«Una etiqueta que perdura»
Author: Padre Paul Scalia
Published: Junio 2005
Una etiqueta que perdura
Cuando estaba en la escuela secundaria, los estudiantes se catalogaban en varios grupos: los «esnobs», los atletas, las porristas, los «punks», los roqueros, los «fumados», los «nerds», y todos los demás. Prácticamente todos eran asignados a un grupo en particular. Tal asignación no era oficial, sin embargo, tampoco podía cambiarse. Ahora, cuando trabajo en escuelas secundarias, veo que poco ha cambiado. Los grupos aún existen (con solo algunos cuantos cambios terminológicos) y los profesores y directores continúan pronunciándose contra tales etiquetas. Como bien dicen, las etiquetas refuerzan los estereotipos y los prejuicios, nos impiden aceptar a la persona y llegar a conocerla como realmente es.
Sin embargo, existe una diferencia. Si bien, los directivos de las escuelas secundarias advierten a los estudiantes sobre las consecuencias que los estereotipos y las etiquetas traen consigo, existe un grupo de estudiantes al que constantemente alientan cada vez más a aceptar su etiqueta: aquellos que experimentan atracción hacia el mismo sexo. Con la ayuda (y a veces con la presión) de grupos como la Gay-Straight Alliance (Alianza Homosexual-Heterosexual) y la Gay, Lesbian, Straight Education Network (Red para la Educación Gay, Lesbiana y Heterosexual), las escuelas secundarias en los Estados Unidos tienen ahora, de forma regular, organizaciones estudiantiles dedicadas a promover la tolerancia y la aceptación de la homosexualidad. En efecto, la ciudad de Nueva York tiene una escuela –Harvey Milk High School– dedicada por completo a «la juventud gay, lesbiana, transgénero y en proceso de experimentación».
¿Vale la pena señalar que, incluso hasta el día de hoy, los profesores y directivos de las escuelas tenían razón sobre los peligros que conllevan consigo las etiquetas— mas no cuando permiten y animan a que los estudiantes homosexuales sean etiquetados? Como ocurre con la mayoría de los errores, este procede de una cierta verdad y, a menudo, de buenas intenciones. La verdad es que los adolescentes con atracción hacia el mismo sexo tienen una mayor tasa de suicidio y son más propensos al abuso del alcohol y las drogas. Al atribuirle estos problemas a la persecución y al acoso, los nuevos grupos prometen crear una atmósfera segura para que los estudiantes no se vean tentados a seguir conductas autodestructivas.Sin embargo, en la práctica esta estrategia significa mucho más que solo poner un alto a los apodos insultantes. Significa la aprobación de la homosexualidad y, en una nueva modalidad de ofensa o burla, insiste en que los adolescentes que experimenten atracción hacia el mismo sexo «salgan del clóset» y se revelen como homosexuales.
Para comenzar, esta es una falta de sentido común. Tales categorizaciones alimentan la inclinación del adolescente hacia las etiquetas. Los estudiantes de secundaria quieren pertenecer a un grupo, quieren una identidad. Llegar a conocer a otras personas, entenderlas, descifrar quién es uno mismo a la luz de quiénes son los otros… puede ser una tarea difícil. Las etiquetas lo hacen mucho más fácil. Muchos adolescentes se aferran a una identidad durante algún tiempo y más adelante la reconsideran. Por este motivo, los padres de familia y los profesores tradicionalmente se cuidan de encasillar a los estudiantes en ciertas categorías.
Sin embargo, este nuevo enfoque hace precisamente lo opuesto: fomenta el encasillamiento. En vez de simplemente atravesar por las dificultades propias de la adolescencia, un estudiante de primer o de segundo año ahora puede, con respaldo oficial, declararse gay, e instantáneamente adquiere una identidad y un grupo. Ahora sí pertenece, sabe quién es. Queda descartada la posibilidad de que el adolescente pueda estar confundido o incluso equivocado. Por lo general, los adultos muestran una sana reserva frente a los descubrimientos personales de los estudiantes de secundaria: saben que los adolescentes aún están intentando discernir las cosas y reconocen que es parte de su responsabilidad como adultos ayudarlos a sortear las confusiones. Entonces ¿por qué ahora se deja de lado toda este sentido común natural justo en la área más confusa y desconcertante de la sexualidad adolescente?
Por supuesto que las frases son tentadoras, debido a su practicidad y eficacia. Son comunes, están a la mano y facilitan la manera de afrontar este difícil tema. Sin embargo, también identifican a la persona con sus inclinaciones homosexuales. Las frases presuponen que una persona es sus inclinaciones o atracciones: es un «gay», o es un «homosexual». En algún momento, los adultos tendrán que admitir que un adolescente de 15 años que se declara «bisexual transgénero con dudas sobre su identidad», en realidad, está simplemente confundido.
Mientras tanto, el respaldo de las escuelas a todo esto, socava rápidamente la autoridad de los padres en un área especialmente sensible. Mientras que los padres tratan de enseñar algo en casa, la escuela presenta un punto de vista opuesto, ya no solo en el aula, sino también socialmente (lo que puede llegar a tener un mayor impacto durante la secundaria). Y los padres de familia que tienen una mejor manera de manejar las dificultades por las que atraviesa su hijo, verán sus esfuerzos frustrados. En casa se esfuerzan por amar a sus hijos, ayudarlos en sus batallas y enseñarles la verdad coherente sobre la sexualidad humana. Entretanto, en la escuela, los jóvenes reciben la propaganda y el estímulo para argumentar precisamente en contra de lo que sus padres dicen.
Gran parte de esta ingeniería social se basa en la visión de que la homosexualidad es una orientación fija, innata. Los grupos en las escuelas se aferran a esto como si fuese un dogma no abierto a discusión. En uno de los debates presidenciales del año pasado, al preguntarle si pensaba que la homosexualidad era hereditaria o elegida, el presidente Bush, con sabiduría y modestia, respondió que no lo sabía. Con ello mostró estar bastante bien alineado con la comunidad científica, que tampoco logra emitir una respuesta definitiva a esta pregunta. Nunca se ha probado que exista o que haya sido descubierto el supuesto «gen gay». A lo sumo, podemos decir que ciertas personas podrían tener predisposiciones genéticas hacia la homosexualidad, lo cual es bastante distinto a decir que ésta es hereditaria.
Las organizaciones escolares, sin embargo, no tienen escrúpulos en dar por hecho la cuestión. Al insistir en que la homosexualidad es innata, llegan de inmediato a la conclusión de que un adolescente con inclinaciones homosexuales debe necesariamente ser homosexual, gay, lesbiana o transgénero –cualquier etiqueta que le quede.
Y, una vez que la etiqueta ha sido asignada, es terriblemente difícil de retirar. Permanece incluso después que se ha terminado la escuela secundaria y deja al adolescente a merced de los extremos de nuestra cultura. «¿Quién de ustedes, si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O, si le pide un pescado, le da una serpiente?» Cada vez con más frecuencia, nuestras escuelas secundarias dan piedras y serpientes a niños hambrientos. Los adolescentes realmente confundidos o ansiosos sobre su sexualidad son aconsejados para que acepten la etiqueta de «homosexual», truncando así su identidad, quizás para el resto de su vida.
Dados los obvios errores de este nuevo enfoque, permanece la interrogante, especialmente para los padres de familia: ¿cómo debería uno responder a los adolescentes que experimentan atracción hacia el mismo sexo? El amor debe estar a la cabeza de toda respuesta. Las organizaciones escolares atraen a los adolescentes precisamente porque aseguran la afirmación y aceptación incondicional de la persona sin importar su «orientación». Aun cuando el recibir tal aceptación y afirmación, en efecto, implica su adhesión a los fines de la ideología gay, los adolescentes siguen percibiéndolo como aceptación y afirmación. Los padres de familia necesitan comprender cuán eficaz resulta esto. El primer punto a dar a conocer, entonces, no es qué es lo incorrecto, sino qué es lo correcto: El niño es amado y es digno de ser amado. Tal amor, más que ninguna otra cosa, infunde en el adolescente la confianza que necesita para luchar contra cualquier realidad, triste o dolorosa, que pueda enfrentar.
Las dificultades surgen cuando el niño insiste en ser aceptado y amado no como persona, sino como «gay», «homosexual» u «otro» –cuando desea ser amado según la etiqueta. Y nuestra cultura cede voluntariamente ante estas etiquetas por la misma razón que las usábamos en la escuela secundaria: Hallamos más fácil interactuar con etiquetas que con personas reales. Claramente, esta situación exige gran paciencia y perseverancia; requiere que los padres insistan constantemente en que no, su hijo no es simplemente la suma de sus atracciones sexuales, que pueden amar a su hijo aun cuando rechazan algunas de sus acciones.
Los adolescentes necesitan escuchar precisamente esto: Las inclinaciones sexuales no determinan la identidad de las personas, ni todo aquél que se autodenomina «homosexual» siente atracciones del mismo tipo o al mismo nivel. Algunos sienten deseos homosexuales fuertes y permanentes; para otros, tales deseos son leves y pasajeros. Meter a todos en el mismo saco por tener la misma orientación o identidad reduce burdamente esta compleja realidad y daña masivamente a las personas que dice ayudar.
Resistirse a la tentación de poner etiquetas nos exige rechazar el vocabulario de la cultura [actual] y adoptar términos más precisos. En el uso popular, las palabras «gay» y «lesbiana» implican una orientación fija, así como un cierto estilo de vida. Incluso la expresión «persona homosexual», usada en algunos documentos del Vaticano, sugiere que las inclinaciones homosexuales de algún modo determinan, es decir, limitan la identidad de la persona.
Admitamos que no siempre tenemos las frases precisas en la punta de la lengua. Pero, lo que se pierda en eficiencia se ganará en precisión. Expresiones como “atracción hacia el mismo sexo” e “inclinaciones homosexuales” muestran lo que la persona experimenta, sin identificar a la persona con tal clase de atracciones. Ambas frases reconocen tal tipo de atracciones y mantienen la libertad y la dignidad de la persona. Habiendo hecho esta distinción esencial, los padres pueden oponerse de mejor manera a las atracciones sin rechazar al hijo. Y, a medida que el niño madure, no hallará su identidad confinada a su sexualidad.
Más aun, la oposición a las atracciones y acciones homosexuales tiene sentido solo si está enraizada en la verdad plena de la sexualidad humana. Los grupos escolares gay obtienen aprobación y respaldo, en parte porque la concupiscencia heterosexual (la contracepción, la masturbación, el sexo premarital, el adulterio y todo lo demás) ha afectado a muchas personas. La deliberada separación que nuestra cultura hace del sexo y la procreación ha destruido nuestra capacidad de articular una explicación coherente de la ética sexual. Los padres de familia y los educadores han dañado las herramientas que les permitirían explicar por qué la actividad homosexual es incorrecta.
El entendimiento de la verdad plena de la sexualidad humana genera una valoración de la pureza. Por supuesto que todos los jóvenes necesitan esforzarse por esta virtud, pero la pureza tiene mayor significado para aquellos que experimentan atracción hacia el mismo sexo. Nada confirmará una supuesta identidad «gay» más rápida y sólidamente, que las acciones homosexuales. Tras un encuentro homosexual, el adolescente puede, o admitir el error de sus acciones y arrepentirse, o identificarse fuertemente con sus actos buscando una manera de justificarlos.
A medida que la promiscuidad sexual aumenta en nuestra cultura, hallaremos más adolescentes confundidos sobre su sexualidad y que incluso podrían quizás estar experimentando atracción hacia el mismo sexo. La salida fácil es disolver la tensión, aprobando la homosexualidad e incluso alentándola. Pero el acto más caritativo que podemos hacer por esos jóvenes es amarlos como imágenes de Dios que son, enseñándoles la verdad sobre la sexualidad humana, permitiéndoles vivirla. Hacer menos que esto sería como dar piedras a nuestros hijos cuando piden pan.
Paul Scalia es sacerdote de la Diócesis de Arlington, Virginia, y capellán del Capítulo de Courage en Arlington. Este artículo fue originalmente publicado en First Things bajo el título “A Label that Sticks”, y fue traducido por el equipo de Courage International. Si tiene alguna pregunta, puede escribirnos a: oficina@couragerc.org