«Frente al Santísimo le expresé mis miedos, temores, vergüenza, y Jesús me dijo: ¡Aquí estoy! »
«Frente al Santísimo le expresé mis miedos,
temores, vergüenza, y Jesús me dijo: ¡Aquí estoy! »
Testimonio de un miembro de Courage
Hola, me llamo José, tengo 32 años y soy el mayor de 3 hermanos varones. Nací en el campo en Venezuela y desde hace 7 años vivo en Santiago de chile.
Mi madre tenía 15 años cuando quedó embarazada por primera vez, fue una situación compleja, mi abuela materna había fallecido unos meses antes, dejando 8 niños huérfanos; mi madre era la mayor de todos, mi padre tomaba mucho alcohol, era violento y agresivo en ocasiones.
El dinero escaseaba, mi hermano y yo tuvimos que trabajar desde muy pequeños. Recuerdo que desde los 6 años me encomendaban hacer cosas que demandaban gran responsabilidad. Por ejemplo, salir solo a buscar el mercado o ir solo a llevarle la comida a mi papá que estaba a algunos kilómetros de distancia.
Mi infancia estuvo fuertemente marcada por múltiples abusos sexuales de adolescentes y adultos. Quien cuidaba de mí aprovechaba cualquier ocasión donde mis padres estuvieran ocupados para abusar sexualmente de mí.
Mi padre fue un hombre muy tranquilo en su entorno, pero con su familia era muy violento física y verbalmente, acostumbrado a los malos tratos; su forma de corregir era con golpes, ofensas o malas palabras.
Recuerdo comenzar a sobresalir sobre mi hermano por mi manera de ser bastante sensible y dócil; no me gustaban los trabajos que implicaban el uso de la fuerza o lo que mi padre hacía; no tenía motivación alguna, en la escuela no era buen estudiante, en casa no colaboraba ni me interesaba por ninguna actividad, no tenía amigos, ni me gustaba compartir o jugar.
Recuerdo tener muchos juegos sexuales con primos cercanos a mi edad, hubo uno en particular en el que un primo, terminó golpeándome el trasero y diciéndome “eres una marica”, eso me marcó.
Esto sucedió camino a su casa a preparar una presentación para la escuela, pero por el incidente, terminé por hacerla solo, pues sentía mucha vergüenza; nunca le volví hablar. Recuerdo que la maestra me felicitó por el trabajo que había hecho, y me gustó y alegró tanto cómo me hizo sentir y su trato hacia mí que me enfoqué en ser un excelente estudiante. El desinterés por parte de mis padres era muy notable, yo veía cómo otros padres platicaban o incluso se involucraban en las actividades de sus hijos y mi padre, en especial, nunca decía nada ni mostraba interés alguno.
Durante la adolescencia, comencé a tener relaciones frecuentes con otros adolescentes y con adultos; descubrí la masturbación y comencé a hacerlo diariamente. El bullying estuvo presente casi siempre, para mis compañeros yo era muy afeminado, era muy delgado, todos eran más fuertes que yo.
Hice mi primera comunión a los 11 años junto con mi hermano. Nos preparamos durante 2 años y fui el primero del grupo en aprenderme de memoria todas las oraciones, los ritos, las preguntas, era muy aplicado cuando algo me gustaba. Un año después recibí la confirmación; tenía 12 años. Después de eso, nunca volví a pisar una iglesia por voluntad propia, pero en el fondo deseaba volver y seguir aprendiendo de la fe.
Terminé el bachillerato con muy buenas calificaciones y con todas las intenciones de seguir estudiando, aunque no tenía el apoyo económico, pero era algo que estaba seguro de que quería hacer. No quería seguir al lado de mi padre, ni quería ser como él. Me sumergí en el estudio, en el cálculo, la lógica y los números, lo que de alguna forma hizo que mi deseo sexual hacia los hombres desapareciera casi por completo durante 5 años. Fui el mejor promedio de mi clase, cuando terminaron mis obligaciones como estudiante y mis amigos dejaron de visitarme, comencé a sentir un vacío enorme, pues ya había comenzado a buscar trabajo y me encontré con una realidad opuesta a la que estaba viviendo dentro de la universidad, debido a los problemas económicos que desde 2013 afectaban a mi país. El sueldo no alcanzaba para vivir tranquilamente, por lo que tuve que tomar la decisión de comenzar a trabajar en los negocios familiares de mis tíos, que era donde mejor podía estar; menos gastos más ingresos.
En ese momento mi atracción al mismo sexo emerge con mucha fuerza, descubrí los chats y tuve mis primeras citas con desconocidos, y comencé a experimentar libremente mi homosexualidad, hasta que encontré a una persona con la que mantuve una relación por algunos meses.
En el 2015 me cambio a una ciudad más grande, y, bajo la influencia de familiares, tengo relaciones sexuales con prostitutas, buscando confirmar que esto de la homosexualidad era algo que se podía eliminar teniendo relaciones con mujeres, pero pasado el tiempo encuentro un hombre con quien empecé a tener relaciones sexuales con frecuencia.
Durante ese año trabajaba entre 12 a 14 horas al día, 6 o 7 días a la semana. Tenía muy poco descanso y cuando tenía un pequeño espacio libre buscaba “relajarme” teniendo relaciones sexuales. La relación con mis padres mejoró después de cumplir 17 años. El haberme ido de casa primero a estudiar y luego a trabajar, ayudó e influyó mucho en mis reacciones hacia ellos y en la de ellos hacia mí.
En mayo del 2016 encuentro mi primer trabajo formal como ingeniero en una municipalidad, allí se forma un círculo social y laboral bueno, en todos los ámbitos. Comienzo a preocuparme de mi salud física, mental y establezco un noviazgo con una mujer y conozco una compañera de trabajo, dulce, amable, cariñosa y servicial, una persona que parecía tener a Dios en su corazón, por la alegría, la bondad que transmitía su rostro y su mirada. Era increíble cómo afrontaba el sufrimiento y las ocasiones de dolor, con fuerza y fortaleza. Eso y otras cosas en conjunto no me llevaron a buscar a Dios directamente, pero sí a sentir vacío y desolación en mi corazón y en mi alma. Poco tiempo después tuve un episodio de parálisis del sueño que me hizo pensar, “tengo que buscar un sacerdote, me tengo que confesar porque no estoy bien”.
Me acerco al sacerdote de mi parroquia, me confieso, comienzo a ir a misa y del terror que tenía comencé a rezar todas las noches, pensando que la parálisis del sueño que había tenido era un acto de manifestación maligna (en realidad no tengo certeza). Pasaba el tiempo y seguía experimentando con más fuerza aquel sinsentido de la vida; sentía mucha tristeza y no sabía por qué, no tenía motivos para sentirme triste en ese momento.
Fue tal aquella confusión que sentí, que el sacerdote, me invitó a seguir en acompañamiento espiritual, aunque yo no sabía lo que eso significaba. El miedo se apoderó de mí, porque comencé a sentir cierta atracción física y sexual hacia el acompañante.
Un día, llegué a la iglesia y frente a Jesús Sacramentado comenzó aquella liberación de mi alma. Sentí tanta confianza y sinceridad, que le conté todo lo que había vivido, la atracción que experimentaba desde pequeño. Me hizo entrar en los momentos más duros y expresar todo el dolor, la frustración, la rabia, el rencor, la vergüenza, el miedo, el temor, la angustia que sentía y que había reprimido por mucho tiempo dentro de mí; sentí que Jesús me escuchó y me dijo: “¡Aquí estoy!” Desde aquel momento yo no volví a ser la persona que era. Hubo una enorme transformación en mi interior, experimenté ser perdonado de verdad, decidí perdonar y soltar la carga que desde niño llevaba en el corazón. Desde aquel momento comenzó un proceso de perdón hacia las personas que abusaron de mí.
Mejoró la relación con mi familia, en especial con mis hermanos; comencé a buscar la voluntad de Dios en todo lo que hacía y vivía. Fueron meses de apreciar y experimentar mucho amor y misericordia. Jesús me recibió con los brazos abiertos, abrí mi corazón. Mi forma de ver la vida había cambiado, todo a mi alrededor había cambiado.
Al poco tiempo, tomé la decisión de emigrar, de buscar mejores oportunidades para mí y mi familia.
Llegué a Ecuador, e inmediatamente busqué una parroquia donde congregarme. Hice muy buenos amigos, conseguí un buen trabajo y comencé a ayudar a mi familia.
Pero, poco a poco, comenzaron a aparecer reacciones y emociones que comenzaron a sabotear mis relaciones y mis acciones. Corté un proceso de acompañamiento y no pude afrontar todas las cosas nuevas que estaba viviendo. Volvió a aparecer la atracción al mismo sexo y a ser más fuerte.
Yo no podía permanecer más de 6 meses o un 1 año en un solo lugar, tenía que estar constantemente cambiándome de trabajo, de casa, de ciudad. Fue así como el 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción, comencé un viaje por tierra hasta Santiago de Chile, una experiencia bastante fuerte para cualquier persona. Llegué a Santiago de Chile el 12 de diciembre del año 2018, providencialmente ambos días dedicados a la Virgen. Pero no es hasta marzo del 2019 cuando vuelvo acercarme a Dios, desde la tragedia de dejar mi hogar, mi patria mis costumbres y del miedo a lo desconocido y sabiendo que había dejado atrás un proceso de sanación.
Chile me abrió las puertas en muchos ámbitos de mi vida y me ha dado muchos aprendizajes y experiencias, pero también sacó de mí lo peor de la atracción al mismo sexo. Descubrí las aplicaciones de citas en un país donde estoy solo, donde puedo hacer miles de cosas sin que mi familia o conocidos se enteren; era el espacio ideal para poder dejar que estas atracciones gobernarán plenamente mi vida, y sí que pasó. Durante casi 5 años estuve en una relación amorosa tóxica e intermitente con un señor 15 años mayor, de la que siempre intenté salir de múltiples formas: cambié de trabajo, intenté volver a mi país, buscaba acercarme a la iglesia, pero no perseveraba.
Comencé a buscar autoconocimiento con mucha mayor intensidad, conscientemente quería tener una vida casta, pero mi cuerpo y mi mente desean totalmente lo contrario, o me hacían olvidarme rápidamente de todo lo deseado; estar en la gracia de Dios, en el 2020 conozco el apostolado Courage y me uno a un grupo en línea con personas de diferentes países, y desde diciembre del 2023, participo en reuniones presencialmente. Este proceso de acompañamiento pastoral y espiritual ha sido de gran ayuda para permanecer unido a Cristo, buscar siempre levantarme rápidamente después de mis caídas, buscar apoyo y tener amistades que me ayudan a perseverar en la vida cristiana.
También conocí un lugar llamado Casa de la misericordia que pertenece a la Fundación Basílica del Salvador, un edificio en ruinas construido hace más de 100 años, abandonado y deteriorado por el paso del tiempo, que en el transcurso de estos años se ha ido restaurando desde su interior y atendiendo cada día a más personas que llegan con el único deseo de acoger y manifestar la misericordia infinita de Dios. Para mí, más que sanador ha sido claro cómo es el mismo Dios quien va actuando desde el silencio, cómo nos va transformando, nos va llenando de su luz y nos va mostrando la belleza que hay en nuestro corazón: nos va sacando de la ruina.
Actualmente mi atracción al mismo sexo no preside mi vida, la preside Jesús y mi amor y atracción por Él. Jesús en ti confío.