Con los ojos fijos en Jesús, la meta de nuestra esperanza

Con los ojos fijos en Jesús, la meta de nuestra esperanza

Por Yara Fonseca*

Estamos en un tiempo en que los maratones y medio maratones atraen a miles de personas cada fin de semana, que se preparan, se esfuerzan y avanzan paso a paso hacia la meta. Este deporte, que fortalece el cuerpo y entrena la mente, también puede hablarnos profundamente de nuestra vida cristiana. En este Año Jubilar de la Esperanza, queremos abrir nuestro corazón para reflexionar, junto con San Pablo, sobre algunas enseñanzas que este deporte nos deja.

El corredor sabe que cada paso cuenta y que todos tienen una dirección, una meta concreta. Así también nosotros, no caminamos sin rumbo, no vivimos al azar. Nuestra vida tiene una meta segura, el encuentro con Cristo resucitado, la plenitud del amor de Dios. «¿No saben que en el estadio todos corren, pero uno solo obtiene el premio? Corran, pues, de manera que lo consigan» (1 Co 9,24). La esperanza nos impulsa a seguir adelante, porque sabemos que el Señor nos espera al final de nuestro camino.

En el recorrido, claro, no todo es sencillo. Los corredores hablan del «muro», ese momento en que el cuerpo y la mente parecen rendirse, y todo parece indicar que no se puede continuar. En nuestra vida de fe también atravesamos cansancios, pruebas, sequedad y oscuridades. Es entonces cuando necesitamos recordar que no estamos solos, pues «corramos con perseverancia en la carrera que nos toca, fijos los ojos en Jesús, que inicia y consuma nuestra fe» (Hb 12,1-2). Él es quien nos anima, quien corre a nuestro lado y nos da la fuerza para continuar cuando sentimos que no tenemos más energías. La esperanza es esa certeza interior de que, aun cuando sentimos todo el peso de nuestros límites, el Señor nos sostiene y nos conduce. 

Nadie llega a la meta sin preparación. Todo corredor sabe que necesita entrenar, disciplinar su cuerpo, cuidar lo que come y descansar bien. La vida espiritual también requiere entrenamiento. Nuestro corazón se fortalece con la oración, nuestra mente se ilumina con la Palabra, nuestra alma se alimenta con la Eucaristía y nuestra vida se renueva con la confesión. Son los ejercicios cotidianos que nos ayudan a perseverar y a mantenernos firmes en el camino de la fe.

Al mismo tiempo, correr acompañado siempre es más fácil. En los grupos de runners se comparte la fatiga, se celebra cada logro y se sostiene al que queda atrás. La vida cristiana también es así, tenemos una comunidad que anima, que acompaña, que no deja que nadie se pierda en el camino. San Pablo lo decía con sencillez: “Anímense mutuamente y edifíquense los unos a los otros” (1 Ts 5,11). Ser peregrinos de esperanza significa caminar juntos, sostenernos unos a otros y experimentar que la fe compartida se vuelve más fuerte.

En toda carrera hay señales que guían y puntos de agua que renuevan las fuerzas. Así también Dios nos regala señales de esperanza por medio de la luz de su Palabra, la gracia de los sacramentos, la compañía de la Virgen María, el testimonio de los santos y el consuelo de los hermanos. 

Y al final, lo que espera es la alegría. El corredor, aunque cansado, sonríe al cruzar la meta, porque todo esfuerzo valió la pena. Así será también para nosotros, pues “en esperanza fuimos salvados” (Rm 8, 24). La meta es la vida eterna, la victoria del amor, el descanso en el corazón de Dios. Allí nos aguarda Cristo, con los brazos abiertos, y todo sufrimiento se transformará en alegría.

Por eso hoy, al ver a tantos hombres y mujeres que corren con entusiasmo por las calles, podemos escuchar una invitación de Dios. Él nos llama a correr también nosotros, a no dejar que el cansancio nos venza, a mantenernos firmes en la esperanza. Y lo hermoso es que en esta carrera nadie queda fuera, porque no se trata de llegar primero, sino de llegar juntos. Somos peregrinos de esperanza, llamados a correr la carrera de la fe con los ojos fijos en Jesús, seguros de que Él corre con nosotros y nos espera en la línea de llegada. Corremos hacia Él y con Él, y por eso avanzamos juntos como hermanos.

Señor Jesús, Tú que corres a nuestro lado, danos la perseverancia de los atletas, la disciplina de los entrenamientos y la alegría de la meta alcanzada. Haznos peregrinos de esperanza, que nunca nos cansemos de mirar hacia Ti, hasta que podamos cruzar la línea de llegada y abrazarte para siempre. Amén.


*Yara Fonseca es asistente de coordinación, en la oficina de Courage Internacional, para los capítulos de Courage en español y portugués.