Testimonio de Cristiano
Testimonio de Cristiano
«Cantaré eternamente la misericordia del Señor, publicaré tu lealtad por todas las edades» (Sl 89, 2).
Hablar de mí mismo siempre es un desafío. Confieso que no me gusta aventurarme en el camino de mi pasado y en el depósito de recuerdos que se han acumulado dentro de mí. Decidí hacerlo motivado por el deseo de estimular a otros hermanos que experimentan lo mismo que yo a tener valor y coraje para aceptar el desafío de la vida casta.
Mi niñez – Como todas las historias humanas, la mía empieza con mi nacimiento hace unos 30 años. Contexto de las agitaciones populares en Brasil: fin de la dictadura militar, el movimiento «Diretas já» (¡elecciones directas ahora!), elección y muerte de Tancredo Neves, gobierno de Sarney, etc. En ese caldo de eventos que la historia brasileña llama «Redemocratización», yo nací.
Mis padres me dicen que soy el resultado de un milagro. Mi madre, en su adolescencia, recibió un diagnóstico médico de que no podía tener hijos, pero gracias a la oración, la confianza en Dios y la insistencia de mis padres, nací. Mis padres, mis abuelos y tíos siempre decían que todos me deseaban mucho. Al mismo tiempo, recibía una clara desaprobación de ellos por no corresponder a sus expectativas acerca de mí. Querían que yo fuera el niño típico brasileño: que jugase algún deporte y tuviese interés en las diversiones de niños pero yo no tenía ningún interés en eso, ni en los deportes.
Por lo que recuerdo, en mi niñez, era un chico muy tímido, retraído, callado y extremadamente cerrado en mí mismo. No tenía amigos, no deseaba hacerlos. Las pocas veces que me aventuré a tratar de hacer amigos, me acosaron violentamente. En todos los ambientes donde estuve –en la calle donde vivía, las escuelas donde estudié, la parroquia a la que asistía– mi interacción social estuvo impregnada de un constante acoso violento –insultos (maricón, joto, puto, etc.), bullying, humillaciones y episodios de agresión física.
Mi familia siempre ha sido católica practicante: íbamos a misa los domingos y en las fiestas de guardar y mis padres estaban activos en la vida de la parroquia cerca de mi hogar. Así conocí a Dios desde una edad temprana y, aún sin entenderlo mucho, traté de acercarme a Él porque sentí que debía sentir algo de simpatía por mí, ya que Él era la única persona a mi alrededor que no mostraba desaprobación ni desprecio por mí. Anhelaba el día en que Dios me sacaría del infierno que era mi vida entonces. ¡Mi niñez fue muy triste!
No puedo pensar en mi niñez sin recordar la canción “Nobody knows the trouble I’ve seen” (nadie sabe los problemas que he visto) de Louis Armstrong, me parece que es la banda sonora de ese tiempo de mi vida.
Mi adolescencia – En los años escolares de mi adolescencia, yo aún era motivo de burla para los chicos y chicas: en el vecindario y en el colegio. De este período, guardo los peores recuerdos de humillación, bullying, burlas e incluso episodios de agresión física.
Sin embargo, hubo un evento que marcó por completo mi experiencia adolescente. Un nuevo vecino se mudó a la calle que yo vivía y se hizo amigo mío. Éramos buenos amigos, hablábamos mucho, éramos como hermanos. Por primera vez me sentí valorado por alguien que no me hostigaba. Pero esta amistad duró poco tiempo, ya que se mudó un año y medio después. Mi vida volvió al estado habitual de hostilidad en mi entorno. Poco después comencé a trabajar. En el trabajo, también encontré un entorno similar a los anteriores, pero seguí la vida.
Tiempo de la universidad y descubrimiento de AMS – Ingresé en la universidad unos años después de comenzar a trabajar. Al mismo tiempo de mi ingreso a la universidad, empecé a percibir que no solamente las chicas me atraían, sino también los chicos, o sea, tenía atracción al mismo sexo (AMS).
No tenía una conciencia clara de la AMS y quería vivir como sino existiese. La ignoré. Viví el descubrimiento de la AMS en silencio. Le preguntaba a Dios: ¿por qué yo? Me sentía un fracasado, no me sentía suficientemente hombre. Me daba vergüenza tener AMS, no quería admitirlo. Nada estaba muy claro, porque al mismo tiempo estaba enamorado de una chica de una comunidad de laicos consagrados al cual me uní, e incluso sentía atracción sexual por ella. No había una relación de confianza con mi familia y no podía hablar con ellos al respecto por temor a recibir más desaprobación como ya la había recibido antes.
Había leído en un libro del padre Daniel-Ange titulado «Creados para amar» (en portugués, «Tu cuerpo hecho para el amor») el drama de algunos hombres y mujeres jóvenes que experimentaron lo mismo que yo. Este libro se convirtió en mi compañero. En tiempos de mayor dificultad, leía y releía estos testimonios, era como si estas personas me hablaran. Volvía a leer los consejos del padre Daniel-Ange que me nutría de esperanza para ponerlos en práctica. Quería vivir lo que la Iglesia enseñaba, es decir, en castidad, como lo exhortaba el sacerdote en el libro, pero no sabía cómo realizar esta tarea solo.
SoGo «Sodoma y Gomorra» – En el periodo que estuve en la universidad mis ojos se abrieron hacia unos abismos nunca antes conocidos, ni imaginados. Experiencias que nunca imaginé que existían se desarrollaron ante mis ojos causándome horror. Conocí prácticas que inicialmente me causaban repulsión, luego curiosidad, finalmente adhesión. Comencé a tener sed de nuevas experiencias y de transgresión.
Llevaba conmigo una profunda baja autoestima, lo que me estimuló a salir a buscar aprobación y aceptación social. Creía que la forma de resolver esto era encontrar una pareja y ser querido con amistades que me reafirmarían. Inicialmente, el camino que tomé para deshacerme de la carencia afectiva era la masturbación, la pornografía y vivir con amistades gays y lesbianas. Estas cosas aliviaban el estrés de mis conflictos internos y aliviaban un poco esta carga. El problema es que estas adicciones me llevaron a abismos más profundos y oscuros que lo «aceptable» y no me tomó mucho tiempo para entregarme a la promiscuidad a través de encuentros ocasionales para tener sexo anónimo con otros hombres. Pronto me vi atrapado en una dependencia crónica al porno gay, masturbación y la aceptación que obtenía a través del sexo anónimo y de relaciones fugaces con otros hombres.
Al leer una conocida novela gay brasileña llamada «O terceiro travesseiro» («La tercera almohada»), la idea de encontrar un príncipe encantado que también fuera al mismo tiempo un amigo leal y comprensivo creció peligrosamente en mi corazón. Y agregué a los vicios la búsqueda desenfrenada de una pareja que encajara con mis ideales románticos.
¿Es eso amor? – Como siempre fui un tipo tímido, salí en búsqueda de un novio en los chat de relaciones y tuve un sin número de experiencias frustrantes. Sin embargo, un día conocí a un chico con edad cercana a la mía, que tenía gustos e intereses similares y cumplía con mis ideales románticos a pesar de ser yo cristiano y él, judío. Se llamaba Tiago.
Junto a él me sentía comprendido, apreciado, amado, algo que nunca antes había sentido, ni siquiera en mi grupo de amigos gays. Tiago me hizo sentir hermoso, fuerte, seguro. Toda mi vida me sentía como un patito feo, con él me sentí el protagonista de mi propia vida. Creí que estaba experimentando lo que Saint-Exupéry dijo en « El Principito» por medio del diálogo del zorro con el principito: «Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad». Me pregunté, como en aquella canción de Whitesnake, «Is this love» («¿es esto amor?») si lo que estaba viviendo era amor o estaba soñando.
Sin embargo, a pesar de esta experiencia extremadamente satisfactoria, ocasionalmente era atravesado por crisis de conciencia que hacían que nuestra relación sufriera idas y venidas porque yo no tenía paz interior ni alegría. Durante aproximadamente 2 (dos) años, las cosas fueron así: tuvimos una relación secreta con idas y venidas de mi parte, de modo que en un cierto momento comencé a cuestionarme seriamente sobre esta relación. Tiago era un buen amigo y buen amante, compañero, inteligente, culto, paciente, cariñoso, divertido, pero esa relación no le daba paz a mi corazón.
A partir de entonces, poco a poco, la gracia de Dios ha llegado nuevamente a mí y una lucha ha estallado dentro de mí. Pero las cosas han sucedido de tal modo que puedo decir como el profeta Jeremías: «Tú me has seducido, Señor, y yo me he dejado seducir; has sido más fuerte que yo, prevaleciste» (Jr 20,7). Sopesando los pros y los contras de mi relación y de la propuesta de una vida casta con Dios, no sin mucha dificultad, me decidí por Dios. ¡Fue la decisión más difícil de mi vida!
Una vez decidido, me encontré con Tiago y estaba decidido a poner fin a la relación. Después de una conversación dolorosa y difícil para los dos, ya que nos gustábamos sinceramente, le dije en medio de las lágrimas contenidas en ambos lados, que no podíamos continuar la relación, mucho menos hacerla oficial como él deseaba, porque me había decidido por Jesucristo y por la vida casta según las enseñanzas de la Iglesia católica. Y fue así que terminamos la relación.
Courage: El Señor me dio hermanos – Los años de 2009/ 2010 fueron el punto de inflexión en mi vida. En el grupo de amigos gays del que formaba parte, a pesar de ser acogido y aceptado, no me sentía satisfecho, ni con ellos ni con ningún novio, y nunca se lo oculté a algunos de ellos. Un día, uno de estos amigos conoció a un sacerdote y le dijo al sacerdote que había un chico católico entre sus amigos que no estaba satisfecho con su vida, ese chico era yo. Me pusieron en contacto con este sacerdote y pude desahogar toda mi angustia. El sacerdote, como buen pastor, me presentó a Courage Latino. Leí el contenido del sitio web con avidez y me dije: ¡esto es lo que estaba buscando! Pero vi que Courage solo estaba en México y me desalenté.
Sin embargo, la Providencia Divina fue encaminando las cosas y luego conocí a Matias que ya estaba en contacto con el padre Buenaventura, coordinador de Courage Latino que vivía en México, y ya tenía la intención de traer el apostolado Courage a Brasil. Nos embarcamos juntos en esta aventura, organizando un blog y brindando un correo electrónico para conocer a más personas que enfrentaron el mismo desafío que nosotros.
El 2 de Noviembre del 2011, Día de los Difuntos, dimos el paso de morir a la vieja vida y renacer a una nueva vida en Cristo siguiendo el camino iniciado por el Padre John Harvey casi 30 años antes en los EEUU: el desafío de vivir castamente según la enseñanza de la Iglesia a través de las 5 metas y los 12 pasos, la búsqueda de amistades castas y saludables, la hermandad entre hermanos. Tuvimos, en la ciudad de São Paulo, la primera reunión del primer capítulo de Courage en Brasil.
Desde entonces, soy miembro del capítulo de Courage en São Paulo y percibí que el Señor me dio hermanos para compartir la vida de acuerdo a las enseñanzas del Evangelio que la Iglesia ha estado predicando durante más de 2000 años.
10 años después – Los casi diez años que siguieron a mi descubrimiento de Courage han sido una aventura divina. No quiero engañar a nadie: no quiero decir que ya he logrado la castidad, pero sigo persiguiéndola. Aunque eventualmente pueda caer en la tentación y, a veces, luchar con la tentación de renunciar a todo, diariamente renuevo mi decisión de «tomar la cruz cada día» (Lc 9,23) y seguir a Cristo. Todas las heridas que llevo todavía están aquí y sus efectos aún se manifiestan de vez en cuando, sin embargo, sé que si me caigo puedo levantarme y seguir adelante porque tengo hermanos que me ayudan, ¡no estoy solo! Para mí, esto es liberador.
He descubierto que reconocer mi propia incapacidad, la práctica de la oración, la lectura de buenos libros, la meditación, la confesión y comunión frecuentes y el servicio a los demás me capacitan a vivir como un verdadero hijo de Dios. En el camino que voy recorriendo, crezco en autoconocimiento y en conocimiento de Dios. Aprendo que debo estar atento a mí mismo y a la manera como trato con los demás. También aprendo que Dios usa mis sufrimientos para purificarme, para atraerme hacia Sí y ganar intimidad conmigo. Crece en mí día a día la convicción de que solo la vida casta es buena y me traerá verdadera felicidad.
Cada día quiero aprender más a vivir como un hijo amado de Dios, dejando que Cristo crucificado perdone misericordiosamente mis tonterías y vivir junto a mis dolores y perturbaciones.
Espero que mi testimonio sea útil para mostrarte a ti que me lees, que ¡No estás solo! No tenemos que guardar todo esto que nos hace sufrir solo para nosotros mismos, porque “no es bueno para el hombre estar solo” (Gn 2,18). Dios nos hizo para vivir como hermanos porque “el hermano ayudado por su hermano es fuerte como una ciudadela” (Prov 18, 19). ¡En esto estamos juntos!