«¡Vivir castamente te hace libre y más feliz de lo que piensas!»
“¡Vivir castamente te hace libre y más feliz de lo que piensas!”
Testimonio de una joven miembro de Courage
¡Que la gracia de Dios esté con todos ustedes, ya que su misericordia es grande e infinita, y que María Santísima siempre nos haga a todos de Cristo!
Querido amigo lector, hoy escribo estas líneas donde plasmo un poco mi experiencia de vida y cómo el apostolado Courage me ha ayudado en este proceso de crecimiento personal, espiritual, moral y psicológico.
Yo nací dentro de una familia muy pobre y numerosa. Fuimos quince hijos. Mi familia está conformada por papá, mamá, doce hijas mujeres y tres hijos hombres. Yo soy la número catorce de todos los hijos. Mi padre fue alcohólico, violento, agresivo, machista, golpeador y mujeriego. Constantemente le era infiel a mi madre; él fue muy irresponsable con las actividades en casa y con nuestra educación. Desde que tuve uso de razón, así lo conocí.
Recuerdo que en una ocasión, cuando tenía tres años, después de algunos días que mi papá no estuvo en casa por andar en sus vagancias, cuando regresó, me le acerqué y le toqué una pierna a la altura de la rodilla – yo quería que me abrazara –, y violentamente me agarró y me aventó contra la pared y me gritó que él no era mi padre. Esas palabras me dolieron mucho. A partir de esa situación se generó un profundo miedo en mí, al punto que nunca más volví a acercarme a él. Así fui creciendo con muchos traumas y problemas. Sentía un rechazo enorme hacia mi persona. En todo momento me sentía bastante agobiada y, además, me dolía ver cómo mi padre golpeaba mucho a mi madre.
A medida que fui creciendo, me fui independizando de mis padres. Como les había mencionado, mi papá, por los vicios que tenía, no se hacía responsable de su trabajo. Mi mamá tenía que realizar el trabajo de papá, junto con mi hermano menor y yo. Recuerdo que desde que tenía cuatro años comencé a trabajar en el rancho realizando actividades rudas. Mamá no tenía tiempo para mí, era demasiado trabajo el que realizaba: ordeñaba las vacas de mi padre, tenía diversas labores propias del trabajo de un rancho y, además, trabajaba haciendo tortillas para unas familias del rancho, también les lavaba y planchaba. En las noches mi mamdre cocía punto de cruz y gancho para poder mantenernos.
Al ver que mi madre sufría mucho, a los cuatro años me independicé en un trabajo en el rancho, y comencé a darle de comer al ganado, a los cerdos y borregos. Además limpiaba los corrales de los cerdos y, en tiempos de siembra, sembraba, para después trabajar en la cosecha. El moler la milpa para los ganados, para mí era muy rudo, y lo hacía antes de ir a la primaria, porque tenía que cumplir con varias actividades del trabajo. Debido a estas responsabilidades, yo no podía llegar a tiempo a la escuela y recibía acoso escolar por parte de mis compañeros y maestros. Todo esto me causaba una grande tristeza, pues ellos no sabían todo lo que realizaba antes de llegar a mi escuela y me fastidiaban al verme llegar descalza, con un pedazo de lápiz y un pedazo de papel de un costal de papa, parecido al papel de envoltura.
A veces mi padre se perdía por meses y regresaba con amigos borrachos en la madrugada para que mi madre les diera de cenar. En algunas de esas ocasiones, sus amigos llegaron a tocar mis partes íntimas a mis escasos cuatro años de edad. Yo tenía mucho miedo, tenía terror y mi padre no hacía nada, mi madre tampoco me cuidaba para que no sucediera esto. Después de repetirse esta situación por varios días; unos amigos de mi hermano mayor abusaron sexualmente de mí, me dijeron que jugaríamos y, como ellos eran más grandes en edad que yo —tenían aproximadamente quince años— yo no entendía su intención. Me lastimaron mucho. Le dije a mi madre lo ocurrido y ella reaccionó dándome una golpiza horrible, lastimándome las manos y las asentaderas, hasta que sangraron por los golpes. Este hecho me marcó para siempre y sufría bastante.
Por todo lo que viví hasta entonces, cuando cumplí cinco años de edad, tomé una postura muy ruda para que nadie más me lastimara. Sin embargo, no me funcionó. Un primo de la edad de mi hermano mayor, abusó sexualmente de mí. Todo esto era muy triste y difícil, siempre me engañaban y abusaban de mí. Recuerdo que desde aquel entonces no quería ser niña, porque las niñas sufrían mucho. Los juegos de niñas nunca me llamaron la atención, yo siempre jugaba canicas, béisbol, "pistolitas", lucha libre, trompos, resorteras, en fin, todo lo concerniente a juegos de niños. Los juegos de niñas eran aburridos para mí.
A mis escasos cinco años, unas niñas me atraían y atrapaban mi atención. La historia de una de ellas coincidía con la mía. Era similar lo que le había pasado; ella me entendía y yo la entendía a ella. Sin embargo, me causaba conflicto y no podía entender por qué me atraían las niñas. Me atraía que tuvieran rasgos de mucha fuerza, que no fueran lloronas, que estuvieran robustas y rudas, pero a la vez me seguía peleando con esos sentimientos. Un día pasé mucho tiempo junto a la niña que tenía una historia similar a la mía y, al final del día, terminamos acariciándonos y besándonos —según nosotras— mencionábamos que jugábamos a ser mamá y papá, pero entrábamos en conflicto porque nadie quería ser la mamá. Siempre nos buscamos e hicimos buena amistad, pero a la edad de nueve años sus papás se la llevaron a un pueblito y hasta la fecha no supe más de ella. Yo sufrí bastante, sin embargo, durante esos años nadie abusó sexualmente de mí.
Lamentablemente, esto no duró mucho. Años más tarde, cuando tenía 13 años, mi abuelo materno abusó sexualmente de mí y al confiárselo yo a mi madre, se negó a creerme. Aunque veía cómo estaba su padre, mi madre se ofendió bastante y me dijo que era una mentirosa, una buena para nada, que su papá era incapaz de hacer algo así. Yo me volví muy callada, aislada, insegura y con mucho miedo de que todos me hicieran daño; sufrí mucho.
Después de un tiempo nos mudamos del rancho a un pueblo. La situación con mi padre fue peor, ya los abusos no solo eran conmigo, sino también con mis hermanas mayores. Mi madre seguía sin creerme lo que estaba sucediendo. Pero un día le dije que decidiera entre mi papá o sus hijas; a ella, a pesar de observar estas situaciones, le costaba creer que él fuera responsable de los abusos.
La vida familiar era un desastre, mis hermanos mayores se iban todos de casa, yo sufría mucho, al ver cómo mi padre golpeaba a mi madre sin piedad. En uno de mis cumpleaños, mi padre golpeó muchísimo a mi madre y le hizo un gran daño. Ese momento me marcó mucho. Lo único que yo quería era morir, ya no quería saber de nada y de nadie y me dije a mí misma: “todo lo que he vivido y sufrido por los abusos y golpes, y las situaciones familiares, ya nadie más lo sabrá, todo me lo llevo a la tumba”. Hoy me doy cuenta que esos pensamientos y deseos me estaban llevando a la tumba. Sobre todo, porque la atracción hacia las mujeres detonó bastante, porque mi madre siempre me trató despectivamente, llamándome de muchas maneras: “marimacha”, “Juana machetes”, etc. Para mis hermanas y hermanos yo era “la rarita”.
Desde aquel entonces mi atracción hacia las mujeres la he vivido en silencio, nunca se los mencioné, y hasta la fecha no lo he comentado con mi familia. Siempre le pedí a Dios que me ayudara, hasta que un día, en un retiro compré el libro de Rubén García y no me moví de mi lugar hasta que terminé de leerlo. Busqué a Rubén y él me habló del apostolado Courage, así fue como logré encontrar al grupo.
Ingresé como si estuviera desahuciada, con una depresión severa, y con varios intentos de suicidio. Estando ahí, no quería que nadie se me acercara, ni que me tocara, y una de las preguntas que me hicieron fue si sabía cuál era la raíz de mi atracción sexual hacia las mujeres. De momento no supe contestar, pero pedí a Dios que me diera la gracia de encontrar las causas. Duré noches enteras en capillas de Adoración Perpetua al Santísimo. Lloré y lloré gritando y suplicando a Dios me ayudara a encontrar la raíz. Para Gloria de Dios me mandó un sacerdote, quien me ayudó en mi vida espiritual, y me escuchaba en el sacramento de la confesión. A partir de ahí —en oración— inicié mi búsqueda para ir conociendo la raíz de mi AMS y fue Dios quien me concedió descubrir las causas. Una vez, en un retiro de Courage, en Casa Cursillos, toqué fondo y sentía que moría de depresión, pero el buen Dios y su infinita misericordia me levantaron. Al descubrir la raíz, poco a poco la depresión desapareció. Esto no sucedió de la noche a la mañana me llevó tiempo y hoy en día me siento mucho mejor.
Yo nací como producto de una violación. Mi padre golpeó mucho a mi madre, él andaba muy tomado y la embarazó. Después hubo intención de abortarme en dos oportunidades y aquí sigo; mi madre se aferró a que no quería tener una niña, no quería una mujer más, ella quería un niño y no fue así, porque nací yo. Nací siendo niña y, al nacer, me vistió de niño con ropa de uno de mis primos. Por esta razón mi madre siempre me trató como varón. Siempre me decía hueles a hombre y me tomaba de los hombros, esto me causaba mucho enojo. Yo vivía muy confundida y sentía un rechazo muy grande desde mi niñez y al ser consciente de esta parte de mi historia, comprendí muchas situaciones y ahora lucho por lo valiosa que soy como mujer, ¡por rescatar mi ser mujer! Por eso me encanta escuchar el canto que dice “Dios te hizo también, no se equivocó”.
Poco a poco, Dios ha permitido que ya no experimente tanto dolor por todas estas situaciones que he compartido. Cuando estaba lista para experimentar otro dolor muy fuerte dentro de mí, descubrí que mi madre no era mi madre. En un momento, ella mencionó que no éramos nada. Hubo una mujer que me cuidó de niña, pero hasta la fecha, a pesar que le he preguntado si ella es mi madre, no me lo quiere decir.
Yo agradezco mucho a Dios que me puso en este camino y conocí a Courage, porque Courage me ha ayudado bastante, he aprendido a valorarme, a vivir las Cinco metas que tenemos y he descubierto que si no oramos, no estamos en conexión con Dios. No podemos solos. También he aprendido que la misericordia de Dios es grande e infinita, e independientemente de lo que viva o esté viviendo, Dios me ama, incluso experimentando AMS.
Estoy invitada a vivir responsable y castamente desde la mirada de Dios, como Él me lo pide. Porque no hay amor más grande y duradero que el Suyo. Cuando siento ganas de un abrazo, los mejores brazos son la misericordia infinita de Dios.
Agradezco a todos mis hermanos y hermanas de Courage por ser parte de mi vida. Gracias a Dios y a ellos, hoy sonrío y doy abrazos sin miedo a que me lastimen y a ser juzgada. He sido capaz de compartir aquello que decía que me llevaría a la tumba, y me doy cuenta que si no soltaba aquello que cargaba en el corazón, sería yo quien me iría a la tumba.
Amigo lector, te invito a que no tengas miedo, porque lo que para el hombre parece imposible, para Dios todo es posible (Mateo 19, 26). Somos muchas personas que luchamos cada día para vivir la castidad aun experimentando AMS. Yo te digo: ¡No vivas en conflicto contigo mismo, deposita en el corazón de Jesús toda tu historia, acéptala y ya no estarás peleado contigo, porque cuando conoces a Dios, descubres que vivir castamente te hace libre y más feliz de lo que piensas!
Me despido, y espero que estas líneas te ayuden. Con cariño, tu hermana en Cristo.
Testimonio de Eduardo: «La virtud de la castidad es un camino alegre cuando se vive en compañía de otros»
La virtud de la castidad es un camino alegre
cuando se vive en compañía de otros
Por Eduardo*
¡Hola! Soy Eduardo, un miembro muy agradecido del apostolado Courage. Jamás pensé escribir algo sobre mi vida, menos aún escribir sobre un aspecto de ella que se llama atracción al mismo sexo (AMS).
Hace más de una década, «alguien» escuchó mi grito silencioso, cuando estaba muy deprimido en la esquina del interior de un bar. Ese grito decía: «¡Que alguien me ayude! ¡Dios mío, ayúdame a salir de aquí!». Buscaba el amor, o lo que yo creía que era el amor, justo donde no lo había; durante más de una década y media, buscaba un hogar, una pareja, un lugar a donde pertenecer.
Puedo decir que ahí empezó todo, un cambio de vida, pero para llegar a ese episodio, quiero compartirles un poco sobre mí, mi caminar, mi vida. Vienen a mi mente recuerdos de mi infancia: era muy feliz en un pequeño pueblo al sur de mi país. Era el segundo hijo de mis padres, pero el primero que logró vivir. Mi familia estaba integrada por mi papá, mi mamá y mi pequeño hermanito. Todo en mi vida era una fiesta, era un niño alegre, juguetón, fotogénico y muy confiado.
Mis padres trabajaban para sostener a nuestra pequeña familia, fue una época que disfruté durante mucho tiempo y hace mucho no lo recordaba, pero poco a poco han resurgido en mi mente y corazón con la ayuda de Dios y del trabajo personal que he realizado. Sin embargo, fue quizá a la edad de 4 o 5 años, cuando todo cambió y empezó lo que yo llamo «días de dolor y oscuridad» en mi vida.
Mi madre era una mujer muy generosa y ayudaba mucho a la gente con necesidades. En esa época le dio cobijo a un familiar cercano para que estudiara en nuestro pueblo. Un día ese familiar me pidió que lo acompañara al sótano para jugar, y sí, fue ahí, ese día, hora y lugar en donde empezó todo. Fui vulnerado, violado; ese episodio me quedó tatuado en el alma y sin saber cómo, aprendí a ser cómplice del silencio. Dentro de mí algo se rompió y el miedo a hablar empezó. Por primera vez en mi vida ese día me sentí sucio, culpable y mi alegría natural se desvaneció.
En esa época, mi padre se fue de la casa, para tener mejores oportunidades para nosotros, pero cuando regresó, las cosas ya no fueron igual, retornó con la fragilidad del alcoholismo y ya no pude sentir una conexión con él. Me sentía sucio, indigno y con mucho miedo hacia él. En mi caso puedo decir, que la AMS surgió ahí, buscaba desesperadamente el pertenecer a mi familia, a mí mismo, pero me daba miedo hablar por el castigo que pensaba que me darían mis padres, yo me sentía culpable de algo que no comencé.
Para mí se volvió una necesidad el buscar un amigo en quien volcar mi necesidad de afecto y de atención. Por razones económicas fui cambiado de escuela, donde un niño hipersensible como yo y con AMS, era carne de cañón para los niños que me hacían bullying a mí y a otros niños como yo, ya que no jugaba con ellos, no decía groserías, no peleaba y era educado. En mi nueva escuela no tardé mucho en volverme el blanco de burlas y maltrato, en especial por parte de un niño. Ahí empecé a comprender que las palabras hieren y lastiman profundamente, palabras como «puto», «maricón», «choto», me lastimaban hasta el fondo de mi alma, porque sentía que era verdad, que respiraban mi verdad y que no era capaz de ocultarlo, que yo … era un niño homosexual.
Mi madre me enseñó la fe católica, y por cosas que leía o escuchaba, sabía que Dios castigaba a los pecadores como yo, era uno de ellos, recuerdo que desde que tenía 10 años, hacía promesas, pedía, suplicaba, para que esa atracción a mis pares varones se me quitara, pero nada funcionó, simplemente Dios no me escuchaba. Inclusive, en algún momento me atreví a emitir votos de castidad, pobreza y obediencia, para no condenarme.
La enfermedad de mi padre iba en aumento, así como la neurosis de ambos, la etapa de la primaria fue muy dura. Sin embargo el cariño de una tía y su protección, me ayudaron mucho en ese tiempo, pero eso no impidió que experimentara desde muy pequeño depresiones -algunas fuertes- y también un sinsentido de la vida misma.
Siempre sentí una inclinación hacia la vida espiritual y pensé siendo niño, que algún día podría ser un consagrado, pero tenía en claro que no debía cometer actos homosexuales y como había sucedido todo lo que les comento, no podía ser consagrado y esa siempre fue mi ilusión.
Cuando entré a la secundaria y la preparatoria, muchas cosas cambiaron. Cuando inicié el primer año, conocía a un chico que me llamó la atención, no para cometer actos homosexuales, si no para que fuese mi amigo. Sin embargo, fui mal interpretado, de verdad deseaba tener un amigo, un confidente, pero con el tiempo esa amistad se perdió. Después, alrededor de los 13 años, me empecé a juntar con los chicos más populares de la escuela y me sentí aceptado.
Me he dado cuenta de que gran parte de lo que me afecta es sentirme aceptado por las personas, especialmente a las que admiro por alguna razón. No sé por qué también siempre me sentí feo y trataba de compensar eso juntándome con los más populares, que también me hacían bullying, pero con todo esto me aceptaban y eso era bueno para mí. Aunque la felicidad no era completa, por lo menos no pasaba desapercibido y me sentía acompañado.
Cuando faltaba un año para graduarme de la preparatoria, el silencio y la fragilidad de mi papá me produjo un shock nervioso, fue entonces cuando por primera vez fui tratado por un psiquiatra, sin embargo, no le pude decir lo que sentía. Visité otros médicos, uno de ellos me inyectó hormonas, per lo único que pasó es que mi voz se hizo más grave y me salió más bello facial.
Durante este tiempo recurrí a todo lo que estaba a mi alcance, desde oraciones de sanación, retiros y hasta espiritualistas, todo en silencio, sin decir nada en casa. Al fracasar en mis intentos por buscar paz, le pedí a mis padres estudiar en la universidad en otra ciudad y lo logré. También quise intentar tener una novia y desgraciadamente me rechazó. Un día en mi nueva ciudad, confundí un cine con una iglesia y al entrar esperaban a la última persona para dar un retiro para jóvenes y ese fui yo, así que entré a ese retiro por «casualidad».
Ahí hice nuevos amigos, tuve una comunidad y me sentía bien; hasta que un chico se me acercó, me brindó su amistad y me invitó a su casa de campo. Desgraciadamente tuvimos una relación de estupro, con tocamientos -de nuevo en el bache- una vez más me sentí igual. Los problemas siempre se van en la maleta.
En ese tiempo vi una película llamada “La Misión” y pues me gustó tanto que me fui de misionero, mis padres no estaban nada de acuerdo con esto, pero me fui. Solo estuve seis meses, me apegué mucho a un compañero, sin sexualizar la relación, pero cuando compartí que ‘tenía homosexualidad’, me invitaron a salir, me dijeron que guardara mi vocación en una caja y que durante unos años la volviera abrir para ver que quedaba de ella. Sinceramente, sí quería ser un consagrado a Dios, pero mis heridas ahí estaban, pedí ayuda, pero no la recibí, deambulé buscando ayuda, pero siempre salía lastimado.
Viví la castidad durante casi 10 años, de verdad quería ser consagrado, pero cuando mis amigos se empezaron a casar, me quedé solo y otra vez viví una fuerte depresión que me hizo ir a una clínica católica. Fui a varias citas hasta que el psiquiatra me propuso que decidiera lo que tenía que hacer, me sentí orillado a conocer el ambiente gay, y con muchísimo miedo busqué a alguien gay. Recuerdo que con el rosario en la mano entré por primera vez a un club gay. Tenía 28 años, ese mundo me atrapó desde el primer día.
Sentí que ese era mi lugar, pero muy en el fondo, también sentí que ahí no era mi lugar, que no estaba bien, pero acallaba esos pensamientos con las bebidas y el glamour de esos ambientes.
Me convertí en un socialité, todo el mundo me conocía, era amigo de gente con muchas posibilidades económicas y con mucha influencia en todos los medios—político, social, cultural, etc. Pero siempre había algo que extrañaba: la relación con Dios. Muchas veces iba a Misa y me quedaba en la puerta porque sentía que no podía entrar, algunas veces era tanta mi necesidad, que comulgaba, e incluso algunas veces alentado por gente que lo hacía del mismo medio. Afortunadamente, pude confesarme de este pecado. Un día traté de confesarme, pero experimenté uno de los dolores más fuertes que un católico puede experimentar. Fui corrido del confesionario. ¡Cuánto deseé un consejo, una palabra de aliento! En fin, fue doloroso.
Fueron 14 años de vida activamente gay. Fue un gran peregrinar, en esa búsqueda de una iglesia que me recibiera. Conocí a los pentecostales gay, a la iglesia “católica” gay, a Hare krishna, a los budistas, etc. En fin, a veces solo me acercaba a la verdadera iglesia católica, tratando de que algo sucediera pero el miedo a pedir ayuda en este tiempo de mi vida me paralizaba.
Durante un tiempo, me di cuenta de que para tener el valor de entrar a un antro gay tenía que estar alcoholizado. En ese tiempo entré a un grupo de AA, no tanto por el alcohol, sino por la compañía de personas homosexuales que asistían a ese grupo y así sentirme acompañado, sin la necesidad de buscar fraternidad en lugares donde lo principal era buscar sexo. Debo reconocer que aprendí mucho sobre los 12 pasos, y que me respetaron en lo que yo pensaba acerca de lo que yo quería muy en el fondo de mi vida, que era vivir según los mandamientos de la Iglesia católica. Para quines estén leyendo esto, deseo de corazón que encuentren lo que Dios me regaló en el apostolado.
Desarrollé una adicción galopante al sexo, que me hacía mal en todos los aspectos de mi vida, empecé a pensar que quizá tenía que hacer algo diferente para tener una pareja estable. Lo intenté, pero nunca pude ser fiel, entre otras cosas porque trataba de alejarlos, algo me decía que eso no estaba bien.
Un día una de mis empleadas, me invitó a ir a una iglesia, donde llegarían los restos de Don Bosco, yo no lo conocía mucho, pero era una esperanza de acercarme a la iglesia. Fui y después de muchísimo tiempo sentí la necesidad de confesarme, pedí la confesión con algo de miedo, no quería ser corrido otra vez del confesionario. Me confesé. Poco a poco me fui alejando del mundo gay, me ayudaron mucho los consejos de los sacerdotes que me confesaban, iba muy seguido a esa iglesia, encontraba mucho afecto y respeto, por parte de los confesores.
En ese tiempo recordé que cuando era joven un amigo me invitó a su casa para que acompañara a unas chicas que habían llegado de un país lejano, solo para que conocieran a jóvenes de mi ciudad. Una se llamaba María y estaba con una amiga, ambas me dijeron que venían de Medugorje.
Todo esto lo recordé en un tiempo donde no me encontraba bien de la vista. Y pensé: si me voy a quedar ciego, quiero ir a ver con mis propios ojos lo que me decían de Medugorje. Así que con mucho miedo me fui solo a Europa y llegué a Medugorje. Créanme que no vi nada extraordinario, pero si me pasó algo especial. Cuando estaba en el cerro de las apariciones, experimenté una paz difícil de explicar, me encontré a un sacerdote, el único que hablaba español, más duro con los pecados, pero misericordioso con el pecador. Escuchó mi confesión y me dio la unción de los enfermos dentro de la misa. Ahí me dije a mí mismo, no quiero volver al mundo gay. Pero, ¿a dónde voy?
Un día entré a Facebook y encontré una publicidad de Courage, la verdad me gustó el logotipo, me llamó la atención e intenté llamar varias veces sin éxito, hasta que pude contactar a alguien del apostolado y tener mi primera cita. No fue nada fácil que me aceptaran, no creían que un hombre como yo, «fresa», vanidoso, pudiera tener recta intención de entrar al apostolado.
Sin embargo, en una reunión fuera del apostolado, al cual no me habían aceptado todavía, conocí a los organizadores del Congreso Anual de Courage Latino, así que me aparecí ahí. Cuando pienso en esto, me recuerda mucho a la mujer de las Sagradas Escrituras que pedía ayuda a Jesús para curar a su hija, «los perritos también comen de las migajas que caen de la mesa de los amos».
Llegué al congreso y para mi sorpresa, fue en el mismo seminario que hacía 20 años o más había abandonado. Me entrevisté con un padre, que a la vez me dijo que hablara con el padre fundador de Courage Latino. Después de ese diálogo, me acogió en su capítulo y ahí empezó más y más el cambio de vida. Él es como un padre para mí, ya casi cumple 90 años. Este sacerdote fue y es la mano de Dios a ese grito silencioso, que pedía desesperadamente ¡sáquenme de aquí!
Conocí las metas de Courage, los pasos, las enseñanzas del apostolado, comprendí que un capellán de Courage es un verdadero padre espiritual. Durante más de 10 años he continuado en Courage, con subidas y bajadas, pero con la seguridad de que Dios me puso ahí para ayudarme y conseguir el precioso don de la castidad. Siempre sé, que el caer puede ser una opción, pero levantarse es una obligación. La vida sacramental me sostiene.
Perdí a mis antiguos amigos, me dejaron de buscar; ahora tengo otros: mis hermanos de Courage, quienes me ayudan a vivir intensamente el catolicismo.
Me volví un asiduo peregrino de Medugorje, devoto del amor a la Virgen María, interesado por conocer más mi fe y saber que si caigo, me tengo que levantar de prisa, porque es terrible estar lejos de Dios. Recuerdo que uno de los últimos «antros» (club gay) que conocí se llamaba «Las puertas del infierno». El apostolado Courage me ha ayudado a no acercarme más a esas puertas y no alejarme de Dios. Hace poco escuché una frase que decía «no hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro», eso a mí me llena de mucha paz.
Sigo teniendo defectos, me cuesta rezar el rosario, pero intento hacerlo lo más frecuentemente posible. Amo la Eucaristía y el sacramento sanador de la Confesión. Courage me invita a vivir la castidad libremente. Vivir esta virtud es un camino alegre cuando se vive en compañía de otros que, como yo, buscan al Señor. Hay muchísimas cosas que quisiera contarles, pero quiero ser breve. Siempre estaré a la disposición de quien necesite y quiera apoyo para vivir una vida casta.
Sé que tengo un gran tesoro en la experiencia de mi vida. Espero algún día escribirla, no por vanagloria, pero si para ayudar a otros, si Dios así lo permite, porque a final de cuentas, nada es imposible para Dios.
Agradezco a todos los capellanes, a mis hermanos de apostolado, gracias por decirme las cosas en las que debo avanzar y las cosas que debo seguir haciendo. De nuevo gracias por orar por mí. Un abrazo fuerte a todos.
Eduardo
*Por un motivo de confidencialidad, el miembro de Courage que escribió este testimonio, utilizó el pseudónimo Eduardo.
«EnCourage es un apostolado que se necesita en la Iglesia» Testimonio de una madre del capítulo de EnCourage online en español

«EnCourage es un apostolado que se necesita en la Iglesia»
Testimonio de una madre del capítulo de EnCourage online en español
Mi nombre es Angie, soy originaria de El Salvador y huyendo de la guerra civil que vivía mi país en los 80’s, mi esposo y yo con apenas 24 y 26 años migramos para los Estados Unidos.
Después de perder 4 bebés a los 2 meses de embarazo y visitar varios médicos, los médicos llegaron a la conclusión que yo nunca podría tener hijos, fueron momentos muy duros porque yo al igual que muchas mujeres, quería ser madre. Mi esposo estaba a mi lado 100%, aunque fueron numerosas las ocasiones en las que en mi dolor y desesperación le decía que se fuera y buscara una mujer que le pudiera dar hijos.
Para la gloria de Dios no me escuchó y se quedó conmigo hasta que llegó el maravilloso día cuando llegó a nuestra vida una preciosa niña, con un embarazo y un parto completamente sano, sin complicaciones. Cabe aclarar que en todo este proceso nosotros teníamos una imagen de Dios un poco lejana, aunque los dos hemos sido católicos desde la cuna, no éramos practicantes. Pero cuando los médicos me dieron la noticia de que no podría tener hijos, algo se movió en mí y comencé a visitar el Santísimo de la Iglesia que quedaba cerca de mi trabajo, estoy segura de que fue allí donde mi Dios escuchó el llanto y vio el dolor que llevaba en mi corazón.
Tres años después nos regaló otra bella niña llenando nuestra vida y aunque nuestro plan era tener solo dos hijos … en el fondo él deseaba un varón y yo lo sabía. Así fue como casi tres años más tarde llegó el tan esperado hombrecito a nuestro hogar. ¡Ya estábamos completos!
Mi esposo ha sido un excelente padre, durante todos los años de la niñez de nuestros hijos, él fue un padre muy involucrado con ellos. Tristemente nuestro hijo no tiene los mismos gustos que su padre y eso los fue distanciando, por esa razón, cuando mi hijo comenzó a crecer, anduvo mucho tiempo conmigo y fue así que a los 10 años se involucró conmigo en las actividades de la Iglesia. A los 18 años ya era líder de jóvenes en un ministerio de familia de la arquidiócesis.
Cuando parecía que él ya estaba bien encaminado en el camino de Dios, llegó el día que ninguna madre quisiera que suceda. Llegó precisamente de servir en el último retiro de jóvenes en el que participó. Tan pronto llegó a casa nos pidió hablar, y nos dijo que en ese retiro se había dado cuenta que él les enseñaba a los muchachos que tenían que ser honestos con sus padres y él no lo era con nosotros. Nos dijo que él era gay, y que estaba convencido que Dios lo creó así...ver más.
Mi esposo y yo reaccionamos completamente diferente, mi esposo se quedó callado y no dijo nada. En cambio, yo recuerdo que todo mi mundo se desmoronó, recuerdo que lo primero que dije fue “lo sabía”; me salió de lo hondo del corazón, porque desde que mi hijo estaba en quinto grado, sufrió bulling de sus compañeros porque a él no le gustaban los juegos rudos y los deportes. En aquél entonces, su profesora me dijo que solo jugaba con las niñas, pero nunca le quiso decir quiénes eran los que lo molestaban.
Toda su vida corrió por mi mente como una flecha, tratando de identificar en qué momento nos equivocamos, tristemente mi hijo y yo tenemos el mismo carácter y los meses siguientes fueron de lucha continua. Yo tratando de convencerlo que no había nacido así y él tratando de convencerme que sí. Fueron dos años de mucho dolor, desesperación, confusión, buscando al culpable, primero era mi esposo el culpable, por lo que hizo y dejó de hacer. Luego me comencé a culpar a mí misma por haber tratado de sustituir al padre emocionalmente ausente. Mi esposo seguía en su propio encierro de dolor, pero sin decir una palabra.
Para la gloria de Dios, después de mucho llanto, noches sin dormir y una interminable búsqueda por encontrar la razón y motivo por lo que estaba pasando. Llegamos a un acuerdo con mi hijo y decidimos que cuando habláramos del tema, cada uno respetaría el modo de pensar del otro. Mi hijo ofreció ayudarme y contestar todas las preguntas que yo tuviera.
En mi búsqueda por encontrar la verdad, me encontré con consejos variados dentro del clero, algunos me dijeron, que obligara a mi hijo a ir a un psicólogo y si no aceptaba que lo sacara de la casa. Otros me decían que no me preocupara porque posiblemente era temporal y se le pasaría. Hasta que un sacerdote me habló de Courage y EnCourage, entré a la página de internet y para mi sorpresa y desaliento, el grupo de EnCourage más cercano a la ciudad de Miami (Florida) donde vivo, estaba en Georgia.
En esa búsqueda también me encontré con un grupo de padres que estaban sufriendo lo mismo que nosotros, algunos conocidos y otros desconocidos. Pero Dios en su infinita misericordia nos unió en medio del dolor, por muchos meses nos reunimos solo para poder desahogarnos y apoyarnos mutuamente, todos perdidos buscando respuestas.
Pude contactar al capellán de Courage Miami en ese momento, mi esposo y yo nos reunimos con él y aceptó reunirse con el grupo de padres que ya nos veníamos reuniendo. Fue una luz en medio de la tormenta. El capellán de Courage nos acompañó en dos sesiones, pero muchos del grupo no entendían bien el inglés y el padre hablaba muy poco español, creo que eso lo desanimó y desanimó al grupo también.
Hasta que un día un hermano escuchó a un consejero cristiano hablando del tema en la radio católica y lo contactamos, nos reunimos con él varias veces y nos ayudó mucho. Nos ayudó a entender que todos nuestros hijos no nacieron con la atracción al mismo sexo, sino que hay heridas emocionales que los han llevado a tener esta atracción. Pero también un día desapareció y volvimos a quedarnos solos, pero con un poco más de conocimiento sobre el tema de la homosexualidad.
Pero Dios escuchó nuestra súplica y en su infinita misericordia llamó al padre Richard Samour al apostolado de Courage, yo conocía al padre desde antes de su ordenación sacerdotal, pues también es de El Salvador. Fue por medio de él que volví a conectarme con EnCourage. Aunque no todo el grupo siguió en la búsqueda, los que perseveramos hemos logrado encontrar el apoyo que tanto buscamos. Gracias al padre Richard y a Rossana Goñi -de la oficina de Courage Internacional-, hemos encontrado el apoyo que rogamos tanto a nuestro Padre Dios a través de las reuniones de EnCourage online con otras personas de diferentes países de habla hispana.
EnCourage es un apostolado que se necesita grandemente en la Iglesia. La Palabra de Dios dice “Mi pueblo perecerá por falta de conocimiento”. Si yo tuviera la oportunidad de regresar la película de mi vida, lo único que cambiaría es mi falta de conocimiento, tanto de la Palabra como el conocimiento de nuestra fe católica. En el grupo de EnCourage, no solo tenemos un espacio donde poder abrirnos y expresar nuestros miedos, dudas, etc. También tenemos el apoyo del padre Richard, quien nos enseña, escucha y guía en este tema tan controversial, desconocido y doloroso para muchos de nosotros.
Gloria a Dios nuestro hijo todavía vive con nosotros a sus 26 años, continúa con la atracción al mismo sexo y tiene un amigo al que conocemos. Pero gracias a Dios nuestro hijo es un muchacho muy trabajador, no nos da ningún tipo de problema y nos ha tocado en diferentes ocasiones hablar con su amigo, quien también es un buen muchacho. Dios nos ha dado la gracia de tratarlo como quisiera que sus padres trataran a nuestro hijo, con amor y respeto. No es fácil, pero gracias a todo lo que he aprendido en los últimos ocho años, ahora trato de verlos con los ojos que Dios los ve, como sus hijos, equivocados y heridos, siguen siendo sus hijos y los nuestros. Mi enfoque principal ahora es orar por su conversión a Dios, la de mi hijo, su amigo y todos los que están heridos y confundidos. Que mi Dios les dé la gracia de practicar la castidad como una ofrenda de amor hacia Él.
En mi caso, el Señor, por medio de esta experiencia, me ha enseñado a soltar el timón del barco, a confiar más en Él y ha dejarme llevar por su infinita misericordia. Sé que tengo mucho camino que recorrer todavía, pero gracias a Dios y al grupo EnCourage, estoy segura de que saldremos adelante tomados de la mano de Dios.
Dios bendiga a todos los religiosos y laicos que forman parte de Courage y EnCourage, por decir sí a un apostolado tan necesario para los momentos de confusión que estamos viviendo.
Dios te bendiga hermano(a) que estás leyendo este mensaje, por favor no camines solo, busca ayuda adecuada bajo la luz del Espíritu Santo y la guía de nuestra Santa Madre Iglesia. Termino diciéndote, que el Señor no dijo que vamos a tener una vida sin cruz, sino que Él nos ayudará a cargar la cruz que nos toque vivir. Con amor en Cristo.
Testimonio de Lucas: «Encontré mi camino de santificación»

«Encontré mi camino de santificación»
Testimonio de un miembro de Courage en Brasil
Mi nombre es Lucas, tengo 24 años nací en una ciudad al noreste de Brasil. Cuando mis padres salían como novios, me concibieron. Después de dos años de matrimonio, mi madre descubrió que mi padre estaba teniendo una relación extramatrimonial con otro hombre y le pidió la separación.
Siempre me han atraído los hombres, los cuerpos masculinos siempre han sido objetos de mi curiosidad y el mundo masculino me atrajo de manera erótica. Además, siempre me ha interesado el mundo femenino, desde su vestimenta hasta su forma de hablar y, en consecuencia, la relación entre mujeres y hombres.
Cuando tenía aproximadamente nueve años, mi vecino, que en ese momento tenía unos 14 años, tuvo relaciones sexuales conmigo, sin que yo supiera lo que estaba haciendo, y me convenció de que eso sería bueno para mí y para mi entrada en el mundo masculino que tanto deseaba. Luego, se produjeron más abusos por parte de él y otro niño mayor que yo.
Cuando tenía 18 años, fui a vivir con mi abuela paterna, donde también vivía mi padre. Descubrí que podía vivir una vida gay en silencio, porque mi padre me presentó a su hermano, mi tío quien, hasta hoy, mantiene una relación estable con otro hombre.
Comencé mi vida universitaria y creí que había encontrado un ambiente favorable donde podría hablar abiertamente sobre la homosexualidad y mientras más me metía en el «valle», más conocía la inmundicia del mundo gay y me sentía «feliz». Tuve innumerables relaciones sexuales, fiestas, orgías, borracheras, búsquedas en varias sectas y religiones, pero nada de eso llenó mi corazón roto. A pesar de haber experimentado todos los placeres del sexo, ninguno de ellos me hizo realmente feliz. Incluso he llegué a la locura de tener relaciones sexuales no por placer, sino por el hábito del pecado y por la rebelión contra mi propia vida y contra Dios. Por supuesto, en esos momentos no me daba cuenta de ese error, porque «el pez no ve el agua que lo rodea».
A los 21 años, volví a vivir con mi abuela materna y un día fui a misa, más que nada por cumplir con la obligación de acompañarla. Al final de esa misa tediosa y extraña para mí, una mujer invitó a todos los asistentes a un seminario de vida en el Espíritu que comenzaría aquí en nuestra parroquia. «¡Ven y únete!», fueron sus palabras.
Asistí y ahí descubrí que Dios me amaba como era, pero se negaba a dejarme vivir de manera incorrecta. Él quería que yo viviera una vida plena. No fue culpa de Dios que las personas cercanas a mí no hayan podido actuar de acuerdo con la caridad cristiana respecto a mi sexualidad. Descubrí que en Dios podía, y puedo, ser feliz. La alabanza a Dios me dio mucho gozo. Un gozo espiritual que ninguna experiencia humana me había dado antes, ni me puede dar.
En ese retiro me convertí. Después de un tiempo vi un video en YouTube y mi vida cambió por completo. Dios actuó abundantemente en mí y me presentó un nuevo camino, el camino de la castidad. No tengo la costumbre de ver los comentarios en los videos, pero ese día decidí hacerlo y ahí había un enlace al sitio web de Courage. Hice «clic» y leí las 5 Metas de Courage, leí también sobre la espiritualidad del apostolado y que la castidad es posible, y decidí enviar un correo electrónico. La respuesta demoró un poco, pero fue provechosa. Comencé a hablar con un consejero y él me recomendó participar en un retiro anual que organizan los miembros de Courage. Reuní dinero, pedí ayuda a miembros de mi familia, me inscribí en el retiro y me fui solo a São Paulo, sin nunca antes haber visitado la capital del estado.
Al final del retiro, durante la última meditación tuve una experiencia decisiva. En ese momento me pareció oír la voz de Dios que me hablaba al corazón: «Vive el celibato y dedica tu vida al apostolado». Finalmente había encontrado la respuesta a la duda sobre mi vocación y mi estado de vida. Fue ahí donde encontré, sobre todo, mi camino de santificación.
Han pasado tres años desde que formo parte del apostolado Courage oficialmente. Pensé que había respuestas fáciles a caminos difíciles; muchos de estos caminos pasan por la lucha contra el pecado. Después de un tiempo en Courage, quería renunciar al celibato laico y volver a la vida gay. Hubo muchas caídas en mi camino, pero ninguna de ellas me daba paz. Me arrepentí de esos pecados, los confesé y reanudé mi camino porque Dios es misericordioso. Los objetivos siguen siendo los mismos a pesar de los accidentes en el peregrinar. Mi santificación vendrá en el tiempo de Dios y no en el mío. Depende de mí buscar estar sereno frente a mis faltas y pecados, seguir avanzando y ascendiendo.
Reconozco que hay una serie de experiencias aparentemente exitosas entre personas que viven una vida gay, pero después de experimentar la Verdad, sé que el mundo gay, ese mundo colorido y brillante, es solo una ilusión. Hoy, nunca dejo de recordar que hay un cielo y hay un infierno. Su existencia no depende de mi fe. Las elecciones que hago en esta vida determinan para siempre a dónde irá mi alma después de la muerte corporal.
Hoy en día, todavía no contamos con un capítulo de Courage en mi ciudad, pero participo regularmente de las reuniones virtuales en São Paulo. A pesar de la ausencia física de los hermanos, puedo estar seguro de su hermandad, me dan la fuerza para seguir luchando por la castidad. Por lo tanto, busco vivir con el alma como «esposa de Cristo». Además, con el apoyo de la devoción a la Santísima Virgen, la comunión eucarística frecuente, la sólida formación del apostolado y la intercesión de los hermanos, busco configurarme con Cristo crucificado, Él es el amor, mi amor y mi deseo hacia el límite de las colinas eternas.
«Encontré mi camino de santificación»-Testimonio de Lucas

«Encontré mi camino de santificación»
Testimonio de un miembro de Courage en Brasil
Mi nombre es Lucas, tengo 24 años nací en una ciudad al noreste de Brasil. Cuando mis padres salían como novios, me concibieron. Después de dos años de matrimonio, mi madre descubrió que mi padre estaba teniendo una relación extramatrimonial con otro hombre y le pidió la separación.
Siempre me han atraído los hombres, los cuerpos masculinos siempre han sido objetos de mi curiosidad y el mundo masculino me atrajo de manera erótica. Además, siempre me ha interesado el mundo femenino, desde su vestimenta hasta su forma de hablar y, en consecuencia, la relación entre mujeres y hombres.
Cuando tenía aproximadamente nueve años, mi vecino, que en ese momento tenía unos 14 años, tuvo relaciones sexuales conmigo, sin que yo supiera lo que estaba haciendo, y me convenció de que eso sería bueno para mí y para mi entrada en el mundo masculino que tanto deseaba. Luego, se produjeron más abusos por parte de él y otro niño mayor que yo.
Cuando tenía 18 años, fui a vivir con mi abuela paterna, donde también vivía mi padre. Descubrí que podía vivir una vida gay en silencio, porque mi padre me presentó a su hermano, mi tío quien, hasta hoy, mantiene una relación estable con otro hombre.
Comencé mi vida universitaria y creí que había encontrado un ambiente favorable donde podría hablar abiertamente sobre la homosexualidad y mientras más me metía en el «valle», más conocía la inmundicia del mundo gay y me sentía «feliz». Tuve innumerables relaciones sexuales, fiestas, orgías, borracheras, búsquedas en varias sectas y religiones, pero nada de eso llenó mi corazón roto. A pesar de haber experimentado todos los placeres del sexo, ninguno de ellos me hizo realmente feliz. Incluso he llegué a la locura de tener relaciones sexuales no por placer, sino por el hábito del pecado y por la rebelión contra mi propia vida y contra Dios. Por supuesto, en esos momentos no me daba cuenta de ese error, porque «el pez no ve el agua que lo rodea».
A los 21 años, volví a vivir con mi abuela materna y un día fui a misa, más que nada por cumplir con la obligación de acompañarla. Al final de esa misa tediosa y extraña para mí, una mujer invitó a todos los asistentes a un seminario de vida en el Espíritu que comenzaría aquí en nuestra parroquia. «¡Ven y únete!», fueron sus palabras.
Asistí y ahí descubrí que Dios me amaba como era, pero se negaba a dejarme vivir de manera incorrecta. Él quería que yo viviera una vida plena. No fue culpa de Dios que las personas cercanas a mí no hayan podido actuar de acuerdo con la caridad cristiana respecto a mi sexualidad. Descubrí que en Dios podía, y puedo, ser feliz. La alabanza a Dios me dio mucho gozo. Un gozo espiritual que ninguna experiencia humana me había dado antes, ni me puede dar.
En ese retiro me convertí. Después de un tiempo vi un video en YouTube y mi vida cambió por completo. Dios actuó abundantemente en mí y me presentó un nuevo camino, el camino de la castidad. No tengo la costumbre de ver los comentarios en los videos, pero ese día decidí hacerlo y ahí había un enlace al sitio web de Courage. Hice «clic» y leí las 5 Metas de Courage, leí también sobre la espiritualidad del apostolado y que la castidad es posible, y decidí enviar un correo electrónico. La respuesta demoró un poco, pero fue provechosa. Comencé a hablar con un consejero y él me recomendó participar en un retiro anual que organizan los miembros de Courage. Reuní dinero, pedí ayuda a miembros de mi familia, me inscribí en el retiro y me fui solo a São Paulo, sin nunca antes haber visitado la capital del estado.
Al final del retiro, durante la última meditación tuve una experiencia decisiva. En ese momento me pareció oír la voz de Dios que me hablaba al corazón: «Vive el celibato y dedica tu vida al apostolado». Finalmente había encontrado la respuesta a la duda sobre mi vocación y mi estado de vida. Fue ahí donde encontré, sobre todo, mi camino de santificación.
Han pasado tres años desde que formo parte del apostolado Courage oficialmente. Pensé que había respuestas fáciles a caminos difíciles; muchos de estos caminos pasan por la lucha contra el pecado. Después de un tiempo en Courage, quería renunciar al celibato laico y volver a la vida gay. Hubo muchas caídas en mi camino, pero ninguna de ellas me daba paz. Me arrepentí de esos pecados, los confesé y reanudé mi camino porque Dios es misericordioso. Los objetivos siguen siendo los mismos a pesar de los accidentes en el peregrinar. Mi santificación vendrá en el tiempo de Dios y no en el mío. Depende de mí buscar estar sereno frente a mis faltas y pecados, seguir avanzando y ascendiendo.
Reconozco que hay una serie de experiencias aparentemente exitosas entre personas que viven una vida gay, pero después de experimentar la Verdad, sé que el mundo gay, ese mundo colorido y brillante, es solo una ilusión. Hoy, nunca dejo de recordar que hay un cielo y hay un infierno. Su existencia no depende de mi fe. Las elecciones que hago en esta vida determinan para siempre a dónde irá mi alma después de la muerte corporal.
Hoy en día, todavía no contamos con un capítulo de Courage en mi ciudad, pero participo regularmente de las reuniones virtuales en São Paulo. A pesar de la ausencia física de los hermanos, puedo estar seguro de su hermandad, me dan la fuerza para seguir luchando por la castidad. Por lo tanto, busco vivir con el alma como «esposa de Cristo». Además, con el apoyo de la devoción a la Santísima Virgen, la comunión eucarística frecuente, la sólida formación del apostolado y la intercesión de los hermanos, busco configurarme con Cristo crucificado, Él es el amor, mi amor y mi deseo hacia el límite de las colinas eternas.
Testimonio de Cristiano

Testimonio de Cristiano
«Cantaré eternamente la misericordia del Señor, publicaré tu lealtad por todas las edades» (Sl 89, 2).
Hablar de mí mismo siempre es un desafío. Confieso que no me gusta aventurarme en el camino de mi pasado y en el depósito de recuerdos que se han acumulado dentro de mí. Decidí hacerlo motivado por el deseo de estimular a otros hermanos que experimentan lo mismo que yo a tener valor y coraje para aceptar el desafío de la vida casta.
Mi niñez – Como todas las historias humanas, la mía empieza con mi nacimiento hace unos 30 años. Contexto de las agitaciones populares en Brasil: fin de la dictadura militar, el movimiento «Diretas já» (¡elecciones directas ahora!), elección y muerte de Tancredo Neves, gobierno de Sarney, etc. En ese caldo de eventos que la historia brasileña llama «Redemocratización», yo nací.
Mis padres me dicen que soy el resultado de un milagro. Mi madre, en su adolescencia, recibió un diagnóstico médico de que no podía tener hijos, pero gracias a la oración, la confianza en Dios y la insistencia de mis padres, nací. Mis padres, mis abuelos y tíos siempre decían que todos me deseaban mucho. Al mismo tiempo, recibía una clara desaprobación de ellos por no corresponder a sus expectativas acerca de mí. Querían que yo fuera el niño típico brasileño: que jugase algún deporte y tuviese interés en las diversiones de niños pero yo no tenía ningún interés en eso, ni en los deportes.
Por lo que recuerdo, en mi niñez, era un chico muy tímido, retraído, callado y extremadamente cerrado en mí mismo. No tenía amigos, no deseaba hacerlos. Las pocas veces que me aventuré a tratar de hacer amigos, me acosaron violentamente. En todos los ambientes donde estuve –en la calle donde vivía, las escuelas donde estudié, la parroquia a la que asistía– mi interacción social estuvo impregnada de un constante acoso violento –insultos (maricón, joto, puto, etc.), bullying, humillaciones y episodios de agresión física.
Mi familia siempre ha sido católica practicante: íbamos a misa los domingos y en las fiestas de guardar y mis padres estaban activos en la vida de la parroquia cerca de mi hogar. Así conocí a Dios desde una edad temprana y, aún sin entenderlo mucho, traté de acercarme a Él porque sentí que debía sentir algo de simpatía por mí, ya que Él era la única persona a mi alrededor que no mostraba desaprobación ni desprecio por mí. Anhelaba el día en que Dios me sacaría del infierno que era mi vida entonces. ¡Mi niñez fue muy triste!
No puedo pensar en mi niñez sin recordar la canción “Nobody knows the trouble I've seen” (nadie sabe los problemas que he visto) de Louis Armstrong, me parece que es la banda sonora de ese tiempo de mi vida.
Mi adolescencia – En los años escolares de mi adolescencia, yo aún era motivo de burla para los chicos y chicas: en el vecindario y en el colegio. De este período, guardo los peores recuerdos de humillación, bullying, burlas e incluso episodios de agresión física.
Sin embargo, hubo un evento que marcó por completo mi experiencia adolescente. Un nuevo vecino se mudó a la calle que yo vivía y se hizo amigo mío. Éramos buenos amigos, hablábamos mucho, éramos como hermanos. Por primera vez me sentí valorado por alguien que no me hostigaba. Pero esta amistad duró poco tiempo, ya que se mudó un año y medio después. Mi vida volvió al estado habitual de hostilidad en mi entorno. Poco después comencé a trabajar. En el trabajo, también encontré un entorno similar a los anteriores, pero seguí la vida.
Tiempo de la universidad y descubrimiento de AMS – Ingresé en la universidad unos años después de comenzar a trabajar. Al mismo tiempo de mi ingreso a la universidad, empecé a percibir que no solamente las chicas me atraían, sino también los chicos, o sea, tenía atracción al mismo sexo (AMS).
No tenía una conciencia clara de la AMS y quería vivir como sino existiese. La ignoré. Viví el descubrimiento de la AMS en silencio. Le preguntaba a Dios: ¿por qué yo? Me sentía un fracasado, no me sentía suficientemente hombre. Me daba vergüenza tener AMS, no quería admitirlo. Nada estaba muy claro, porque al mismo tiempo estaba enamorado de una chica de una comunidad de laicos consagrados al cual me uní, e incluso sentía atracción sexual por ella. No había una relación de confianza con mi familia y no podía hablar con ellos al respecto por temor a recibir más desaprobación como ya la había recibido antes.
Había leído en un libro del padre Daniel-Ange titulado «Creados para amar» (en portugués, «Tu cuerpo hecho para el amor») el drama de algunos hombres y mujeres jóvenes que experimentaron lo mismo que yo. Este libro se convirtió en mi compañero. En tiempos de mayor dificultad, leía y releía estos testimonios, era como si estas personas me hablaran. Volvía a leer los consejos del padre Daniel-Ange que me nutría de esperanza para ponerlos en práctica. Quería vivir lo que la Iglesia enseñaba, es decir, en castidad, como lo exhortaba el sacerdote en el libro, pero no sabía cómo realizar esta tarea solo.
SoGo «Sodoma y Gomorra» – En el periodo que estuve en la universidad mis ojos se abrieron hacia unos abismos nunca antes conocidos, ni imaginados. Experiencias que nunca imaginé que existían se desarrollaron ante mis ojos causándome horror. Conocí prácticas que inicialmente me causaban repulsión, luego curiosidad, finalmente adhesión. Comencé a tener sed de nuevas experiencias y de transgresión.
Llevaba conmigo una profunda baja autoestima, lo que me estimuló a salir a buscar aprobación y aceptación social. Creía que la forma de resolver esto era encontrar una pareja y ser querido con amistades que me reafirmarían. Inicialmente, el camino que tomé para deshacerme de la carencia afectiva era la masturbación, la pornografía y vivir con amistades gays y lesbianas. Estas cosas aliviaban el estrés de mis conflictos internos y aliviaban un poco esta carga. El problema es que estas adicciones me llevaron a abismos más profundos y oscuros que lo «aceptable» y no me tomó mucho tiempo para entregarme a la promiscuidad a través de encuentros ocasionales para tener sexo anónimo con otros hombres. Pronto me vi atrapado en una dependencia crónica al porno gay, masturbación y la aceptación que obtenía a través del sexo anónimo y de relaciones fugaces con otros hombres.
Al leer una conocida novela gay brasileña llamada «O terceiro travesseiro» («La tercera almohada»), la idea de encontrar un príncipe encantado que también fuera al mismo tiempo un amigo leal y comprensivo creció peligrosamente en mi corazón. Y agregué a los vicios la búsqueda desenfrenada de una pareja que encajara con mis ideales románticos.
¿Es eso amor? – Como siempre fui un tipo tímido, salí en búsqueda de un novio en los chat de relaciones y tuve un sin número de experiencias frustrantes. Sin embargo, un día conocí a un chico con edad cercana a la mía, que tenía gustos e intereses similares y cumplía con mis ideales románticos a pesar de ser yo cristiano y él, judío. Se llamaba Tiago.
Junto a él me sentía comprendido, apreciado, amado, algo que nunca antes había sentido, ni siquiera en mi grupo de amigos gays. Tiago me hizo sentir hermoso, fuerte, seguro. Toda mi vida me sentía como un patito feo, con él me sentí el protagonista de mi propia vida. Creí que estaba experimentando lo que Saint-Exupéry dijo en « El Principito» por medio del diálogo del zorro con el principito: «Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad». Me pregunté, como en aquella canción de Whitesnake, «Is this love» («¿es esto amor?») si lo que estaba viviendo era amor o estaba soñando.
Sin embargo, a pesar de esta experiencia extremadamente satisfactoria, ocasionalmente era atravesado por crisis de conciencia que hacían que nuestra relación sufriera idas y venidas porque yo no tenía paz interior ni alegría. Durante aproximadamente 2 (dos) años, las cosas fueron así: tuvimos una relación secreta con idas y venidas de mi parte, de modo que en un cierto momento comencé a cuestionarme seriamente sobre esta relación. Tiago era un buen amigo y buen amante, compañero, inteligente, culto, paciente, cariñoso, divertido, pero esa relación no le daba paz a mi corazón.
A partir de entonces, poco a poco, la gracia de Dios ha llegado nuevamente a mí y una lucha ha estallado dentro de mí. Pero las cosas han sucedido de tal modo que puedo decir como el profeta Jeremías: «Tú me has seducido, Señor, y yo me he dejado seducir; has sido más fuerte que yo, prevaleciste» (Jr 20,7). Sopesando los pros y los contras de mi relación y de la propuesta de una vida casta con Dios, no sin mucha dificultad, me decidí por Dios. ¡Fue la decisión más difícil de mi vida!
Una vez decidido, me encontré con Tiago y estaba decidido a poner fin a la relación. Después de una conversación dolorosa y difícil para los dos, ya que nos gustábamos sinceramente, le dije en medio de las lágrimas contenidas en ambos lados, que no podíamos continuar la relación, mucho menos hacerla oficial como él deseaba, porque me había decidido por Jesucristo y por la vida casta según las enseñanzas de la Iglesia católica. Y fue así que terminamos la relación.
Courage: El Señor me dio hermanos – Los años de 2009/ 2010 fueron el punto de inflexión en mi vida. En el grupo de amigos gays del que formaba parte, a pesar de ser acogido y aceptado, no me sentía satisfecho, ni con ellos ni con ningún novio, y nunca se lo oculté a algunos de ellos. Un día, uno de estos amigos conoció a un sacerdote y le dijo al sacerdote que había un chico católico entre sus amigos que no estaba satisfecho con su vida, ese chico era yo. Me pusieron en contacto con este sacerdote y pude desahogar toda mi angustia. El sacerdote, como buen pastor, me presentó a Courage Latino. Leí el contenido del sitio web con avidez y me dije: ¡esto es lo que estaba buscando! Pero vi que Courage solo estaba en México y me desalenté.
Sin embargo, la Providencia Divina fue encaminando las cosas y luego conocí a Matias que ya estaba en contacto con el padre Buenaventura, coordinador de Courage Latino que vivía en México, y ya tenía la intención de traer el apostolado Courage a Brasil. Nos embarcamos juntos en esta aventura, organizando un blog y brindando un correo electrónico para conocer a más personas que enfrentaron el mismo desafío que nosotros.
El 2 de Noviembre del 2011, Día de los Difuntos, dimos el paso de morir a la vieja vida y renacer a una nueva vida en Cristo siguiendo el camino iniciado por el Padre John Harvey casi 30 años antes en los EEUU: el desafío de vivir castamente según la enseñanza de la Iglesia a través de las 5 metas y los 12 pasos, la búsqueda de amistades castas y saludables, la hermandad entre hermanos. Tuvimos, en la ciudad de São Paulo, la primera reunión del primer capítulo de Courage en Brasil.
Desde entonces, soy miembro del capítulo de Courage en São Paulo y percibí que el Señor me dio hermanos para compartir la vida de acuerdo a las enseñanzas del Evangelio que la Iglesia ha estado predicando durante más de 2000 años.
10 años después – Los casi diez años que siguieron a mi descubrimiento de Courage han sido una aventura divina. No quiero engañar a nadie: no quiero decir que ya he logrado la castidad, pero sigo persiguiéndola. Aunque eventualmente pueda caer en la tentación y, a veces, luchar con la tentación de renunciar a todo, diariamente renuevo mi decisión de «tomar la cruz cada día» (Lc 9,23) y seguir a Cristo. Todas las heridas que llevo todavía están aquí y sus efectos aún se manifiestan de vez en cuando, sin embargo, sé que si me caigo puedo levantarme y seguir adelante porque tengo hermanos que me ayudan, ¡no estoy solo! Para mí, esto es liberador.
He descubierto que reconocer mi propia incapacidad, la práctica de la oración, la lectura de buenos libros, la meditación, la confesión y comunión frecuentes y el servicio a los demás me capacitan a vivir como un verdadero hijo de Dios. En el camino que voy recorriendo, crezco en autoconocimiento y en conocimiento de Dios. Aprendo que debo estar atento a mí mismo y a la manera como trato con los demás. También aprendo que Dios usa mis sufrimientos para purificarme, para atraerme hacia Sí y ganar intimidad conmigo. Crece en mí día a día la convicción de que solo la vida casta es buena y me traerá verdadera felicidad.
Cada día quiero aprender más a vivir como un hijo amado de Dios, dejando que Cristo crucificado perdone misericordiosamente mis tonterías y vivir junto a mis dolores y perturbaciones.
Espero que mi testimonio sea útil para mostrarte a ti que me lees, que ¡No estás solo! No tenemos que guardar todo esto que nos hace sufrir solo para nosotros mismos, porque “no es bueno para el hombre estar solo” (Gn 2,18). Dios nos hizo para vivir como hermanos porque “el hermano ayudado por su hermano es fuerte como una ciudadela” (Prov 18, 19). ¡En esto estamos juntos!
Testimonio de Alfredo: «La Iglesia acoge como madre»
Testimonio de Alfredo: «La Iglesia acoge como madre»
Ciudad de México, diciembre 2019
Me siento confundido, con todos estos sentimientos y dudas que no escogí, pero que por mucho tiempo he sentido y ya no aguanto más: creo que soy homosexual…
Uf, ¡qué alivio! Por primera vez había tomado una decisión en un momento en que la carga sobre mi espalda era demasiado pesada. No entendía el por qué la atracción hacia los hombres, el por qué no podía ser como los demás niños, el por qué a mí, por qué tenía que vivirlo en la soledad, el por qué experimentaba culpa y peor aún, ¿de qué? Pero necesitaba sentirme liberado.
Y ahora, ¿qué sigue? Después de asumirlo, sabía que tenía que aprender a adaptarme a esta realidad. ¿Qué hago? Tengo solamente 11 años. ¿Hacia a dónde me dirijo? ¿Cómo me conduzco, qué digo, cómo debo hablar, pensar? ... ¡Qué terrible! ¡Necesito ayuda! Pero ¿a quién le digo y cómo le digo? Si tan solo me pudieran entender sin juzgarme ni condenarme. ¡Por favor, Dios ayúdame! Sintiendo un enorme temor a no ser escuchado y como Dios habitualmente no responde con palabras audibles, nunca pude escuchar su respuesta, por eso decidí no volver a buscarlo en mi necesidad.
Durante muchos años de mi vida, en la búsqueda legítima de amor, terminé involucrándome con el sexo. Si tan solo hubiese sido una práctica sexual, en eso hubiese terminado, pero con la práctica se fue involucrando mi yo en su totalidad; cuerpo, mente y espíritu, hasta el punto de perder la esencia de cada uno de ellos, cambiando tremendamente las cosas que importaban en mis relaciones. Estaba cambiando la forma en que amaba y cómo amaba, y mi forma de pensar sobre mis seres queridos; la forma como expresaba amor y más aún, la manera como me veía a mí mismo y a los demás.
Estaba pasando demasiado tiempo a solas conmigo mismo, situación que me fue enganchando en terribles adicciones como la pornografía y la masturbación, haciendo a un lado la parte moral perdiendo, poco a poco, la capacidad de tener intimidad, sin el menor deseo de conectarme con los demás, viéndolos solamente como un mero objeto. Así fue creciendo en mi interior un inmenso vacío. La práctica sexual había tomado control de mi vida hasta el punto de convertirse en un verdadero dolor de cabeza.
Ahora estoy convencido de que para todo lo que sucede hay un sentido. Una mañana, una joven, de las pocas amistades que tenía, me abordó y me dijo: «Alfredo, me preocupa que estés fuera de ti, no sé qué pasa, pero solo recuerda esto y nunca lo olvides: «¡Jesús te ama!»
¡Qué fuerte! Sentía y estaba seguro de que nadie vivía algo semejante a lo que yo estaba viviendo, y que luchaba solo en el mundo con esto, hasta que me di cuenta de que estaba en alto riesgo y que estaba realmente en peligro.
La verdad es que en muchas ocasiones esperé que alguien me dijera: «¡tú puedes superar esto! ¡Adelante, podemos buscar ayuda! ¡No te dejaré solo con esto, quiero ayudarte a luchar!» Sin embargo, nunca hubo nadie cerca, estaba ya frustrado y harto de esto con gran insatisfacción. Fue justo en ese momento cuando comenzó todo mi caminar en Courage, invitándome a vivir en castidad.
Como bienvenida, recibí un abrazo verdaderamente fraterno por parte de un hombre, un abrazo por el que no tuve que pagar ni prostituirme. ¡Fue increíble! Ese gesto marcó un antes y un después en mi existencia; por primera vez pude experimentar paz en mi corazón y así comencé a comprender el verdadero significado de la intimidad. Asistí a un retiro espiritual y fue allí donde hizo eco en mí ese «Jesús te ama» que anteriormente me habían dicho y que no lo olvidaría. ¡Sí, verdaderamente hay esperanza! ¡En Dios siempre hay esperanza!
¿Fue fácil aceptarlo? No, no fue fácil. Empezar a ser consciente de la misericordia de Dios en mi vida era nuevo para mí, pero mi necesidad era tan grande como mi gran vacío. Aquí, justo aquí, Dios fue respondiendo mis «por qué» repetidos, a pesar de que mucho tiempo atrás decidí no buscarle en mi necesidad. El Señor responde, me consta. Yo hubiese querido que me respondiera con palabras audibles, y no fue así. Para mí fue a través de otro joven que estaba allí junto a mí, y a otros más que vivían exactamente lo mismo de la atracción al mismo sexo, como yo. Todos teníamos nuestras luchas y batallas, pero que reconociendo que algo no funcionaba bien, sentíamos una urgente necesidad de ayuda y lo más importante y clave en todo esto, era que involucraba nuestra voluntad: «¡Quiero ser ayudado!
Solo no puedo». Tuve que entender que voy a caminar por un proceso de restauración, no como meta sino como toda una jornada.
Comencé a ser honesto y transparente con la persona que me estaba ayudando por convicción personal; he aprendido a ser paciente y a perseverar y, mientras crecía, me di cuenta de cómo iba rompiendo con patrones y hábitos que durante tanto tiempo permanecieron arraigados en mí, dándome la oportunidad de reconciliarme con mis luchas y batallas, experimentando la paz por tanto tiempo anhelada.
Si en algún momento me sentí solo, hoy, con la participación de otros, sé que se puede vivir en compañerismo, en verdad y en amor. Saber que está el de junto, el consejero, personas que están dispuestas a ayudarme, a confrontarme, a retarme y a tomar decisiones asertivas. Personas que me van guiando con mucha paciencia, que me animan, que oran por mí, que me motivan, que me ayudan a perseverar, a tomar nuevos retos, nuevos itinerarios de vida; hacer nuevos hábitos de vida, de conducta y nuevas estructuras de pensamiento, con cuentas claras. Es como abrir la ventana de mi vida a otro para que pueda ver lo que quizá está sucediendo y yo no me doy cuenta, despertando mi consciencia, al hecho de que después de esto ya nada ha sido igual. He aprendido el verdadero significado de la obediencia, y he descubierto que la obediencia no va a lastimarme ni a mí ni a la otra persona, como lo hace la desobediencia.
En este itinerario he comenzado a identificar la figura paterna que no tuve, el padre que no conozco y, con profunda gratitud y atesorando la ayuda de este padre sustituto que he encontrado en EnCourage, estos hombres que sin ser su hijo biológico me han enseñado lo que es el amor adulto, me ha ayudado a comprender el amor incondicional de un padre y una madre por su hijo y sobre todo que, pase lo que pase, siempre seremos sus hijos.
Consciente de que la castidad es posible, no como medida de represión sino como opción de libertad, opto por ella de manera libre y voluntaria. Sé que debo ser vigilante día a día, pero también sé que, si llego a caer, tengo una familia física y una familia espiritual que me brinda su ayuda para levantarme.
Todo esto lo he encontrado dentro de la Iglesia Católica y estoy seguro de que la Iglesia no discrimina, por el contrario, acoge como Madre. Y es aquí también que, en la figura del sacerdote, he encontrado un padre que, de manera espiritual, me ha ayudado a dar pasos en este caminar que Dios eligió para mí y en el que desea que me santifique, no para llevarme a un altar, sino para ser mejor cada día.
Hoy tengo una profunda conciencia de mi necesidad de Dios y reconozco mi atracción a mi mismo sexo, pero sé que no puedo permitir que esto defina mi identidad como hombre digno, hijo de Dios. ¡Cuento con la protección de la Dulce Señora del Cielo, Santa María de Guadalupe y sé que estoy seguro en el hueco de sus manos y en el cruce de sus brazos!
Alfredo
Courage CDMX
contacto@couragelatino.org
«Santa Mónica tuvo dificultades para entregarle su hijo a Dios»
Santa Mónica tuvo dificultades para entregarle su hijo a Dios
La principal fuente de información sobre Santa Mónica son los escritos de San Agustín, particularmente sus Confesiones. La causa para su canonización nació de la descripción que San Agustín hace de su vida. Sin embargo, él no la presenta como una mujer idealizada y sin faltas. Por el contrario, la describe de forma realista, mostrando tanto sus fortalezas como sus flaquezas. Aunque Mónica tenía una tendencia a aferrarse a Agustín en un intento de controlar su proceso de conversión, el Señor obró por medio de su humilde constancia en la oración, no solo para convertir a su hijo, sino para convertirla también a ella de una manera más profunda.
Santa Mónica sintió preocupación
En su anhelo de ver que su hijo conociera verdaderamente al Señor, en ocasiones Mónica muestra cierta falta de confianza en que Dios pueda sacar algo bueno de los errores y defectos de Agustín. En sus Confesiones, Agustín describe muchas de las admirables cualidades y dones de su madre, incluyendo su fe sincera y una vasta riqueza en paciencia. Sin embargo, sus escritos también revelan el temor y la preocupación que Mónica vivió al querer vigilar a su hijo a todas horas, deseando así controlar, en cierto grado, el curso de su vida. Incluso, desde los primeros años de la vida de Agustín, Mónica buscaba protegerlo de cualquier cosa que pudiera constituir un peligro para su fe. En su juventud, su madre decide no bautizarlo porque «si vivía, [se volvería] a manchar y […] el reato de los delitos cometidos después del bautismo [sería] mucho mayor y más peligroso» (Confesiones 1.11). Aun así, Agustín escribe:
¡Cuánto mejor me hubiera sido recibir pronto la salud y que mis cuidados y los de los míos se hubieran empleado en poner sobre seguro bajo tu tutela la salud recibida de mi alma, que tú me hubieses dado! (Confesiones 1,11).
Aquí, aunque consciente de las buenas intenciones de Mónica al evitar que fuera bautizado, Agustín reconoce que, al privarlo de una gracia tan poderosa, más que ayudarle, pudo haber dañado su bienestar espiritual. Así pues, aunque el celo por la salvación de su hijo era puro, Mónica olvidó la importancia de la fe.
Mónica también titubea al confiar más en sí misma que en Dios cuando trata de impedir que Agustín vaya a Roma. Al respecto, él comenta:
Mi madre, […] lloró atrozmente mi partida y me siguió hasta el mar. Mas hube de engañarla, porque me retenía por fuerza, obligándome o a desistir de mi propósito o a llevarla conmigo (Confesiones 8.15).
Al rehusarse tan insistentemente a dejar que Agustín se apartara de su lado, Mónica evidenciaba su falta de fe en que Dios pudiese obrar en el corazón de su hijo, incluso de maneras que ella no podía concebir o imaginar. Como comenta Agustín:
Domabas […] el deseo natural de ella con un justo flagelo, pues ella, como todas las madres (y con mayor intensidad que muchas) necesitaba de mi presencia, ignorante como estaba de las inmensas alegrías que tú le ibas a dar mediante mi ausencia. Nada de esto sabía y por eso lloraba y se quejaba (Confesiones 5.8.15).
Este pasaje nos muestra que gran parte de la angustia de Mónica respecto a la partida de Agustín surgía de su incapacidad de reconocer que Dios podía llegar a su hijo de muchas otras maneras fuera de su influencia maternal.
Controladora
Mónica va aun más lejos en su afán de controlar la vida de Agustín, al punto de obligarlo a casarse, pues veía el matrimonio como el único camino apto para su hijo.
Instábaseme solícitamente a que tomase esposa. Ya había hecho la petición, ya se me había concedido la demanda, sobre todo siendo mi madre la que principalmente se movía en esto, esperando que una vez casado sería regenerado por las aguas saludables del bautismo (Confesiones 6,13).
Aunque sus intenciones son puras, Mónica tiende a confiar demasiado en sus propios deseos para la salvación de su hijo, en vez de discernir pacientemente la voluntad de Dios para él.
Se mantuvo fiel
Pese a algunos de sus instintos maternales sobreprotectores, Mónica se mantiene fiel a la oración y a las muestras de humildad y perseverancia, incluso ante el desaliento. A lo largo de lo escrito sobre su madre, Agustín cuenta cómo crece la confianza de ésta, aprendiendo a dar espacio a la acción de Dios mediante su oración y no por sus intentos de manejar las decisiones de su hijo.
Pero tú Señor, hiciste sentir tu mano desde lo alto y libraste mi alma de aquella negra humareda porque mi madre, tu sierva fiel, lloró por mí más de lo que suelen todas las madres llorar los funerales corpóreos de sus hijos. Ella lloraba por mi muerte espiritual con la fe que tú le habías dado y tú escuchaste su clamor. (Confesiones 3.11).
Mónica, humildemente le ruega a Dios por Agustín. Por medio de su perseverancia en la oración, se da cuenta de que solo Dios puede cambiar el corazón de su hijo:
Durante nueve largos años seguí revolcándome en aquél hondo lodo de tenebrosa falsedad, del que varias veces quise surgir sin conseguirlo. Mientras tanto ella, viuda casta, sobria y piadosa […] vivía ya en una alegre esperanza en medio del llanto y los gemidos con que a toda hora te rogaba por mí (Confesiones 3.11).
Aunque no sabe por cuánto tiempo deberá esperar, Mónica continúa rogando a Dios con todo su corazón y sus oraciones no son en vano. Mientras tanto, el obispo Ambrosio le dice que siga orando a Dios y que deje que Agustín descubra la verdad por sí mismo: «[Mas] como ella no quería aceptar, sino que con insistencia y abundantes lágrimas le rogaba que me recibiera y hablara conmigo, el obispo, un tanto fastidiado le dijo: “Déjame ya y que Dios te asista. No es posible que se pierda el hijo de tantas lágrimas”» (Confesiones 3.12). Mónica, con total humildad, ve estas palabras como «venidas del cielo» (Confesiones 3.12). Las palabras del obispo Ambrosio le dieron esperanza y le ayudaron a perseverar en la oración, confiando en que Dios verdaderamente le concedería la gracia de ver la conversión de su hijo.
Mónica deja el control
Finalmente, Mónica aprende a dejar el control y a confiarle su hijo a Dios, permitiendo que, a su vez, Dios convierta su fe de una manera más profunda. Su crecimiento en la fe es especialmente evidente cuando viaja a Roma para ver a Agustín:
En las tormentas que padecieron en el mar era ella quien animaba a los marineros […] prometiéndoles que llegarían con felicidad al término de su viaje, porque así se lo habías prometido tú en una visión (Confesiones 6.1).
Este pasaje demuestra su firme confianza en que Dios responderá a sus oraciones. Incluso utiliza esta confianza que se ha desarrollado en su corazón, para dar ánimo y esperanza a las personas a su alrededor. Más adelante, Agustín escribe: «segura estaba de que la miseria en la que yacía yo como muerto, habías tú de resucitarme por sus lágrimas» (Confesiones 6.1).
Profunda confianza
Mónica muestra ya una paz y una confianza mucho más profundas que las de la madre que describe Agustín en los primeros capítulos, a quien la ansiedad y el desasosiego llevaban a tratar de impedir que su hijo fuera a Roma. Aun más, la fe de Mónica transforma la relación con su hijo a medida que esta le habla de su confianza en que Dios le concederá lo que le ha prometido: la conversión de Agustín: «...Con el pecho lleno de segura placidez me respondió que creía firmemente en Cristo que, antes de morir, había de verme católico fiel» (Confesiones 6.1) Aun inundada de una profunda confianza y esperanza en el Señor, persevera en la oración fervorosa:
Esto fue lo que me dijo a mí, pero a ti te pedía con ardientes preces y lágrimas que te apresuraras a socorrerme iluminando mis tinieblas (Confesiones 6.1).
Finalmente, sus oraciones dieron fruto cuando Agustín le cuenta de su conversión:
No cabía en sí de gozo...viendo que le habías concedido mucho más de lo que ella solía suplicarte para mí por medio de sus gemidos y afectuosas lágrimas. Pues de tal suerte me convertiste a Ti, que ni pensaba ya en tomar el estado del matrimonio, ni esperaba cosa alguna de este siglo, además de estar ya firme en aquella regla de la fe...(Confesiones 8.12).
Fidelidad en la oración
El Señor recompensó su fidelidad a la oración y su amor por Agustín concediéndole mucho más de lo que ella le había pedido o lo que hubiera podido imaginar para su hijo.Tras la muerte de su madre, Agustín reflexiona sobre su vida y da testimonio de la obra de Dios en ella, a pesar de sus debilidades e imperfecciones humanas:
Las cosas que de mi madre voy a referir, fueron dones y gracias vuestras, no suyas, pues ni ella se hizo ni se educó a sí misma […] La recta disciplina de Jesucristo, vuestro único Hijo, régimen que observaba […] fue quien la instruyó en tu temor (Confesiones, 9.8).
Agustín reconoce que el crédito por su conversión y por cualquier influencia positiva por parte de su madre en él, se debe a Dios. Cuando habla del noble carácter y las cualidades admirables de su madre, como su paciencia y su capacidad de llevar la paz, no apunta a ella, sino al dador de estos dones: el Señor. Incluso a la hora de su muerte, aquellos alrededor de Mónica...:
…Se admiraban de la excelente virtud que le habías concedido a aquella piadosa mujer, [y] le preguntaron si verdaderamente no le daría sentimiento alguno el morir allí y dejar su cuerpo en una tierra tan lejos de su paria […] a lo que ella respondió: “ Nada hay lejos para Dios, ni hay que temer que olvide o no sepa el lugar donde está mi cuerpo, para resucitarme en el fin del mundo (Confesiones 9.11)
Así pues, aunque algunos le hayan atribuido la conversión de Agustín a su madre, Agustín le atribuye todas las gracias y dirección que recibió por medio de Mónica, a los dones que Dios le dio a ésta.
Transformación interior
Los escritos de Agustín sobre Mónica en sus Confesiones dan testimonio de la transformación interior que ella experimentó. Inicialmente, luchó con el hecho de confiar más en sí misma que en Dios, no obstante, el incesante hilo de su oración aparece entretejido a lo largo de las páginas que escribió Agustín sobre ella. Aunque estaba contenta de morir tras haber visto la conversión de su hijo, Dios quiso usarla para inspirar al mundo. Al convertirse en santa tras su muerte, se convirtió también en madre de muchos. Su testimonio es una fuente de inspiración para los padres de hijos obstinados, a quienes motiva a perseverar en la oración y a esperar paciente y confiadamente el día en que el Señor les revelará el fruto de sus lágrimas. La vida de Agustín y relato sobre su madre dan testimonio de la carta a los Romanos: «Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio».
Al final de su vida, Mónica había aprendido ya a confiarle su hijo a Dios por medio de la oración ferviente, viviendo plenamente acorde a aquellas palabras del obispo Ambrosio: «Solo reza por él» ... «no es posible que se pierda el hijo de tantas lágrimas (Confesiones 3.12).
Traducido del inglés por Courage Internacional. Publicado originalmente en inglés por el sitio web Catholic Stand bajo el título
"St. Monica Struggled to Surrender Her Son to God"