«¿La castidad es posible?»

Author: Rev. T. G. Morrow

Published: 1994

¿La castidad es posible? 

 

Para responder a nuestra pregunta, debemos considerar tres interrogantes: ¿Qué es exactamente la castidad? ¿Qué comportamiento implica la castidad cristiana? ¿Cómo vive uno la castidad?

¿Qué es la castidad?

¿Qué es la castidad?  Inspirados en Santo Tomás de Aquino y Aristóteles, podemos definir la castidad como la moderación habitual del apetito sexual conforme a la recta razón.  Tengamos en cuenta que no se trata solamente de la regulación del comportamiento, lo cual sería autocontrol, sino de la regulación de los deseos que conducen al comportamiento sexual. Consideremos también, que la norma es «recta» razón, es decir, la razón conforme a la ley eterna de Dios, y  no simplemente la razón mundana, que considera cualquier acto sexual que evita el embarazo no deseado o la enfermedad como «razonable».

 

¿Qué es el comportamiento casto?

Ahora ¿qué comportamiento exige la castidad cristiana?  Primero, analicemos las palabras de Jesús en el Evangelio: «Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad…Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre». (Mc 7, 21-23; ver también Mt 15, 19-20).  San Pablo agrega: «… porque tened entendido que ningún fornicario o impuro o codicioso participará en la herencia del Reino de Cristo y de Dios» (Ef 5, 3-7; también Gal 5, 19-21). [La fornicación es cualquier relación sexual voluntaria de una persona soltera con otra persona soltera del sexo opuesto].

Así pues, las Escrituras son bastante claras en cuanto al sexo fuera del matrimonio.  Algunas personas buscan racionalizar su forma de pensar en cuanto a esto pero, en última instancia, eso es una negación de las enseñanzas de Cristo y Su Iglesia.  La negación de la enseñanzas contenida en las Escrituras es mucho peor que un pecado sexual cometido a partir de la debilidad.  ¿Y qué hay de la ignorancia invencible? ¿Qué verdadero cristiano podría ignorar, irreprochablemente, el código moral de la Biblia?

La Iglesia Católica agrega precisión a este tema bíblico: « El uso de la función sexual logra su verdadero sentido y su rectitud moral tan sólo en el matrimonio legítimo» (Declaración acerca de algunas cuestiones de ética sexual, Congregación para la Doctrina de la Fe, 1975, párrafo 5).  En el mismo documento (párrafo 10) encontramos: «El orden moral de la sexualidad comporta para la vida humana bienes tan elevados, que toda violación directa de este orden es objetivamente grave» (Esto claramente sigue lo expuesto en la cita anterior de San Pablo: Uno no es excluido del Reino por pecados veniales).  Partiendo de ésta y otras enseñanzas de la Iglesia, podemos concluir que, cualquier excitación o acto sexual voluntario fuera de una unión matrimonial normal (sin uso de anticonceptivos), ya sea por parte del marido o de la mujer, constituye un pecado grave.  Esto incluiría la masturbación, la fornicación, los juegos de estimulación sexual extramatrimoniales, el adulterio, los actos homosexuales, e incluso los pensamientos lujuriosos  (Mt 5, 28).  Para nuestro mundo hipersexualizado, esto puede parecer intolerable, pero las enseñanzas morales de Cristo siempre han sido un obstáculo para el mundo.  El mundo le encuentra el sentido a las cruces.

¿Por qué están mal estas cosas?  En pocas palabras, porque 1) el sexo es un símbolo de la entrega del amor conyugal (y la finalidad de los juegos sexuales es preparar a las personas para el acto sexual),  y 2) el sexo puede producir hijos, que deben ser concebidos y criados en la comunidad de amor estable del matrimonio.

 

Cómo vivir la castidad

¿Cómo vive uno esto?  ¿Cómo desarrolla uno la virtud de la castidad por medio de la cual uno vive, habitualmente, de esta manera sin una lucha o, como lo expresó Santo Tomás de Aquino, «gozosa, fácil e inmediatamente»?

Ciertamente, como fruto del Espíritu Santo, la castidad no es algo a lo que uno llega sin oración y esfuerzo considerables.  Los frutos de un árbol aparecen al final, y lo mismo ocurre con los frutos del Espíritu Santo: para cultivarlos, estos requieren de mucho tiempo y esfuerzo mediante la gracia de Dios. Por lo tanto, para comenzar a vivir esto en nuestro mundo, es necesario tener una vida espiritual fuerte.  Quince minutos de meditación diaria (con el rosario o la meditación de los Evangelios), más el asistir frecuentemente a la Santa Misa, así como la constante recepción de los sacramentos, resulta fundamental para cualquier persona que espera alcanzar esta virtud.

Pero ¿existen algunos métodos que uno pueda emplear para utilizar efectivamente la gracia recibida por medio de los ejercicios espirituales para desarrollar la castidad?

Sí, los hay.  Debemos comenzar observando con Aristóteles y Santo Tomás de Aquino (Summa Theologica, I, q81 a3), que el apetito sexual no solo escucha a la razón, sino también a los sentidos y a la imaginación.  Por lo tanto, debemos primero tener cuidado con lo que miramos u observamos. Ver películas o videos sexualmente explícitos, o pornografía, o incluso el hecho de enfocarse en personas del sexo opuesto, provocativamente vestidas, es veneno para una persona que busca la castidad.  Lo peor es utilizar materiales pornográficos, ya que la pornografía presenta al sexo como una simple actividad recreativa, y a las mujeres (u hombres) como meros objetos de placer.  Ambas son mentiras terribles.

La imaginación es otra área de potencial peligro.  Cuando nos damos cuenta de un pensamiento impuro, debemos tratar inmediatamente de desplazar ese pensamiento con un pensamiento animado, como un juego de pelota, o un bello atardecer, etc.  Además, debemos tomar el consejo de San Juan María Vianney de hacer la señal de la cruz para ahuyentar la tentación y, con Santa Catalina de Siena, decir el nombre de Jesús de forma repetitiva en el corazón ( así fue como ella combatió una serie de tentaciones infames).  Un pensamiento impuro no invitado no es pecaminoso, pero una vez que una persona desea su continuación, entra el pecado, y como Jesús señaló, uno puede pecar seriamente en el corazón.

Además, dado que hay voces compitiendo por el control del apetito sexual, no funciona lidiar «despóticamente» con dicho apetito diciendo simplemente «no» a aquello que lo hace atractivo.  Si lo hacemos, terminaremos reprimiendo el apetito en el inconsciente donde esperará una oportunidad para detonar (Papa Juan Pablo II, en su libro  Amor y Responsabilidad, de aquí en adelante AR, Ignatius Press, pág. 198).  En un momento de debilidad, en efecto, el apetito detonará con un arrebato de actividad sexual.  Esto se observa en la persona que se contiene durante varias semanas pero luego tiene un arranque de actividad sexual , y repite este ciclo una y otra vez.

El intelecto debe lidiar «políticamente» con el apetito, enunciando los valores que se ganarán al vivir la castidad, para compensar el valor del placer sexual que se está sacrificando.

 

Valores de la castidad

¿Cuáles son algunos de estos valores (bienes) que debemos recordar para aliviar cualquier resentimiento interior y encontrar paz en la opción por la castidad?  Primero que todo, está el don más precioso que tenemos como cristianos: nuestra relación de amor personal con Jesucristo.  Violar de manera libre y consciente la castidad es destruir esa relación con el Señor, una relación que es nuestra fuente de vida y nuestro camino de salvación.  Es un alto precio a pagar por unos breves momentos de placer.

Otro valor que se consigue al optar por la castidad, es el de mantener la sacralidad del sexo, tan sagrado que pertenece solo al matrimonio.  Al vivir la castidad, uno evita trivializar el sexo como algo meramente recreativo, de tal manera, que cuando la persona participe de él, en el matrimonio, experimentará su naturaleza única y un profundo sentido de intimidad.

Un valor adicional que se alcanza al optar por la castidad, es el vivir a la altura de nuestra propia dignidad humana como personas creadas a imagen y semejanza de Dios.  Como tales, somos facultados para vivir según la razón, en vez de ser controlados por nuestros deseos e impulsos (como los animales).  Al ejercer esta facultad, vivimos nuestra noble dignidad como personas a imagen de Dios.

Al abstenernos de la actividad sexual con otra persona, también somos capaces de mantener el valor de la persona como un todo, en vez de caer en la tendencia (como resultado del pecado original) de ver al otro como un simple objeto de placer.  El valor del sexo es tan solo uno de los muchos valores que una persona tiene, sin duda uno realmente precioso, pero solo uno de muchos.  Participar del sexo antes del matrimonio da lugar a la tendencia natural, particularmente en el hombre, de considerar a la mujer, primordialmente, como un objeto de placer, más que como una persona, como su igual y como alguien digno de ser amado, no solo usado (AR, pág. 41).

Otro valor es la importancia de desarrollar uno de los tipos de amor más importantes durante el noviazgo.  El amor de entrega de sí mismo (ágape), la amistad y el afecto son los amores que mantendrán un matrimonio unido.  Estos deben desarrollarse como hábitos durante el noviazgo de modo que cuando comience el matrimonio, y llegue el momento de las relaciones sexuales, como se supone que debe ser, estos otros amores, menos emocionantes pero más fundamentales, serán casi una segunda naturaleza para los esposos.  Si una pareja comparte el sexo antes del matrimonio, lo más probable es que no desarrollen estos amores más desinteresados como hábitos.  El egoísmo tenderá a infiltrarse, como sucede con frecuencia con algo tan placentero como el sexo.  Las parejas que no tienen sexo antes del matrimonio tienen mucho más probabilidades de estar dispuestas a servirse mutuamente en ágape, de expresar su amor mediante el afecto sin siempre tener que pasar de ahí al sexo, y de desarrollar los intereses comunes que están al centro de toda buena amistad.  De hecho, la actividad sexual antes del matrimonio puede ocultar el error fatal de una carencia fundamental de amistad, tan esencial para un buen matrimonio.

Al recordar constantemente estos valores, la persona puede, en un sentido, infundir razón al apetito, a tal punto que, con el tiempo, parecerá que el apetito participa de la razón.  Los valores de la castidad deben ser «objetivados», interiorizados, de modo que la voluntad esté «constantemente confrontada por un valor que explique plenamente la necesidad de contener los impulsos provocados por el deseo carnal y la sensualidad.  Solo cuando este valor tome posesión de la mente y la voluntad, se calmará la voluntad y se liberará de un sentido característico de pérdida» (AR, pág. 198).  Esta es la paz que trae consigo la castidad.

Otra forma de ver esto es que tras convertir la mente, debemos «convertir el corazón».  El signo de un corazón que aun no se ha convertido, es una persona que, en teoría, desea vivir la castidad pero no hace nada para evitar los peligros de los pecados contra la castidad.  Si bien, algunas personas aceptan las enseñanzas de la Iglesia respecto al sexo, ya sea por aburrimiento o por el apego a la emoción del sexo, insisten en, al menos, coquetear con el sexo.  Por ejemplo, una pareja que continúa besándose prolongadamente en el sofá, aunque saben que eso ya antes los ha llevado a cometer graves pecados; o cuando uno invita al otro a pasar la noche juntos («¡pero no va a pasar nada!»), sabiendo que ésta es una seria ocasión de pecado.  O cuando un hombre casado acude a una cena a solas con una mujer atractiva.  Dichas personas ya han pecado gravemente contra el amor (y la prudencia) al ponerse deliberada e innecesariamente en tentación.  ¿Qué persona que realmente ama a Dios caminaría al borde de un acantilado como éste y luego diría «¡Espero no caerme!»?

El autocontrol debe servir como un vigilante del apetito sexual hasta que este esté preparado, pero el autocontrol no es una virtud completamente desarrollada en sí misma, ya que conlleva una constante batalla.  Por otro lado, la castidad es una verdadera virtud ya que pone al apetito del lado de la razón, eliminando así la batalla.  Con la castidad, la persona tiene la cabeza y el corazón unidos en la búsqueda de los valores más nobles de una relación con el Señor, la verdad de la sacralidad del sexo y la dignidad de la persona humana.

* * *

«La castidad es un asunto difícil, de largo plazo; sus frutos deben aguardarse con paciencia por la felicidad y amorosa bondad que traerán consigo.No obstante, al mismo tiempo, la castidad es el camino seguro a la felicidad» (AR, pág. 172).

Por consiguiente, volviendo a nuestra pregunta original: ¿Es posible la castidad?  Sí, por supuesto.  Puede que no sea fácil en nuestra sociedad, sumergida en el sexo, pero con la gracia que recibimos por medio de la Santa Misa, los sacramentos y la oración, es posible.  Y, con la gracia no sólo viene la castidad, sino también… la vida eterna.


Este artículo fue originalmente publicado en Courage International bajo el título “Is Chastity Possible?”, y fue traducido por el equipo de Courage International.  Si tiene alguna pregunta, puede escribirnos a: oficina@couragerc.org