«No soy gay… soy David»

Author: David Prosen

Published: 12 de Marzo de 2012 

No soy gay…soy David 

 

¿Las personas nacen gays o eligen ser gays

La respuesta a ambas preguntas es no, aunque en muchos apasionados debates generados por este tema, estamos prestos a desterrar la objetividad. En realidad, estas interrogantes son una cortina de humo que cubren un problema mucho mayor que atraviesa nuestra sociedad, en los círculos religiosos, en la política y en escenarios clínicos. El problema al que me refiero es la idea de que la homosexualidad es una identidad. 

El catecismo de la Iglesia Católica afirma que cada individuo debe “reconocer y aceptar su identidad sexual” (n° 2333). Esto remite a la «diferencia y la complementariedad física, moral y espiritual» de ambos géneros que «tienden hacia las bondades del matrimonio y al florecimiento de la vida familiar» (Ibid.). En el nivel más básico, nuestra identidad se arraiga en el hecho de que somos creados a imagen y semejanza de Dios: «Varón y mujer los creó» (Gn. 1, 27). 

Yo, solía creer que era una persona «gay». Desde que tenía memoria, me había sentido atraído hacia el mismo sexo. Llegué a la conclusión de que debí de haber nacido de esta manera, porque esta atracción estaba presente desde el inicio de mi vida, sin mi elección consciente.  Después de todo, es una conclusión lógica, ¿no es así? 

Siendo muy pequeño, mi atracción hacia el mismo sexo era normal y similar a la que muchos niños experimentan. Los niños buscan héroes, modelos a los que respetan y a los que desean emular. En mi caso, la atracción por los varones comenzó con una admiración normal, pero luego empezó a dar algunos giros disfuncionales. De niño, mis compañeros solían burlarse de mí y me decían que yo no era como ellos. Esto me llevó a preguntarme cuál era la diferencia entre ellos y yo. Hasta este punto, mi admiración tenía un matiz de envidia. Me preguntaba en secreto: «Si me pareciera a fulano, ¿me aceptarían?» 

En la pubertad, esta atracción o admiración se erotizó. Mis compañeros me pegaron la despectiva etiqueta de «homosexual», y cedí a sus acusaciones porque realmente experimentaba una atracción sexualizada hacia el mismo sexo. A la postre, abracé esta etiqueta y me declaré «gay»

Aunque yo no elegí libremente mis atracciones hacia el mismo sexo, voluntariamente decidí actuar según ellas. Mi decisión de pecar me trajo dolor intenso, soledad y, lo peor de todo, separación de Dios. La Congregación para la Doctrina de la Fe explicó esta realidad en una declaración que señalaba: «Como sucede en cualquier otro desorden moral, la actividad homosexual impide la propia realización y felicidad porque es contraria a la sabiduría creadora de Dios. La Iglesia, cuando rechaza las doctrinas erróneas en relación con la homosexualidad, no limita sino que más bien defiende la libertad y la dignidad de la persona, entendidas de modo realista y auténtico».[1] 

Con el tiempo, en mi quebranto, respondí al amoroso llamado del Señor al perdón y la sanación. Él me ha hecho atravesar el valle de la vergüenza, sacándome de la oscuridad de mi pasado y ha arrojado Su luz de verdad sobre las muchas mentiras que yo creía sobre mí mismo -en especial, sobre aquella que decía que yo era una persona «gay»

 

Definiendo términos 

Al definirme como un hombre «gay», había asumido una identidad falsa. Cualquier etiqueta de «lesbiana», «bisexual» o incluso «homosexual» insinúa un tipo de persona equivalente a un hombre o una mujer. Esto simplemente no es verdad. Uno no es una atracción hacia el mismo sexo, sino que experimenta esta atracción. 

En su libro, Growth Into Manhood, Alan Medinger muestra que las tendencias y conductas homosexuales han existido por miles de años; pero la idea de una identidad homosexual comenzó hace apenas unos 150 años con la aparición del término «homosexual».[2] 

En un ulterior estudio, Medinger profundiza en la demostración de sus hallazgos, revelando una serie de no-verdades que tienden a emerger cuando uno acepta la homosexualidad como una identidad: 

– Debo de haber nacido así. 

– Si así nací, así me hizo Dios. 

– Si Dios me hizo así, ¿cómo puede tener algo de malo? 

– Está en mi naturaleza y debo ser fiel a mi naturaleza. 

– Si es mi naturaleza, no puedo cambiar. 

– Si intentara cambiar, estaría tratando de ir contra mi naturaleza y eso sería perjudicial. 

– Aceptarme como gay se siente tan bien: siento que me han quitado una carga de mil libras de la espalda, así que debe de estar bien. 

– Si la gente no puede aceptar que yo sea gay, entonces ellos están mal en algo. 

– Si la gente no puede aceptar que yo sea gay, entonces no me aceptan porque esto es quien yo soy.[3] 

 

Cuando leí estas ideas, me quedé pasmado. En el fondo de mi corazón, yo creía absolutamente todas y cada una de esas declaraciones. Mientras estuve metido en este estilo de vida, tenía completo sentido seguir aquello que parecía natural. Sin embargo, era lógico solo porque parecía ser verdad. En realidad, las mentiras necesitaban construirse sobre mentiras para dar en conjunto la apariencia de verdad. 

Yo creía ser gay. Pero también estaba seguro de que yo no había elegido eso para mí, así que creí que Dios me había hecho así. Sin embargo, versículos bíblicos como los siguientes no tenían sentido a la luz de mis sentimientos «Si alguien se acuesta con varón como se hace con mujer, ambos han cometido abominación; morirán sin remedio; su sangre caerá sobre ellos» (Levítico 20, 13). 

¿Cómo podría un Dios de amor crearme de esta manera y luego condenarme al infierno? Comencé a hacer lo que hacen muchos otros cristianos que luchan contra la atracción hacia el mismo sexo y busqué explicaciones en teologías «progay». Quería desesperadamente estar en una relación amorosa con el mismo sexo, pero al mismo tiempo tenía en mi corazón la tormentosa sensación de que esto estaba mal. 

La hora de la verdad 

Mirando al pasado, creo que mi búsqueda de la verdad y mi batalla por no aceptar este estilo de vida fue en última instancia la forma en que el Espíritu Santo me tocó. Aun así, esta amarga sensación –de que la atracción hacia el mismo sexo no era el plan de Dios para mi vida– no era algo con lo cual me resultara fácil reconciliarme, pues creía que solo mi sexualidad era mi identidad. 

El desconocimiento de esta distinción es peligroso. Mis falsas creencias sobre mi identidad me impedían aceptar en mi corazón la convicción que provenía del Espíritu Santo. San Pablo reconoció este mismo proceso, explicando: 

«… a ellos que cambiaron la verdad de Dios por la mentira; y adoraron y sirvieron a la criatura en vez del Creador […], por eso los entregó Dios a pasiones infames; pues sus mujeres invirtieron las relaciones naturales por otras contra la naturaleza; igualmente los hombres, abandonando el uso natural de la mujer, se abrazaron en deseos los unos por los otros, cometiendo la infamia de hombre con hombre, recibiendo en sí mismos el pago merecido de su extravío» (Rom. 1, 25 -27). 

Solo después de que acepté la verdad de que actuar según las atracciones homosexuales era pecado, comencé a pedir la fuerza y la gracia para cargar esa cruz, y el Señor las derramó abundantemente sobre mí. Varios años después, me mostró que la homosexualidad era una falsa identidad que yo había abrazado. Y en ese momento, comenzó mi sanación integral, mientras buscaba quién era yo realmente. Mis reflexiones me llevaron al descubrimiento de que nunca creí realmente ser un hombre y, sin embargo, no pensaba que fuese mujer. En ese proceso de búsqueda, me di cuenta de que no me había identificado por completo con ninguno de los dos géneros. 

A través de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, así como la consejería, retiros espirituales de sanación y mucha oración, Cristo me reveló que soy un hombre. Tengo muchos rasgos masculinos que nunca me di cuenta que poseía, como la valentía y la fuerza. Nunca puedo expresar adecuadamente la inmensa alegría que sentí cuando comencé a reconocer y a aceptar internamente el hecho de que soy un hombre, soy masculino y pertenezco al mundo de los hombres. Al mismo tiempo que me sucedió este reconocimiento, mi atracción por los hombres continuó disminuyendo drásticamente y aumentó mi atracción por las mujeres. 

La identidad y la Iglesia 

Al principio de este artículo, comenté la discusión acerca de si las personas nacen homosexuales o si eligen serlo. Ninguna de estas ideas es cierta porque la atracción hacia el mismo sexo es una experiencia, no un tipo de persona. Aceptar la homosexualidad como una identidad, lo cual se ha consolidado ampliamente en nuestra cultura, genera mucha confusión. Para que un cristiano justifique el comportamiento homosexual, él o ella necesita alterar y distorsionar la Sagrada Escritura. 

Muchas personas dentro de la Iglesia Católica están tratando de forzarla a cambiar su postura hacia la homosexualidad porque parece una discriminación contra quienes sencillamente están «siendo ellos mismos». Pero no es discriminación cuando identificamos y buscamos corregir creencias falsamente sostenidas. 

El problema no solo ha causado impacto en los disidentes de nuestra Iglesia. Hay muy buenos católicos e incluso buenos sacerdotes que afirman erróneamente que las personas no pueden cambiar su orientación sexual. Estas personas pueden tener las mejores intenciones pero por alguna razón han creído en la mentira de que la homosexualidad es un tipo de persona. 

La respuesta de la Iglesia a quienes sufren de atracción hacia el mismo sexo nos ofrece esta perspectiva: 

Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta. Estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición.  (CIC, núm. 2358). 

Hay esperanza para aquellos que experimentan atracción hacia el mismo sexo; y no debemos cesar en el esfuerzo por ayudar a otros a entender la verdad. Esto no quiere decir que Dios «cambiará» a Su creación, la persona, porque Él no los hizo así ni pretendió que experimentaran esta atracción. Más bien, Dios puede cambiar la forma de pensar de la persona al revelar la mentira que el individuo ha aceptado e internalizado en la conciencia de sí mismo. 

Una vez que la mentira es expuesta, pueden abordarse las heridas que condujeron a esta mentira -como el abuso, el rechazo o la falta de afirmación en la propia identidad de género, y puede comenzar la curación y emerger la verdadera identidad de la persona. Cuando comienza este proceso de curación, la atracción hacia el sexo opuesto aumenta para muchos. 

Courage, el grupo católico de apoyo a personas con atracción hacia el mismo sexo, así como muchos cristianos, se abstienen de usar palabras como «gay», «lesbiana», «bisexual», «transgénero» o incluso «homosexual». Las palabras pueden tener efectos poderosos. Porque estas palabras son etiquetas que insinúan que la homosexualidad es una identidad, refuerzan las mentiras y continúan intensificando los problemas en nuestra sociedad y nuestra Iglesia. Como cristianos católicos, aliento a cada uno de nosotros a ser cuidadosos con nuestro discurso y a eliminar el uso de etiquetas y a usar en cambio la expresión «atracción hacia el mismo sexo», que describe con más precisión la experiencia que estos hombres y mujeres atraviesan. 

El conocimiento del corazón 

Anteriormente hablé de la importancia de reconocer que soy un hombre y sentirlo internamente en mi corazón. El desafiante libro Be a Man! (¡Sé un hombre!),  del padre Larry Richards, me ayudó a lograr una sanación aun más profunda. Intelectualmente, sabía que Dios era mi Padre Celestial, pero en realidad no lo sabía ni lo creía con todo mi ser. Y luego leí el siguiente pasaje en el libro del padre Larry: 

«Cuando fuimos bautizados, el cielo se abrió tal como lo hizo para Jesús; y, espiritualmente, Dios Padre, el Creador del universo, nos miró a ti y a mí y dijo: “Tú eres mi Hijo amado”. Dejaste de ser una creación y te convertiste en un hijo del Padre por el poder del Espíritu Santo».[4]  

¡Habla sobre el poder de las palabras! En Jesús, somos hijos e hijas del Creador del universo. Él realmente nos ama más de lo que podríamos imaginar. Esta es nuestra verdadera identidad: es quien cada uno de nosotros realmente es. 

Isaías 43, 4 dice: «Dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado y yo te amo …». El padre Larry trajo hasta mí este verso de manera muy personal cuando explica: 

Debemos entrar en una relación con Dios sabiendo esa verdad. Debemos saber que nuestra relación comienza donde comenzó Jesús, con el conocimiento de que somos amados por el Padre. El Dios del universo te mira y dice: «¡Te amo!»[5] 

 Esto me tocó hondamente. Antes de que ocurriera esta sanación interna, sabía con certeza que Dios amaba a todos. Pero cuando se trataba de que Él me amara personalmente, lo sabía solo intelectualmente, no en mi corazón. El padre Larry me ayudó a conectar esta verdad de mi mente con mi corazón. 

Estoy agradecido con Dios por mostrarme mi verdadera identidad en Él. Ahora, abrazo mi masculinidad y sé que soy un hombre de Dios. En Jesús, sé que soy un hijo amado de Dios que ha sido creado única y maravillosamente y cuyo nombre es David. 

 


[1] Congregation for the Doctrine of the Faith, “Some Considerations Concerning the Response to Legislative Proposals on the Non-Discrimination of Homosexual Persons,” 22 de julio de 1992, n° 3. 

[2] Alan Medinger, Growth into Manhood (Colorado Springs, CO: Waterbrook Press, 2000). 

[3] Medinger, “Calling Oneself ‘gay’ or ‘lesbian’ Clouds one’s Self-Perception” de Same-Sex Attraction: A Parent’s Guide. Eds. John F. Harvey, OSFS, y Gerard V. Bradley (South Bend, EN St. Augustine’s Press, 2003) p. 173. 

[4] Fr. Larry Richards, Be a Man! (San Francisco, Ignatius Press, 2009), p. 43. 

[5] Ibid., p. 37. 

 

David Prosen, terapeuta y líder de un capítulo, un grupo de apoyo, de Courage, detenta un MA en Terapia de Franciscan University of Steubenville. Es miembro tanto de la American Association of Christian Counselors (AACC) como de la National Association for Research and Therapy of Homosexuality (NARTH). 
 
Para más información sobre Courage, grupo de apoyo para hombres y mujeres con atracción hacia el mismo sexo que busca seguir las enseñanzas de la Iglesia Católica Romana, visite www.couragerc.org
 
Este artículo fue publicado originalmente en el sitio web Life Site News bajo el título “I am not gay… I am David”.  Fue traducido por el equipo de Courage International.  Si tiene alguna preguntapuede escribirnos a: oficina@couragerc.org