Oración y caridad hecha de rodillas
Oración y caridad hecha de rodillas
Por Yara Fonseca*
Bajo la invitación del Papa Francisco, la Iglesia se ha propuesto vivir un Año de Oración en preparación para el Jubileo de 2025 que tendrá como lema “ Peregrinos de la Esperanza”. Ya en al año 2022, en la carta dirigida al Prefecto del Dicasterio para la Evangelización para la preparación del año jubilar, el Papa expresó que «me alegra pensar que el año 2024, que precede al acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a una gran “sinfonía” de oración; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo. Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación, que nos compromete a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para salvaguardarla. Oración como voz “de un solo corazón y una sola alma” (cf. Hch 4,32) que se traduce en ser solidarios y en compartir el pan de cada día. Oración que permite a cada hombre y mujer de este mundo dirigirse al único Dios, para expresarle lo que tienen en el secreto del corazón. Oración como vía maestra hacia la santidad, que nos lleva a vivir la contemplación en la acción. En definitiva, un año intenso de oración, en el que los corazones se puedan abrir para recibir la abundancia de la gracia, haciendo del “Padre Nuestro”, la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de cada uno de sus discípulos».
Como miembros de Courage y EnCourage queremos abrazar esta invitación del Vicario de Cristo y prepararnos para el próximo Jubileo con una peregrinación interior, que nos lleve a caminar desde nuestras circunstancias personales hacia el encuentro con el Dios de la vida y de la misericordia. Queremos que la propuesta de Año de Oración sea un estímulo para perseverar en nuestro compromiso de oración y devoción, pues sabemos que nuestras vidas encuentran apoyo sólido y seguro en la abundancia de gracia que brota de la amistad con Dios.
Mucho se puede decir sobre la oración. Aprovecharemos esta reflexión para ahondar en una de sus formas, la oración de intercesión. Como nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica “la intercesión es una oración de petición que nos conforma muy de cerca con la oración de Jesús… interceder, pedir en favor de otro, es, desde Abraham, lo propio de un corazón conforme a la misericordia de Dios. En el tiempo de la Iglesia, la intercesión cristiana participa de la de Cristo: es la expresión de la comunión de los santos. En la intercesión, el que ora busca “no su propio interés sino […] el de los demás” (Flp 2, 4), hasta rogar por los que le hacen mal (CIC 2634-2635)”.
La intercesión es un impulso del corazón orante que sale de sí mismo; de sus preocupaciones, luchas y problemas y se dirige hacia Dios para presentarle al otro, como son sus amigos, familiares, conocidos e incluso enemigos. Por medio de ella nos unimos especialmente a Jesús en su función de mediador entre Dios y los hombres, podemos participar de su caridad que no puede ser indiferente a las necesidades y dolores de todo hombre y mujer e intercede por ellos, con constantes ruegos al corazón del Padre.
Por medio de la intercesión nos ponemos en el lugar de los otros y llevamos sus necesidades ante Dios. Estamos haciendo un ejercicio de empatía espiritual, sensibilizándonos con una persona en sus dolores y angustias, clamando para que encuentren paz, alivio y esperanza. Uniéndonos a Jesús, intercesor de los hombres, podemos desde nuestra pequeñez, vivir una caridad de rodillas, pues muchas veces no somos capaces de auxiliar al otro por medio de ayudas materiales o sus dificultades exceden nuestro poder. Pensemos, por ejemplo, como nos sentimos ante una persona enferma. No somos capaces de cambiar con nuestras fuerzas el curso de su situación, pero es sorprendente testimoniar cuando desde nuestra impotencia humana elevamos un grito al cielo y Dios todopoderoso y clemente escucha y actúa en beneficio de sus hijos.
Esta caridad de rodillas también puede ser fuente de transformación social. Cuando nos unimos en oración por una causa común, podemos contribuir con una fuerza espiritual que es capaz de romper barreras, superar catástrofes y guerras y abrir paso a la justicia y a la paz, pues como Jesús mismo nos ha prometido “si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,19-20)”.
La oración de intercesión también repercute positivamente en la vida de la persona que ora. Al rezar por los demás de forma sincera y desinteresada, nuestros corazones se ensanchan, creciendo en sensibilidad, compasión y empatía que nos hace más humanos y nos acerca cada vez más al Corazón de Jesús.
* Yara Fonseca es consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y reside en Brasil con su comunidad.