Encontrando el mejor método para mi oración
Encontrando el mejor método para mi oración
Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r.*
Cuando deseamos hacer un trabajo que exige una cierta técnica, primero debemos aprender cómo hacerlo para, luego de un tiempo de práctica, adquirir el conocimiento y la destreza para su ejecución. Ahora bien, el aprendizaje de la oración sigue una dinámica similar a la que hemos apenas descrito y no son pocos los cristianos que se empeñan en la vida del espíritu, pero, aun así, encuentran dificultades para rezar.
«La oración es un don de la gracia [pero también] una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo»[1]. Dedicación, determinación y esfuerzo son, entonces, actitudes normales que debemos tener si deseamos cultivar una vida de oración de calidad.
Ciertamente, la oración no puede ser definida como una «actividad», y aunque sea una operación de la interioridad, su esencia es ser un diálogo amoroso entre la persona y Dios, por lo tanto, supera (¡y mucho!), cualquier tipo de actividad meditativa. Pero curiosamente, varios hombres y mujeres de gran sabiduría cristiana identificaron ciertas expresiones de la oración, es decir, modos de comunicación con Dios y crearon métodos para facilitar esta comunicación.
Podemos decir que existen tres grandes expresiones de la oración: la oración vocal, la oración de meditación y la oración de contemplación. Son diferentes maneras de expresar y alimentar la relación con Dios, y si encontramos el modo adecuado a nuestra sensibilidad espiritual, podemos dejar atrás algunas dificultades iniciales y emprender el camino de crecimiento en la vida de oración. Veamos, en líneas generales, las expresiones de la oración y algunos ejemplos.
Es común pensar que la oración vocal es, en sí misma, una manera superficial de orar. Santa Teresa de Jesús, contrariando esta concepción, enseña que toda oración es interior antes que exterior, es mental antes que vocal[2]; así, para algunas personas, rezar el Santo Rosario o la Vía Crucis o el Oficio Divino u otras formas devocionales es un alimento para el espíritu. La palabra proferida a alta voz unida a una actitud silente y meditativa del significado de las oraciones favorece que la oración vocal integre muy bien el espíritu y el cuerpo.
Siguiendo con las enseñanzas de Santa Teresa, decimos que el «aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho»[3]. Pero, una de las expresiones más comunes de oración es la meditación. Es un tipo de oración donde interviene el «pensamiento, la imaginación, la emoción y el deseo. Esta movilización es necesaria para profundizar en las convicciones de fe, suscitar la conversión del corazón y fortalecer la voluntad de seguir a Cristo»[4]. La meditación, no está demás insistir, no es una introspección que busca el encuentro con el propio yo, sino que la meditación de la Palabra de Dios tiene por objetivo ayudar a conocerlo más, conocer su modo de actuar y así abrirse a Él en el amor. Existen varios métodos de oración meditativa: la Lectio divina, el método ignaciano, el de San Sulpicio u otros métodos desarrollados por los diversos maestros de la espiritualidad cristiana. Naturalmente, es posible meditar la Palabra leyéndola pausadamente y reflexionando libremente en su significado para la vida.
¡Contemplar es solamente estar con el Amado del alma! (cf. Ct,1,7) Generalmente cuando nuestra oración adquiere un carácter más contemplativo significa que Dios está cambiando su modo de relacionarse con nosotros. San Juan de la Cruz dice que cuando la persona está habituada «a las cosas del espíritu en alguna manera, con alguna fortaleza y constancia, luego comienza Dios, como dicen, a destetar el alma y ponerla en estado de contemplación»[5]. Si en la meditación las facultades humanas intervenían en modo más protagónico, en la contemplación, ellas están, por decirlo de alguna forma, en un estado de mayor pasividad. El Catecismo de la Iglesia Católica, resume la esencia de la oración contemplativa con una famosa frase del Santo Cura de Ars: «Yo le miro y él me mira»[6]. Ahora bien, no caigamos en error de pensar en la contemplación como una especie de cumbre a la que se llega después de mucho entrenamiento. La oración es, ante todo, un don de Dios y, como agente principal de la oración, es Él quien revela el mejor camino para llevarnos a la Unión de Amor.
Los métodos son herramientas y como tales no son imprescindibles, podemos no usar ningún método y, aun así, tener un encuentro íntimo con Dios, lo importante es que encontremos el modo por el cual, de acuerdo a nuestro carácter y sensibilidad, podemos escuchar mejor a Dios. Para ello, la orientación de un director(a) espiritual experimentado(a) o de un buen confesor puede ser una valiosa ayuda.
* Licia Pereira es laica consagrada y en estos momentos reside en Brasil con su comunidad.
[1] Catecismo de la Iglesia Católica, 2725.
[2] Santa Teresa de Jesús, Camino de perfección, 25,3.
[3] Santa Teresa de Jesús, Fundaciones, V, 2.
[4] Catecismo de la Iglesia Católica, 2708.
[5] San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, C3, 32.
[6] Catecismo de la Iglesia Católica, 2715.