa al usar la palabra «profesional» sigue siendo indefinido al punto de la frustración.  Si bien estoy al tanto del peligro de usar como fuente de datos y de información confiable enciclopedias de Internet alimentadas por el público, es cierto que a menudo dan una visión bastante clara (para bien o para mal) de la mentalidad colectiva de la cultura. He aquí lo que Wikipedia tiene que decir al respecto: «Una profesión es una vocación que se basa en una capacitación educativa especializada, cuyo propósito es brindar asesoría y servicios a terceros, a cambio de una remuneración directa y definida, muy aparte de expectativas de otra ganancia comercial» (Wikipedia 2,013).  Cuando cita la normatividad económica de la Unión Europea, expresa que «las profesiones liberales “se ejercen sobre la base de calificaciones profesionales relevantes en forma personal, responsable y de modo profesionalmente independiente por quienes brindan servicios intelectuales y conceptuales en interés del cliente y del público”» (Wikipedia 2013).  

Tuve un momento de esperanza al inicio de la definición, allí donde aparece la palabra «vocación». Pero como el autor no definió la palabra en el contexto ni la usa nuevamente en el resto del artículo, parece que no hay mucho por inferir en esta área. Más bien, tenemos la definición de un profesional como alguien que:  

•tiene capacitación especializada; 

•se dedica a ofrecer«servicios intelectuales y conceptuales»a terceros (en vez de productos industriales y comerciales);  

•lo hacen cambio de un sueldo u honorarios definidos; y  

•lo hacen interés del público. 

Parece que la cuestión no radica exactamente en si esta definición es precisa, aunque nos sea útil -aunque les sea útil a ustedes, que dedican tanto tiempo, energía y recursos a prepararse para ser «profesionales médicos».  Y, si decidimos que es demasiado difusa como para ser de alguna ayuda (lo cual claramente pienso que es el caso), entonces ¿hay alguna otra definición más útil que podríamos encontrar?  Pienso que sí la hay. Y el propósito de mi charla es proponerla y desarrollarla.  

El hecho de que la definición de «profesional» que hallamos en Wikipedia pueda aplicarse a tantas carreras «de ayuda| significa que esta no solo es terriblemente vaga, sino que también está desconectada de la historia. Durante siglos hubo solo tres «trabajos» o «carreras» a las que se les asignara la categoría adicional de «profesión»: el derecho, la medicina y la orden sacerdotal. La característica distintiva que separaba a las profesiones de todos los demás oficios no era solo el prestigio. En gran parte del mundo antiguo y del temprano medieval, las figuras públicas más respetadas eran los retóricos, quienes practicaban esa antigua y fascinante arte que en parte era política, en parte comunicaciones, en parte marketing y muy lucrativa. Tampoco era solo el hecho de que la gente hallara que las profesiones y los profesionales fuesen lo más útil de tener cerca. Durante la mayor parte de la vida cotidiana en la Edad Media, un mozo de labranza o un buen jornalero podían proporcionar servicios más útiles que los de un abogado que luciera su cartel en el pueblo. No, lo que hacía que uno de estos hombres (en aquellos días, en que casi siempre eran varones) fuese un profesional era precisamente el que tenía algo que profesar –hacía un juramento público que al mismo tiempo le marcaba los deberes y las responsabilidades que asumiría y le confería el derecho y la obligación de cumplirlos.  

Los historiadores rastrean el juramento por el cual los abogados eran admitidos al colegio de abogados (el cual suele ser homogéneo en todas las jurisdicciones) hasta alrededor de la época del rey Eduardo I de Inglaterra -es decir, a fines del siglo XII y comienzos del siglo XIV. Aquellos que van a ser ordenados como diáconos, sacerdotes u obispos a través del sacramento de la orden sacerdotal hacen un Voto de Fidelidad que incorpora la Profesión de Fe que se desarrolló en el Primer Concilio Ecuménico de Nicea en el año 325. Pero es la profesión de la medicina, la que se jacta de tener la más larga tradición, pues llega en el pasado a cuatro siglos antes del nacimiento de Cristo hasta el médico griego Hipócrates. El juramento hipocrático para los médicos significó un sitial para él y sus discípulos, que los distinguía de los practicantes de su tiempo y establecía las normas por las que se guiaron generaciones de médicos a lo largo de milenios. Aunque en tiempos modernos los ideales y los principios de Hipócrates amenazan con separar a quienes los profesan de muchos de sus colegas, la importancia de profesar el juramento y llevarlo a la práctica ha llegado a ser, por así decirlo, incluso más esencial en nuestros propios días.  

¿Qué significará para ustedes, en tanto católicos, profesar el Juramento Hipocrático al final de sus estudios? Para responder cabalmente a esta pregunta, deberíamos empezar con dos conceptos introductorios. Primero, la Iglesia ha desarrollado su propia definición de juramento, la cual está consagrada en el Derecho Canónico (Cánones 1199–1204).  Genera varios temas importantes. Dice que «Un juramento es la invocación del Nombre Divino como testigo de la verdad. No puede hacerse, si no es en verdad, con criterio y en justicia».1  En otras palabras, un juramento es una clase particular de promesa en la que una persona invoca a Dios por su nombre, pidiéndole que sea testigo no solo de sus buenas intenciones sino también de la honestidad y la sinceridad de quien ha juramentado. No significa solamente que la persona que lo profesa le pida a Dios que lo o la ayude a cumplir tal juramento, sino que convoca a Dios para garantizar que tal juramento está siendo asumido de modo sincero.  

Esto le confiere un profundo significado y seriedad a la obligación de cumplir con el juramento. Romper un juramento o jurar falsamente es no solo un pecado contra la justicia, sino un pecado contra el mandamiento que prohíbe invocar en vano el Nombre del Señor. El Código continúa diciendo que «una persona que toma un juramento en libertad está especialmente obligada por la virtud de la religión a cumplir con aquello que él o ella afirmó a través del mismo».2 

Un segundo punto que deben ustedes tomar en cuenta como estudiantes de medicina y profesionales aspirantes católicos es que el Juramento de Hipócrates no será la primera promesa pública que harán invocando a Dios para que dé testimonio de las palabras de ustedes. Un momento definitorio en la vida del cristiano – en efecto, el necesario requisito para permitir la recepción del Sacramento que lo hace a uno un cristiano — es la profesión de fe en el Dios Trino que se hace inmediatamente después del Bautismo. Tan importante es esta profesión de fe, que la Iglesia orienta a los padres y a los padrinos para que sea hecha en nombre de los pequeños que no pueden hablar por sí mismos. Tan esencial es para la vida continua del cristiano, que la Iglesia separa seis semanas al año con la finalidad expresa de prepararse – a través de la oración y de la penitencia – para la renovación de este juramento bautismal en la celebración de la Pascua de Resurrección. Al recibir el juramento bautismal, el celebrante de la liturgia proclama: «Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia que nos gloriamos en profesar en Cristo Jesús nuestro Señor». La conexión entre la vida del discípulo y la vida del médico se da, entonces, en la intersección de las propias promesas bautismales con el Juramento de Hipócrates – el médico católico es uno que profesa la fe y profesa la medicina. «Con este conocimiento», escribía el Beato Juan Pablo II a una conferencia de médicos católicos italianos en el año 2004, «ustedes, como médicos católicos, están llamados en tanto creyentes a dar testimonio de Cristo … ayudando eficazmente a eliminar las causas del sufrimiento que humillan y entristecen a la humanidad».3   Ustedes están llamados a dar testimonio de Cristo, insiste el Papa, en el momento mismo en que son llamados a ejercer su oficio. Las dos obligaciones nunca se contraponen; de hecho, el ejercicio eficaz de la medicina depende del ejercicio de la fe.   

Dado que estas dos profesiones están tan estrechamente unidas, sería beneficioso leer el Juramento Hipocrático a la luz de las promesas que hicimos en el Bautismo; y a la luz de las verdades eternas en las que profesamos nuestra fe, la cual le da un nuevo contexto y sentido a cada aspecto de la vida humana. Esta idea no es nueva. En la misma carta que mencioné hace un momento, Juan Pablo II les decía a los médicos italianos: «Yo reafirmo en presencia de ustedes los principios éticos que están basados en el propio Juramento Hipocrático: ninguna vida es merecedora de no ser vivida; ningún sufrimiento, al margen de lo terrible que sea, puede justificar la supresión de una vida; sin embargo, ninguna razón, independientemente de cuán elevada sea, hace plausible “crear” seres humanos para su subsiguiente explotación y destrucción».4  Si es posible «bautizar» a Hipócrates, por así decirlo –leyendo sus antiguos compromisos a la luz de la Verdad Eterna del Evangelio – ello puede brindar un cimiento sobre el cual desarrollar una vida como discípulos y como médicos.  

La primera realidad hacia la cual Hipócrates llama la atención del médico es el hecho de que el arte de la medicina es impartido por el maestro al estudiante. El médico que profesa toma el juramento en presencia de sus maestros, así como de sus pares; y jura «considerar en tan alta estima a todos los que me han enseñado este arte como a mis padres; y, en el mismo espíritu y con la misma dedicación, impartir a otros el conocimiento de este arte».5 Si bien la profesión del juramento marca típicamente una transición de los años de aula e instrucción clínica al comienzo del ejercicio efectivo de la medicina, insiste en que el aprendizaje nunca cesa. El o la profesional jura que «continuará con diligencia manteniéndose actualizado con los avances de la medicina» como un componente necesario de la buena práctica, y «buscará el consejo de médicos especialmente hábiles en los casos que corresponda para el beneficio del paciente».  

 Hablando ante una asamblea de médicos del ejército de diversas naciones que se reunió en Roma mientras la Segunda Guerra Mundial aún asolaba el continente, el Papa Pío XII subrayó la necesidad de la dedicación al aprendizaje y la instrucción. Dijo el Papa que la reunión de estos médicos demostraba que estaban «inteligentemente vivos para el primer deber de todo médico, incrementar permanentemente su bagaje de conocimientos y mantenerse al día respecto del progreso científico que se hiciere en su campo particular. Este deber surge de inmediato», continuó, «de la responsabilidad del médico hacia la persona individual y hacia la comunidad… La necesidad del hombre será la medida de la responsabilidad del médico».6  El aspecto comunitario del rol y de la responsabilidad del médico significa que el dar atención al aprendizaje es un acto de caridad. Esto garantiza que el médico tendrá la capacidad de atender a sus pacientes de modo óptimo con conocimiento que él mismo adquiera a costa de su sacrificio personal.  

El compromiso con el aprendizaje demanda gratitud hacia los propios maestros que uno tuvo, la que con frecuencia puede expresarse de la mejor manera posible como una voluntad de enseñar a otros – tanto a los estudiantes de medicina como a los pacientes y a los grupos con los que uno entra en contacto. Al escribir sobre los retos que se presentan en torno a la donación de órganos, el Papa Benedicto XVI señaló la capacidad singular del médico de dar forma a la mente no solo de una persona sino de comunidades enteras:  

El camino correcto por seguir, hasta que la ciencia sea capaz de descubrir nuevas formas y terapias más avanzadas, será la formación y la difusión de una cultura de la solidaridad que sea receptiva a todos y no excluya a nadie. Un trasplante médico corresponde a una ética de donación que requiere el compromiso de parte de todos de invertir el máximo esfuerzo posible en formación y en información; para generar una conciencia aun más sensible hacia un problema que toca directamente la vida de muchas personas. Por lo tanto, será necesario rechazar prejuicios y malentendidos y la extendida indiferencia y el temor a sustituirlos con certeza y garantías, a fin de permitir en cada uno de nosotros una conciencia siempre más extendida y elevada del gran don que es la vida.7 

Por supuesto, toda la ciencia y todo el aprendizaje del mundo llevarán al estudiante de medicina o al médico solo hasta este punto. No hay respuesta para todas las preguntas, no hay cura para todas las enfermedades. La única respuesta definitiva a las cuestiones del sufrimiento humano se encontrará en la Pasión, la Muerte y la Resurrección del Verbo hecho Carne; la única curación que conduce a la vida eterna proviene de las manos de Cristo el Médico Divino. Se requiere de ustedes también que den testimonio de estas verdades eternas, en los problemas que resuelvan y en aquellos que excedan sus capacidades humanas. Al final del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI habló en nombre de los Padres del Concilio «a los pobres, a los enfermos y a los que sufren» en el mundo:  

Nuestro sufrimiento se incrementa al pensar que no está en nuestra capacidad traerles ayuda corporal ni la disminución de su sufrimiento físico, que los médicos, las enfermeras y todos aquellos dedicados a la atención de los enfermos se esfuerzan por aliviar del mejor modo posible. Pero tenemos algo más profundo y más valioso que darles, la única verdad capaz de responder al misterio del sufrimiento y de traerles alivio sin engaño; es decir, la fe y la unión con el Hombre de los Dolores, con Cristo Hijo de Dios, crucificado por nuestros pecados y para nuestra salvación. … Esta es la ciencia cristiana del sufrimiento, la única que da paz.8  

Cuando uno reconoce las propias limitaciones y al mismo tiempo hace visible la fe en Dios omnipotente, uno difunde la verdad del Evangelio. Esto se llama evangelización, y durante todo este Año de Fe los papas han convocado a toda la Iglesia a llevar a cabo esta tarea urgente para hacer a Cristo más conocido en el mundo. Cuando el Sínodo de Obispos emitió sus documentos preparatorios para su conferencia acerca de lo que se ha dado en llamar la Nueva Evangelización, se señaló que la Difusión del Evangelio debe tomar en cuenta en varios «sectores» de la vida moderna; e hicieron especial mención del ámbito de la ciencia y la tecnología, marcado por continuos progresos «de los que nos estamos volviendo cada vez más dependientes».9 

La Evangelización en la medicina, así como en el resto de la vida humana, no provendrá de la instrucción técnica tanto como del constante testimonio de ustedes sobre el poder de Cristo en sus vidas, especialmente en aquellos aspectos y momentos en los que uno está más indefenso.  Como escribió el Papa Pablo VI acerca de las misiones y el Papa Benedicto reiteró con respecto a la Nueva Evangelización, «Es básicamente por la conducta y por la vida de la Iglesia que ella evangelizará al mundo; en otras palabras, por su testimonio viviente de fidelidad al Señor Jesús –testimonio de pobreza y de desprendimiento, de libertad en la faz en los poderes de este mundo; en otras palabras, el testimonio de santidad».10  O, como lo dijo Hipócrates, «con pureza, santidad y benevolencia» es que uno debe vivir la [propia] vida «y ejercer el [propio] arte».  

 Están ustedes llamados a dar este testimonio por el poderoso medio de los encuentros personales con aquellos a quienes cuidan. Y el Juramento de Hipócrates delinea cuidadosamente la manera en la que ustedes se conducirán en tales encuentros. Primeramente, «Trataré sin excepción a todos lo que buscan mis oficios, en cuanto ello no comprometa el tratamiento de otros».  Sin excepción —el ejercicio de la medicina no podría existir sin este compromiso que comprende a los pobres, los difíciles, los ingratos, los extranjeros, y todo el resto de la humanidad sin excepción.  El llamado del médico a esta clase de interés y receptividad está reflejado en la imagen que a menudo se usa en los escritos de los papas para describir la misión del médico católico: la del Buen Samaritano la cual, como lo destacó el Papa Pío XII, «ha sido preservada para la posteridad en el Evangelio escrito por San Lucas, que era médico».11 «El contexto puede ser diferente de las circunstancias que en la su experiencia de ustedes son comunes», admite el Papa, «pero el espíritu de la pronta y generosa devoción, de los elevados principios que inspiran el sacrificio de uno mismo en aras del otro, de la ternura y el amor -ese es el mismo espíritu que ha caracterizado la profesión de ustedes en todas las épocas de la historia humana.  Lástima por la humanidad, si ello no fuere así».12 

La receptividad del médico para con todos los que buscan su atención es, para los médicos católicos, otro momento de evangelización. Ello da testimonio de la verdad fundamental de la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y redimida y adoptada como hermano o hermana de Jesucristo, y a través de Cristo, a nosotros. Pío XII continúa:  

El médico no está manejando materia inerte, aunque fuese de valor incalculable. En sus manos, el sufrimiento es una criatura humana, un hombre como él mismo. Como él, ese paciente tiene una posición de deberes en alguna familia donde corazones amorosos lo esperan con ansias; tiene una misión que cumplir, por humilde que sea, en la sociedad humana. Lo que, es más, esa forma doliente, tullida, empalidecida, tiene una cita con la eternidad; y cuando el hálito abandone su cuerpo, empezará una vida inmortal, cuya dicha o desdicha reflejarán ante Dios el éxito o el fracaso de su misión terrenal. Criatura preciosa del creador y la omnipotencia de Dios. 

Ese hombre que se pone en manos del cuidado del médico es algo más que nervios y tejidos, que sangre y órganos. Y, aunque al médico se lo busca directamente para sanar el cuerpo, a menudo debe dar consejos, tomar decisiones, formular principios que afectan el espíritu del hombre y su destino en la eternidad. Después de todo, es un hombre quien será tratado: un ser humano, compuesto por alma y cuerpo, que tiene intereses temporales, pero también los tiene eternos; y así como sus intereses temporales y su responsabilidad con la familia y la sociedad no pueden sacrificarse por fantasías erráticas o desesperados deseos de pasión, del mismo modo sus intereses y su responsabilidad eternos ante Dios nunca podrán subordinarse a ninguna ventaja temporal.13 

Hipócrates sigue, describiendo «los sí y los no» de la práctica médica. El juramento dice «Seguiré el método de tratamiento que, de acuerdo a mi capacidad y a mi criterio, considere beneficioso para mi paciente». Más aun, el médico que profesa jura «abstenerse de todo lo que sea dañino o maligno»: No habrá dosis letales ni actos u omisiones en favor de la eutanasia; no al aborto; no a la investigación sin aceptación; no a la seducción o al abuso de la relación médico – paciente.  

La lista parece obvia, evidente –sin embargo, ello no resulta así para todos los estudiantes y los médicos. Al escribir en el Georgetown Undergraduate Journal of Health Sciences en julio del 2012, Emily Woodbury señala que:  

En la actualidad, el 100% de los médicos graduados en escuelas de medicina en los Estados Unidos juran ante alguna versión del Juramento Hipocrático (en oposición a solo 24% en 1928). La mayoría de esos juramentos son vagos y contienen los principios de la no maldad, la benevolencia, la autonomía del paciente y la justicia social. Solamente 14% de ellos prohíben la eutanasia; 11% remiten a una deidad, 8% prohíben el aborto, y 3% prohíben las relaciones sexuales. (Woodbury 2012)   

Woodbury continúa diciendo que «los antiguos fundamentos religiosos del juramento se han vuelto irrelevantes y la actual divergencia y la opción por temas específicos como el aborto y la eutanasia han vuelto intolerable el juramento original» (Woodbury 2,012). Si bien es difícil determinar cuán extendida se encuentra esta afirmación en la cultura en general, son escalofriantes las estadísticas que la señorita Woodbury cita sobre las omisiones de las versiones modernas.  

Contra la tendencia de juramentos y promesas marchitos que prevalece, el médico católico está llamado a dar testimonio del valor inherente de la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, y a dar testimonio tanto en su práctica y en sus indicaciones profesionales como en su palabra. En su magnífica encíclica Evangelium vitae—«Evangelio de la Vida»—El Beato Juan Pablo II explicó la naturaleza y la importancia del testimonio de vida que ofrecen los médicos, que él en efecto encuentra en el juramento que hemos venido analizando:  

En el personal del cuidado de la salud recae una responsabilidad única. … Su profesión los convoca a ser guardianes y sirvientes de la vida humana. En el contexto cultural y social de hoy, en el que la ciencia y la práctica de la medicina se arriesgan a perder de vista su inherente dimensión ética, los profesionales de la salud pueden verse a veces fuertemente tentados de volverse manipuladores de vida o incluso agentes de la muerte. Al afrontar esta tentación, su responsabilidad se ha incrementado enormemente en la actualidad. Su inspiración más profunda y su más fuerte apoyo radican en la dimensión ética intrínseca e innegable de la profesión del cuidado de la salud, algo ya reconocido por el antiguo y aún relevante Juramento Hipocrático, el cual requiere que cada médico se comprometa con el respeto absoluto por la vida humana y su naturaleza sagrada. 

El respeto absoluto de toda vida humana inocente también requiere el ejercicio de la objeción consciente respecto del aborto y la eutanasia voluntarios. «Causar la muerte» nunca podrá considerarse una forma de tratamiento médico, aunque la intención sea solo cumplir con la solicitud del paciente. Antes bien, va completamente en contra de la profesión del cuidado a la salud, que está destinada a ser una afirmación ferviente e inquebrantable de la vida.14 

Aquí nuevamente abordamos el rol del médico como evangelizador. Esta es una realidad que debe permear todos los aspectos de la vida de uno, especialmente en el mundo moderno, el cual fragmenta la vida con tanto éxito, reservando los debates sobre aspectos morales para los domingos y rechazando reflexionar sobre el aborto, la eutanasia y el matrimonio como «aspectos claves» que no tienen sitio en las discusiones políticas de las personas serias y maduras. Ante tal actitud, el Papa Benedicto insiste en que:   

[Es] importante darse cuenta de que el ser cristiano no es un tipo de ropa que ponerse en privado o en ocasiones especiales sino algo vivo y totalmente abarcador, capaz de contener todo aquello que es bueno de la vida moderna. … No [podemos] olvidarnos de que el estilo de vida de los creyentes requiere tener la genuina credibilidad y ser tanto más convincente considerando las dramáticas condiciones en que viven quienes que necesitan oírlo.15 

Los restantes pasajes del Juramento de Hipócrates hablan de las obligaciones del médico cuando él o ella se encuentran con el paciente en la propia casa del paciente o en otro contexto. «Acudiré en beneficio del enfermo», reconoce el médico que profesa; y promete evitar toda corrupción y seducción y mantener en confidencialidad todo lo que vea y oiga. El Papa Benedicto XVI coloca esta obvia necesidad de confianza entre el médico y el paciente en el contexto de la fe cristiana en torno a la dignidad de la persona humana:  

El respeto de la dignidad humana, en efecto, demanda respeto incondicional individual nacido o no nacido, sano o enfermo, sea cual fuere su condición. En esta perspectiva, la relación de confianza mutua que se desarrolla entre el médico y el paciente es de máxima importancia. Es gracias a esta relación de confianza que el médico, escuchando al paciente, puede construir su historia clínica y comprender cómo este enfrenta su dolencia. Más aun, es en esta relación basada en el aprecio reciproco y en el compartir metas realistas que es posible determinar un programa terapéutico: un plan que puede llevar a una audaz intervención para salvar una vida o a una decisión de mantenerse a raya con los medios comunes que ofrece la medicina.…  

Es bueno no olvidar que son estas cualidades humanas, además de la competencia profesional en sentido estricto, lo que el paciente aprecia en su médico. El paciente desea ser tratado amablemente, no solo examinado; desea ser escuchado, no únicamente sometido a sofisticados diagnósticos, quiere tener la certeza de estar en la mente y el corazón del médico que lo está tratando.16 

Así, no solo estamos hablando de una visita profesional, ya sea una visita en casa o una ronda en el hospital. La caridad que nos vincula a Cristo y del uno hacia el otro nos obliga a reconocer la importancia de la visita como tal - recordar nuestra obligación para responder a aquel cuyo juicio contendrá las palabras «Estuve enfermo y tú me cuidaste. … Lo que hiciste por uno de mis hermanos menores, lo hiciste por mí» (Mateo 25:36, 40).  

La importancia de la visita como expresión de compasión y solidaridad es la forma en que ustedes darán testimonio e imitarán a Cristo el Buen Pastor, quien «vino a salvar y a sanar lo que estaba perdido» (Lucas 19:10). La voluntad de ustedes de «estar con» la persona sufriente es de gran de importancia para que superen el aislamiento inherente al sufrimiento. A menudo, el mero hecho de estar presente con alguien que está sufriendo basta para traer alivio y a ayudar a la persona a acercarse al misterio salvador del amor redentor de Cristo. «Sufrir y estar al lado de los que sufren: quien quiera que viva estas dos situaciones en la fe llega a un contacto particular con los sufrimientos de Cristo y se le permite compartir “una partícula muy especial del infinito tesoro de la redención del mundo”», nos dice Juan Pablo II.17  

La presencia de un hermano cristiano en el hogar o en la sala de hospital de la persona enferma es un recordatorio de la presencia de la Iglesia y de la permanente conexión del paciente con el Cuerpo de Cristo. Este recordatorio es una invitación y un estímulo a la reintegración y, así mismo, un reto al enfermo a que recuerde sus responsabilidades para con la comunidad. La persona que visita a los enfermos es capaz de amarlos en esa dimensión particular del amor de Cristo llamada compasión, que cual significa «sufrir con».  Él o ella ofrece también un don de consuelo; en su encíclica sobre la esperanza, el Papa Benedicto explica el sentido de tal palabra:  

 Aceptar al «otro» que sufre, significa que yo asumo su sufrimiento de modo tal que este se vuelve también mío. Porque ahora se ha vuelto un sufrimiento compartido, en el que, sin embargo, hay otra persona presente, el sufrimiento es penetrado por la luz del amor. La palabra latina con-solatio, «consuelo», lo expresa bellamente. Sugiere estar con el otro en su soledad, de modo que esta deje de ser soledad.18 

Al revelar el secreto de este amor de consuelo, por el cual cada discípulo es llamado a «estar con» quienes están aislados, el Papa Benedicto admite que no siempre es fácil amar así. Cada uno de nosotros tiene su propio sufrimiento que acarrear; compartir también las cargas de otros puede ser difícil. La virtud de la esperanza, sin embargo, hace posible el consuelo, aun cuando estando solos no tengamos ayuda que ofrecer o nada que decir:  

En todo sufrimiento humano nos vemos unidos por uno que experimenta y acarrea este sufrimiento con nosotros … y así se lleva la estrella de la esperanza. … [La] capacidad de sufrimiento depende del tipo y de la medida de la esperanza que portamos en nosotros mismos y sobre la cual construimos. Los santos fueron capaces de hacer el gran viaje de la existencia humana de la manera en que Cristo lo había hecho antes que ellos, porque rebosaba grandemente de esperanza.19 

Vale la pena comentar un aspecto más sobre las visitas de ustedes a los enfermos. «El médico no es el señor de la vida», dijo abiertamente el Beato Juan Pablo II, «pero tampoco es el conquistador de la muerte».20  Muy a menudo visitarán ustedes a sus pacientes con noticias malas en vez de buenas, a veces para decirles que, pese a todos sus esfuerzos y buenas intenciones, no hay nada que puedan hacer con su conocimiento y arte de la medicina. No deben ustedes tener miedo de estas conversaciones, ni por ustedes ni por sus pacientes. Vacilar u oscurecer la verdad en estos encuentros hace más daño que bien, porque en ese momento hay más en juego que solo la condición física de la persona enferma.   

El antiguo ritual romano aconsejaba a los pastores hablar claramente acerca de la realidad de la muerte, y destacaba que algunas personas no desean admitir que un ser querido es mortal:  

Cuando la condición de la persona enferma se vuelve crítica, el pastor debería advertirle no dejarse engañar en modo alguno, ni por las artimañas del demonio, ni por las aseveraciones insinceras del médico, ni por el falso ánimo de mejoría que parientes y amigos le den en un intento de postergar la oportuna preocupación por el bienestar de su alma. Por el contrario, habría que urgirlo a recibir los santos sacramentos con la debida prontitud y devoción, mientras su mente esté aún lucida y sus sentidos intactos, haciendo de lado esa falsa y perniciosa procrastinación que ya ha traído a muchos el castigo eterno y sigue haciéndolo diariamente a través de los delirios del demonio.21 

C.S. Lewis, en su ingenioso y esclarecedor libro Cartas del diablo a su sobrino, escribe desde la perspectiva del demonio Escrutopo, quien le aconseja a su sobrino, recién iniciado en las artes de la tentación, mantener a su nuevo «paciente» lejos de sitios como el campo de batalla, donde este podría estar preparado para la muerte:   

¡Cuánto mejor sería para nosotros si todos los humanos muriesen en costosas casas de reposo, entre médicos que mienten, enfermeras que mienten, amigos que mienten, tal como los hemos entrenado, prometiéndoles la vida a los moribundos, alentándolos en la creencia de que la enfermedad excusa toda indulgencia; e, incluso, si nuestros trabajadores supieran hacer su trabajo, obstaculizando cualquier sugerencia de acercarles un sacerdote, para evitar el riesgo de que engañen al enfermo sobre su verdadera condición! (Lewis 2001, 23–24)  

Estos dos pasajes nos instan a ser honestos con la persona agónica acerca de su condición, básicamente desde un punto de vista negativo. Si la persona no sabe que está muriendo, no tendrá tiempo de arrepentirse ni de confesar sus pecados, y podría correr el riesgo de la condena. Esta es, por supuesto, una preocupación seria y real. Sin embargo, hay también una razón positiva para una saludable apreciación de la realidad de la muerte. El Buen Pastor entrega su vida por sus ovejas, a fin de retomarla nuevamente (cf. Juan 10:15, 18). En su resurrección, da la vida a todos los que creen en él y esta es la fuente de esperanza para todo cristiano. Quienes hablan de la muerte y de la resurrección compasivamente y sin embargo en forma inquebrantable dan testimonio del poder de Cristo para conquistar todas las cosas, incluso la enfermedad y la propia muerte.  

Gracias a la fe en la victoria de Cristo sobre la muerte, [el cristiano] confiadamente espera el momento en que el Señor «transfigurará nuestro cuerpo mortal en virtud del poder que él tiene para dominar todas las cosas» (Filipenses 3:21). A diferencia de aquellos que «carecen de esperanza» (cf. 1 Tesalónicos 4:13), el creyente sabe que el momento del sufrimiento representa una ocasión de nueva vida, de gracia y la resurrección. Expresa esta certeza a través de la dedicación terapéutica, una capacidad de aceptar y acompañar, y compartiendo la vida de Cristo comunicada en la oración y en los sacramentos. El cuidar de los enfermos y los agónicos, el ayudar al hombre que se va para que el hombre que viene pueda ser renovado día a día (cf. 2 Corintios 4:16) -¿no es esto cooperar en el proceso de resurrección que el Señor ha introducido en la historia humana con el Misterio Pascual y que será plenamente consumado al final de los tiempos?¿No es esto responder a la esperanza (cf. 1 Pedro 3:15) que se nos ha dado? En cada lágrima que se ha secado hay ya un anuncio de los últimos tiempos, un sabor previo de la plenitud final (cf. Revelación 21:4 e Isaías 25:8).22  

Porque, como hemos visto, quien hace un juramento llama a Dios para testimoniar su sinceridad y la verdad de lo que él o ella está jurando, el Juramento de Hipócrates concluye con una oración y una imprecación. «Mientras yo siga manteniendo intacto este juramento», leemos, «que se me conceda el disfrutar de la vida y la práctica del arte y la ciencia de la medicina con la bendición del Todopoderoso, y respetado por mis pares y la sociedad; pero si yo infringiere y violare este juramento, que me toque la suerte inversa». Seguro el Señor bendecirá y recomenzará a quienes responden a su llamado a evangelizar, a curar y consolar a los enfermos en su Nombre. «Tu recompensa será grandiosa en el cielo» (Mateo 5:12), por supuesto, donde habrá gran regocijo entre los santos –San Cosme y San Damián, San Giuseppe Moscati, San Riccardo Pampuri, Santa Gianna Beretta Molla, Santa Anna Schäffer, el Siervo de Dios Jerôme Lejeune e incontables otros que pusieron sus vidas al servicio de los enfermos por amor a Dios. Pero las bendiciones de profesar la fe y profesar la medicina empiezan ahora, en la época actual, y fluyen desde el inmenso privilegio de cooperar con el Señor en difundir su obra de salvación. Nos llama amigos suyos, nos relata su plan (Juan 15:15), y nos invita a ponernos a su servicio sirviendo a aquellos que lo necesitan, especialmente los enfermos.  

Pocas personas en el siglo XX han cooperado tanto con Cristo para aliviar el dolor y el sufrimiento de los moribundos como la Beata Teresa de Calcuta, conocida por el mundo entero como la Madre Teresa. Aunque ella no era doctora y tenía poco entrenamiento en medicina, tendió la mano con compasión y consuelo, obrando pequeños milagros de amor en las vidas de aquellos a quienes la enfermedad y la debilidad habían colocado en los márgenes de la sociedad. En tanto nos esforzamos para prestar atención al llamado del Señor en nuestras vidas y en nuestras profesiones, podemos compartir la pequeña oración de la Madre como instrumento del Médico Divino:  

Señor, ¿quieres que mis manos pasen este día ayudando a los pobres y a los enfermos que las necesitan? 

Señor, hoy te entrego mis manos. 

Señor, ¿quieres que mi corazón pase este día amando a cada ser humano sencillamente porque es un ser humano? 

Señor, hoy te entrego mi corazón. 

 


REFERENCIAS 

-Lewis, C.S. 2001.  The Screwtape letters.  (Las cartas de Screwtape). San Francisco: HarperCollins.  

-Wikipedia. 2013. Profession. (Profesión).  http://en.wikipe dia.org/wiki/Profession.  

-Woodbury, E. 2012. The fall of the Hippocratic Oath: Why the Hippocratic Oath should be discarded in favor of a modified version of Pellegrino’s precepts. (La caída del Juramento Hipocrático: Por qué debería descartarse el Juramento Hipocrático en favor de una versión modificada de los preceptos de San Pellegrino). Georgetown Undergraduate Journal of Health Sciences 6(2): 9–17.  

 

NOTA BIOGRÁFICA 

El P. Philip G. Bochanski, C.O. es sacerdote de la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri de Filadelfia, y capellán del Capítulo de Filadelfia de la Asociación Médica Católica. Su dirección de correo electrónico es philip.bochanski@gmail.com 


«Acompañamiento espiritual para personas con atracción al mismo sexo» 

Acompañamiento espiritual

para personas con atracción al mismo sexo 

 

Algunas personas con atracción al mismo sexo (AMS) buscan dirección espiritual por diversas razones, ya sea para ayudarles a entender los sentimientos que tienen por el mismo sexo o para buscar orientación en otros aspectos de la vida. 1  La dirección espiritual se define como: 

«…ayuda dada de un creyente a otro que le permite a estos últimos prestar atención a la comunicación personal de Dios con él o ella, responder a este Dios que se comunica personalmente, crecer en intimidad con Dios y vivir las consecuencias de la relación. El enfoque de este tipo de dirección espiritual está en la experiencia [...] Además, esta experiencia se ve, no como un evento aislado, sino como una expresión de la relación continua y personal que Dios ha establecido con cada uno de nosotros». (Barry y Connolly 1982, 8 - 9) 

La Congregación para el Clero en su documento «El sacerdote confesor y director espiritual. Ministro de la misericordia divina» que sirve de ayuda para el director espiritual señala: «El objetivo de la dirección espiritual consiste principalmente en ayudar a discernir los signos de la voluntad de Dios en nuestro camino de encuentro a la propia vocación, oración y perfección en la vida cotidiana».  (Congregación para el Clero 2011, 78). 

Las personas que experimentan AMS pueden acercarse y pedir acompañamiento espiritual regular o pueden pedir tener sólo un diálogo espiritual o conversación sobre su situación. Se puede organizar una reunión inicial en la que la persona puede expresar sus necesidades. A veces, una sola reunión puede bastar para responder a una duda o aclarar una situación. Después de haber escuchado a la persona, el director puede sugerir que ésta continúe las sesiones. Es prudente permitir que transcurran dos o tres reuniones antes de acordar sesiones regulares de dirección espiritual; lo cual debe ser explicado a las personas acompañadas en el primer encuentro. Esto les da fundamento y libertad a ambos para decidir si desean o no continuar con las sesiones. 

Respeto por la libertad

El director debe respetar siempre la libertad de la persona que está siendo acompañada. El director no puede forzar o coaccionar a una persona para tomar una decisión - sólo puede aconsejar o sugerir. El Catecismo de la Iglesia Católica aconseja que, si la persona acompañada experimenta AMS, él o ella «deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza.  Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida» (Catecismo 1997, 2358). Normalmente es una buena señal que la persona solicite dirección espiritual, ya que puede indicar un deseo real por crecer espiritualmente y apertura para ser guiado. 

 Es importante señalar que «El director espiritual no hace el camino, sino que sigue asistiendo a la persona en su realidad concreta. Quien guía las almas es el Espíritu Santo y el director debe favorecer su acción» (Congregación para el Clero 2011, 103). 

 

La clave es escuchar

La primera tarea del director y la más importante es escuchar. El director debe escuchar a la persona y escuchar la acción de Dios en la vida del acompañado. A veces lo que se comparte puede ser doloroso: difícil de admitir para la persona acompañada, y difícil de escuchar para el director. En el diálogo con la persona que experimenta AMS, es muy probable que surjan detalles de su sexualidad: sentimientos, pensamientos, luchas, incluyendo experiencias sexuales, entre otros. El director debe ser maduro y tener una formación sólida en sexualidad humana y también una sólida base en las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre la AMS. Es inapropiado aconsejar a una persona que experimenta AMS a que «sólo encuentre un compañero estable», ya que todos los cristianos son llamados a la santidad y a la perfección cristiana, incluso si este crecimiento sólo se logra poco a poco en etapas. 

Un punto importante a tratar tiene que ver con la frecuencia y la duración de la dirección espiritual. Como regla general puede ser una hora una vez al mes. Aunque no está escrito en piedra, cuando al principio el director empieza a acompañar a la persona puede ser que las reuniones sean más frecuentes hasta que se familiarice con la historia del acompañado. 

 

Aclarando términos 

Es útil aclarar con exactitud qué quiere decir la persona acompañada cuando habla de experimentar AMS o por qué él o ella está buscando orientación. Puede ser que la persona tenga incertidumbre sobre su orientación sexual y esté insegura de si es gay o no. El difunto Rev. John Harvey, O.S.F. S., reconocido experto en homosexualidad y fundador de Courage - grupo de apoyo católico para personas que experimentan AMS y desean vivir castamente - identifica tres componentes de una definición de homosexualidad: 

1. «Tendencia erótica persistente hacia personas del mismo sexo». También es posible una atracción temporal o transitoria, pero AMS y el término homosexual normalmente se usan para definir una atracción duradera. 

2. «Desinterés en personas del otro sexo, preocupación por no sentirse atraído físicamente». A veces esta falta de atracción se extiende a un orden psicológico más amplio. 

 3. «Dificultades para tener relaciones físicas con personas del otro sexo». 

 

La primera característica se encuentra en todas las personas con AMS, pero la segunda y tercera no necesariamente se encuentran en todos (Harvey 2007, 6-7). 

Le pregunté a un joven, a quien le habían asegurado que era gay, por qué buscaba dirección espiritual. Él respondió que quería saber cómo darle la noticia a su padre y a su futura esposa. Resultó que después de pensarlo y cuestionarse se dio cuenta que tenía un considerable grado de sentimientos heterosexuales. También había tenido una fuerte ruptura en la relación con su padre manifestada en la ira y falta de perdón. En la compleja génesis de la AMS, es muy importante para un director saber que un factor causal es una relación deficiente con el padre y / o la madre (Asociación Católica de Medicina 2000, 3).2  Estas situaciones subyacentes no eran tan fáciles de ver al principio y aparecieron con el paso del tiempo y el establecimiento de la confianza. Un fundamento importante para una buena relación en la dirección espiritual es explorar las motivaciones y permitir a las personas acompañadas hablar libremente acerca de su historia personal y experiencias. 

 

Conflictos psicológicos  

Es importante que los directores espirituales comprendan a fondo los conflictos psicológicos que predisponen a jóvenes y adultos a la AMS. El Dr. Rick Fitzgibbons identifica estos conflictos en los hombres como «falta de apego y seguridad con el padre, hermano u otra persona del mismo sexo; una imagen corporal negativa; trauma de abuso sexual; desconfianza en la relación con la madre; traiciones severas de otras mujeres y narcisismo. En las mujeres, los conflictos psicológicos de fondo incluyen desconfianza y tristeza en la relación paterna; faltas de apego y seguridad con la madre; traición de hombres importantes para ellas y miedo a ser traicionadas por otros hombres; poca confianza femenina; rechazo de otras mujeres; ira contra los hombres y la soledad y falta de un amor reconfortante».3 

 

Enamoramiento de una sola vez 

Una mujer joven se me acercó a pedir dirección espiritual, estaba convencida que era «lesbiana» por estar enamorada de su maestra. Le aseguré que un sólo enamoramiento no era igual al lesbianismo. Como el P. John Harvey señala: «Las jóvenes adolescentes muchas veces confunden cuando tienen un “enamoramiento” con una joven mayor o una maestra como una forma de homosexualidad. Se les debe mostrar que sólo están pasando por una etapa de fuerte admiración y necesitan tener cuidado de no convertir en ídolo a la otra persona. Mientras tanto, deben seguir buscando amigos dentro de su grupo de compañeros y aprender a formar buenas relaciones humanas con ambos sexos» (Harvey 2007, 34-35). Le pregunté por sus relaciones familiares, explicándole que a veces detrás del deseo de afecto de otra mujer se reflejaba el deseo de una identificación más fuerte con la figura materna. 4  Reconoció que tenía una relación pobre con su madre y ella misma llegó a la conclusión de que esto era la clave para entender su enamoramiento por la maestra. Cuando se carece de una buena relación materna, debe alentarse una relación aún más fuerte con la Madre María. Fortalecer la relación con nuestra Madre María es bueno para todos, pero puede traer frutos particulares en una mujer que busca esa experiencia de amor maternal: «La experiencia del amor de María puede llenar el vacío y la soledad generadas en la relación materna, convertirse en un nuevo fundamento para confiar en las mujeres, fortalecer la confianza y resolver atracciones y comportamientos homosexuales» (Fitzgibbons, 2015). 

 

Abuso previo y problemas relacionados 

Las personas que experimentan AMS a menudo han sido víctimas de abuso. Las investigaciones indican que alrededor del 50 por ciento de las mujeres lesbianas reportan antecedentes de abuso sexual masculino, dos veces más alto que las mujeres heterosexuales (Balsam, Rothblum y Beauhola 2005; Hughes et al., 2000). El abuso puede ser físico, mental o emocional. El abuso homosexual de un hombre mayor es un factor frecuente en el origen de la posterior AMS en los hombres. El abuso produce heridas profundas en la psique de la persona, el director espiritual debe ser consciente de esto y de ser necesario podría remitir a la persona acompañada a profesionales de la salud mental. 5 

El director debe saber que las personas con AMS son más propensas a tener o haber tenido problemas médicos, psicológicos y relacionales.6 Muchos de estos comportamientos y disfunciones psicológicas se experimentan, entre los homosexuales, aproximadamente en tres veces más que en la población general. Estos incluyen abuso de sustancias, historias suicidas y otros problemas de salud mental, tales como trastornos alimenticios, trastornos de personalidad, paranoia, depresión y ansiedad (Diggs 2002). 

La ira excesiva se ve a menudo como resultado de rechazos en relaciones que deberían ser de apego y seguridad principalmente con personas del mismo sexo, pero también a menudo con el padre o hermano. Esta cólera no es saludable, como nos recuerda el libro de Eclesiástico, «el impulso de su pasión le hace caer» (Eclo. 1, 22). Solucionar este enojo es esencial para resolver la tristeza, desconfianza y baja autoestima que a menudo acompañan a una persona con AMS. El sacramento de la reconciliación puede ayudar mucho a quienes albergan la ira. La gracia del sacramento actúa como un bálsamo calmante sobre las heridas de la persona, trayéndoles paz y sanación. Al ser perdonado, el penitente se vuelve más consciente de la necesidad de perdonar a los demás, dejando atrás las heridas pasadas y dando pasos para seguir hacia adelante en la vida. 

Con frecuencia, la falta de confianza es un problema. En el 2011, un estudio realizado por Parkes a 10.000 adolescentes hombres concluyó que jóvenes que habían tenido experiencia con personas del mismo sexo, reportaron baja autoestima. (Parkes et al., 2011). En el 2010, un estudio israelí hecho por Rubinstein a 90 hombres homosexuales y 109 hombres heterosexuales; con edad media de 26 años y sin diferencias significativas con respecto al país de nacimiento, origen étnico, nivel educativo, servicio militar o participación en psicoterapias; reveló que los jóvenes homosexuales obtuvieron calificaciones más bajas en autoestima y más altas en narcisismo en comparación con sus homólogos heterosexuales (Rubinstein 2010). Si la persona acompañada tiene baja autoestima, el director debe estar atento y listo para abordar cualquier tema subyacente, así como ofrecer aliento constante para hacer crecer la baja confianza en sí mismo. 
 

Evitar el vicio

Peligros de un estilo de vida homosexual activo 

Un estilo de vida homosexual activo pone a los hombres que tienen sexo con hombres en grave riesgo médico y moral. En todo el mundo, las relaciones sexuales entre varones representan la mayoría de las nuevas infecciones por VIH, además de exponer a los participantes a una serie de otras infecciones, como la hepatitis B, la gonorrea y la sífilis (McTavish, 2014).7 El director debe respetar siempre la libertad de la persona acompañada, pero en vista de los serios riesgos para la salud en la actividad homosexual es también libre de asesorar a la persona de sus peligros reales. 

 

Evitar ocasiones de pecado 

Se debe aconsejar a la persona que evite todo comportamiento inmoral, incluyendo «ocasiones de pecado», que pueden incluir ver pornografía gay, frecuentar bares o salones de masaje gay y entretenerse con amigos abiertamente homosexuales que pueden tener mala influencia en una persona que intenta liberarse de estas tentaciones. Cuando en la dirección espiritual un joven con AMS me informa que él o ella está teniendo muchas tentaciones sexuales, por lo general le pregunto acerca de posibles factores de provocación, especialmente el uso de la pornografía. La pornografía alimenta pensamientos sexuales desordenados que pueden conducir a acciones lujuriosas. Una máxima espiritual muy útil es: «Si no lo ves, no pensarás en ello». Hay que tener cuidado con lo que uno mira, especialmente en esta cultura sexual que los medios de comunicación nos proponen hoy en día.  

El profeta Jeremías nos dice: «La muerte ha subido por nuestras ventanas, ha entrado en nuestros palacios...» (Jeremías 9, 20). San Alfonso María de Ligorio, santo patrono de la teología moral de la Iglesia católica, escribe acerca de este pasaje: «Porque para defender una fortificación no basta con cerrar las puertas si se permite que el enemigo entre por las ventanas».8  
Nuestras ventanas son los ojos, y si los ojos están sanos todo el cuerpo estará sano, pero si los ojos están mirando pornografía entonces todo el cuerpo sufrirá (véase Mt 6, 22-23). Algunos medios que pueden ayudar a reducir la exposición a la pornografía son: el uso de un filtro de sitios web, colocar la computadora en un lugar más público y tener cerca a una «persona responsable» que nos ayude. 

 

Cultivar la virtud

Cuando hacemos cosas malas constantemente formamos vicios; y cuando hacemos cosas buenas constantemente fomentamos las virtudes. Se debe aconsejar a la persona que experimenta AMS, y que ha comenzando a dejar atrás los vicios, el crecer en una vida de virtud. Las virtudes son buenos hábitos e incluyen la práctica de la oración, frecuentar los sacramentos, cultivar amistades saludables y participar en el apostolado de la Iglesia. El Catecismo anima de la misma forma a las personas que viven en la AMS: «Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana» (Catecismo 1997, 2359). 

 

Unión que da Frutos 

El Señor nos promete: «Quien permanece en mí y yo en él ese dará mucho fruto, porque sin mí nada podéis hacer» (Jn 15, 5). Una vida sacramental, que se alimenta de la Eucaristía y la confesión regular (especialmente después de una caída) ayuda a mantener la unión con Cristo. La oración y los sacramentos son esenciales para que la persona que experimenta AMS reciba la gracia necesaria. 

Se debe recomendar el rezar con la Palabra de Dios, para que la persona sea guiada por la voz de Dios mismo. La Dei Verbum nos enseña: «no olviden que debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre; porque a Él hablamos cuando oramos, y a El oímos cuando leemos las palabras divinas.» (Concilio Vaticano II, 1965, p. 25). El papa Emérito Benedicto XVI señala: «Por eso es importante que todo cristiano viva en contacto y en diálogo personal con la Palabra de Dios, dada en la Sagrada Escritura» (Benedicto 2007). A través de un diálogo personal con la Palabra de Dios, la persona que experimenta AMS puede ser guiada por el Espíritu Santo para caminar gradualmente en el camino de la santidad cristiana. 

Una vida de oración es necesaria para superar las tentaciones de la carne. San Alfonso María de Ligorio reconoció el gran poder de la oración: 

Es importante señalar que, no podemos resistir las tentaciones impuras de la carne, sin recomendarnos a Dios cuando somos tentados. Este enemigo es tan terrible que, cuando pelea con nosotros nos quita toda luz; nos hace olvidar nuestras meditaciones y nuestras buenas resoluciones; también nos hace ignorar las verdades de la fe, e incluso nos hace perder el temor a los castigos divinos. Porque él conspira con nuestras inclinaciones naturales, que nos conducen con violencia a la indulgencia de los placeres sensuales. Quien no recurre a Dios en ese momento se pierde. La única defensa contra esta tentación es la oración. (Ligorio 1992, 70 - 71). 

 

Amistades castas 

Fiel al Magisterio de la Iglesia, el director puede recordar a las personas acompañadas la importancia de la castidad. El capítulo 47 del profeta Ezequiel nos brinda una imagen útil para explicar la castidad. El profeta describe un río poderoso que da vida dondequiera que fluya. «Dondequiera que fluya el río, la vida crece» (Ez 47, 9). El río puede simbolizar el poderoso flujo de nuestra sexualidad con toda su energía y vitalidad que, cuando es guiada en el camino correcto, genera vida. Un corazón casto es un corazón pacífico, que también fluye hacia una vida ordenada. Vivir castamente ayuda a la persona que experimenta AMS a integrarse más. Las heridas previas pueden sanar y curarse, como San Agustín describe: «La castidad nos recompone; nos devuelve a la unidad que habíamos perdido dispersándonos» (Catecismo 1997, 2340). 

Los obispos católicos de Estados Unidos en sus directrices para la atención pastoral a personas con inclinación homosexual comentan: «En nuestra sociedad, la castidad es una virtud particular que requiere un esfuerzo especial. Todas las personas, ya sean casadas o solteras, son llamadas a la vida casta. La vida casta supera deseos humanos desordenados como la lujuria y da como resultado la expresión de los deseos sexuales en armonía con la voluntad de Dios» (Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, 2006, 8). Los obispos canadienses recomiendan por lo tanto «que cultiven amistades virtuosas y castas, aunque no exclusivamente con otras personas del mismo sexo. La verdadera amistad aumenta la capacidad de vivir castamente, mientras que el vivir aisladamente puede hacer que el miedo o la amargura socaven una vida sana y santa» (Comisión Episcopal para la Doctrina de la Conferencia Canadiense de Obispos Católicos 2011, 22). Las amistades sanas son buenas y necesarias para el crecimiento afectivo maduro y equilibrado. Las amistades sinceras pueden ser más fácilmente encontradas en comunidades como la de Courage, por ejemplo. 9 Las metas de Courage incluyen fomentar un espíritu de hermandad y de apoyo, para que nadie tenga que enfrentarse a las dificultades que acompañan la AMS, sino que puedan encontrar consuelo en amistades saludables y en las que puedan apoyarse. 

 

Apostolado 

La Congregación para el Clero explica: «En el consejo y acompañamiento espirituales entra necesariamente el campo del compromiso apostólico. Se examinen, pues, las motivaciones, las preferencias, las realidades concretas, de forma que la persona acompañada esté más disponible al apostolado» (Congregación para el Clero 2011, p. 133). Al ser parte de una Iglesia apostólica las personas que experimentan AMS, deben ser alentadas a participar en el servicio a otros, ya que «el realizar obras apostólicas y caritativas son un elemento de valor probado» (Harvey 2007, 23). Parte de su misión es dar testimonio de vivir una vida de santidad incluso si esto requiere cargar la Cruz. Las personas que experimentan AMS pueden «unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición» (Catecismo 1997, 2358). También puede ejercer la misión profética de animar a otros que viven la AMS a vivir castamente, así como ayudar a corregir los malentendidos en la sociedad con respecto a la homosexualidad, ayudando a difundir las enseñanzas correctas del Magisterio de la Iglesia. 

 

Conclusión

La dirección espiritual puede ayudar a la persona con AMS a crecer en una relación más personal con Dios, permitiéndole saborear, revivir y disfrutar de la profunda y amorosa cercanía de Dios en sus vidas. Compartir con un director le permite a la persona acompañada explorar y desbloquear áreas de falta de libertad en su historia personal. Crecer en conocimiento del amor y amistad de Dios puede llenar el vacío interior en hombres con AMS que sufrieron acoso o que nunca tuvieron amistades masculinas cercanas en su infancia y adolescencia. Crecer en el conocimiento del amor del Padre y del amor de San José, durante la infancia y el presente, puede ayudar a sanar la profunda tristeza de muchos hombres que nunca sintieron cercanía con sus padres y sanar la profunda desconfianza que pueden tener en mujeres que tuvieron padres abusivos, iracundos o egoístas.  Crecer en el conocimiento del amor de Nuestra Madre puede llenar el vacío que muchas mujeres con AMS tienen por carecer de un amor maternal y consolador, y crecer en este amor puede ayudar a los hombres con madres controladoras, distantes o narcisistas, a confiar más en las mujeres. 

El tiempo y la paciencia son necesarios como en todo proceso de crecimiento. El director debe ser paciente con la persona acompañada, y la persona acompañada debe ser paciente consigo misma. Es muy probable que se produzcan retrocesos, y el director debe ser imagen viva del «Dios de misericordia y consolación» (ver 2 Cor 1, 3-5), animando constantemente a la persona a seguir corriendo la carrera y peleando la buena batalla (véase 2 Tim 4,7). El director debe aconsejar a las personas acompañadas a evitar comportamientos inmorales y alentarlos a crecer en una vida virtuosa, así como motivar los esfuerzos para desarrollar una autoidentificación masculina (o femenina) más fuerte. La persona acompañada puede ser apoyada en su deseo de vivir castamente y de cumplir la voluntad de Dios en su vida.  

 

El P. John Harvey nos dice: 

Es, sobre todo, por una dirección espiritual constante, que la persona con AMS puede formular y comenzar a vivir este plan de vida. Muchas veces, las personas con AMS ya han experimentado la soledad y la imperfección de cualquiera de los dos patrones de la actividad homosexual, ya sea la promiscuidad o una relación estable del mismo sexo. Insatisfechos con estas experiencias, están dispuestos a escuchar la propuesta de un nuevo enfoque, aunque aparentemente parezca una propuesta complicada. La tarea del director espiritual es mostrar al hombre o mujer con AMS que es posible vivir una vida casta y feliz sin estar aislado de la sociedad (Harvey 2007, 23 - 24). 

 


NOTAS FINALES 

  1. La dirección espiritual puede ser conocida por varios términos como por acompañamiento espiritual u orientación, y el director también puede ser conocido como acompañante, amigo, etc. Pueden consultarse textos especializados en dirección espiritual para obtener más información acerca de los pros y contras de la variada terminología. 
  2. El manifiesto: Homosexualidad y Esperanza señala que en la historia de una persona que experimenta atracción por el mismo sexo, se encuentra frecuentemente la alienación del padre en la primera infancia (Asociación Católica de Medicina 2000, 3). Para el Rev. John Harvey uno de los principales factores que, individual o colectivamente, contribuye a la AMS es la "incapacidad del niño para identificarse con el género del padre del mismo sexo" (Harvey 2007, 12).  
  3. Dr. Richard Fitzgibbons, mensaje de correo electrónico al autor, 23 de mayo, 2015.
 
  4. Janelle Hallman comenta que "algunas mujeres con AMS señalan que carecen de afecto y cuidados maternales" (Hallman 2008, 64). Comenta su experiencia obtenida en la terapia dada a mujeres que sienten atracción por el mismo sexo y observa que a menudo experimentan un apego o distancia excesivas con sus madres, no existe término medio en la relación (Hallman 2008, 61-62). Andria L. Sigler-Smalz, consejera de pastoral clínica, cita lo siguiente: "A menudo hay un punto en común en las mujeres que tienen conflictos interiores con el lesbianismo. Una de ellas, la cual reconoció que sus relaciones lésbicas reafirmaron su necesidad de amor maternal, me explicó: "Cuando me encuentro con una mujer a la que me siento atraída, es como si un lugar dentro de mí dijera: ¿Serás mi mamá? Es una sensación poderosa e impotente, la cual no puedo resistir. De pronto, me siento poca cosa. Quiero ser notada por ella, quiero ser especial para ella, y ese deseo se apodera de mi mente "(Sigler-Smalz n.d.).
  5. El abuso produce muchas heridas en la víctima. Surgen temas serios como la necesidad de ser sanados y de encontrar justicia contra él (los) perpetrador (es) por el delito cometido. 
  6. Janelle Hallman comenta que «La depresión y ansiedad son comunes en la vida de mujeres con AMS» (Hallman 2008, 60-61). Véase también la página 4 y la nota 43 de la Asociación Católica de Medicina (2000). Garofalo et al. (1999) reporta que los jóvenes ya sean lesbianas, gay, bisexuales o los que no están seguros de su identidad tienen un índice, significativamente más alto, en la frecuencia de intentos de suicidio. 
  7. «Aunque los HSH representan aproximadamente el 4 por ciento de la población masculina en los Estados Unidos, en el 2010 el sexo entre hombres representó, entre ellos, el 78 por ciento de las nuevas infecciones por VIH. [...] En el 2013 en Filipinas, el 84 por ciento de todas las infecciones nuevas de VIH transmitidas sexualmente se produjeron en HSH, siendo Manila el centro de la epidemia» (McTavish, 2014, 637-638). 
  8. San Alfonso María de Ligorio escribe: «Por eso Job hizo un pacto con sus ojos para no mirar a ninguna mujer, incluso a una virgen casta; porque sabía que de las miradas surgen malos pensamientos»(Ligorio 1888, Instrucción III, II, 1). 
  9. Para más información ver la página de Courage: https://www.couragerc.org/espanol 
 

 

REFERENCIAS  

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Fitzgibbons, Richard. 2015. The origins and healing of homosexual attractions. http://www.catholicculture.org/culture/library/view.cfm?id=3112.  

Garofalo, Robert, R. Cameron Wolf, Lawrence S. Wissow, Elizabeth R. Woods, and Elizabeth Goodman, 1999. Sexual orientation and risk of suicide attempts among a representative sample of youth. Archives of Pediatrics & Adolescent Medicine, 153(5): 487–93.  

Harvey, J.F. 2007. Atracción por el mismo sexo: Enseñanza Católica y práctica pastoral. New Haven: Knights of Columbus, http://www.kofc.org/un/en/resources/cis/cis385.pdf. (texto en inglés) 

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Hughes, Tonda L., Ann Pollinger Haas, Lisa Razzano, Roberta Cassidy, and Alicia Matthews. 2000. Comparing lesbians’ and heterosexual women’s mental health: Results from a multi-site women’s health survey. Journal of Gay and Lesbian Social Services 11.1: 57–76.  

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Rubinstein, Gidi. 2010. Narcissism and self- esteem among homosexual and heterosexual male students. Journal of Sex & Marital Therapy 36.1: 24–34.  

Sigler-Smalz, Andria L. n.d. Understanding the lesbian client, http://www.pfox.org/ sidebar-pages/understanding-the-lesbian- client/.  

Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. 2006. Ministerio para personas con inclinación homosexual: directrices para la pastoral. Washington, D.C.: Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos. 

Concilio Vaticano II. 1965. Dei Verbumhttp://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_const_19651118_dei-verbum_sp.html 


NOTA BIOGRÁFICA 

El Rev. James McTavish, F.M.V.D., M.D., es un sacerdote misionero escocés de la Fraternidad Misionera Verbum Dei. Originalmente estudió medicina en la Universidad de Cambridge, y antes de especializarse en plásticos y reconstrucción, ganó una beca en cirugía del Colegio Real de Cirujanos de Edimburgo. Luego escuchó el llamado del Señor para sanar al Cuerpo de Cristo herido a través de la evangelización - «Dame vida conforme a tu Palabra» (Sal 119). Después de la ordenación sacerdotal y luego de haber estudiado teología moral y bioética en Roma, fue asignado a Manila en labores de formación, apostolado bíblico y de enseñanza en moral y ética para diversas escuelas médicas y teológicas. 

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Este artículo fue publicado originalmente en The Linacre Quarterly 82, bajo el título “Spiritual Accompaniment for Persons with Same-Sex Attractions,  y fue traducido por el equipo de Courage-Latino. Para cualquier consultaescribir a: oficina@couragerc.org  

 


 Salir del clóset en Navidad: Una respuesta pastoral para los padres

 

«Salir del clóset» en Navidad:
Una respuesta pastoral para los padres
 

P. Philip G. Bochanski, director ejecutivo de Courage Internacional

 

Entre las muchas alegrías de la temporada navideña, también nos encontramos cara a cara con varios desafíos. Para comenzar, es un tiempo increíblemente ajetreado que, con frecuencia, nos deja sin tiempo ni energía para el tipo de preparación espiritual que semejante fiesta merece. Hay tanto por preparar y tanta gente por ver —todo mientras envolvemos el último regalo y cocinamos el último platillo—. De repente, llegan las visitas, incluyendo a los hijos que vuelven a casa para las fiestas. Tantas noticias nuevas, tantas cosas sobre las que ponerse al día y en algunos hogares, incluso—parece que cada vez con mayor frecuencia en nuestros días— un anuncio inesperado: «Mamá, papá…quiero que sepan que soy gay». 

Los sacerdotes, diáconos y agentes pastorales deberían estar preparados, especialmente en esta época del año, para enfrentarse con padres de familia que acaban de recibir esta noticia por parte de alguno de sus hijos y se dirigen a la Iglesia para encontrar respuestas y apoyo ante esta situación. ¿Cómo podemos ayudarles? ¿Qué deberíamos responder?  

Antes que todo, no hay que entrar en pánico. Los padres vendrán a ustedes con sentimientos encontrados, pero ese no es motivo para temer a la situación ni para tratar de evitarla. Mucho menos es motivo para darles una respuesta ambigua y cortante con tal de no empeorar la situación —lo que llamaríamos falsa compasión. Con algo de preparación y la capacidad de imaginar por lo que la otra persona está pasando, es completamente posible hablar con claridad y verdadera compasión, y ayudar realmente a estos padres y quizás, indirectamente, también a su ser querido que acaba de informarles sobre su atracción al mismo sexo. Con este fin, les comparto algunos puntos de partida sobre los cuales plantear el diálogo con los padres: 

«Comprendo lo que dicen pero, de hecho, su hijo/a no “arruinó la Navidad”»

No es posible «arruinar» la celebración de la Natividad del Señor, a menos que nos olvidemos del significado de lo que celebramos: la Encarnación del Hijo de Dios. En el corazón de la Navidad se encuentra el hecho real de que Dios, por su gran amor a la humanidad, hizo a un lado su gloria y majestad para tomar la naturaleza humana. No se trata solo de un cuento: cuando el Verbo se hizo carne se comprometió, irrevocablemente, a compartir toda experiencia humana, excepto el pecado: nuestras penas, nuestras emociones, nuestros deseos, nuestras alegrías y nuestros sufrimientos. Se convirtió en miembro de una familia humana real y amó a sus familiares y amigos con verdadero corazón humano, corazón que sintió verdadero dolor ante el rechazo, la humillación y la pérdida. La Encarnación significa que, sin importar la conmoción o la angustia por la que estemos pasando, Jesucristo lo comprende y desea atravesar por todo eso a nuestro lado. Desde esta perspectiva, no hay mejor momento que la Navidad para pasar por una situación como esta. 

 «Veo que están sufriendo en este momento. Intentemos comprender ese dolor y qué hacer con él».  

La noticia de que un hijo experimenta atracción al mismo sexo y se identifica como LGBT, ciertamente significa un golpe para los padres. Todos los planes que tenían para sus hijos, las ideas que se habían formado sobre lo que depararía el futuro, incluso las suposiciones básicas que tenían sobre los pensamientos, sentimientos y vida interior de sus hijos, se ven afectadas por esta noticia. Es importante que los padres reconozcan la fuente del dolor y si serán capaces de entregárselo a Dios; la Navidad nos ofrece una buena base para abordar el tema de forma amable. En cada giro de la historia de la Navidad, José y María pensaban que tenían todo resuelto y, de repente, surgía algún cambio de planes inesperado. «¡María está esperando un hijo!», «¡Partamos hacia Belén!», «¡No encontramos posada!», «¡Huyamos a Egipto!» La Sagrada Familia es el modelo de la docilidad y la paz de corazón que surge al aceptar que, aun cuando surgen circunstancias imprevistas que frustran con frecuencia nuestros planes y suposiciones, Dios también tiene planes para nuestras vidas y nuestros seres queridos. La tentación que viene cuando parece que todo está fuera de control  en nuestras vidas, es aferrarnos al poco poder que nos queda y luchar para hacer nuestra voluntad. Pero Dios nos invita a entregarle completamente el control, a confiar en Él para que se lleven a cabo los planes que tiene para nosotros y nuestras familias. 

«No, me temo que no tengo el artículo, libro, sitio de internet, o video que hará que su hijo cambie de opinión» 

Todos los buenos padres quieren lo mismo: saber que sus hijos están seguros y felices. Cuando perciben que algo amenaza la felicidad o seguridad (física, emocional o espiritual) de sus hijos, los padres instintivamente, y con razón, tratan de arreglar la situación, de solucionar el problema, de sanar la herida. Si bien eso funciona con los pequeños accidentes de la vida, una mentalidad de sala de emergencias no es adecuada ante una situación como esta, en la que un hijo confiesa que siente atracción al mismo sexo. La atracción al mismo sexo es con frecuencia profunda y complicada, forma parte importante de la percepción que la persona que la experimenta tiene de sí misma y de sus relaciones, por lo que no es simplemente un problema que pueda «arreglarse». Ciertamente, hay muchos buenos recursos que pueden ayudar a los padres y, a veces también, al hijo/a que se identifica como LGBT, a comprender las enseñanzas de la Iglesia Católica así como en lo que consiste la experiencia de la atracción al mismo sexo—por ejemplo, este artículo, para empezar; el documental Deseo de los collados eternos (Desire of the Everlasting Hills); el libro Porqué no me llamo a mí mismo gayde Dan Mattson; y muchos otros. Sin embargo, este no es el momento adecuado para que los padres saturen a sus hijos con «montones» de materiales, esperando que eso los convenza. Hacerlo podría alejar a su hijo/a, ya que estarían exponiendo una situación bastante personal y, en el proceso, podrían perder la oportunidad de hacer lo más importante: escuchar. 

«Sé que es difícil, pero intentemos ponernos en los zapatos de su hijo/a, y comprender cómo es esta situación para él/ella». 

Por lo regular, los padres no toman en consideración que, aunque recién se han enterado de la impactante noticia, su hijo/a ha vivido con eso ya por un largo tiempo— en muchas ocasiones, desde la adolescencia o incluso antes. Las atracciones hacia el mismo sexo no vienen de Dios, pero tampoco se originan de la nada y, con frecuencia, las personas que tienen atracción al mismo sexo, llevan también otras cargas: cuestiones sobre la imagen que tienen de sí mismos, sobre si serán amados y aceptados, si «encajarán» o si podrán desarrollar un sentido de pertenencia. Pienso que es bastante significativo que celebremos el Nacimiento de Cristo en  pleno invierno y a la media noche. Es cuando todo se ve más oscuro, frío y solo en nuestras vidas, que Cristo entra para traernos luz y amor. Podemos ayudar a que los padres compartan el amor de Cristo motivándolos a escuchar pacientemente lo que sus hijos tienen que decirles, haciendo preguntas amables como: «¿Eres feliz?», «¿Qué te hace feliz?», «¿Qué buscas?», «¿Lo estás encontrando?», «¿Cómo puedo ayudarte?» La comunicación compasiva es esencial desde el principio si los padres esperan seguir teniendo alguna influencia en la vida de fe de sus hijos.  

«Trabajen en mantener la fe por ahora. Ya habrá tiempo para compartirla en el futuro»  

Una de las cosas que más preocupa a los padres de fe es que, en muchos casos, su hijo que se identifica como LGBT pueda estar enojado con la Iglesia y sus enseñanzas, y haya comenzado o amenazado con abandonar la fe. A lo menos, esto puede hacer a los padres sentir que han fallado en transmitir la fe a sus hijos, y su instinto inmediato es reforzarla rápida y enérgicamente. Pero el momento inmediato después de que un hijo ha confesado que experimenta atracción hacia el mismo sexo, no es, por lo regular, el mejor tiempo para  discutir en detalle las enseñanzas de la Iglesia sobre la homosexualidad y la castidad. En muchos casos es suficiente decir lo que cualquier padre de adolescentes ha tenido que decir en varias ocasiones: «Te quiero muchísimo y pienso que estás tomando una mala decisión» (Nos referimos a la decisión de buscar tener una relación con alguna persona del mismo sexo, que involucraría actos pecaminosos). Un padre no traiciona la fe si no cita al pie de la letra el Catecismo cada vez que se le presenta la oportunidad —de todas formas, el hijo por lo regular, ya conoce estas enseñanzas. Abordar la situación desde la posición de la escucha, en vez del sermón, mantiene y construye confianza y respeto mutuo, y pone los cimientos para conversaciones más específicas en el futuro.  

Esta conversación inicial con los padres es tan solo el principio de la atención pastoral que ellos necesitan y merecen. Aquí, el ministro pastoral entra en una relación de acompañamiento, que conlleva el compromiso de estar disponible para los padres en los días, semanas y meses que han de venir y que, con frecuencia, traerán consigo nuevas preguntas y nuevos dolores. Un grupo de apoyo como el  que ofrece el  apostolado EnCourage es un excelente recurso para ofrecer a los padres. En un grupo de EnCourage recibirán apoyo y consejo de otros padres que ya han caminado por el camino que ellos recién comienzan a andar. Lo más importante que debemos enseñarles es cómo orar —no solo oraciones vocales, sino reflexiones reales sobre los acontecimientos de la vida diaria que les permitan reconocer la presencia de Dios en medio de las tribulaciones y a confiar y ponerse a sí mismos, sus hijos, y sus problemas en las manos de la Divina Providencia. La Encarnación nos enseña que ningún detalle de nuestra vida cotidiana pasa desapercibido a la atención y el cuidado de Dios Todopoderoso. Él se ha hecho débil para hacernos fuertes y es precisamente en la relación profunda con Él que encontramos la sanación y transformación para nosotros y nuestros seres queridos.  


El P. Philip Bochanski, sacerdote de la Arquidiócesis de Filadelfia, asumió el cargo de director ejecutivo de Courage International en enero del 2017, tras haber servido como director asociado del apostolado. Antes de su nombramiento, el P. Bochanski sirvió como capellán del capítulo de Courage en Filadelfia.