El encuentro con Dios en la oración

Author: Lícia Pereira de Oliveira


El encuentro con Dios en la oración

Por Lícia Pereira de Oliveira*

Cuando consultamos manuales y libros que tratan de la espiritualidad cristiana generalmente hay un capítulo o más dedicados a la oración. Los textos recogen varias definiciones y clasificaciones con la intención de ofrecer elementos que ayuden a rezar mejor. El Catecismo de la Iglesia Católica, por ejemplo, a la pregunta ¿qué es la oración?, responde que la oración es un Don de Dios, es Alianza con Dios y Comunión con Él (cfr. CEC 2559-2565). En estas breves definiciones vemos la interacción entre dos personas: Dios y nosotros. La oración, es entonces, «el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza» (CEC 2563). Orar no es una actividad solitaria y reflexiva, sino que es «la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo» (CEC 25650).Esta relación puede ser entablada de muchas formas y es por ello que hay diversas modalidades de oración, que pueden ser clasificadas según su contenido: oración de adoración, de alabanza, de petición, de acción de gracias, etc., o según el modo de orar: vocal, mental o contemplativo. Dichas definiciones y clasificaciones nos ayudan a captar y a expresar algo del misterio de la oración, sin embargo, como sabemos, muchas veces las palabras quedan cortas para dar a conocer una experiencia profunda, especialmente tratándose de la experiencia del encuentro con Dios. Pero algo podemos expresar de la belleza y hondura de la oración y para ello pedimos la ayuda de una de las más grandes maestras de la espiritualidad cristiana: Santa Teresa de Jesús.

La santa nos dice en su autobiografía, que la oración consiste en: «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama»1. En esta brevísima definición, fruto de la experiencia personal de Teresa, encontramos tres elementos: la amistad, la soledad y el amor.

El amor: en la definición de esta gran Doctora de la Iglesia, el amor aparece como el último elemento, sin embargo, en su experiencia (y en la de todos los que cultivan una vida de oración) el amor es el origen, la fuerza y el sentido de la oración. ¿Pero de qué amor se trata? La santa se refiere en este texto al amor de Dios hacia nosotros, ella nos dice que orando estamos cerca de quien sabemos que nos ama. No siempre en la experiencia personal tenemos esta certeza, muchas veces Dios aparece ante nosotros como un padre severo o entonces un Ser lejano. Es que la certeza del amor de Dios la adquirimos progresivamente mientras vamos forjando el hábito de la oración (a eso se refiere Teresa cuando dice muchas veces tratando). Dios va dulcemente entrando en nuestro corazón para mostrarnos que nos ama y si nos abrimos a su Presencia, podemos percibir que somos muy amados por Él. Es percibiendo que somos amados, como llegamos a amarlo con todo nuestro corazón.

La amistad: La amistad es una forma de amor y la oración posibilita que cultivemos una relación de amorosa amistad con el Señor. Jesús llama a sus discípulos «amigos» (cf. Jn 15, 13-15) y Teresa dice que el Señor es el «buen amigo»2 que desea estar en nuestra compañía. Y nada es impedimento para ello, ni siquiera nuestros pecados. En verdad, nuestra condición de pecadores es lo que posibilita que el Señor realice lo que desea ardientemente: estar en nuestra compañía para, poco a poco, con su Gracia, ir removiendo los obstáculos que nos dificultan escucharlo y hablar con Él como dos amigos que se conocen y se entienden.

La soledad: Esta relación de amistad se cultiva en la soledad. Orar es estar a solas con el Buen Amigo. Es en la intimidad de la amistad que podemos compartir con el Señor nuestras alegrías, dolores, esperanzas, temores, deseos; pedir sus dones, su protección, su perdón; manifestar nuestra gratitud; entonar cánticos de alabanza; adorarlo, bendecirlo y amarlo.

En la oración se da el encuentro entre dos corazones que se buscan, porque se desean. Al rezar percibimos de manera singular que estamos en una relación de profunda amistad con Dios, que estamos encontrándonos con Él y que este encuentro es un encuentro de Amor.

* Licia Pereira es laica consagrada y en estos momentos reside en Brasil con su comunidad.