Adviento en clave de Dilexit Nos y Dilexi Te
Adviento en clave de Dilexit Nos y Dilexi Te
Por Yara Fonseca*
Estamos viviendo los primeros días del Adviento, un tiempo de espera, de silencio interior y de esperanza. Lo hacemos con el corazón aún iluminado por un acontecimiento reciente en la vida de la Iglesia: la publicación de la primera Exhortación Apostólica del Papa León, Dilexi Te, el 4 de octubre del presente año. Aunque su aparición precedió el inicio del año litúrgico, la providencia nos permite acogerla y meditarla ahora, cuando ya caminamos hacia Belén. Su mensaje encuentra en el Adviento un espacio privilegiado para ser escuchado, porque es un texto que nace del amor recibido y que impulsa al amor ofrecido, la misma dinámica espiritual que la liturgia nos invita a vivir durante este tiempo.
Esta nueva exhortación es un verdadero don para la Iglesia y, al mismo tiempo, un signo de continuidad con el magisterio del Papa Francisco. El corazón de Dilexi Te se reconoce fácilmente en la enseñanza de Francisco, especialmente en Dilexit Nos, donde nos recordaba que nuestra identidad cristiana brota del amor primero de Cristo. El Papa León retoma esa certeza y la conduce hacia una expresión profundamente misionera, pues saber que hemos sido amados nos capacita para amar.
En Dilexit Nos, Francisco decía: “Cristo nos amó primero (cf. 1 Jn 4,19), y es en ese amor que nos precede donde encontramos nuestra identidad y nuestro descanso”. Y ahora León afirma que “ninguna misión cristiana es posible sin esta verdad fundante; Él nos amó antes, Él tomó la iniciativa, Él salió a nuestro encuentro” (Dilexi Te, 2).
Es hermoso contemplar cómo un documento conduce al otro y cómo un amor engendra otro amor. Dilexit Nos nos ayudó a reconocer el amor que nos sostiene. Dilexi Te nos invita a dejar que ese mismo amor se haga vida en nuestras obras. La Escritura resume este movimiento en una sola frase: “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4,16). Primero conocemos el amor y luego creemos en él hasta vivirlo, sobre todo en la sensibilidad hacia toda forma de pobreza presente en el corazón del hombre y en la sociedad.
León XIV retoma además un tema central del magisterio reciente: la contemplación del misterio del Corazón de Cristo, donde el amor de Dios se muestra como una misericordia que sostiene y regenera. En un pasaje iluminador afirma que “en el Corazón de Jesús encontramos la ternura que no humilla y la firmeza que no abandona; una herida abierta que no acusa, sino que invita a volver a empezar” (Dilexi Te, 7). La misma intuición se encuentra en la enseñanza de Francisco. La misión cristiana nace de una experiencia personal del amor de Cristo, que transforma al discípulo en testigo. De este modo, el magisterio de ambos se une en un mismo llamado: permitir que el amor de Jesús configure nuestra manera de mirar, de acompañar y de servir.
En este contexto, el Adviento adquiere un significado aún más profundo. Es el tiempo litúrgico que nos invita a acoger nuevamente el amor que Dios nos ha tenido desde siempre, porque “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único” (Jn 3,16). Al mismo tiempo, el Adviento nos impulsa al amor por los hermanos, en especial por los más necesitados.
La contemplación del pesebre nos ayuda a entrar más hondamente en este misterio. Allí está el Verbo hecho carne, frágil y pequeño, envuelto en pañales. Allí se manifiesta ese Amor que tomó la iniciativa. Se nos dio cuando aún no sabíamos recibirlo; se hizo hermano cuando todavía no entendíamos la fraternidad; se puso en nuestras manos cuando nuestras manos no estaban limpias. El pesebre es la cátedra del Amor que precede y es también el lugar donde aprendemos a responder. En el silencio de Belén se entrelazan estos dos movimientos: un Amor que baja y un amor que sube; un Amor que nace y un amor que aprende a nacer al pobre.
En este Adviento podemos pedir una gracia sencilla y profunda: dejarnos amar. Permitir que Cristo nos encuentre donde estamos. Contemplar el pesebre sin prisa. Abrir el corazón al silencio que nos conduce a lo esencial de la vida cristiana. Y, desde allí, renovar nuestra disponibilidad para amar como Él.
Que este tiempo litúrgico nos ayude a vivir esa doble confesión que une a Francisco y a León XIV, y que podamos repetir con alegría: Él nos amó. Señor, yo también quiero amar. Y con tu gracia, amaré a tu Iglesia y a los hermanos, a quienes Tú tanto amaste. Que María, la Madre del Adviento, nos acompañe en la espera que educa el corazón para el amor cristiano.
*Yara Fonseca es asistente de coordinación, en la oficina de Courage Internacional, para los capítulos de Courage en español y portugués.

