«Santa Mónica tuvo dificultades para entregarle su hijo a Dios»

Published in: Catholic Stand

Author: Sabrina Vu

Published: 25 de junio del 2019

Santa Mónica tuvo dificultades

para entregarle su hijo a Dios

La principal fuente de información sobre Santa Mónica son los escritos de San Agustín, particularmente sus Confesiones. La causa para su canonización nació de la descripción que San Agustín hace de su vida. Sin embargo, él no la presenta como una mujer idealizada y sin faltas. Por el contrario, la describe de forma realista, mostrando tanto sus fortalezas como sus flaquezas. Aunque Mónica tenía una tendencia a aferrarse a Agustín en un intento de controlar su proceso de conversión, el Señor obró por medio de su humilde constancia en la oración, no solo para convertir a su hijo, sino para convertirla también a ella de una manera más profunda.

Santa Mónica sintió preocupación

En su anhelo de ver que su hijo conociera verdaderamente al Señor, en ocasiones Mónica muestra cierta falta de confianza en que Dios pueda sacar algo bueno de los errores y defectos de Agustín. En sus Confesiones, Agustín describe muchas de las admirables cualidades y dones de su madre, incluyendo su fe sincera y una vasta riqueza en paciencia. Sin embargo, sus escritos también revelan el temor y la preocupación que Mónica vivió al querer vigilar a su hijo a todas horas, deseando así controlar, en cierto grado, el curso de su vida. Incluso, desde los primeros años de la vida de Agustín, Mónica buscaba protegerlo de cualquier cosa que pudiera constituir un peligro para su fe. En su juventud, su madre decide no bautizarlo porque «si vivía, [se volvería] a manchar y […] el reato de los delitos cometidos después del bautismo [sería] mucho mayor y más peligroso» (Confesiones 1.11).
Aun así, Agustín escribe:

¡Cuánto mejor me hubiera sido recibir pronto la salud y que mis cuidados y los de los míos se hubieran empleado en poner sobre seguro bajo tu tutela la salud recibida de mi alma, que tú me hubieses dado! (Confesiones 1,11)Aquí, aunque consciente de las buenas intenciones de Mónica al evitar que fuera bautizado, Agustín reconoce que, al privarlo de una gracia tan poderosa, más que ayudarle, pudo haber dañado su bienestar espiritual. Así pues, aunque el celo por la salvación de su hijo era puro, Mónica olvidó la importancia de la fe.

Mónica también titubea al confiar más en sí misma que en Dios cuando trata de impedir que Agustín vaya a Roma. Al respecto, él comenta:

Mi madre, […] lloró atrozmente mi partida y me siguió hasta el mar. Mas hube de engañarla, porque me retenía por fuerza, obligándome o a desistir de mi propósito o a llevarla conmigo (Confesiones 5.8).

Al rehusarse tan insistentemente a dejar que Agustín se apartara de su lado, Mónica evidenciaba su falta de fe en que Dios pudiese obrar en el corazón de su hijo, incluso de maneras que ella no podía concebir o imaginar. Como comenta Agustín:

Domabas […] el deseo natural de ella con un justo flagelo, pues ella, como todas las madres (y con mayor intensidad que muchas) necesitaba de mi presencia, ignorante como estaba de las inmensas alegrías que tú le ibas a dar mediante mi ausencia. Nada de esto sabía y por eso lloraba y se quejaba (Confesiones 5.8.15).

Este pasaje nos muestra que gran parte de la angustia de Mónica respecto a la partida de Agustín surgía de su incapacidad de reconocer que Dios podía llegar a su hijo de muchas otras maneras fuera de su influencia maternal.

Controladora

Mónica va aun más lejos en su afán de controlar la vida de Agustín, al punto de obligarlo a casarse, pues veía el matrimonio como el único camino apto para su hijo.

Instábaseme solícitamente a que tomase esposa. Ya había hecho la petición, ya se me había concedido la demanda, sobre todo siendo mi madre la que principalmente se movía en esto, esperando que una vez casado sería regenerado por las aguas saludables del bautismo (Confesiones 6,13)

Aunque sus intenciones son puras, Mónica tiende a confiar demasiado en sus propios deseos para la salvación de su hijo, en vez de discernir pacientemente la voluntad de Dios para él.

Se mantuvo fiel

Pese a algunos de sus instintos maternales sobreprotectores, Mónica se mantiene fiel a la oración y a las muestras de humildad y perseverancia, incluso ante el desaliento. A lo largo de lo escrito sobre su madre, Agustín cuenta cómo crece la confianza de ésta, aprendiendo a dar espacio a la acción de Dios mediante su oración y no por sus intentos de manejar las decisiones de su hijo.

Pero tú Señor, hiciste sentir tu mano desde lo alto y libraste mi alma de aquella negra humareda porque mi madre, tu sierva fiel, lloró por mí más de lo que suelen todas las madres llorar los funerales corpóreos de sus hijos. Ella lloraba por mi muerte espiritual con la fe que tú le habías dado y tú escuchaste su clamor. (Confesiones 3.11)

Mónica, humildemente le ruega a Dios por Agustín. Por medio de su perseverancia en la oración, se da cuenta que solo Dios puede cambiar el corazón de su hijo:

Durante nueve largos años seguí revolcándome en aquél hondo lodo de tenebrosa falsedad, del que varias veces quise surgir sin conseguirlo. Mientras tanto ella, viuda casta, sobria y piadosa […] vivía ya en una alegre esperanza en medio del llanto y los gemidos con que a toda hora te rogaba por mí (Confesiones 3.11).

Aunque no sabe por cuánto tiempo deberá esperar, Mónica continúa rogando a Dios con todo su corazón y sus oraciones no son en vano. Mientras tanto, el obispo Ambrosio le dice que siga orando a Dios y que deje que Agustín descubra la verdad por sí mismo: «[Mas] como ella no quería aceptar, sino que con insistencia y abundantes lágrimas le rogaba que me recibiera y hablara conmigo, el obispo, un tanto fastidiado le dijo: “Déjame ya y que Dios te asista. No es posible que se pierda el hijo de tantas lágrimas”» (Confesiones 3.12). Mónica, con total humildad, ve estas palabras como «venidas del cielo» (Confesiones 3.12). Las palabras del obispo Ambrosio le dieron esperanza y le ayudaron a perseverar en la oración, confiando en que Dios verdaderamente le concedería la gracia de ver la conversión de su hijo.

Mónica deja el control

Finalmente, Mónica aprende a dejar el control y a confiarle su hijo a Dios, permitiendo que, a su vez, Dios convierta su fe de una manera más profunda. Su crecimiento en la fe es especialmente evidente cuando viaja a Roma para ver a Agustín:

En las tormentas que padecieron en el mar era ella quien animaba a los marineros […] prometiéndoles que llegarían con felicidad al término de su viaje, porque así se lo habías prometido tú en una visión (Confesiones 6.1)

Este pasaje demuestra su firme confianza en que Dios responderá a sus oraciones. Incluso utiliza esta confianza que se ha desarrollado en su corazón, para dar ánimo y esperanza a las personas a su alrededor. Más adelante, Agustín escribe: «segura estaba de que la miseria en la que yacía yo como muerto, habías tú de resucitarme por sus lágrimas» (Confesiones 6.1).

Profunda confianza

Mónica muestra ya una paz y una confianza mucho más profundas que las de la madre que describe Agustín en los primeros capítulos, a quien la ansiedad y el desasosiego llevaban a tratar de impedir que su hijo fuera a Roma. Aun más, la fe de Mónica transforma la relación con su hijo a medida que esta le habla de su confianza en que Dios le concederá lo que le ha prometido: la conversión de Agustín: «…Con el pecho lleno de segura placidez me respondió que creía firmemente en Cristo que, antes de morir, había de verme católico fiel» (Confesiones 6.1) Aun inundada de una profunda confianza y esperanza en el Señor, persevera en la oración fervorosa:

Esto fue lo que me dijo a mí, pero a ti te pedía con ardientes preces y lágrimas que te apresuraras a socorrerme iluminando mis tinieblas (Confesiones 6.1).

Finalmente, sus oraciones dieron fruto cuando Agustín le cuenta de su conversión:

No cabía en sí de gozo…viendo que le habías concedido mucho más de lo que ella solía suplicarte para mí por medio de sus gemidos y afectuosas lágrimas. Pues de tal suerte me convertiste a Ti, que ni pensaba ya en tomar el estado del matrimonio, ni esperaba cosa alguna de este siglo, además de estar ya firme en aquella regla de la fe…(Confesiones 8.12).

Fidelidad en la oración

El Señor recompensó su fidelidad a la oración y su amor por Agustín concediéndole mucho más de lo que ella le había pedido o lo que hubiera podido imaginar para su hijo.
Tras la muerte de su madre, Agustín reflexiona sobre su vida y da testimonio de la obra de Dios en ella, a pesar de sus debilidades e imperfecciones humanas:

Las cosas que de mi madre voy a referir, fueron dones y gracias vuestras, no suyas, pues ni ella se hizo ni se educó a sí misma […] La recta disciplina de Jesucristo, vuestro único Hijo, régimen que observaba […] fue quien la instruyó en tu temor (Confesiones, 9.8).

Agustín reconoce que el crédito por su conversión y por cualquier influencia positiva por parte de su madre en él, se debe a Dios. Cuando habla del noble carácter y las cualidades admirables de su madre, como su paciencia y su capacidad de llevar la paz, no apunta a ella, sino al dador de estos dones: el Señor. Incluso a la hora de su muerte, aquellos alrededor de Mónica…:

…Se admiraban de la excelente virtud que le habías concedido a aquella piadosa mujer, [y] le preguntaron si verdaderamente no le daría sentimiento alguno el morir allí y dejar su cuerpo en una tierra tan lejos de su paria […] a lo que ella respondió: “ Nada hay lejos para Dios, ni hay que temer que olvide o no sepa el lugar donde está mi cuerpo, para resucitarme en el fin del mundo (Confesiones 9.11)

Así pues, aunque algunos le hayan atribuido la conversión de Agustín a su madre, Agustín le atribuye todas las gracias y dirección que recibió por medio de Mónica, a los dones que Dios le dio a ésta.

Transformación interior

Los escritos de Agustín sobre Mónica en sus Confesiones dan testimonio de la transformación interior que ella experimentó. Inicialmente, luchó con el hecho de confiar más en sí misma que en Dios, no obstante, el incesante hilo de su oración aparece entretejido a lo largo de las páginas que escribió Agustín sobre ella. Aunque estaba contenta de morir tras haber visto la conversión de su hijo, Dios quiso usarla para inspirar al mundo. Al convertirse en santa tras su muerte, se convirtió también en madre de muchos. Su testimonio es una fuente de inspiración para los padres de hijos obstinados, a quienes motiva a perseverar en la oración y a esperar paciente y confiadamente el día en que el Señor les revelará el fruto de sus lágrimas. La vida de Agustín y relato sobre su madre dan testimonio de la carta a los Romanos: «Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio».

Al final de su vida, Mónica había aprendido ya a confiarle su hijo a Dios por medio de la oración ferviente, viviendo plenamente acorde a aquellas palabras del obispo Ambrosio: «Solo reza por él» … «no es posible que se pierda el hijo de tantas lágrimas (Confesiones 3.12).

 

Traducido del inglés por Courage Internacional. El título original es “St. Monica Struggled to Surrender Her Son to God