Ruidos en la oración ¿Cómo los evito?
Ruidos en la oración ¿Cómo los evito?
Por Lícia Pereira de Oliveira, f.m.r*
En la literatura espiritual cristiana encontramos innumerables definiciones de la oración y cada una con sus matices. Muchos santos trataron de describir la oración y a partir de la riqueza de sus experiencias regalaron a la Iglesia textos hermosísimos que nos hablan sobre el encuentro del ser humano con Dios. San Juan Clímaco, en su libro la Escala Espiritual, nos ofrece una descripción que vale la pena compartir
Oración es por naturaleza un diálogo y unión del hombre con Dios. Su efecto es mantener el mundo unido. La oración logra la reconciliación con Dios. La oración es madre e hija de lágrimas, expiación de pecados, puente sobre la tentación, baluarte contra la tribulación. Acaba los conflictos […]. La oración es alegría futura, actividad sin fin, manantial de virtudes, fuente de gracia, progreso oculto, alimento del alma, luz del espíritu, seguro contra la desesperación, esperanza cierta, destierro de la tristeza. La oración es […] reducción de la cólera. Oración es […] evidencia de nuestra condición, revelación del futuro, anuncio de gloria [1].
Las palabras de San Juan nos hacen ver que la oración nos pone en un horizonte de vida vastísimo y por esta razón no es raro que encontremos obstáculos para rezar. En la medida que avanzamos en nuestra vida espiritual, vamos sanando heridas, reconciliándonos y transformándonos; es un proceso de maduración y por ello, no está libre de tensiones, muy por el contrario. Es inevitable que Dios al tocarnos con su Gracia suscite reacciones de oposición. Estas resistencias no son necesariamente negativas, es más, si ellas no aparecen, sería necesario preguntarnos si hemos permitido que Dios toque los puntos neurálgicos de nuestra existencia o si nos hemos quedado en la superficie, agarrados a los lugares comunes de la práctica de la oración. Si queremos madurar en la vida espiritual hay que emprender el combate de la oración [2].
Algunos “ruidos” en la oración y como enfrentarlos
Cuando ya hemos cogido el hábito en la vida de oración y estamos avanzando en ella es posible que suframos algunos engaños al momento de rezar. Un engaño muy común es el excesivo protagonismo en la oración. La oración, recordemos, es un diálogo de amor con Dios, pero en este diálogo debemos escuchar, más que hablar. Otro error del “yo” es creer que los frutos de la oración dependen de nosotros. Ciertamente hay que tener las disposiciones adecuadas para rezar, pero no podemos olvidarnos que la oración es un don de Dios y por ello, la disposición adecuada es la humildad.
Otro ruido en la oración son las distracciones. La distracción es la interrupción de la atención que está enfocada en un determinado objeto a causa de otros estímulos ajenos a la actividad que estamos realizando. Estos estímulos afectan nuestra capacidad de permanecer en la actividad inicialmente seleccionada” [3]. Las distracciones son normales, y no debemos asombrarnos, ni entristecernos por ello. Es común, al darnos cuenta de que nos hemos distraído, que nos desalentemos y hasta nos enojemos con nosotros mismos. Tal actitud es una nueva distracción. Lo que debemos hacer es “con simplicidad, paciencia y dulzura, llevar nuestro espíritu a Dios. Y si nuestra hora de oración ha consistido solo en esto: perdernos incesantemente y volver nuevamente al Señor, esto no es grave. Si hemos intentado volver al Señor cada vez que nos hemos dado cuenta de nuestra distracción, esta oración, aun en su pobreza, será sin duda muy agradable a Dios” [4]. La clave para superar la distracción es seguir orando como si nada hubiera pasado.
Otro ruido es la aridez. Por aridez entendemos una experiencia de frialdad, de falta el gusto por las cosas de Dios. A diferencia de las distracciones, la aridez puede ser fruto de la falta de cuidado con la vida espiritual, fruto de pequeñas negligencias que se acumulan generando tibieza espiritual. Pero, y es bueno advertir, en la aridez también puede intervenir causas psíquicas que genera una especie de fatiga espiritual y finalmente, puede ser un signo de Dios que desea purificar nuestra oración para que busquemos a Dios por Él mismo y no por sus consuelos.
Tomar conciencia de algunos de los ruidos en la vida de oración debe llevarnos a cultivarla con el mismo cuidado, diligencia y dedicación de quien cultiva un jardín o una huerta, pues
la vida con cuanto la compone impulsa a acudir a Dios sea en petición de ayuda, sea en actitud de acción de gracias o de petición de perdón o de ayuda, así como, en otras ocasiones, a tomar conciencia de la necesidad de crecer en espíritu de servicio, en docilidad al Espíritu Santo o en identificación con Cristo para estar así en condiciones de afrontar la propia existencia con un talante alegre y esforzado, incluso en los momentos de dificultad… la familiaridad e intimidad con Dios que la oración presupone y desarrolla no puede quedar encerrada en los momentos dedicados especialmente al encuentro con Dios, sino que tiende espontánea a reverberar sobre el conjunto del existir para vivirlo según Dios y en Dios [5].
Referencias
1. SAN JUAN CLÍMACO, Escala espiritual, 28,1, 242.
2. Cfr. COSTA, Maurizio, Voce tra due silenzi. La preghiera cristiana, EDB, Bologna 1998.
3. Cfr. GALIMBERTI, Umberto «Atención, en Dicionário de Psicologia, Siglo veintuno editores, Coyoacan-Buenos Aires, 2002, p. 125.
4. PHILLIP, Jacques, El Tiempo para Dios. Guía para la vida de oración, Paulinas, Buenos Aires 2011, p.109.
5. LLANES, José Luis, Tratado de Teología Espiritual, Eunsa, Navarra, 2007, p. 478.
* Lícia Pereira es laica consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y en este momento reside con su comunidad en Brasil.