Iniciando el año pidiendo una mayor confianza en Dios

Iniciando el año pidiendo una mayor confianza en Dios

Por Yara Fonseca*

Hace pocos días iniciamos un nuevo año. Muchas veces aprovechamos esta ocasión para evaluar el año anterior y proyectarnos hacia lo que viene por delante. Los primeros días del año suelen estar acompañados por diversos sentimientos y experiencias interiores. Algunas veces miramos el año que se inicia con el deseo de que sea mejor y más llevadero que el que termina; otras veces tenemos expectativa y entusiasmo con lo que nos espera; pedimos a Dios que nos regale un año donde nosotros y nuestros seres queridos tengamos salud, paz y armonía, y pedimos éxito en todas nuestros proyectos y relaciones.

Este nuevo inicio, con todas sus emociones y sentimientos, no es solo un cambio de calendario, sino una oportunidad valiosa para experimentar de manera renovada el amor de Dios y su fidelidad hacia cada uno de nosotros. Es un momento privilegiado para buscar a Dios y reafirmar nuestra fe y confianza en su providencia paternal.

La certeza del amor de Dios hacia nosotros nos da seguridad, su cuidado trasciende cualquier circunstancia de vida y nos capacita para vivir con esperanza. El profeta Jeremías nos da palabras alentadoras con relación a la voluntad de Dios para sus hijos: “porque Yo conozco mis designios sobre vosotros, dice el Señor, designios de bienestar y no de desgracia, de daros un porvenir y una esperanza” (Jer 29,11).

La voluntad de Dios es que vivamos bien, que podamos participar de los dones y bendiciones que Él mismo constantemente nos ofrece. Nuestro Dios es un Dios vivo que regala vida en abundancia y que nos protege como a “la niña de sus ojos” (Salmo 17, 8).

Quizás nos pueda parecer extraño usar esta expresión para referirnos a la relación que Dios tiene con sus hijos, pero las Sagradas Escrituras, más concretamente el Antiguo Testamento, usa esta expresión que bien puede ayudarnos a profundizar en quienes somos para Dios. “La niña de los ojos” es la pupila, lugar muy sensible del cuerpo. Pensemos cómo los párpados la protegen. Basta que algún objeto se aproxime a nuestros ojos para que los párpados se cierren automática e inmediatamente. Además, de modo instintivo, solemos mover la cabeza y llevar las manos al rostro para proteger este órgano tan delicado y evitar alguna lesión.

Somos esta pupila vulnerable para Dios, y Él hace todo para protegerla. Encontramos en el capítulo 32 del libro del Deuteronomio un testimonio de este amor. El pueblo de Israel mientras buscaba la tierra prometida anduvo por el desierto y, si bien sufrían las inclemencias del clima y la fatiga del camino, Dios siempre cuidó de cada detalle, los alimentó con el maná y sació su sed con el agua que hizo brotar de una roca; también les garantizó la victoria contra sus enemigos. Expresando este cuidado, el autor sagrado nos dice que Dios “lo halló en tierra desértica, en medio de la soledad rugiente del desierto. Lo rodeó, lo cuidó, lo guardó como a la niña de sus ojos” (Dt 32,10).

Ya en el libro del profeta Zacarías encontramos gran consolación en la promesa de que Dios, con su amor celoso, nos libra de nuestros enemigos y de todo aquello que quiere hacernos daño y apartarnos de su amor: “así ha dicho el Señor de los ejércitos: Tras la gloria me enviará él a las naciones que os despojaron, porque el que os toca, toca a la niña de mi ojo” (Zac 2,8).

La confianza de que Dios cuida de su pueblo también aparece presente en los ruegos que encontramos en los salmos de petición. Así es, por ejemplo, la súplica del salmo 17: “Guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme bajo la sombra de tus alas”. Aquí vemos como el salmista, pide con libertad que Dios lo guarde y proteja pues confía en su manera siempre paternal de cuidar de su pueblo, de cada uno de sus hijos.

¿Si Dios nos promete este cuidado amoroso, cómo no confiar en Él? La confianza es una virtud cristiana exigente pues a menudo no experimentamos de modo sensible el amor de Dios, pero al mirar el testimonio de las Sagradas Escrituras encontramos un aliento espiritual que nos invita a confiar, a depositar en las manos de Dios todos nuestros afanes y luchas, frustraciones y esperanzas, miedos e incertidumbres.

Confiar es abandonarse en las manos de Dios, es aceptar que necesitamos de su Presencia en nuestras vidas. La invitación hoy es que podamos hacer una oración al Señor en la cual pongamos en sus manos este nuevo año que empieza y le digamos con confianza de hijos: “Señor bueno y fiel, aunque no merezca, soy “la niña de tus ojos”. Confío toda mi vida en tus manos pues estás cerca de mí y todos tus planes son de esperanza y paz. Muchas veces me cuesta confiar, pero hoy hago este acto con fe, pidiéndote la gracia de perseverar en el don de la confianza”.

* Yara Fonseca es consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y reside en Brasil con su comunidad.