«Darnos cuenta de nuestra verdadera identidad»

Published in: National Catholic Register

Author: Padre Paul Check 

Published: 7 de noviembre del 2014

Darnos cuenta de nuestra verdadera identidad 

«La cosa más difícil de creer para nosotros podría ser esta: que Dios es bueno, aun cuando las cosas no son como deberían ser». 

 

recapacitando dijo (…), me levantaré iré a mi padre (Lucas 15, 17 – 20).  

El Hijo Pródigo es la más amada de todas las parábolas de Jesús, quizá porque es la historia, o al menos la más esperada de las historias de muchos corazones humanos. Hay un gran drama en esta historia: la generosidad de un padre, la terquedad de un hijo, división en la familia, un desperdicio de talentos, sufrimiento autoinflingido, humildad, un momento de gracia y verdad, un cambio de sentimiento, contrición, perdón y reconciliación. Estos temas sugieren que esta parábola, tan central en las enseñanzas de Cristo, ofrece el fundamento espiritual para las cuestiones relativas al cuidado pastoral de las familias que la Iglesia tiene en consideración.  

Un momento decisivo en la parábola sucede cuando el hijo se da cuenta de su verdadera identidad: el hijo de un padre amoroso y generoso. «Sabemos», escribe el apóstol Pablo, «que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Romanos 8, 28). «Todas las cosas»… para quienes creen que son hijos de un Padre amoroso y generoso. 

La cosa más difícil de creer para nosotros puede ser esta: que Dios es bueno, aun cuando las cosas no son como deberían ser -por ejemplo, cuando alguien que amamos está en dificultad, confundido acerca de la verdad y quizás actuando sobre la base de tal confusión. Pero esta parábola nos reafirma que nada está fuera de la Providencia de Dios o del alcance de su gracia. 

A menudo me hacen una pregunta que no puedo responder fácilmente: «Padre, ¿qué le digo a mi hijo, a mi hija, a mi amigo, etc., cuando él o ella me dice “soy gay”?». 

No es una pregunta fácil de contestar porque mucho depende de la relación que el hablante tiene con la persona, de hasta qué punto la persona se entiende a sí misma a la luz de su atracción sexual y de otras consideraciones. 

Sin embargo, hay algunas cosas que podemos hacer al disponernos a responder a la autorrevelación arriba descrita. La primera podría ser retornar a la parábola del Hijo Pródigo y a la fuerza del amor y la gracia de nuestro Padre Celestial. No estoy diciendo que toda persona que experimenta atracciones hacia el mismo sexo (AMS) sea un obstinado hijo (o hija) pródigo. En absoluto. La Iglesia enseña que  la inclinación homosexual no es pecaminosa en sí misma; solo el acto lo es. Si bien ciertamente no estoy proponiendo una analogía entre la cuestión de la homosexualidad y la parábola del Hijo Pródigo, de todos modos encuentro aspectos de la parábola útiles en este contexto. 

Cuando el hijo inicialmente se acerca a su padre, algo le ha generado confusión sobre quién es él realmente. En ese momento, él no está pensando en sí mismo como un “hijo amado”. Otra identidad ha suplantado la verdad. Con el tiempo, la verdad volverá a él, pero esa claridad llegará a través del sufrimiento. La gracia ha venido operando en “todas las cosas”. En tiempos de prueba, el papel del sacerdote es apaciguar los corazones para ayudar a profundizar la paz y alentar a las personas a creer que, durante la prueba, Dios es aún bueno y que su gracia sigue operando. En estos momentos, el Misterio de la Pascua –la vida salvífica, la muerte y resurrección de Jesucristo– se hace menos, menos un principio teológico y más una realidad de la gracia vivida en la vida del alma. El catecismo se ha hecho carne. 

Esto puede parecer un prefacio extenso para contestar a la pregunta que un miembro de la familia o un amigo hace sobre cómo responder a alguien que se describe a sí mismo como «gay».  Sin embargo, en mi experiencia de más de diez años en el apostolado de Courage, creo que esto preserva el orden correcto de las cosas. La buena práctica pastoral sigue al buen entendimiento de la identidad –o de lo que se llama «antropología cristiana»: saber quiénes somos, qué somos y por qué somos. Y esas preguntas solo pueden ser plenamente respondidas por las Escrituras y por la persona de Jesucristo. 

«Las enseñanzas de la Iglesia hacen esto difícil, Padre», me dijo un padre de familia. Comprendí su punto de vista, pero sugerí cortésmente que no eran las enseñanzas de la Iglesia lo que hacía difícil la situación; era en parte la confusión de su hijo acerca de sí mismo lo que causaba esa tensión. Nuestro Salvador no prometió que la verdad sería fácil de aceptar o que sería fácil vivir en ella, sino que nos traería libertad y paz (Juan 8,32; 14,27). 

En mi opinión, la homosexualidad no es en el fondo una cuestión de sexo o de relaciones. Es en el fondo una cuestión de identidad y, en particular, una percepción equivocada y una confusión acerca de quién la persona cree que es. 

Lo que ha llevado a esa persona a tal entendimiento es, por supuesto, importante. El Catecismo de la Iglesia Católica habla sobre el «génesis psicológico» de la homosexualidad (2357), lo cual nos hace recordar lo que sabemos: que vivimos en un mundo de causa y efecto. Pero en el momento de autorrevelación, la causa o las causas no son el interés principal, ni tampoco lo es una intervención que intenta abordarlas o contrarrestarlas, por muy bien intencionada que sea. 

En primer lugar, miramos hacia la Iglesia, que, en palabras del Beato Pablo VI, es «experta en humanidad». A través de las Sagradas Escrituras y su reflexión magisterial sobre la identidad del ser humano en Cristo, la Iglesia nos reafirma algo más que sabemos: que la expresión dual de la naturaleza humana no es heterosexual ni homosexual, sino masculina y femenina. 

Si el varón está hecho para la mujer, y la mujer está hecha para el varón (Génesis 2,18; Mateo 19,4-5), entonces una persona con atracción hacia el mismo sexo sufre de la privación de un bien, la atracción natural por el sexo opuesto. 

Las palabras «gay», «homosexual» y «lesbiana» parecerían reducir la identidad de una persona a su atracción sexual. Tal vocabulario, medido ya sea por la justicia o la caridad, es a lo sumo incompleto, si acaso no una falta de respeto a la dignidad de otra persona. 

Aunque podríamos escuchar a algunos de nuestros pastores ocasionalmente usar esta terminología tan común en el discurso popular, no deberíamos asumir que el Santo Padre o cualquier líder de la Iglesia está implicando la existencia de un «tercer sexo». 

La Iglesia, en sus documentos magisteriales, evita tales términos. Estas palabras también dejan a la persona en confusión porque, independientemente de la intensidad de su AMS, la persona, hombre o mujer, comparte la misma naturaleza humana que tiene toda criatura de Dios. Por ende, aceptar una falsa historia sobre uno mismo es entrar en colisión con uno mismo. Ningún progenitor quiere que su hijo sufra, especialmente si algo se puede hacer para prevenirlo. Por naturaleza, el amor trata de proteger a los seres amados del daño, del dolor y de la pena. ¿Acaso Jesús mismo no afirma que «nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos» (Juan 15,13)?  Quien ama se interpone entre el ser amado y el peligro. 

Y aun así, ¿acaso no dijo el Padre a su Hijo: «¿Beberás la copa? (Lucas 22, 42)?» ¿Acaso el Padre no envió al Hijo a «ofrecer su vida en rescate por muchos» (Mateo 20, 28)? ¿Y, acaso, al mismo tiempo, el Hijo no nos hace recordar a nosotros, «pobres hijos desterrados de Eva», de la bondad del Padre (Mateo 7,11; Lucas 12,32)? 

La vida de Jesús y la parábola del Hijo pródigo nos dan la confianza de que el sufrimiento puede ser la fuente de la redención, de la libertad, aunque no tenga la última palabra; que la verdad prevalecerá; que nada yace fuera del alcance de la gracia y que nuestro Padre es siempre bueno. 

 El Padre Paul Check es el director ejecutivo de Courage.  Este artículo fue publicado originalmente en el periódico National Catholic Register bajo el título “Realizing Our True Identity” y fue traducido por el equipo de Courage International Si tiene alguna pregunta nos puede escribir a: oficina@couragerc.org