¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío! 

¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!

Por Yara Fonseca*

Muchas veces nuestras vidas son agitadas, y es posible que pasemos varios días con el corazón deseoso de encontrar reposo y paz en el Señor. Pero a menudo, tantas otras prioridades y tareas nos ganan. En este mes del Sagrado Corazón de Jesús, encontramos un rostro dulce y sereno que nos busca y nos dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, cenaré con él y él conmigo” (Ap 3, 20). 

Y si Él está tocando la puerta de nuestros corazones, vale la pena levantarnos, salir de nuestras ocupaciones o preocupaciones diarias y darle la bienvenida en nuestra casa, pues su promesa es que así entraremos en comunión y participaremos de su vida divina. 

En este intento de abrir las puertas del corazón a Jesús, puede ser de ayuda hacer ejercicios de contemplación de alguna imagen del Sagrado Corazón. Puedo elegir alguna imagen que me guste estéticamente, o aquella que forma parte del patrimonio espiritual de mi familia y que me ha llegado por la devoción de mis padres y abuelos, o quizás aquella que estaba silenciosamente presente en la parroquia en que crecí, en mi colegio o universidad. En el silencio, puedo traer algunas de estas imágenes a mi memoria y así, pausadamente, contemplar su forma, colores y simbología, dejando que Jesús me visite y que pasemos un rato juntos, como dos amigos que se reúnen para cenar y compartir lo que llevan en el corazón. Puede ser de ayuda detenerse en algunos aspectos de su simbología.

El primer símbolo que salta a la vista es el corazón expuesto, rodeado de espinas y llameante. El corazón expuesto anuncia el inmenso amor que Dios nos tiene; es un corazón que elige mostrarse a los hombres y mujeres para decir: “Yo te amo. Mi corazón no se contiene en mi pecho, pues está enamorado de ti”.

Este corazón expuesto arde en llamas que significan que su amor es actual, no es un simple recuerdo de un Dios que alguna vez me protegió y amó. Representa este amor diario, vivo y vivificador, pues es el fuego del Espíritu Santo que nos purifica, edifica y salva. Este corazón está también rodeado de espinas, haciéndonos tomar consciencia de que nuestras indiferencias y pecados hieren a Jesús, que Él espera que correspondamos a su amor y sufre cuando nos alejamos y buscamos caminos apartados de Él. Su sufrimiento es el del amor no correspondido y es por empatía con nosotros, pues Él sabe que lejos de Él, nosotros también sufrimos y nuestras vidas van cayendo en el sinsentido. 

De la contemplación del corazón podemos, en un segundo momento, pasar a los gestos de Jesús. La imagen nos lo muestra señalando el corazón con una mano y, con la otra, invitándonos a acercarnos a Él. Es como si de sus labios escucháramos: “Mira mi corazón expuesto, herido e inflamado de amor, es por ti y para ti. Ven a mí, tú que estás herido y cansado, que experimentas el peso del yugo de la vida. Soy escuela de amor manso y humilde, soy reposo del alma (Mt 11, 29).”

Estas manos que ofrecen el Sagrado Corazón están llagadas, recordando los sufrimientos que, a causa del amor y para salvarnos, aceptó durante su pasión y muerte en la cruz. Son también llagas triunfantes que anuncian que Él ha vencido a la muerte y resucitado, sana y transforma nuestras heridas en cicatrices. Las llagas expuestas de Jesús son también motivo de esperanza para nosotros. Contemplándolas, podemos ir perdiendo el miedo a nuestras propias heridas emocionales, afectivas y espirituales, pues Jesús, con su amor apasionado por nosotros, se dispone a ser nuestro médico y medicina. Él mismo quiere y tiene el poder de hacer que nuestros sufrimientos se pacifiquen, que el dolor se calme y que todo lo que hoy parece muerte, renazca para una vida nueva en Él.

Por último, y a modo de diálogo contemplativo con Jesús, podemos detenernos en su mirada y dejarnos interpelar por ella. ¡Cuánta pureza, bondad y dulzura! No encontramos palabras para expresar el abismo de profundidad que la mirada de Jesús nos presenta. En ella, podemos encontrar todo lo que buscamos: seguridad, cariño, consuelo, fortaleza, esperanza, misericordia, perdón, amor. También nos encontramos y descubrimos quiénes somos, más allá de toda apariencia, máscara o complejo, pues su mirada simplemente nos dice: “Yo te amo. Eres mío. Mi amigo, mi oveja, mi hermano, mi amado. Por ti todo lo hice y todo lo hago.” 

Y así, desde lo profundo de nuestras almas, simplemente queremos exclamar con fe: ¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío! Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza. Eres mi roca, mi fortaleza y mi libertador. Dios es mi refugio, él me protege. Es mi escudo, me salva con su poder; Él es mi escondite más alto. (Salmo 18, 1-2). 

 

* Yara Fonseca es consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y reside en Brasil con su comunidad.