¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! (Secuencia pascual) 

¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!
(Secuencia pascual) 

Por Yara Fonseca*   

La liturgia del tiempo pascual nos ofrece un antiguo himno, conocido por el título Victime paschali laudes, que nos introduce en el gozo de ser partícipes de la resurrección de Cristo.   

Este himno, compuesto en el año 1048, bien puede ayudarnos hoy a profundizar en la grandeza inmerecida del don pascual.  Inicia con una referencia a la espiritualidad del Antiguo Testamento para comparar a Cristo con el cordero sacrificado en la pascua judía. Quiere que reconozcamos que Jesucristo crucificado es el verdadero Cordero, inmolado por nuestros pecados, vencedor de la muerte para salvarnos y para unirnos en una nueva alianza con el Padre celestial.    

Con palabras poéticas también explica que el misterio pascual fue lucha: Lucharon vida y muerte en singular batalla y muerto el que es la vida, triunfante se levanta. Aquí la vida es Cristo mismo y la muerte es todo el mal del mundo y del corazón humano. Paradójicamente, la Vida vence muriendo, pues renace triunfante en la mañana gloriosa, conquistando para todo hombre y mujer la certeza de que ni el mal ni la oscuridad prevalecen. Con toda seguridad podemos afirmar y saltar de gozo pues nuestra fe no es vana, ¡Cristo ha resucitado! (1Cor 15,14).    

Esta certeza hace que el himno interpele a María Magdalena, mujer que tanto amó a Jesús. ¿Qué has visto de camino, María en la mañana? Esta mujer va al sepulcro, como testifica el Evangelio de San Juan, con la intención de rendir homenaje al Maestro a quien amó con gratitud por las muchas maravillas obradas en su vida. Y como el amor divino no se deja ganar en generosidad, ella es elegida para ser testigo de la resurrección, la primera en recibir esta buena noticia, convirtiéndose en la apóstol de los apóstoles.    

Entonces el autor del himno pone palabras bellas en los labios de la Magdalena: A mi Señor glorioso, la tumba abandonada; los ángeles testigos, sudarios y mortajas. Nuestra apóstol enumera todas las maravillas que presenció y concluye con una expresión profunda de gozo y fe: ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!  

Dejemos que esta certeza de María Magdalena sea hoy nuestra certeza, para que su gozo sea también el nuestro. Jesús, nuestro Amor, ha resucitado, la tumba vacía es un testimonio irrefutable de que sus promesas fueron cumplidas y transforman nuestras vidas. Podemos vivir en la paz y seguridad de su amor que es fuente de vida en abundancia (Jn 10,10) y es triunfo para todas nuestras luchas personales.     

Muchas veces experimentamos el peso de nuestras cruces, sentimos desesperanza al mirar aquellos lugares muertos de nuestros corazones y en definitiva sentimos miedo de la muerte que nos espera. Estos sentimientos muy humanos pueden ser vivificados en el misterio pascual y nosotros también podemos exultar de gozo, proclamando que nuestro amor y nuestra esperanza ha resucitado. Y si Cristo ha resucitado, con Él nosotros también somos vencedores, el pecado y la muerte no nos determinan. Somos fragilidad renovada por un amor que hizo nuevas todas las cosas (Ap 21,5) y nos hace vivir de y en su misma Vida.    

Desde esta certeza, el himno prosigue con una invitación: Venid a Galilea, allí el Señor aguarda. Acojamos esta invitación en este tiempo de Pascua, aprovechemos estos cincuenta días de gracia para dejar todo lo que nos ata e ir al encuentro de Jesús que nos espera en nuestras galileas, en las diversas circunstancias de nuestra vida cotidiana, para ahí manifestar su gloria y darnos su vida resucitada. Es en estas galileas donde también somos convocados a anunciar sus maravillas a nuestros hermanos y hermanas, pues la certeza de que nuestro Amor y Esperanza ha resucitado no puede ser contenida, es una alegría desbordante que se comunica con nuestro testimonio de vida y con la predicación del Evangelio.    

Los últimos versos del himno expresan una confesión de fe en la resurrección y desde ello eleva una plegaria que hoy también puede ser nuestra: Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa.    

Mirando a Jesús Resucitado podemos confiarle todas nuestras miserias, seguros de que Él no nos abandona, al contrario, venció a la muerte para darnos nueva vida. Somos la causa y la razón de Su entrega pascual y si con Él morimos, con Él también vivimos y somos bendecidos con su victoria. Nuestra vida nunca más será la misma, porque la Vida nos ama e intercede por nosotros.   

 


* Yara Fonseca es consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y reside en Brasil con su comunidad.