«Nos creaste para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti»  – Testimonio de un miembro de Courage

«Nos creaste para Ti y nuestro corazón
está inquieto hasta que descanse en Ti»

Testimonio de un miembro de Courage en Brasil

Soy Aparecido y tengo 52 años. Soy hijo, padre y abuelo. Desde que tengo uso de razón —y lo recuerdo muy bien desde mis 11 años— soy consciente de que siento atracción por personas del mismo sexo, y ya desde esta edad tuve contactos sensuales y sexuales con otros hombres. Estos hechos siguieron ocurriendo durante toda mi adolescencia y juventud.  

Sin embargo, también idealizaba el deseo de casarme, formar una familia y alcanzar estabilidad material. Hice todo lo posible para que esto ocurriera. A pesar de los contactos íntimos con personas del mismo sexo, salí con chicas, me comprometí y me casé a los 20 años. 

Recuerdo que, por motivo de mi matrimonio, le dije a uno de los hombres con los que me relacionaba: «Esto no puede seguir porque ahora estoy asumiendo un compromiso». En esa época estuve incluso con hombres casados, pecado por el cual ya he pedido el perdón de Dios.

Seguí mi vida de casado y, como creo nos sucede a todos, enfrenté algunas dificultades en la relación, principalmente porque éramos muy jóvenes y comenzábamos una vida en común. En este camino de descubrimientos personales, me encontré con aspectos de mí mismo que me asustaron, como, por ejemplo, un cierto nivel de violencia cuando me contrariaban o me ponían nervioso. Estos descubrimientos fueron dolorosos y los reprochaba, pero no los enfrenté debidamente.   

Decidí seguir adelante, y muchas veces usé el mecanismo de anularme, no me posicionaba y no hablaba lo que pensaba, especialmente cuando algo me sacaba de mi eje. Con el tiempo, este acumulamiento de problemas no resueltos hizo que la atracción por el mismo sexo volviera a la escena, convirtiéndose en una válvula de escape. Cada vez que llegaba a un límite emocional, buscaba contactos con otros hombres para «relajarme».

Vengo de una familia católica y participo en la Iglesia desde que soy un bebé. Tenía plena conciencia del pecado, por lo que siempre acudía a la confesión para poder comulgar y «hacerla bien». ¡Jesús mío, misericordia! Creo que muchas de esas confesiones fueron inválidas y las comuniones, sacrílegas, porque el propósito de cambio no era sincero. 

Seguía mi vida matrimonial y con el tiempo, vinieron los hijos — bendiciones en mi vida — y, con ellos, los desafíos de la educación. En este punto también fallé, porque en cuestiones controversiales no me posicioné como debía, acumulando aún más angustias. 

La atracción por el mismo sexo se hizo cada vez más fuerte y comenzó a alimentar mi curiosidad. Empecé a buscar nuevos lugares y formas de pecar, repitiendo el ciclo de culpa y recaída. Durante mucho tiempo oré pidiéndole a Dios que me sanara, que me liberara, que arrancara eso de mí. Dolía mucho y generaba un sentimiento constante de falsedad: falso como esposo, como padre, como hijo, como hermano, incluso frente a mi comunidad parroquial. Hubo momentos en que le pedí a Dios que me quitara la vida. 

Esta experiencia se mantuvo por más de quince años de matrimonio. Cuando cumplimos dieciocho años casados, mi esposa — no sé por qué razón o circunstancia — me preguntó si había tenido relaciones con otros hombres. Traté de esquivar la pregunta porque no me gusta mentir. Pero ella insistió, y entonces le conté parte de lo que ya había sucedido.  

Cuando cometemos errores, sabemos que un día tendremos que rendir cuentas. Le pregunté qué quería hacer: ¿separarse, continuar, buscar ayuda? Sentí que le quité totalmente el piso. Ella se desesperó, incluso fue a algunos lugares que yo frecuentaba. Y en medio de todo esto seguimos con nuestra vida, aunque el brillo de antes ya no estaba presente.  

Por mi parte, me fui adentrando en el mundo de la atracción por el mismo sexo, al mismo tiempo que clamaba a Dios por la sanación y liberación y, a veces, por la muerte. Este conflicto interno duró otros cinco años, hasta que decidí divorciarme. 

Hablé con mi esposa. Tuvimos un divorcio aparentemente tranquilo, aunque pasamos por algunos episodios conflictivos después de la separación. Ella le contó a nuestros hijos, lo que generó una situación muy incómoda con ellos. Recogí mis cosas y me fui de la casa. Estaba decidido a vivir lo que sentía pues pensé: «Ya que no fui sanado, voy a vivir plenamente mis sentimientos».

Me alejé de la familia y de las actividades pastorales. Por un tiempo, me entregué a mis deseos. Hice cosas que hoy considero muy promiscuas. Luego de eso, me dije a mí mismo que todo esto no estaba bien y que era mejor buscar una buena relación. Entonces conocí personas buenas, pero una inquietud constante seguía dentro de mí. A pesar de estar apartado de la vida sacramental, nunca dejé de ir a misa. Creo que ese fue el medio que Dios eligió para alcanzarme.  A pesar de vivir mis deseos, algo seguía sin resolverse. Comenzaba una relación y, de repente, desaparecía.

En ese período, volví la mirada nuevamente hacia Dios y a buscar luz para mi vida. En un determinado momento, frente a una imagen de la Santísima Madre, sentí que Ella me decía que me estaba cuidando y que yo estaba en Su Inmaculado Corazón. Lloré mucho, como aún lo hago, ante el cuidado de Dios por mí. 

Fue entonces, cuando comencé a buscar lo que la Iglesia enseñaba sobre la atracción hacia el mismo sexo y durante un lunes de Semana Santa, mientras rezaba en una iglesia, el sacerdote llegó y dijo: «Quien quiera confesarse, estaré allí». Pensé: «Ya que estoy aquí, me voy a confesar». En esta confesión, y por medio de este sacerdote, fui abrazado por Jesús en el sacramento.

Por gracia divina, recuperé la vida sacramental que había abandonado hacía años. Continué buscando entender lo que la Iglesia enseña, y, a medida que leía y me nutría de formación espiritual, fui construyendo una vida de oración. Aprendí el valor de unir mi dolor al dolor de Nuestro Señor en la Cruz. Así, la atracción hacia el mismo sexo comenzó a tener un sentido de salvación y pude dar el paso fundamental que toda persona necesita en cualquier situación de vida: me acepté.

Tuve la oportunidad de profundizar en el autoconocimiento y tratar temas que durante tanto tiempo estuvieron escondidos en lo más profundo de mi ser. Pude reconocer quién soy, mis sentimientos, mis fragilidades, mi necesidad de la gracia de Dios y, con ello, aceptarme a mí mismo porque Él me acogió, me ama.

Reconozco que mi inquietud encontró descanso en Dios, como dijo San Agustín. Él me creó para Él, para Su alabanza y para Su gloria. Busqué, entonces, forjar lazos profundos con el Señor. Sin embargo, guardar todo esto para mí no era fácil, pues sentía que caminaba solo. 

Fue entonces cuando escuché hablar del apostolado Courage. Recuerdo claramente la frase que me llamó la atención: «Si sientes atracción por el mismo sexo y quieres una respuesta que trate seriamente este tema en la Iglesia, busca el apostolado Courage». Esto llenó mi corazón de alegría al saber que existía algo dentro de la Iglesia dirigido a mí. 

Ya había escuchado hablar de otras iniciativas, pero que, a mi parecer, no seguían con fidelidad las enseñanzas de la Santa Iglesia. Courage era diferente, tenía seriedad. Investigué, vi transmisiones en vivo y comencé a participar en enero de 2023. 

Alabo y bendigo a Dios por la existencia del apostolado, por sus metas y propósitos, pues están alineados con la vida que ya buscaba construir. Courage me regala a diario hermanos con los que puedo convivir, compartir y orar. Aquí soy verdaderamente quien soy. No tengo que esconder nada. Veo que Dios me dio la gracia de apoyar a otras personas con mi vida y testimonio.

Como todo en la vida, estar en el apostolado es una decisión que tomé porque comprendí que esta es la voluntad de Dios para mí. Espero vivir siempre las cinco metas, junto a aquellos que Dios me confíe, para que un día alcance el cielo. Mis desafíos continúan, porque aún hay aspectos de mi estado de vida que necesito discernir mejor. Pero tengo confianza en que, estando con Nuestro Señor Jesucristo, bajo la intercesión de la Santísima Virgen, los santos y ángeles, en la Santa Iglesia y en este apostolado, lograré vencer. 

Aparecido es miembro de Courage en Brasil .