Cuaresma, desierto donde Dios nos habla al corazón

Cuaresma, desierto donde Dios nos habla al corazón

Por Yara Fonseca*

Estamos viviendo la Cuaresma, tiempo favorable de gracia para toda la Iglesia que camina hacia la celebración del misterio central de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. La oración y las prácticas ascéticas del ayuno y de la limosna son verdaderas bendiciones para este tiempo, pues nos ayudan a centrarnos en lo esencial y a recorrer un camino de conversión y transformación interior.  

Muchas veces usamos la simbología del desierto para referirnos a este tiempo. La misma liturgia del primer domingo de Cuaresma nos invita a meditar en los cuarenta días en que Jesús, conducido por el Espíritu, se retiró a la soledad del desierto y enfrentó un duro combate contra Satanás y sus ángeles (ver Mt 4, 1-11).

¿Qué siento cuando miro la Cuaresma como un tiempo de desierto? Puede ocurrir que los primeros sentimientos evoquen un sentido de lucha, renuncia y austeridad. Sentimos que iniciamos un peregrinaje largo y exigente — quizá para algunos difícil —, donde avistamos en el horizonte días de esfuerzo espiritual redoblado. Sin dudas, es cierto que la Cuaresma subraya la dimensión ascética de la vida cristiana; sin embargo, es fundamental comprenderla desde el amor de Dios que siempre nos ama primero y de manera incondicional. Así, el desierto aparece como un lugar de encuentro, no de soledad. Lugar de libertad, no de ataduras. Lugar de triunfo, no de derrota. El libro del profeta Oseas puede ayudarnos a profundizar en esta verdad.   

Oseas fue un profeta que recibió de Dios el mandato de casarse con una prostituta llamada Gomer, quien, ya desposada y madre de tres hijos, regresa a la prostitución y es esclavizada. Entonces Dios pide al profeta que compre su libertad y nuevamente la reciba como esposa. La respuesta del profeta no tarda: “Yo la atraeré, y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón” (Os 2,14).

Si en Oseas vemos un relato profético del infinito amor de Dios por sus hijos, podemos comprender que la analogía de la Cuaresma y el desierto quiere primero subrayar que Dios nos ama tanto que quiere llevar nuestras almas a un tiempo privilegiado de encuentro con Él. Dios mismo quiere alejarnos de toda distracción para atraernos hacia Él y hablarnos al corazón. 

El Papa Francisco nos dice en el Mensaje de Cuaresma para este año que este es “un tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida. Como un esposo nos atrae nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones”.

Comprender las prácticas cuaresmales como medios que nos ayudan a hacer esta experiencia del desierto es fundamental. ¡No abrazamos un esfuerzo redoblado de penitencia y oración para encontrar a Dios! Es porque Dios ya ha tocado nuestros corazones, atrayéndonos hacia Él, que experimentamos esta necesidad espiritual de dejar todo lo que es superfluo para caminar con mayor libertad hacia el encuentro con Él. Dios, hablándonos al corazón, despierta el deseo de estar con Él y de seguirlo en amistad. Es Él mismo quien despierta en cada corazón una atracción espiritual por la verdad, bondad y belleza que solo la vida espiritual es capaz de brindar. 

Nos dirigimos al desierto como enamorados de Dios, y aunque nos cueste, queremos hacer esta experiencia de enfocar nuestra atención en Él a través de un mayor compromiso con la oración, el ayuno y la limosna. Estas son prácticas que nos liberan de nuestra esclavitud, así como Gomer fue liberada por Oseas, y nos permiten escuchar a Dios que habla en el silencio de un corazón desapegado de los placeres e intereses mundanos. 

El recorrido cuaresmal es pedagógicamente extenso, buscando darnos el tiempo necesario para este peregrinaje interior de enamoramiento de Dios que nos permitirá tener un corazón más dispuesto para recibir la gracia pascual que se derrama en abundancia y que nos hace hombres y mujeres nuevos y liberados para el auténtico amor. 

 


* Yara Fonseca es consagrada de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación y reside en Brasil con su comunidad.