«Una etiqueta que perdura»

Una etiqueta que perdura

 

Cuando estaba en la escuela secundaria, los estudiantes se catalogaban en varios grupos: los «esnobs», los atletas, las porristas, los «punks», los roqueros, los «fumados», los «nerds», y todos los demás. Prácticamente todos eran asignados a un grupo en particular. Tal asignación no era oficial, sin embargo, tampoco podía cambiarse.  Ahora, cuando trabajo en escuelas secundarias, veo que poco ha cambiado. Los grupos aún existen (con solo algunos cuantos cambios terminológicos) y los profesores y directores continúan pronunciándose contra tales etiquetas. Como bien dicen, las etiquetas refuerzan los estereotipos y los prejuicios, nos impiden aceptar a la persona y llegar a conocerla como realmente es.

Sin embargo, existe una diferencia. Si bien, los directivos de las escuelas secundarias advierten a los estudiantes sobre las consecuencias que los estereotipos y las etiquetas traen consigo, existe un grupo de estudiantes al que constantemente alientan cada vez más a aceptar su etiqueta: aquellos que experimentan atracción hacia el mismo sexo. Con la ayuda (y a veces con la presión) de grupos como la Gay-Straight Alliance (Alianza Homosexual-Heterosexual) y la Gay, Lesbian, Straight Education Network (Red para la Educación Gay, Lesbiana y Heterosexual), las escuelas secundarias en los Estados Unidos tienen ahora, de forma regular, organizaciones estudiantiles dedicadas a promover la tolerancia y la aceptación de la homosexualidad. En efecto, la ciudad de Nueva York tiene una escuela -Harvey Milk High School- dedicada por completo a «la juventud gay, lesbiana, transgénero y en proceso de experimentación».

¿Vale la pena señalar que, incluso hasta el día de hoy, los profesores y directivos de las escuelas tenían razón sobre los peligros que conllevan consigo las etiquetas--- mas no cuando permiten y animan a que los estudiantes homosexuales sean etiquetados? Como ocurre con la mayoría de los errores, este procede de una cierta verdad y, a menudo, de buenas intenciones. La verdad es que los adolescentes con atracción hacia el mismo sexo tienen una mayor tasa de suicidio y son más propensos al abuso del alcohol y las drogas. Al atribuirle estos problemas a la persecución y al acoso, los nuevos grupos prometen crear una atmósfera segura para que los estudiantes no se vean tentados a seguir conductas autodestructivas.Sin embargo, en la práctica esta estrategia significa mucho más que solo poner un alto a los apodos insultantes. Significa la aprobación de la homosexualidad y, en una nueva modalidad de ofensa o burla, insiste en que los adolescentes que experimenten atracción hacia el mismo sexo «salgan del clóset» y se revelen como homosexuales.

Para comenzar, esta es una falta de sentido común. Tales categorizaciones alimentan la inclinación del adolescente hacia las etiquetas. Los estudiantes de secundaria quieren pertenecer a un grupo, quieren una identidad. Llegar a conocer a otras personas, entenderlas, descifrar quién es uno mismo a la luz de quiénes son los otros… puede ser una tarea difícil. Las etiquetas lo hacen mucho más fácil. Muchos adolescentes se aferran a una identidad durante algún tiempo y más adelante la reconsideran. Por este motivo, los padres de familia y los profesores tradicionalmente se cuidan de encasillar a los estudiantes en ciertas categorías.

Sin embargo, este nuevo enfoque hace precisamente lo opuesto: fomenta el encasillamiento. En vez de simplemente atravesar por las dificultades propias de la adolescencia, un estudiante de primer o de segundo año ahora puede, con respaldo oficial, declararse gay, e instantáneamente adquiere una identidad y un grupo. Ahora sí pertenece, sabe quién es. Queda descartada la posibilidad de que el adolescente pueda estar confundido o incluso equivocado. Por lo general, los adultos muestran una sana reserva frente a los descubrimientos personales de los estudiantes de secundaria: saben que los adolescentes aún están intentando discernir las cosas y reconocen que es parte de su responsabilidad como adultos ayudarlos a sortear las confusiones. Entonces ¿por qué ahora se deja de lado toda este sentido común natural justo en la área más confusa y desconcertante de la sexualidad adolescente?

Por supuesto que las frases son tentadoras, debido a su practicidad y eficacia. Son comunes, están a la mano y facilitan la manera de afrontar este difícil tema. Sin embargo, también identifican a la persona con sus inclinaciones homosexuales. Las frases presuponen que una persona es sus inclinaciones o atracciones: es un «gay», o es un «homosexual». En algún momento, los adultos tendrán que admitir que un adolescente de 15 años que se declara «bisexual transgénero con dudas sobre su identidad», en realidad, está simplemente confundido.

Mientras tanto, el respaldo de las escuelas a todo esto, socava rápidamente la autoridad de los padres en un área especialmente sensible. Mientras que los padres tratan de enseñar algo en casa, la escuela presenta un punto de vista opuesto, ya no solo en el aula, sino también socialmente (lo que puede llegar a tener un mayor impacto durante la secundaria). Y los padres de familia que tienen una mejor manera de manejar las dificultades por las que atraviesa su hijo, verán sus esfuerzos frustrados. En casa se esfuerzan por amar a sus hijos, ayudarlos en sus batallas y enseñarles la verdad coherente sobre la sexualidad humana. Entretanto, en la escuela, los jóvenes reciben la propaganda y el estímulo para argumentar precisamente en contra de lo que sus padres dicen.

Gran parte de esta ingeniería social se basa en la visión de que la homosexualidad es una orientación fija, innata. Los grupos en las escuelas se aferran a esto como si fuese un dogma no abierto a discusión. En uno de los debates presidenciales del año pasado, al preguntarle si pensaba que la homosexualidad era hereditaria o elegida, el presidente Bush, con sabiduría y modestia, respondió que no lo sabía. Con ello mostró estar bastante bien alineado con la comunidad científica, que tampoco logra emitir una respuesta definitiva a esta pregunta. Nunca se ha probado que exista o que haya sido descubierto el supuesto «gen gay». A lo sumo, podemos decir que ciertas personas podrían tener predisposiciones genéticas hacia la homosexualidad, lo cual es bastante distinto a decir que ésta es hereditaria.

Las organizaciones escolares, sin embargo, no tienen escrúpulos en dar por hecho la cuestión. Al insistir en que la homosexualidad es innata, llegan de inmediato a la conclusión de que un adolescente con inclinaciones homosexuales debe necesariamente ser homosexual, gay, lesbiana o transgénero –cualquier etiqueta que le quede.

Y, una vez que la etiqueta ha sido asignada, es terriblemente difícil de retirar. Permanece incluso después que se ha terminado la escuela secundaria y deja al adolescente a merced de los extremos de nuestra cultura. «¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra?  ¿O, si le pide un pescado, le da una serpiente?» Cada vez con más frecuencia, nuestras escuelas secundarias dan piedras y serpientes a niños hambrientos. Los adolescentes realmente confundidos o ansiosos sobre su sexualidad son aconsejados para que acepten la etiqueta de «homosexual», truncando así su identidad, quizás para el resto de su vida.

Dados los obvios errores de este nuevo enfoque, permanece la interrogante, especialmente para los padres de familia: ¿cómo debería uno responder a los adolescentes que experimentan atracción hacia el mismo sexo? El amor debe estar a la cabeza de toda respuesta. Las organizaciones escolares atraen a los adolescentes precisamente porque aseguran la afirmación y aceptación incondicional de la persona sin importar su «orientación». Aun cuando el recibir tal aceptación y afirmación, en efecto, implica su adhesión a los fines de la ideología gay, los adolescentes siguen percibiéndolo como aceptación y afirmación. Los padres de familia necesitan comprender cuán eficaz resulta esto. El primer punto a dar a conocer, entonces, no es qué es lo incorrecto, sino qué es lo correcto: El niño es amado y es digno de ser amado. Tal amor, más que ninguna otra cosa, infunde en el adolescente la confianza que necesita para luchar contra cualquier realidad, triste o dolorosa, que pueda enfrentar.

Las dificultades surgen cuando el niño insiste en ser aceptado y amado no como persona, sino como «gay», «homosexual» u «otro» –cuando desea ser amado según la etiqueta. Y nuestra cultura cede voluntariamente ante estas etiquetas por la misma razón que las usábamos en la escuela secundaria: Hallamos más fácil interactuar con etiquetas que con personas reales. Claramente, esta situación exige gran paciencia y perseverancia; requiere que los padres insistan constantemente en que no, su hijo no es simplemente la suma de sus atracciones sexuales, que pueden amar a su hijo aun cuando rechazan algunas de sus acciones.

Los adolescentes necesitan escuchar precisamente esto: Las inclinaciones sexuales no determinan la identidad de las personas, ni todo aquél que se autodenomina «homosexual» siente atracciones del mismo tipo o al mismo nivel. Algunos sienten deseos homosexuales fuertes y permanentes; para otros, tales deseos son leves y pasajeros. Meter a todos en el mismo saco por tener la misma orientación o identidad reduce burdamente esta compleja realidad y daña masivamente a las personas que dice ayudar.

Resistirse a la tentación de poner etiquetas nos exige rechazar el vocabulario de la cultura [actual] y adoptar términos más precisos. En el uso popular, las palabras «gay» y «lesbiana» implican una orientación fija, así como un cierto estilo de vida. Incluso la expresión «persona homosexual», usada en algunos documentos del Vaticano, sugiere que las inclinaciones homosexuales de algún modo determinan, es decir, limitan la identidad de la persona.

Admitamos que no siempre tenemos las frases precisas en la punta de la lengua. Pero, lo que se pierda en eficiencia se ganará en precisión. Expresiones como “atracción hacia el mismo sexo” e “inclinaciones homosexuales” muestran lo que la persona experimenta, sin identificar a la persona con tal clase de atracciones. Ambas frases reconocen tal tipo de atracciones y mantienen la libertad y la dignidad de la persona. Habiendo hecho esta distinción esencial, los padres pueden oponerse de mejor manera a las atracciones sin rechazar al hijo. Y, a medida que el niño madure, no hallará su identidad confinada a su sexualidad.

Más aun, la oposición a las atracciones y acciones homosexuales tiene sentido solo si está enraizada en la verdad plena de la sexualidad humana. Los grupos escolares gay obtienen aprobación y respaldo, en parte porque la concupiscencia heterosexual (la contracepción, la masturbación, el sexo premarital, el adulterio y todo lo demás) ha afectado a muchas personas. La deliberada separación que nuestra cultura hace del sexo y la procreación ha destruido nuestra capacidad de articular una explicación coherente de la ética sexual. Los padres de familia y los educadores han dañado las herramientas que les permitirían explicar por qué la actividad homosexual es incorrecta.

El entendimiento de la verdad plena de la sexualidad humana genera una valoración de la pureza. Por supuesto que todos los jóvenes necesitan esforzarse por esta virtud, pero la pureza tiene mayor significado para aquellos que experimentan atracción hacia el mismo sexo. Nada confirmará una supuesta identidad «gay» más rápida y sólidamente, que las acciones homosexuales. Tras un encuentro homosexual, el adolescente puede, o admitir el error de sus acciones y arrepentirse, o identificarse fuertemente con sus actos buscando una manera de justificarlos.

A medida que la promiscuidad sexual aumenta en nuestra cultura, hallaremos más adolescentes confundidos sobre su sexualidad y que incluso podrían quizás estar experimentando atracción hacia el mismo sexo. La salida fácil es disolver la tensión, aprobando la homosexualidad e incluso alentándola. Pero el acto más caritativo que podemos hacer por esos jóvenes es amarlos como imágenes de Dios que son, enseñándoles la verdad sobre la sexualidad humana, permitiéndoles vivirla. Hacer menos que esto sería como dar piedras a nuestros hijos cuando piden pan.


Paul Scalia es sacerdote de la Diócesis de Arlington, Virginia, y capellán del Capítulo de Courage en Arlington. Este artículo fue originalmente publicado en First Things bajo el título A Label that Sticks, y fue traducido por el equipo de Courage International.  Si tiene alguna pregunta, puede escribirnos a: oficina@couragerc.org

 


¿«Gay» o «AMS»? – Por qué las palabras importan

¿«Gay» o «AMS»? – Por qué las palabras importan

«¿Quién eres?» Es fascinante cómo una frase tan pequeñita puede contener un significado tan profundo. Hay miles de maneras de responder: de hecho, las personas suelen tener diferentes respuestas para diferentes situaciones, dependiendo de quién haga la pregunta. La respuesta se hace aun más complicada cuando involucra asuntos que son muy personales, como la fe, la familia y la sexualidad. Pero, en el meollo del asunto, debería ser una pregunta fácil de responder, ya que, en última instancia, todos compartimos la misma identidad, la que nos hace lo que somos como personas y nos reúne.

 

La identidad fundamental de cada ser humano se deriva de la creación que Dios hizo de él. «Luego Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza» (Gn.1, 26). Cada uno de nosotros posee dignidad y valor inherentes porque hemos sido modelados a imagen de Dios, lo cual significa que somos personas capaces de relacionarnos y, a semejanza de Dios, lo cual significa que nuestras relaciones deberán modelarse en el amor de entrega de uno mismo que está en el corazón de la Trinidad. La imagen de Dios se ensombrece en nosotros por la realidad del pecado, por eso Dios envió a su Hijo al mundo para librarnos del pecado y darnos nueva vida.  Creados y redimidos por Dios, somos adoptados como sus hijos e hijas y, junto con Jesús, podemos llamar Padre nuestro, a Dios. Estos hechos explican quiénes somos y nos permiten amarnos unos a otros como hermanos.

 

El plan de cada una de nuestras vidas comienza con esta verdad: somos creados y redimidos de tal modo que podamos amar libremente a Dios y amarnos los unos a los otros. La historia de la creación del ser humano también nos cuenta que fuimos creados como hombres o mujeres, y que el hombre y la mujer han sido creados el uno para el otro (cf. Gn.1, 27; Gn.2,18-25). Entonces, las bendiciones del sexo (el hecho de que haya hombres y mujeres) y la sexualidad (cómo experimentamos el ser hombre o ser mujer y la relación del uno con el otro) están íntimamente conectadas con nuestra identidad como personas creadas a imagen y semejanza de Dios. Dios nos crea como seres con sexo y sexualidad para que podamos amar, apoyarnos mutuamente y depender unos de otros a imitación Suya.  En la vocación del matrimonio, el sexo significa que el hombre y la mujer pueden hacerse don total mutuo en el cuerpo y en el alma, simbolizando su unión espiritual permanente, la que les permite cooperar con Dios en la creación de nueva vida humana.

 

Sin embargo, es importante mantener estas realidades en el orden adecuado. Los seres humanos, particularmente en el mundo moderno, pueden experimentar en la vida cotidiana el deseo sexual como una influencia muy poderosa y a veces avasalladora en sus mentes y corazones. Es fácil pensar que, porque el deseo sexual es tan poderoso, es el aspecto más importante de la vida, lo que define quién soy y lo que debo hacer. La fe revela que esto no es así: el sexo y la sexualidad están al servicio de la vocación de amar en imitación de Dios, lo que le da a una persona su identidad masculina o femenina, no al contrario. Esto significa, como lo señaló en 1986 la Congregación para la Doctrina de la Fe, que «La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, no puede ser definida de manera adecuada con una referencia reductiva solo a su orientación sexual».

 

En tanto la sexualidad es creada por Dios, está creada de acuerdo al plan de Dios. Dios coloca en el corazón del varón un deseo de unión íntima con la mujer; y en el corazón de la mujer, el deseo de unión íntima con el hombre. Y es este deseo dado por Dios el que los atrae uno al otro y hace de la unión sexual en el matrimonio una fuente de gozo. La fe nos dice, sin embargo, que este deseo dado por Dios ha sido distorsionado a consecuencia del pecado original. «Sentirás atracción por tu marido», Dios le dice a la mujer en el Jardín del Edén, «y él te dominará» (Gn. 3,16), haciendo alusión a los pecados de la lujuria y la dominación que desde entonces han traído tensión a las relaciones entre hombres y mujeres. Esta ruptura de las relaciones humanas, desde el pecado original, ha introducido otras distorsiones en la experiencia humana de la sexualidad, incluyendo la muy difícil situación en que los deseos sexuales de la persona se dirigen de modo predominante o exclusivo hacia su mismo sexo en vez del sexo opuesto.

 

La manera en que nos referimos a estos deseos y a las personas que los experimentan revela si los estamos considerando o no en el marco del plan original de Dios para la humanidad y la realidad del pecado. En su nivel básico, estos deseos pueden ser llamados atracciones hacia el mismo sexo o atracciones homosexuales, porque esto es lo que son. (El prefijo griego homo- significa sencillamente «el mismo»). Pero, decir de una persona que él o ella es «un (o una) homosexual» hace que este aspecto de su experiencia sea el término definitorio de su identidad. Parece sugerir que Dios hubiese creado dos clases de personas –los heterosexuales y los homosexuales – y, por lo tanto, que hay dos clases de vocaciones para amar a imitación de Dios. Como hemos visto, esto no puede ser así –si los seres humanos compartimos una identidad en tanto hijos de Dios, entonces compartimos una vocación para amar, y las «reglas» son las mismas para todos. Por lo tanto, explica la Congregación para la Doctrina de la Fe, la Iglesia «se rehúsa a considerar a la persona puramente como un “heterosexual” o un “homosexual” y reafirma que cada persona tiene la misma identidad fundamental: ser criatura y, por gracia, hijo de Dios, heredero de la vida eterna».

 

Expresiones como «homosexual» y «gay» parecen reivindicar en las personas una identidad particular basada en sus atracciones sexuales en vez de la identidad fundamental de las personas como hijos de Dios, identidad que abarca los deseos sexuales del individuo pero que es mucho mayor que estos. Es mucho más fácil caer en el pensamiento erróneo de que, si una persona siente de determinado modo, necesariamente actuará según tales sentimientos. Como hemos visto, hay un plan para el sexo y para el deseo sexual que está orientado por Dios hacia el sexo opuesto; de modo que, actuar sobre la base del deseo hacia el mismo sexo no puede llevar a la verdadera felicidad, que es el resultado previsto para nosotros en el plan divino. La virtud de la castidad requiere que mantengamos los deseos en una perspectiva adecuada y que optemos por obrar solo de una manera que conduzca hacia la santidad y la realización.

La expresión «gay» también tiende a portar una carga política; y declarar una «identidad gay» puede hacer que la persona se vea arrastrada hacia el «activismo gay», que es parte del discurso civil moderno. Esto es precisamente lo que el papa Francisco comentó en su entrevista después del Día Mundial de la Juventud en el 2013, cuando dijo que «el problema no es tener esta tendencia … el problema está en hacer de esta tendencia un lobby», es decir, una división basada en la orientación sexual.

 

Por estas razones, muchos ministerios y oficinas de la Iglesia Católica toman la opción deliberada de describir a alguien como «persona con atracción hacia el mismo sexo (AMS)». Aunque la expresión pueda parecer engorrosa o clínica, en realidad conlleva el testimonio silencioso pero persistente sobre la realidad perdurable del plan de Dios para cada hombre y cada mujer, y para la humanidad en general. Una «persona con AMS» es, en primer lugar y ante todo, una persona creada por Dios a su imagen y semejanza. Una «persona con AMS» es un hombre o una mujer que ha sido creado con la capacidad de amar y ser amado; y, aunque los deseos sexuales que deberían conducirle al amor matrimonial le conduzcan en otro sentido, su capacidad fundamental y su llamado al amor permanecen. Una «persona con AMS» es una persona que ha sido redimida por Jesucristo; y, con la gracia que viene de Cristo, puede percibir las atracciones hacia el mismo sexo en su contexto adecuado, comprender de dónde provienen y hacia dónde van, y tomar decisiones libres y generosas para seguir el plan de Dios y vivir una vida casta. Una «persona con AMS» afronta sus deseos en tanto discípulo liberado, redimido, llamado y elegido del Señor, libre de amar a Dios y al prójimo generosamente, en imitación de Cristo.

 

La manera en que un hombre o una mujer se describe a sí mismo(a) no solo habla de lo que la persona es, sino también de lo quiere ser. Para el discípulo, esto también le habla de quien él o ella están llamados a ser, creados por Dios y redimidos por la Cruz. Llamarse a uno mismo «persona con atracción hacia el mismo sexo» reconoce el importante rol que la sexualidad desempeña en la vida de uno, a la vez que lo sitúa en el panorama mucho mayor de lo que significa ser una persona humana libre, creada a imagen y semejanza de Dios, y llamada al amor sagrado y dichoso.

El Padre Philip Bochanski es el Director Ejecutivo de Courage International, apostolado Católico Romano que brinda cuidado pastoral a personas con atracción hacia el mismo sexo (AMS) que desean vivir una vida en castidad conforme a las enseñanzas de la Iglesia Católica. Para más información sobre Courage y EnCourage (apostolado que realiza labor pastoral con los familiares de personas con AMS), por favor visita nuestra página: www.CourageRC.org
Este artículo fue originalmente publicado en Catholic Answers bajo el título “‘Gay’ or ‘SSA’? : Why Words Matter” y fue traducido por el equipo de Courage International. Si tienes alguna pregunta, por favor escríbenos a: oficina@couragerc.org

«Hombre con atracción hacia el mismo sexo cuenta historia de redención»

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Hombre con atracción hacia el mismo sexo

cuenta historia de redención

 

«Me resultaba más difícil decirle a la gente que era un «gay» viviendo conforme a las enseñanzas de la Iglesia, que simplemente decirles que era «gay», cuenta Karl Miller, un hombre católico con atracciones hacia el mismo sexo (AMS).

«Perdí amigos».

Miller habló recientemente sobre sus experiencias como un hombre con AMS durante una charla el mes pasado en la parroquia St. Jude en Chalfont. Más de 30 personas asistieron a la presentación que Miller dio como miembro de Courage Internacional, un apostolado para católicos que experimentan atracciones hacia el mismo sexo y que están comprometidos a vivir en castidad.

Fundado en Nueva York en 1980, este apostolado es guiado por sacerdotes capellanes que ofrecen dirección espiritual a los miembros cuando se reúnen para orar, compartir en un espíritu de fraternidad y apoyarse mutuamente. EnCourage, un ministerio afiliado creado en 1990 ofrece apoyo espiritual a padres, esposos y otros seres queridos de personas involucradas en relaciones homosexuales.

Miller comenzó su charla explicando que el apostolado Courage, siguiendo las enseñanzas de la Iglesia, utiliza el término «atraído al mismo sexo» en vez de «gay» o «lesbiana», ya que los individuos no se definen por su comportamiento sexual. «Más bien», señala Miller, «sé que soy un hijo amado de Dios que experimenta atracciones hacia el mismo sexo».

Miller recorrió un largo y doloroso camino antes de convertirse en un conferencista de Courage. Educado en una devota familia católica, sabía que había algo diferente en él cuando sus amigos comenzaron a hablar de chicas y descubrió que no compartía los mismos sentimientos. Aun así, siguió participando activamente en su ministerio e incluso a la edad de 15 años discernía su vocación al sacerdocio.

Sin embargo, tras comenzar a consumir mariguana y alcohol, «la balanza dejó de inclinarse hacia la religión», dijo Miller. Comenzó a faltar a Misa y a frecuentar los clubes nocturnos. Incluso tuvo un encuentro sexual en una tienda de pornografía.

A los 17 años, fue a confesarse y el sacerdote le dijo que debía decidir entre la Iglesia o el ambiente gay. Miller le dio la espalda a la fe y se entregó al «estilo de vida gay». Pero aun cuando lo consideraba «divertido», su consumo de alcohol y drogas escaló.

Como santa Mónica, la madre de Miller oraba constantemente por el regreso de su hijo a la Iglesia. No obstante, la epidemia de SIDA de mediados de los años ochenta, que cobró la vida de varios de sus amigos, solo intensificó su hostilidad hacia la fe.

«¿Dónde está ese Dios bueno y misericordioso del que me hablaron?», pensaba. «¿Cómo pudo matar a mis amigos solo porque les gustaba tener sexo?» Para Miller, tal aparente retribución divina se convirtió en un motivo más para odiar a la Iglesia.

A medida que empeoraron sus adicciones, Miller se vio un poco más abierto a la espiritualidad. Con el paso del tiempo logró dejar las drogas y en 1992 fue a su primera reunión de Alcohólicos Anónimos (AA). Como todos los grupos de apoyo de 12 pasos, AA enfatizaba la necesidad de rendirse ante un «Poder superior» y Miller se esmeró en combinar «todas las creencias de la nueva era que pudo» para definir su propia religión en vez de volver a la fe de su infancia.

Finalmente, comenzó a sentirse nuevamente atraído por la Iglesia, pero dudaba. «Buscaba a Dios, pero no podía aceptar el hecho de que Dios podría estarme buscando a mí», dijo.

Aun así, intentó asistir nuevamente a Misa y luego comenzó a leer el Catecismo de la Iglesia Católica. Finalmente habló con un sacerdote que lo acogió de regreso en la Iglesia y dijo que Miller, como cualquier otra persona, estaba llamado a la castidad, un mensaje que Miller vio como liberador.

Tras unos meses de haber vuelto a la Iglesia, Miller descubrió Courage Internacional, apostolado que le ha ayudado a desarrollar una vida social y parroquial activa. Si bien el matrimonio no es una opción para las personas que experimentan AMS, «las personas con atracciones hacia el mismo sexo aun pueden tener relaciones de gran cercanía que son igualmente satisfactorias», dice Miller, indicando que una vida de servicio y buenas obras es vital para su llamado. «Probablemente nunca me casaré, pero no me siento insatisfecho».

Miller conoce de primera mano el dolor que las personas con AMS sufren, particularmente el sentimiento de no ser amados por Dios y la Iglesia. No obstante, su regreso a la fe le ha permitido ver las enseñanzas de la Iglesia sobre las AMS y la aproximación de la Iglesia a estos hijos suyos, bajo otra luz. Pensando en el trabajo de las Hermanas por la vida y los Frailes franciscanos de la renovación, así como numerosos ministerios de la Iglesia que asisten a quienes sufren de SIDA, Miller dice que las enseñanzas de la Iglesia Católica sobre la AMS han sido malinterpretadas.

«La Iglesia ha perdido la batalla de relaciones públicas en los últimos 20 años», dijo. «Hemos permitidos que otros definan la posición de la Iglesia sobre las AMS, incorrectamente, y ha sido devastador para la Iglesia y para las personas que experimentan AMS».

Ante todo, dice Miller, la compasión genuina hacia quienes experimentan AMS renovará vidas.

«La mía, es una historia de redención», dice. «Siempre deben aproximarse a la persona con AMS con amor. Comiencen el diálogo con amor».


Este artículo fue originalmente publicado en CatholicPhilly.com bajo el título «With Courage, same-sex-attracted man tells redemption story» y fue traducido por el equipo de Courage Internacional.  Si tiene alguna pregunta, puede escribirnos a: oficina@couragerc.org

Orientaciones terminológicas para escuelas católicas

Orientaciones terminológicas para escuelas católicas

 

En Courage creemos que los términos «gay» y «lesbiana» SON un tanto problemáticos en el contexto de la teología y la antropología católicas.  Éstas son algunas de las razones del por qué:

1) Cuando la Iglesia habla de «identidad sexual» y dice que «corresponde a cada uno, hombre y mujer, reconocer y aceptar su identidad sexual» (CIC 2333), se está refiriendo a nuestra identidad objetiva como hijas e hijos de Dios, diseñados para la unión complementaria de los unos con los otros y para la comunión con los demás; no se está refiriendo aquí a la experiencia subjetiva de la atracción al mismo sexo.  Si a un joven que está experimentando atracción hacia el mismo sexo se le alienta a adoptar la denominada identidad «gay» o «lésbica», comenzará a definirse según una visión de identidad sexual diferente a la que enseña la Iglesia.

2) Es muy inapropiado describir a la persona humana con una simple referencia reduccionista basada en sus atracciones sexuales (Carta CDF 1986, Sección 16).  Cuando a las personas se les alienta a identificarse como «gays» o «lesbianas», con frecuencia comienzan a pensar «éste es QUIEN SOY».  Mientras una persona piense de esta manera, se le impide verse como realmente es: una criatura de Dios, racional, con libre albedrío, capaz, mediante la gracia de Dios, de controlar sus deseos sexuales y, en algunos casos, de reducir la atracción hacia el mismo sexo, avanzando así hacia una mayor atracción heterosexual.

3) El uso común de los términos «gay» y «lesbiana» da la impresión de que la condición homosexual es necesariamente fija y permanente.  Existen evidencias científicas y empíricas de lo contrario.

4) Los adolescentes católicos que experimentan atracción hacia el mismo sexo necesitan encontrar un lugar seguro dónde hablar con alguien acerca de sus inquietudes y temores; sin embargo, no es aconsejable un contexto grupal en el cual los jóvenes se identifiquen públicamente como «gays» o «lesbianas».  No hay necesidad de etiquetarse públicamente como alguien que tiene deseos hacia personas del mismo sexo, una condición que bien puede ser transitoria.  Incluso si el grupo fuera privado, eso tampoco sería recomendable.  Los jóvenes que se reúnen específicamente para identificarse como individuos atraídos al mismo sexo, en realidad todavía pueden estar en conflicto sobre su sexualidad e incluso podrían estar luchando por vivir la castidad.

5) Otro efecto común de identificarse como «gay» o «lesbiana» y pensar «este es QUIEN SOY» es la siguiente línea de pensamiento: «Dado que éste es QUIEN SOY, tengo el derecho de encontrar un amante de mi propio sexo con quien pueda expresar mis sentimientos sexuales.  La enseñanza moral de la Iglesia referente a la actividad homosexual no puede ser correcta».

Recomendamos leer detenidamente las respuestas del Padre John Harvey en la edición revisada de Siempre Nuestros Hijos.  El Padre discute extensamente los problemas con los términos «gay» y «lesbiana» dentro de un contexto católico.

Lo ideal sería que los jóvenes católicos que experimentan atracción hacia el mismo sexo tuvieran acceso a terapeutas y sacerdotes católicos que respalden sólidamente las enseñanzas de la Iglesia en relación con la castidad.  Tanto el terapeuta como el sacerdote deben considerar el hecho de que algunas personas tienen el potencial de avanzar hacia la atracción heterosexual, aunque una persona con atracción hacia el mismo sexo no está obligada a avanzar en esa dirección y tampoco debe ser obligada a ello.  Incluso si ese joven descubre que su atracción al mismo sexo es persistente a medida que transcurre su vida, el terapeuta y el sacerdote deben trabajar juntos para ayudar al joven a encontrar la paz, a medida que crece en castidad interior en unión con Cristo.  Es preferible que las escuelas secundarias católicas faciliten recursos a sus estudiantes, tales como consejeros, sacerdotes y quizás otros modelos confiables adultos que puedan ofrecerles orientación personalizada de una manera privada y confidencial.