María, Refugio de los pecadores

María, Refugio de los pecadores

Por Yara Fonseca*

Octubre es un mes mariano por excelencia. Celebramos las memorias del Dulce Nombre de María, Nuestra Señora de la Merced, Nuestra Señora del Rosario, la Virgen del Pilar y Nuestra Señora de Aparecida.    

Al compás de estas celebraciones, tenemos una ocasión privilegiada para mirar a Nuestra Madre María y acogernos a sus cuidados y protección. Bajo su amparo, la lucha espiritual es más dulce y esperanzada, pues contamos con una Madre que intercede por nosotros ante Jesús. Entre los muchos títulos atribuidos a María, encontramos uno que abraza a todo hombre y mujer: Refugio de los pecadores.  

Este título tiene raíces en las Sagradas Escrituras, que bien pueden ayudarnos a comprender el papel que María tiene en el combate espiritual de cada cristiano. El libro del Deuteronomio habla de las ciudades de refugio, lugares donde asesinos involuntarios podían encontrar abrigo para librarse de la muerte, pues la ley preveía que todo asesinato debería ser expiado con la sangre del homicida (ver Dt 19, 4-5). Al llegar a estas ciudades, debían presentar su caso y, si el veredicto era que el asesinato cometido no fue intencional, eran acogidos en estas ciudades y protegidos de la muerte.  

Desde una mirada espiritual, el pueblo cristiano prontamente interpretó que María es como estas ciudades. A diferencia de las ciudades antiguas, que ofrecían refugio para algunos delitos, bajo el manto de María encontramos abrigo todos los pecadores y por eso sobre Ella podemos cantar: “Cosas gloriosas se han dicho de ti, ciudad de Dios” (Salmo 87, 3).  

Puede ayudarnos a entender este simbolismo el traer a la memoria las antiguas ciudades cercadas por murallas altas e imponentes. Bien podemos imaginar que el manto de María es como estos muros que ofrecen protección y seguridad. En este sentido, San Juan Damasceno le hace decir a María: “Yo soy la ciudad de refugio para todos los que vienen a mí”.  

Nuestra madre no tiene miedo de nuestros pecados, por más horribles que estos puedan ser. Ella busca a cada hijo sin importar la situación en que se encuentre y se ofrece a ser nuestro refugio espiritual. Tiene las puertas de su corazón abiertas para que entremos y nos protejamos bajo sus murallas, y con su manto nos envuelve cual escudo protector. María no escatima esfuerzos y con insistente paciencia nos espera con brazos que acogen y sanan.  

¡Cuántas veces nos desesperanzamos e incluso desesperamos por nuestros pecados! Sentimos el peso de nuestra fragilidad moral, principalmente cuando caemos una y otra vez en la misma falta. También sentimos que no tenemos las fuerzas para retomar el camino y que no somos dignos de perdón. Ante estos sentimientos, encontramos gran consuelo en este título mariano que nos invita a alzar la mirada y pedir su ayuda, seguros de que Ella quiere rescatarnos de los pozos más profundos en que podamos estar hundidos a causa de nuestra miseria.  

Tengamos la certeza de que no perdemos cuando recurrimos a María. Así nos invita San Basilio al decir: “No te desanimes, sino que en todas tus necesidades recurre a María; llámala en tu ayuda, siempre la encontrarás dispuesta a socorrerte; porque ésta es la voluntad de Dios, que ayude a todos y en toda necesidad”.   

Si estás desanimado o desanimada en tu lucha espiritual, experimenta buscar el abrigo de esta ciudad fuerte que es María, experimenta buscar protección bajo su manto materno. Y si no sabes cómo hacerlo, recuerda que no hay recetas ni exigencias que excedan nuestras fuerzas. Ella es Madre buena y amorosa que ya te espera y ya está intercediendo por ti. Basta simplemente decirle: Aquí estoy, con mi fragilidad y pecado, necesito de tus cuidados. Confío que puedes ser mi abogada e intercesora y que en tu mano puedo apoyarme para levantarme una y otra vez.  Ante Ella, oremos con las palabras esta bella oración de San Bernardo:  

Acordaos,
¡Oh piadosísima Virgen María!
Que jamás se ha oído decir que
ninguno de los que han acudido
a vuestra protección,
implorado vuestra asistencia
y reclamando vuestro socorro,
haya sido abandonado de Vos.
  

Animado con esta confianza,
a Vos también acudo,
¡Oh Madre, Virgen de las vírgenes! 
 

Y aunque gimiendo bajo el peso  de mis pecados,
me atrevo a comparecer  ante vuestra presencia soberana.
No desechéis,  ¡Oh Madre de Dios!,
mis humildes súplicas,  antes bien,
inclinad a ellas vuestros oídos
y dignaos atenderlas favorablemente.  

Amén  


* Yara Fonseca es consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y reside en Brasil con su comunidad.