«Yo fui una mujer transgénero»
Author: Walt Heyer
Published: 1 de Abril de 2015
Yo fui una mujer transgénero
El alivio que proporcionaron la cirugía y la vida como mujer fueron solo temporales. Escondido bajo el maquillaje y la ropa femenina estaba el niño herido por un trauma infantil; y se estaba dando a conocer.
Fue una escena crucial. La madre estaba cepillando el pelo largo de un niño, el niño giró lentamente la cabeza para mirarla y, con voz vacilante, le preguntó: «¿Me amarías si fuera un niño?». La mamá estaba criando a su hijo como para convertirlo en una «niña-trans».
En esa fracción de segundo, me transporté a mi infancia. Recordé a mi abuela supervisándome, guiándome, vistiéndome con un vestido morado de chifón. El niño de ese brillante documental sobre padres que criaban «hijos-trans» se atrevió a hacer una pregunta que yo siempre había querido hacer. ¿Por qué ella no me amaba como yo era?
Ese niño y su pregunta me capturaron. ¿Dentro de sesenta años cómo serán los niños trans del 2015? Los documentales y los reportajes noticiosos solo nos brindan una imagen instantánea en el tiempo. Están editados para idealizar y romantizar la noción del cambio de género y para convencernos de que los progenitores iluminados deben ayudar a sus hijos a realizar sus sueños de ser del sexo opuesto.
Quiero contarles mi historia. Quiero que tengan la oportunidad de ver la vida de un niño-trans no como se cuenta en un trabajado especial de televisión, sino a través de más de siete décadas de vida, con toda su confusión, dolor y redención.
El «chico–trans»
No fue mi madre, sino mi abuela, quien me vestía con un vestido de chifón morado, que había hecho para mí. Ese vestido puso en marcha una vida llena de disforia de género, abuso sexual, abuso de alcohol y drogas y, finalmente, una innecesaria cirugía de reasignación de género. Mi vida fue desgarrada por un adulto de confianza que disfrutaba vistiéndome de niña.
Mi mamá y mi papá no tenían idea de que cuando dejaban a su hijo por un fin de semana en casa de la abuela, ella en secreto lo vestía con ropa de niña. Mi abuela me decía que era nuestro secretito. Mi abuela se reservaba cualquier expresión que me reafirmara como niño, pero me prodigaba elogios encantadores cuando estaba vestido de niña. Sus elogios me llenaban de euforia, pero luego me sobrevenían la depresión e inseguridad por el hecho de ser un niño. Sus acciones sembraron en mí la idea de haber nacido en el cuerpo equivocado. Ella nutrió y alentó esa idea, que con el tiempo adquirió vida propia.
Me acostumbré tanto a usar el vestido morado en casa de la abuela que, sin decírselo, me lo llevé a casa para secretamente poder usarlo allí también. Lo escondí en el fondo de un cajón de mi cómoda. Cuando mi mamá lo encontró, estalló una explosión de gritos y alaridos entre mi mamá y mi papá. Mi padre estaba aterrorizado de que su hijo no estuviera desarrollándose como hombre, por lo que redobló su disciplina. Sentí que me trataban de forma diferente, ya que, a mi modo de ver, mi hermano mayor no recibía el mismo castigo de mano dura que yo. La injusticia me dolía más que cualquier otra cosa.
Por fortuna, mis padres decidieron que nunca más se me permitiría ir a la casa de la abuela sin ellos. No sabían que yo tenía miedo de ver a la abuela porque había expuesto su secreto.
La influencia del tío Fred
Mi peor pesadilla se hizo realidad cuando el hermano adoptivo de mi papá y mucho menor que él, el tío Fred, descubrió el secreto del vestido y comenzó a burlarse de mí. Él me bajaba los pantalones, se burlaba y hacía escarnio de mí. Con solo nueve años de edad, yo no podía defenderme suficientemente, así que recurrí a comer como una forma de lidiar con la ansiedad. Las burlas de Fred hicieron que una comida de seis emparedados de atún y un litro de leche se convirtiera en mi manera de suprimir el dolor.
Un día, el tío Fred me llevó en su automóvil por un camino de tierra, hacia lo alto de una colina más allá de mi casa e intentó sacarme toda la ropa. Aterrorizado por lo que podría pasar, escapé, corrí a casa y se lo conté a mi madre. Ella me miró acusadoramente y dijo: «Eres un mentiroso. Fred nunca haría eso». Cuando mi padre llegó a casa, ella le contó lo que yo había dicho, y él fue a hablar con Fred. Pero Fred no le dio importancia a la historia y la encaró como si fuera un cuento chino; y mi padre le creyó a él en vez de a mí. Sentí que de nada me valdría contarle a la gente lo que Fred estaba haciendo, así que desde ese momento mantuve en silencio sus continuos abusos.
Yo iba a la escuela vestido como niño, pero en mi mente seguía ese vestido morado. Me podía ver a mí mismo llevando el vestido, parado frente al espejo de la casa de mi abuela. Era pequeño, pero participaba y destacaba en fútbol americano, atletismo y otros deportes. Mi forma de lidiar con mi confusión de género fue trabajar duro en todo lo que hiciera. Cortaba el césped, repartía periódicos y trabajé en una gasolinera. Tras graduarme de la escuela secundaria, trabajé en un taller automotor, luego tomé clases de diseño para calificar para un trabajo en el sector aeroespacial. En corto tiempo, logré un lugar en el proyecto de la misión espacial Apolo como ingeniero de diseño asociado. Siempre entusiasta por un siguiente desafío, me cambié a una posición de principiante en la industria automotriz y rápidamente ascendí en el escalafón corporativo en una importante empresa de automóviles en los Estados Unidos. Incluso me casé. Lo tenía todo: una carrera prometedora de potencial ilimitado y una magnífica familia.
Pero también tenía un secreto. Después de treintaiséis años, aún no podía superar la persistente sensación de que en realidad yo era mujer. Las semillas sembradas por la abuela desarrollaron raíces profundas. Sin que mi esposa se enterara, comencé a actuar según mi deseo de ser mujer. Me travestía en público y lo disfrutaba. Incluso empecé a tomar hormonas femeninas para afeminar mi apariencia. ¿Quién imaginaría que el deseo de la abuela de mediados de la década de 1940 de tener una nieta llevaría a esto?
Agregar alcohol fue como echar gasolina al fuego; beber aumentaba mi deseo. Mi esposa, al sentirse traicionada por los secretos que le había estado ocultando y harta de mis borracheras sin control, entabló una demanda de divorcio.
Mi vida como mujer
Busqué a un prominente psicólogo de género para una evaluación y rápidamente me aseguró que era obvio que yo sufría de disforia de género. Un cambio de género, me dijo, era la cura. Sintiendo que no tenía nada que perder y emocionado porque finalmente podría lograr el sueño de toda mi vida, a los cuarenta y dos años me sometí a un cambio quirúrgico. Mi nueva identidad como Laura Jensen, mujer, estaba legalmente establecida por mi registro de nacimiento, mi carné de la Seguridad Social y mi licencia de conducir. Ahora yo era una mujer a la vista de todos.
El conflicto de género pareció desvanecerse y, en general, estuve feliz por un tiempo.
Me es difícil describir lo que ocurrió después. El alivio proporcionado por la cirugía y mi vida como mujer fueron solo temporales. Escondido bajo el maquillaje y la ropa femenina estaba el niño pequeño que cargaba las heridas de los hechos traumáticos de su infancia, y se estaba dando a conocer. Ser mujer resultó solo un encubrimiento, no una curación.
Yo sabía que no era una mujer real, sin importar lo que dijeran mis documentos de identificación. Había tomado medidas extremas para resolver mi conflicto de género, pero cambiar los géneros no había funcionado. Obviamente fue una mascarada. Sentí que me habían mentido. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Cómo me convertí en una falsa mujer? Fui a otra psicóloga de género y ella me aseguró que estaría bien, que solo hacía falta darle un poco más de tiempo a mi nueva identidad como Laura. Yo tenía un pasado, una vida golpeada y rota, que mi vida como Laura no logró ahuyentar ni resolver. Sintiéndome perdido y deprimido, bebía mucho y llegué a pensar en suicidarme.
A los tres años de vida como Laura, mi excesivo consumo de alcohol me hizo tocar fondo nuevamente. En mi punto más bajo, en vez de suicidarme, busqué ayuda en un grupo de alcohólicos en recuperación. Mi patrocinador, una mano amiga de respaldo y responsabilidad, me guió en cómo vivir la vida libre del alcohol.
La sobriedad fue el primero de varios momentos claves en mi vida transgénero.
Como Laura, ingresé en un programa universitario de dos años para estudiar la psicología del abuso de sustancias y de alcohol. Logré calificaciones más altas que mis compañeros de clase, muchos de los cuales tenían doctorados. Aun así, luché contra mi identidad de género. Todo era tan desconcertante. ¿Para qué se cambiaría uno de género, si no era para resolver el conflicto? Tras ocho años de vivir como mujer, no tenía paz duradera. Mi confusión de género solo parecía empeorar.
Durante mi pasantía en un hospital psiquiátrico, trabajé con un médico en una unidad de encierro. Después de algunas observaciones, me llevó aparte y me dijo que yo mostraba señales de sufrir un trastorno disociativo. ¿Tenía razón? ¿Había él hallado la llave que desbloquearía una infancia perdida? En vez de ir a psicólogos activistas del cambio de género como el que me había aprobado para la cirugía, busqué las opiniones de varios psicólogos y psiquiatras «comunes» que no trataban todos los trastornos de género como desórdenes transgénero. Estaban de acuerdo: yo encajo en los criterios del trastorno disociativo.
Fue exasperante. Ahora era evidente que había desarrollado un trastorno disociativo en la infancia para escapar del trauma del reiterado travestismo impuesto por mi abuela y el abuso sexual por parte de mi tío. Eso debería haber sido diagnosticado y tratado con psicoterapia. En cambio, el especialista en género nunca tomó en consideración mi difícil infancia, ni mi alcoholismo, solo vio una identidad transgénero. El prescribirme hormonas y cirugía irreversible, fue un salto precipitado. Años después, cuando confronté a ese psicólogo, admitió que no debería haberme aprobado para la cirugía.
Ser un ser completo
Volver a ser un ser completo, como hombre, tras someterme a una innecesaria cirugía de género y vivir legal y socialmente como mujer durante años, no iba a ser fácil. Tuve que reconocer ante mí mismo que recurrir a un especialista en género cuando recién tenía problemas fue un gran error. Tuve que vivir con el hecho real de ya no tener algunas partes de mi cuerpo. No fue posible la restauración completa de mis genitales— la triste consecuencia de tratar con cirugía una enfermedad psicológica. Se requeriría psicoterapia intensiva para resolver el trastorno disociativo que comenzó cuando era un niño.
Pero tenía un sólido cimiento para empezar mi viaje hacia la restauración. Estaba viviendo una vida libre de drogas y de alcohol, y estaba listo para convertirme en el hombre que había estado destinado a ser.
A la edad de cincuenta y seis años, experimenté algo que excedía mis más locos sueños. Me enamoré, me casé y empecé de nuevo a vivir plenamente la vida como hombre. Me tomó más de cincuenta años, pero finalmente pude desenmarañar todo el daño que el vestido morado de chifón me había hecho. Hoy tengo setenta y cuatro años de edad, estoy casado con mi esposa desde hace dieciocho y llevo veintinueve años de vida sobria.
Cambiar de género es una ganancia a corto plazo con un dolor a largo plazo. Entre sus consecuencias están la mortalidad temprana, el arrepentimiento, la enfermedad mental y el suicidio. En vez de alentar a los jóvenes a someterse a una cirugía innecesaria y destructiva, fortalezcámoslos y amémoslos tal como son.
Walt Heyer es autor y orador público apasionado por ayudar a otros que lamentan el cambio de género. A través de su sitio web, SexChangeRegret.com, y su blog, WaltHeyer.com, Heyer genera conciencia en el público sobre la incidencia del arrepentimiento y las trágicas consecuencias que se sufren como resultado. La historia de Heyer se puede leer en forma de novela en Kid Dakota y and The Secret at Grandma’s House y en su autobiografía, A Transgender’s Faith. Otros libros de Heyer son Paper Genders y Gender, Lies and Suicide.
Este artículo fue publicado originalmente en el sitio web The Public Discourse bajo el título “I was a transgender woman”. Fue traducido por el equipo de Courage International. Si tiene alguna pregunta, puede escribirnos a: oficina@couragerc.org