«La cirugía de cambio de género no es la solución»

Author: Dr. Paul McHugh 

La cirugía de cambio de género

no es la solución

 

La alianza entre gobierno y medios de comunicación que promueve la causa transgénero se ha desbocado en las últimas semanas. El 30 de mayo, un comité de revisión del Departamento de Salud y Servicios Humanos de los Estados Unidos dictaminó que Medicare puede pagar la cirugía de «reasignación» que buscan los transexuales, es decir, aquellos que dicen no identificarse con su sexo biológico. Antes, el mes pasado, el Secretario de Defensa, Chuck Hagel, dijo estar «dispuesto» a levantar la prohibición impuesta a personas transgénero que sirven en el ejército. Viendo la tendencia, la revista Time publicó una historia de portada para su número del 9 de junio que tituló «The  Transgender Tiping Point: America’s next civil rights frontier» (El punto clave del transgénero: la próxima frontera de los derechos civiles en los Estados Unidos).  

Los legisladores y los medios, sin embargo, no están haciéndole ningún favor ni al público ni a las personas transgénero al tratar sus confusiones como un derecho que requiere defensa antes que como un trastorno mental que merece comprensión, tratamiento y prevención. Esta intensa autopercepción de ser transgénero constituye un trastorno mental en dos aspectos.  El primero es que la idea de desfase sexual es sencillamente errónea: no  corresponde con la realidad física. El segundo es que puede conducir a nefastos resultados psicológicos.  

Las personas transgénero sufren un desorden de «aceptación» como el de otros desórdenes con que los psiquiatras están muy familiarizados. En las personas transgénero, la aceptación desordenada es que la persona difiere de lo que parece serle naturalmente dado -es decir, su masculinidad o su feminidad. Otros tipos de aceptación desordenada son los que tienen quienes sufren de anorexia y bulimia nerviosa, donde la aceptación que se aparta de la realidad física es que los peligrosamente delgados creen tener sobrepeso.  

Con el trastorno dismórfico corporal, condición que suele ser socialmente paralizante, el individuo se consume bajo la suposición de «ser feo». Estos trastornos ocurren en sujetos que han llegado a creer que algunos de sus conflictos o problemas psicosociales se resolverán si pueden cambiar la forma en que se muestran a los demás. Tales ideas funcionan como pasiones que rigen la mente de los sujetos y tienden a estar acompañadas por un argumento solipsista.  

En el caso de las personas transgénero, este argumento sostiene que la sensación del propio «género» es consciente y subjetiva que, al estar en la propia mente, no puede ser cuestionada por otros. A menudo el individuo busca no solo la tolerancia de la sociedad hacia esta «verdad personal» sino la afirmación de la misma. En ello se basa el apoyo a la «igualdad transgénero|, las demandas de pago gubernamental de los tratamientos médicos y quirúrgicos, y el acceso a todos los roles y privilegios públicos relativos al sexo.  

Con este argumento, los defensores de las personas transgénero han convencido a varios estados –como California, Nueva Jersey y Massachusetts– de aprobar leyes que prohíban a los psiquiatras (aunque tengan el permiso de los progenitores) esforzarse por restaurar los sentimientos naturales de género en los menores transgénero. Que el gobierno pueda inmiscuirse en los derechos de los progenitores de buscar ayuda para guiar a sus hijos indica cuán poderosos se han vuelto estos defensores.  

¿Cómo responder? Los psiquiatras obviamente deben desafiar el concepto solipsista de que lo que está en la mente no puede ser cuestionado. Los desórdenes de la conciencia, después de todo, constituyen el ámbito de la psiquiatría; declararlos fuera de límite eliminaría el campo. Muchos recordarán cómo, en la década de 1990, los solipsistas de la locura de la «memoria recuperada» consideraron incuestionable una acusación de abuso sexual infantil por parte de los padres.  

No escucharemos esto de boca de quienes defienden la igualdad de los transgénero, pero hay estudios controlados y de seguimiento que revelan problemas fundamentales en este movimiento. Cuando en Vanderbilt University y en la Clínica Portman de Londres se hizo un seguimiento sin tratamiento médico o quirúrgico a niños que manifestaron sentimientos transgénero, entre el 70% y el 80% de ellos perdió esos sentimientos espontáneamente. Aún queda por discernir qué diferencia al 25% de individuos que tuvieron sentimientos persistentes. 

En la Universidad Johns Hopkins, que en la década de 1960 fue el primer centro médico estadounidense en incursionar en la «cirugía de reasignación de sexo|, lanzamos en la década de 1970 un estudio que comparaba los resultados de las personas transgénero que se sometieron a la cirugía respecto de los resultados de otros que no lo hicieron. La mayoría de los pacientes tratados quirúrgicamente se describieron a sí mismos como «satisfechos» por los resultados, pero sus ulteriores adaptaciones psicosociales no fueron mejores que las de quienes no se habían sometido a la cirugía. Y, así, en Hopkins dejamos de hacer cirugía de reasignación de sexo, ya que producir un paciente «satisfecho» pero aún conflictuado no nos pareció una razón apropiada como para amputar quirúrgicamente órganos normales.  

 

Hoy en día parece que nuestra decisión de hace mucho tiempo fue sabia. Un estudio realizado en el 2011 en el Instituto Karolinska, en Suecia, produjo los resultados hasta ahora más esclarecedores con respecto a las personas transgénero, evidencia que debería dar pausa a los defensores. El estudio de largo plazo -hasta 30 años- hizo el seguimiento de 324 personas que se sometieron a una cirugía de reasignación sexual. El estudio reveló que unos 10 años después de la cirugía, los transgénero comenzaron a experimentar dificultades mentales cada vez mayores. Lo más inquietante es que su mortalidad por suicidio aumentó a 20 veces por encima de la población comparable no transgénero. Este perturbador resultado aún no tiene explicación, pero probablemente refleja la creciente sensación de aislamiento que los trangénero reportaban después de la cirugía al ir envejeciendo. La alta tasa de suicidios sin duda plantea un desafío a la prescripción de la cirugía.  

Entre las personas transgénero hay subgrupos y para ninguno parece apta la «reasignación». Un grupo incluye prisioneros varones como el soldado raso Bradley Manning (http://topics.wsj.com/person/M/Bradley-Manning/ 6200), violador de seguridad nacional bajo condena que ahora desea ser llamado Chelsea. Cuando afrontan sentencias largas y los rigores de una prisión para varones, tienen un motivo obvio para querer cambiar de sexo y, por lo tanto, de cárcel. Dado que cometieron sus delitos como varones, deberían ser castigados como tales; tras cumplir su periodo, serán libres de reconsiderar su género. Otro subgrupo está compuesto por jóvenes hombres y mujeres susceptibles a la sugerencia de la educación sexual de que «todo es normal», amplificada por los grupos de chat en la Internet. Estos son los sujetos transgénero con más similitud a los pacientes de anorexia nerviosa. Llegan a estar convencidos de que buscar un cambio físico drástico eliminará sus problemas psicosociales. Sus consejeros escolares de «diversidad», casi como líderes de culto, podrían alentar a estos jóvenes a distanciarse de sus familias y ofrecerles consejos para refutar los argumentos contrarios a la cirugía transgénero. En este caso, los tratamientos deben comenzar por retirar al joven del ambiente sugerente y ofrecerle un mensaje contrario en la terapia familiar.  

También hay un subgrupo de niños muy jóvenes, a menudo púberos, que notan distintos roles sexuales en la cultura y que, al explorar cómo encajan, empiezan a imitar al sexo opuesto. Médicos equivocados de centros médicos como el Boston’s Children’s Hospital han comenzado a tratar este comportamiento administrando hormonas que retrasan la pubertad para hacer que las ulteriores cirugías de cambio de género sean menos onerosas, a pesar de que los medicamentos entorpecen el crecimiento de los niños e implican un riesgo de causar esterilidad. Dado que cerca del 80% de estos niños abandonarían su confusión y crecerían naturalmente hasta la adultez si no recibieran tratamiento, estas intervenciones médicas se aproximan al abuso infantil. Una mejor manera de ayudar a estos niños: ofrecer una crianza parental dedicada.  

En el corazón del problema está la confusión sobre la naturaleza de las personas transgénero. El «cambio de género» es biológicamente imposible. Las personas que se someten a la cirugía de reasignación de sexo no cambian de hombre a mujer ni viceversa. Por el contrario, se convierten en varones afeminados o en mujeres masculinizadas. Afirmar que se trata de un asunto de derechos civiles y alentar la intervención quirúrgica es, en realidad, aportar a un trastorno mental y promoverlo.  

 


El Dr. McHugh, ex psiquiatra en jefe del Johns Hopkins Hospital, es el autor de Try to Remember: Psychiatry’s Clash Over Meaning, Memory, and Mind (Dana Press, 2008). 
Este artículo fue publicado originalmente en el sitio web Truth & Love bajo el título  “Transgender Surgery Isn´t the Solution”.  Fue traducido por el equipo de Courage International.  Si tiene alguna preguntapuede escribirnos a: oficina@couragerc.org