«¡Vivir castamente te hace libre y más feliz de lo que piensas!»

“¡Vivir castamente te hace libre y más feliz de lo que piensas!”
Testimonio de una joven miembro de Courage

 

¡Que la gracia de Dios esté con todos ustedes, ya que su misericordia es grande e infinita, y que María Santísima siempre nos haga a todos de Cristo!

Querido amigo lector, hoy escribo estas líneas donde plasmo un poco mi experiencia de vida y cómo el apostolado Courage me ha ayudado en este proceso de crecimiento personal, espiritual, moral y psicológico.

Yo nací dentro de una familia muy pobre y numerosa.  Fuimos quince hijos. Mi familia está conformada por papá, mamá, doce hijas mujeres y tres hijos hombres.  Yo soy la número catorce de todos los hijos.  Mi padre fue alcohólico, violento, agresivo, machista, golpeador y mujeriego.  Constantemente le era infiel a mi madre; él fue muy irresponsable con las actividades en casa y con nuestra educación. Desde que tuve uso de razón, así lo conocí.

Recuerdo que en una ocasión, cuando tenía tres años, después de algunos días que mi papá no estuvo en casa por andar en sus vagancias, cuando regresó, me le acerqué y le toqué una pierna a la altura de la rodilla – yo quería que me abrazara –, y violentamente me agarró y me aventó contra la pared y me gritó que él no era mi padre.  Esas palabras me dolieron mucho. A partir de esa situación se generó un profundo miedo en mí, al punto que nunca más volví a acercarme a él.  Así fui creciendo con muchos traumas y problemas. Sentía un rechazo enorme hacia mi persona.  En todo momento me sentía bastante agobiada y, además, me dolía ver cómo mi padre golpeaba mucho a mi madre.

A medida que fui creciendo, me fui independizando de mis padres. Como les había mencionado, mi papá, por los vicios que tenía, no se hacía responsable de su trabajo.  Mi mamá tenía que realizar el trabajo de papá, junto con mi hermano menor y yo.   Recuerdo que desde que tenía cuatro años comencé a trabajar en el rancho realizando actividades rudas. Mamá no tenía tiempo para mí, era demasiado trabajo el que realizaba: ordeñaba las vacas de mi padre, tenía diversas labores propias del trabajo de un rancho y, además, trabajaba haciendo tortillas para unas familias del rancho, también les lavaba y planchaba. En las noches mi mamdre cocía punto de cruz y gancho para poder mantenernos.

Al ver que mi madre sufría mucho, a los cuatro años me independicé en un trabajo en el rancho, y comencé a darle de comer al ganado, a los cerdos y borregos. Además limpiaba los corrales de los cerdos y, en tiempos de siembra, sembraba, para después trabajar en la cosecha. El moler la milpa para los ganados, para mí era muy rudo, y lo hacía antes de ir a la primaria, porque tenía que cumplir con varias actividades del trabajo.  Debido a estas responsabilidades, yo no podía llegar a tiempo a la escuela y recibía acoso escolar por parte de mis compañeros y maestros.  Todo esto me causaba una grande tristeza, pues ellos no sabían todo lo que realizaba antes de llegar a mi escuela y me fastidiaban al verme llegar descalza, con un pedazo de lápiz y un pedazo de papel de un costal de papa, parecido al papel de envoltura.

A veces mi padre se perdía por meses y regresaba con amigos borrachos en la madrugada para que mi madre les diera de cenar.  En algunas de esas ocasiones, sus amigos llegaron a tocar mis partes íntimas a mis escasos cuatro años de edad.  Yo tenía mucho miedo, tenía terror y mi padre no hacía nada, mi madre tampoco me cuidaba para que no sucediera esto. Después de repetirse esta situación por varios días; unos amigos de mi hermano mayor abusaron sexualmente de mí, me dijeron que jugaríamos y, como ellos eran más grandes en edad que yo —tenían aproximadamente quince años— yo no entendía su intención.  Me lastimaron mucho.  Le dije a mi madre lo ocurrido y ella reaccionó dándome una golpiza horrible, lastimándome  las manos y las asentaderas, hasta que sangraron por los golpes.  Este hecho me marcó para siempre y sufría bastante.

Por todo lo que viví hasta entonces, cuando cumplí cinco años de edad, tomé una postura muy ruda para que nadie más me lastimara.  Sin embargo, no me funcionó. Un primo de la edad de mi hermano mayor, abusó sexualmente de mí.  Todo esto era muy triste y difícil, siempre me engañaban y abusaban de mí.  Recuerdo que desde aquel entonces no quería ser niña, porque las niñas sufrían mucho. Los juegos de niñas nunca me llamaron la atención, yo siempre jugaba canicas, béisbol, “pistolitas”, lucha libre, trompos, resorteras, en fin, todo lo concerniente a juegos de niños.  Los juegos de niñas eran aburridos para mí.

A mis escasos cinco años, unas niñas me atraían y atrapaban mi atención.  La historia de una de ellas coincidía con la mía.  Era similar lo que le había pasado; ella me entendía y yo la entendía a ella. Sin embargo, me causaba  conflicto y no podía entender por qué me atraían las niñas. Me atraía que tuvieran rasgos de mucha fuerza, que no fueran lloronas, que estuvieran robustas y rudas, pero a la vez me seguía peleando con esos sentimientos.   Un día pasé mucho tiempo junto a la niña que tenía una historia similar a la mía y, al final del día, terminamos acariciándonos y besándonos —según nosotras— mencionábamos que jugábamos a ser mamá y papá, pero entrábamos en conflicto porque nadie quería ser la mamá.  Siempre nos buscamos e hicimos buena amistad, pero a la edad de nueve años sus papás se la llevaron a un pueblito y hasta la fecha no supe más de ella.   Yo sufrí bastante, sin embargo, durante esos años nadie abusó sexualmente de mí.

Lamentablemente, esto no duró mucho.  Años más tarde, cuando tenía 13 años, mi abuelo materno abusó sexualmente de mí y al confiárselo yo a mi madre, se negó a creerme.  Aunque veía cómo estaba su padre, mi madre se ofendió bastante y me dijo que era una mentirosa, una buena para nada, que su papá era incapaz de hacer algo así.  Yo me volví muy callada, aislada, insegura y con mucho miedo de que todos me hicieran daño; sufrí mucho.

Después de un tiempo nos mudamos del rancho a un pueblo.  La situación con mi padre fue peor, ya los abusos no solo eran conmigo, sino también con mis hermanas mayores.  Mi madre seguía sin creerme lo que estaba sucediendo.  Pero un día le dije que decidiera entre mi papá o sus hijas; a ella, a pesar de observar estas situaciones, le costaba creer que él fuera responsable de los abusos.

La vida familiar era un desastre, mis hermanos mayores se iban todos de casa, yo sufría mucho, al ver cómo mi padre golpeaba a mi madre sin piedad.  En uno de mis cumpleaños, mi padre golpeó muchísimo a mi madre y le hizo un gran daño. Ese momento me marcó mucho. Lo único que yo quería era morir, ya no quería saber de nada y de nadie y me dije a mí misma: “todo lo que he vivido y sufrido por los abusos y golpes, y las situaciones familiares, ya nadie más lo sabrá, todo me lo llevo a la tumba”.   Hoy me doy cuenta que esos pensamientos y deseos me estaban llevando a la tumba.  Sobre todo, porque la atracción hacia las mujeres detonó bastante, porque mi madre siempre me trató despectivamente, llamándome de muchas maneras: “marimacha”, “Juana machetes”, etc.   Para mis hermanas y hermanos yo era “la rarita”.

Desde aquel entonces mi atracción hacia las mujeres la he vivido en silencio, nunca se los mencioné, y hasta la fecha no lo he comentado con mi familia.  Siempre le pedí a Dios que me ayudara, hasta que un día, en un retiro compré el libro de Rubén García y no me moví de mi lugar hasta que terminé de leerlo.  Busqué a Rubén y él me habló del apostolado Courage, así fue como logré encontrar al grupo.

Ingresé como si estuviera desahuciada, con una depresión severa, y con varios intentos de suicidio.  Estando ahí, no quería que nadie se me acercara, ni que me tocara, y una de las preguntas que me hicieron fue si sabía cuál era la raíz de mi atracción sexual hacia las mujeres.  De momento no supe contestar, pero pedí a Dios que me diera la gracia de encontrar las causas. Duré noches enteras en  capillas de Adoración Perpetua al Santísimo.  Lloré y lloré gritando y suplicando a Dios me ayudara a encontrar la raíz.   Para Gloria de Dios me mandó un sacerdote, quien me ayudó en mi vida espiritual, y me escuchaba en el sacramento de la confesión.  A partir de ahí —en oración— inicié mi búsqueda para ir conociendo la raíz de mi AMS y fue Dios quien me concedió descubrir las causas. Una vez, en un retiro de Courage, en Casa Cursillos, toqué fondo y sentía que moría de depresión, pero el buen Dios y su infinita misericordia me levantaron. Al descubrir la raíz, poco a poco la depresión desapareció.   Esto no sucedió de la noche a la mañana me llevó tiempo y hoy en día me siento mucho mejor.

Yo  nací como producto de una violación.  Mi padre golpeó mucho a mi madre, él andaba muy tomado y la embarazó.  Después hubo intención de abortarme en dos oportunidades y aquí sigo; mi madre se aferró a que no quería tener una niña, no quería una mujer más, ella quería un niño y no fue así, porque nací yo.  Nací siendo niña y, al nacer, me vistió de niño con ropa de uno de mis primos. Por esta razón mi madre siempre me trató como varón. Siempre me decía hueles a hombre y me tomaba de los hombros, esto me causaba mucho enojo.  Yo vivía muy confundida y sentía un rechazo muy grande desde mi niñez y al ser consciente de esta parte de mi historia, comprendí muchas situaciones y ahora lucho por lo valiosa que soy como mujer, ¡por rescatar mi ser mujer! Por eso me encanta escuchar el canto que dice “Dios te hizo también, no se equivocó”.

Poco a poco, Dios ha permitido que ya no experimente tanto dolor por todas estas situaciones que he compartido.   Cuando estaba lista para experimentar otro dolor muy fuerte dentro de mí, descubrí que mi madre no era mi madre.  En un momento, ella mencionó que no éramos nada. Hubo una mujer que me cuidó de niña, pero hasta la fecha, a pesar que le he preguntado si ella es mi madre,  no me lo quiere decir.

Yo agradezco mucho a Dios que me puso en este camino y conocí a Courage, porque Courage me ha ayudado bastante, he aprendido a valorarme, a vivir las Cinco metas que tenemos y he descubierto que si no oramos, no estamos en conexión con Dios.  No podemos solos.  También he aprendido que la misericordia de Dios es grande e infinita, e independientemente de lo que viva o esté viviendo, Dios me ama, incluso experimentando AMS.

Estoy invitada a vivir responsable y castamente desde la mirada de Dios, como Él me lo pide.  Porque no hay amor más grande y duradero que el Suyo.  Cuando siento ganas de un abrazo, los mejores brazos son la misericordia infinita de Dios.

Agradezco a todos mis hermanos y hermanas de Courage por ser parte de mi vida.  Gracias a Dios y a ellos, hoy sonrío y doy abrazos sin miedo a que me lastimen y a ser juzgada.  He sido capaz de compartir aquello que decía que me llevaría a la tumba, y me doy cuenta que si no soltaba aquello que cargaba en el corazón, sería yo quien me iría a la tumba.

Amigo lector, te invito a que no tengas miedo, porque lo que para el hombre parece imposible, para Dios todo es posible (Mateo 19, 26).  Somos muchas personas que luchamos cada día para vivir la castidad aun experimentando AMS. Yo te digo: ¡No vivas en conflicto contigo mismo, deposita en el corazón de Jesús toda tu historia, acéptala y ya no estarás peleado contigo, porque cuando conoces a Dios, descubres que vivir castamente te hace libre y más feliz de lo que piensas!

Me despido, y espero que estas líneas te ayuden. Con cariño, tu hermana en Cristo.