«Sé que cuando los padres se ponen de rodillas, los hijos se levantan»- Testimonio de Jorge, miembro de Courage en Toledo, España


 

«Sé que cuando los padres se ponen de rodillas, los hijos se levantan»
Testimonio de Jorge, miembro de Courage en Toledo, España

 

Primero quiero agradecer a Dios la oportunidad que me brinda a través de Courage de poder contaros como a Él nadie le gana en generosidad y misericordia.

Me llamo Jorge y tengo 51 años. Nací en una familia católica siendo el cuarto hermano de cinco hijos y de mi niñez solo tengo recuerdos de felicidad siendo bendecido por unos padres que me transmitieron la fe.

Al llegar a la adolescencia empecé a sentir un rechazo hacia mi padre a quien no puedo reprochar nada, pero en esa época no supe entender que mi padre dedicase tanto tiempo a trabajar y se centrase en el hijo que más le necesitaba. Mi padre puso toda su energía en mi hermano mayor, quien desde niño había sido mal estudiante y en su juventud había caído en el mundo de las drogas. Esto hizo que mi padre se volcase en mi hermano y yo pensé que mi padre no me quería.

A los 18 años me enamoré de una chica que fue mi novia durante dos años, sin embargo siempre tuve una atracción hacia el mismo sexo y cuando mi novia me dejó tuve algunas relaciones sexuales con hombres. Entonces me sentí confundido y acudí a un sacerdote que me hizo sentir muy culpable, por lo que decidí dejar la Iglesia y los sacramentos, y teniendo 23 años empecé a vivir una vida estilo gay.

Al principio todo era novedoso y excitante y Madrid ofrecía noches de diversión. La búsqueda de satisfacción sexual iba acompañada de la necesidad de amar y, sobre todo, de ser amado. Solía buscar parejas en hombres mayores y había épocas en las que tenía encuentros sexuales fugaces y otras en que tenía relaciones largas de alrededor de un año. Pero todas siempre se convertían en relaciones de amistad donde el sexo ya no era atractivo y entonces volvía a buscar otra nueva pareja donde el sexo volviese a ser excitante. Este tipo de vida venía acompañada de un gran consumo de alcohol y una facilidad para mentir a mi familia, a mis amigos, a mis parejas y a mí mismo.

La relación con mi familia era casi inexistente y veía muy poco a mis hermanos, quienes se habían casado e iban teniendo familia. Veía a mis padres algún día entre semana porque, por mi trabajo— soy guía turístico— trabajaba todos los fines de semana. Mi relación con Dios, a raíz de dejar la iglesia, era ya nula y aunque a veces rezaba nunca asistía a misa. La Iglesia no aceptaba mi forma de vida y mi familia no sabía nada sobre cómo vivía así que me sentía un extraño tanto en la iglesia como en mi familia. A eso tenía que añadir el mentir a mi padre cuando me preguntaba si iba a misa contestándole que iba todos los domingos. Dedicaba mucho tiempo a trabajar y a estudiar y esto siempre era la excusa para no ver a mi familia. Mi vida profesional me producía una gran satisfacción y el resto de mi tiempo lo dedicaba a llevar una vida gay.

Así viví hasta los 36 años, cuando dejé mi última pareja con la que llegué a convivir durante tres años y fue a partir de ahí, que entré en una espiral de mucho trabajo y mucha vida nocturna. Profesionalmente estaba en una situación muy buena, trabajaba mucho y ganaba mucho dinero que gastaba en noches de alcohol y sexo.

Ya no me conformaba con tener una pareja sino que buscaba sexo sin compromiso. A partir de entonces y durante tres años llevé una vida altamente promiscua conociendo todo tipo de bares y ambientes nocturnos donde el placer sexual era el único objetivo. Al alcohol se sumaron las drogas y aunque nunca llegué a estar totalmente enganchado, su uso hacía que las prácticas sexuales fuesen más peligrosas. Hoy sé que no tengo SIDA porque la misericordia de Dios fue más grande que mi pecado.

Yo era un alma rota viviendo un estilo de vida totalmente vacío que te endurece el corazón y del cual no se puede salir a no ser que te encuentres con Dios.

En julio del 2009 estando de vacaciones en Ibiza ingresaron a mi padre en el hospital con lo que regresé a Madrid. Mis hermanos y mi madre nos turnábamos para estar con él y estando mi madre, mi hermana y yo junto a su cama mi padre poco a poco se fue apagando y murió en silencio, tenía 76 años. La muerte de mi padre me produjo un impacto brutal y me dejó totalmente en estado de desconcierto. Me preguntaba a mí mismo ¿esto es la vida? ¿esto es todo? ¿hoy estoy en Ibiza de copas y en unos días aparece la muerte inesperada y se lleva a mi padre? . Yo ya había vivido la tristeza de la muerte de otros seres queridos, especialmente las de mis dos abuelas con las que había tenido una relación muy especial pero no me habían afectado tanto. La muerte de mi padre era diferente y ahí empecé a darme cuenta de cuánto me había querido y que buen padre había sido. Inicié un camino de búsqueda de explicación de entender la muerte pero mi vida no cambió sustancialmente y seguí viviendo exactamente igual.

Sé que la intercesión de mi padre desde el cielo produjo tres acontecimientos, que cuento a continuación, que hizo que yo volviese a encontrarme con Dios.

El primero es que en el segundo aniversario de la muerte de mi padre, mi madre organizó una misa pero yo me negué a asistir, poniendo como excusa que trabajaba, aunque en realidad tenía una cita con un chico que había conocido por internet. No sé porqué quedamos enfrente de una iglesia, y como llegué muy pronto y como me sentía muy culpable por haber mentido entré en la iglesia y recé un Padrenuestro por el alma de mi padre. Salí y esperé a mi cita. Conocí a Eduardo en la puerta de la iglesia y nos sentamos en una terraza. A mi me parecía un hombre muy atractivo y me gustó desde el primer momento, lo que no me podía imaginar es que cuando empezamos a hablar, él me empezó a hablar de Dios. Fue entonces cuando me contó que tenía un grupo de amigos cristianos que como él tenían atracción al mismo sexo. Nunca tuve una relación sexual con él pero nos hicimos amigos. Tres días después conocí a este grupo de hombres homosexuales cristianos en los que había una gran diversidad. A mí me pareció increíble ver que algunos rezaban e iban a misa a pesar de ser homosexuales porque yo estaba convencido de que siendo homosexual no podías pertenecer a la iglesia. Así que unos días después salimos de copas y estando en un bar y con un gin tonic en la mano uno de ellos llamado Rafa me dijo estas palabras, «Jorge, Dios te ama un montonazo». A mí me impresionó tanto que me quedé en silencio y cuando nos fuimos de camino a casa empecé a repetirme esta frase y empecé a sentir una gran alegría y una gran paz que no sentía desde que era niño. Dios me ama a pesar de todo, a Dios no le importa lo que soy y como vivo porque su Amor es más grande que mi pecado. Al día siguiente me levanté con una felicidad inmensa que no puedo explicar y sentí que me había quitado un gran peso de encima. Yo trabajaba ese domingo pero «casualmente» se canceló el grupo a última hora y entonces salí a la calle, busqué una iglesia, entré y me confesé.

Tras más de 20 años sin hacerlo y estar tan alejado de Dios, descubrí la verdadera felicidad y que fue plena cuando comulgué y empecé a hacerlo diariamente.

Fue una conversión radical de vida, dejé los bares de sexo y las noches de alcohol y cambié de amistades, empezando a frecuentar ambientes cristianos. Empecé a visitar más a mi madre que tras haberse quedado viuda estaba más sola y empecé a ver más a mis hermanos y a finales del verano quedamos para vernos y ocurrió el segundo acontecimiento.

Celebramos una comida familiar pero antes fuimos a misa y yo comulgué, lo que hizo que mi hermano mayor al acabar la misa me dijese que papá desde el cielo estaría muy

contento de verme comulgar. Yo me quedé sorprendido y le pregunté qué porque decía eso, y entonces me contó que hacía unos días había descubierto un libro de notas donde mi padre escribía en sus reflexiones la siguiente frase: “No descansaré hasta que mi hijo vuelva a la iglesia”.

El tercer acontecimiento que demuestra que mi conversión procede de las oraciones de mi padre fue cuando mi amigo Eduardo me convenció para que le acompañase a hacer un voluntariado con enfermos terminales de SIDA en un centro de las Misioneras de la Caridad, las hermanas de la Madre Teresa de Calcuta. Durante dos años lo estuve haciendo y mi sorpresa fue que un día conocí a una voluntaria que conocía a mi padre porque años atrás había sido voluntario en el mismo centro. En Madrid hay cientos de centros para hacer voluntariados ¿quién sino Dios hizo que lo hiciese en el mismo sitio?

Pasado el tiempo y hablando con mi madre me contó que ellos sabían perfectamente que yo no iba a misa y que estaba muy alejado de Dios y que rezaban mucho por mí. Sé que mi padre rezó muchísimo por mí y desde el cielo lo sigue haciendo. Sé que cuando los padres se ponen de rodillas los hijos se levantan. La misericordia de Dios es infinita y siempre escucha las oraciones de los padres.

Decidí ofrecer un año de castidad en reparación de mis pecados y así lo hice, pero pasado ese año pensé que no había ninguna razón para seguir viviendo en castidad.

Conocí a Pedro con quien tuve una relación sana, sin drogas, ni alcohol, pero como todas mis relaciones acabó al cabo de un año y luego tuve otra en la que ocurrió exactamente lo mismo. Llegados a este punto poco a poco me fui dando cuenta que si Cristo me amó tanto como para clavarse en una Cruz por mí, yo también quería amarle incondicionalmente y empecé a descubrir el valor de la Cruz y la entrega a los demás.

Con Pedro inicié una amistad casta y al poco tiempo por motivos económicos él alquiló su casa y le invité a vivir a la mía. Esta amistad se convierte en un regalo de Dios viviendo como dos hermanos. A esto se añade que mi madre desarrolla Alzheimer y me la llevé a casa donde vivimos los tres. De vivir una vida individualista basada en buscarme a mí mismo, me encontré viviendo con mi madre y con un amigo. La cruz de ver el deterioro de mi madre fue llevadera con la ayuda de Pedro y la unión con cada uno de mis hermanos lo que ha hecho que volvamos a ser una familia unida. De las cruces aceptadas Dios siempre da el ciento por uno.

Desde hace tres años vivo en castidad y hace tres meses conocí el apostolado Courage a través de mi amigo Luis. El capítulo de Courage me ha proporcionado un estado de libertad a diferencia de las esclavitudes a donde el sexo me llevó. La práctica de los sacramentos y la dirección espiritual me ha proporcionado una felicidad inmensa y me abre un camino a seguir conociendo a Cristo quien me salvó de una vida vacía.

La fraternidad y la amistad en los otros miembros del capítulo abren una etapa nueva en mi vida donde las amistades castas no solo son posibles sino necesarias. El verdadero encuentro con Cristo ha cambiado mi vida y doy gracias recordando las palabras del apóstol San Juan, «Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él».

Jorge Capítulo Courage Toledo, España