«Homosexualidad, identidad y la gracia de la castidad»
Published in: Catholic World Report
Author: Carrie Grace, PhD.
Published: 3 de septiembre de 2013
Homosexualidad, identidad y la gracia de la castidad
El padre Paul N. Check de Courage nos habla sobre porqué la castidad es una virtud esencial para las personas con atracción hacia el mismo sexo—y para todos los cristianos en general.
San Agustín es famoso por su oración: «Señor, hazme casto, pero aún no». El Padre Paul Check, director de Courage, nos explica que la castidad, al igual que la justicia y la misericordia, es también parte de la Buena Nueva de Cristo y que ignorarlo resulta contraproducente.
El apostolado Courage sirve a personas con atracción hacia el mismo sexo que desean vivir conforme a las enseñanzas de la Iglesia Católica en relación a la moral sexual. Este apostolado ofrece reuniones de grupo anónimas y autónomas alrededor del país.
El padre Check, que sirvió como oficial en el Cuerpo de Marina antes de ser ordenado sacerdote en 1997, habló recientemente con el Catholic World Report sobre la sabia postura de la Iglesia de no reducir a las personas a una identidad basada únicamente en deseos sexuales, y sobre cómo el católico promedio puede responder ante el agresivo programa político y social del lobby gay.
CWR: En Courage usted hace una clara distinción entre atracción al mismo sexo y el estilo de vida gay. ¿Nos puede decir en qué consiste esa diferencia?
Padre Check: La pregunta más importante jamás hecha en la historia de la humanidad la hizo Nuestro Señor cuando preguntó a los apóstoles, «¿Ustedes quién dicen que soy yo?» Es la cuestión de la identidad, porque es a partir del conocimiento de la propia identidad que llegamos a saber cómo vivir conforme a la misma. No diré que es siempre fácil porque tenemos la concupiscencia, pero para que podamos comprender la manera apropiada de hacer esta pregunta, debemos antes tener clara la respuesta sobre la pregunta del ser.
En lo que se refiere a la persona humana, la pregunta «¿Quién soy yo?», se responde mejor sabiendo que somos hijos de Dios redimidos por la Sangre de Cristo, llamados a ser sus discípulos, y que somos invitados a crecer en esta vida de gracia y gloria en la vida eterna. Ahí yace el fundamento del elemento central o esencial de nuestra identidad.
Ahora bien, hay otras cosas que también forman parte de nuestra identidad: nuestra familia humana y nuestro lugar de origen geográfico. Estas cosas son importantes, pero no tanto como la cuestión fundamental de nuestra identidad: nuestra condición de ser hijos de Dios.
Fuimos creados como seres sexuados, según nos lo cuenta el libro del Génesis que, desde luego, no es un libro de ciencia ni nos dice de forma precisa cómo se formó el hombre, pero nos cuenta claramente quiénes somos y quiénes intentamos llegar a ser, así como a quién debemos mirar para comprender nuestra identidad. En esa historia del Génesis se nos cuenta claramente que Dios, en su infinita sabiduría, dividió la raza humana de tal manera que la naturaleza humana se expresara en lo masculino y lo femenino. Esta es una cuestión teológica y antropológica muy rica. Pero, para el caso que nos concierne ahora, aunque existe tal cosa como la naturaleza humana, esa naturaleza siempre se expresa muy concretamente en una persona —una persona que es masculina o femenina—por tanto, esa identidad sexual forma también parte integral de quien la persona es. Y para saber quiénes somos y cómo esa identidad sexual es propiamente expresada, volvemos a la historia del Génesis y aprendemos sobre la unión entre hombre y mujer, la fecundidad de Dios en su plan, y cómo sus dones de fertilidad se asocian con la facultad sexual y están intrínsecamente unidos a la intimidad sexual.
Con este preámbulo, me parece que el motivo por el que la Iglesia, evita las etiquetas «gay», «homosexual» y «lesbiana» como sustantivos, se debe a que, en su sabiduría y caridad maternales, y siguiendo con la historia sobre quién es el hombre, la Iglesia no quiere reducir la identidad de ninguna persona únicamente a su deseo sexual. Eso sería injusto y poco caritativo. Se requiere de un poco más de caridad para decir que una persona tiene atracción al mismo sexo en vez de simplemente utilizar aquellas otras etiquetas populares en la cultura actual.
Dicho esto, de ninguna manera estoy minimizando la fuerza, intensidad y duración o frecuencia de los sentimientos de atracción hacia el mismo sexo y lo importante que pueden resultar estos sentimientos para el conocimiento de la propia persona. Solo queremos dar a la atracción hacia el mismo sexo la etiqueta apropiada. Ni más, ni menos.
CWR: Como resultado de eso, ¿qué ve usted en el estilo de vida «gay» que afecte la posibilidad de tener una vida auténticamente feliz?
Padre Check: Cualquier acción contraria al diseño o don de nuestra humanidad nos pondrá en contraposición con nosotros mismos. Algunas cosas son fáciles de ver aun si no son controversiales, por ejemplo, si alguien miente constantemente. No solo estaría cometiendo una injusticia contra la persona a quien le miente, sino que también se estaría contraponiendo a su propia humanidad, ya que el poder de la comunicación y el lenguaje nos ha sido dado para cultivar confianza y formar relaciones —relaciones de amistad y de amor—. Por tanto, si miento constantemente, me contrapongo a mí mismo y terminaré arruinando mis deseos de experimentar la intimidad y el afecto humano, así como de conocer y ser conocido de forma personal. Esto es evidente en el lenguaje. También es evidente en el comer. Si tengo hambre y me como un pastel de chocolate completo y lo acompaño con una botella de vino tinto, me hará daño. Hay algo de autodestrucción en mis acciones.
Analógicamente, se puede decir lo mismo del ámbito sexual. Nuestros deseos sexuales se desvían con facilidad porque el deseo fundamental del corazón humano es el afecto: amar y ser amado de forma personal; ser conocido de forma personal. Ya que ese impulso es tan fuerte, como debe serlo, según lo dispuso Dios en su infinita sabiduría, debemos meditar cuidadosamente nuestras acciones y sentimientos para asegurarnos de que no vayan a frustrar nuestra posibilidad de ser felices.
Y lo que hace esto difícil, desde luego, es el hecho de que el deseo de intimidad en nosotros es fuerte y está, además, como todas las otras facultades humanas, tocado por la concupiscencia, esa debilidad de la voluntad que puede llevarnos a tratar de satisfacer nuestros deseos de forma incorrecta.
Cuando hablo sobre este tema, por supuesto—y la mayor parte de mi trabajo es presentar a sacerdotes y seminaristas el tema de la homosexualidad— trato de plantearlo completamente en el contexto de la virtud de la castidad. Pienso que debemos preguntarnos si creemos que la castidad es parte de la Buena Nueva. Sé que lo hacemos a través del Magisterio de la Iglesia pero, ¿verdaderamente tenemos esa convicción personal, institucional y eclesial?
Ahora bien, pienso que la gente verdaderamente cree que la justicia es parte de la Buena Nueva, y que la misericordia es parte de la Buena Nueva, y que la salvación y la vida eterna forman parte de la Buena Nueva, pero, ¿y la castidad? ¿Comprendemos que, como virtud, la castidad es esencial, no solo para nuestra salvación, naturalmente, sino también para nuestra realización humana como nos dice la historia del Génesis? ¿La manera en que se nos ha dicho que hemos sido creados? Esto, pues, plantea la cuestión de forma amplia— por lo que podemos hablar también sobre anticonceptivos, la cohabitación, y muchos otros asuntos relacionados a la virtud de la castidad, y en verdad debemos hacerlo para plantear el tema de la homosexualidad en el contexto correcto.
CWR: Según su investigación, ¿cuál es el vínculo entre la atracción al mismo sexo y la forma en que los hijos son criados, especialmente el rol del padre en la crianza de hijos varones?
Padre Check: En este punto, quisiera hablar como laico. Estamos entrando en el ámbito de lo natural y las ciencias sociales y me alegra poder tratar de ofrecer un poco de perspectiva basada en mi experiencia, aunque estrictamente no me compete. Me guío por la propia reflexión de la Iglesia.
En los tres párrafos que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a la homosexualidad, el Catecismo habla sobre el génesis psicológico de la homosexualidad, situando así la cuestión en el ámbito de lo natural, como una perturbación en la naturaleza. Por tanto, en la providencia divina, la reflexión sobre esta cuestión corresponde propiamente a las ciencias sociales, particularmente a las ciencias psicológicas. Y debemos pensar un poco sobre esa palabra hoy en día, porque hasta no hace mucho en la historia, si utilizábamos la palabra «psicología», la gente no pensaba inmediatamente en aquéllos que sufren algún tipo de mal que debiera ser curado. Si expusiéramos el término a Santo Tomás de Aquino, esa idea no vendría a su mente. En el contexto de la tradición clásica, cuando pensamos en la psicología, pensamos en las potencias del alma humana y lo que es la naturaleza del hombre. Así que no hablamos inmediatamente sobre terapia o alguien que necesita consejería, sino sobre la naturaleza humana. Pensamos sobre cuál es el don o el diseño de la persona o del alma humana, de tal manera que pueda llevar a cabo los anhelos más profundos de bondad, verdad y belleza infundidos en ella.
Así pues, el génesis psicológico sugiere que hay algo en el orden natural que no ha alcanzado su justa realización. Creo que podemos discernir desde ese contexto que cualquier cosa que no alcance una justa realización no es buena. Esto es a lo que me refiero: vivimos en un mundo gobernado por la ley de causa efecto, así que las cosas no surgen de la nada—hay algo que las precede lógica y temporalmente para que puedan suceder. El Catecismo describe la inclinación al mismo sexo como «objetivamente desordenada». Ahora, debemos ser claros, esas palabras pueden sonar muy fuertes para algunas personas porque cuando son inmediatamente escuchadas pueden sonar como si se estuvieran refiriendo a una persona— como si una persona estuviera de alguna forma desordenada, incompleta. Sin embargo, en el contexto del Catecismo, podemos ver que para nada es eso a lo que se refieren. Lo que dice es que el deseo, la atracción erótica hacia un miembro del mismo sexo, está fuera de la armonía con la naturaleza humana, está mal orientada, y porque está mal orientada, y porque vivimos en un mundo gobernado por la ley de causa efecto, quizás con un poco de reflexión cuidadosa, podamos ser capaces de determinar qué es lo que ha causado esa atracción desordenada.
Sin embargo, su naturaleza compleja y profundamente personal, hace difícil trazar claramente la razón por la que alguien tiene la inclinación o deseo homosexual. Hay patrones que tienden a repetirse, pero podemos decir que el árbol se conoce por sus frutos y, como Nuestro Señor nos dice, el árbol malo dará malos frutos. Así pues, el desorden objetivo tiene su origen en algo que no ha estado en armonía con el desarrollo apropiado de la persona en el ámbito afectivo. Esto no significa que la persona valga menos.
Ahora, ciertamente, en lo que se refiere al desarrollo del carácter masculino, el papel que el modelo juega en la vida de un niño, por ejemplo, el rol de los hombres adultos en su vida es de gran importancia. Me encantan las palabras de San Pablo a Timoteo sobre la paternidad. Él dice que es fuerza, amor, y dominio propio (2Tim 1, 7). Y eso es exactamente correcto. Es todo eso. La fuerza es protección, disciplina, sacrificio, liderazgo, atenerse a los estándares. Amor es benevolencia, calidez, compasión, perdón, bondad, el tipo correcto de sensibilidad masculina. Y el dominio propio—sabiduría— es realmente la virtud de la prudencia, cómo vivir bien. Todos esperamos eso de nuestros padres y de nuestras madres, pero de diferente manera.
Nacemos hombre y mujer, pero desarrollamos un carácter masculino o femenino en base a varias cuestiones. Pienso que en cierta forma lo realmente importante es la manera en que nuestros padres aman a nuestras madres y viceversa. Muchos sacerdotes se acercan a mí durante alguna conferencia de clérigos y me preguntan: «¿Qué podemos hacer ante esta situación?» Bien, tenemos que ofrecer más y mejores clases prematrimoniales. Si ayudamos a las parejas a comprender mejor el sacramento que están a punto de recibir, quizás no solo podamos prever una serie de problemas perceptibles en su información sociológica y demás, sino que enriqueceremos las vidas de las parejas y, posteriormente, de sus familias. Pienso que esto ayudará también a prevenir algunas de las dificultades que estamos viendo.
Un chico, naturalmente, desea la alegría de su padre y poder ver sus en ojos que su existencia, la existencia del hijo, es capaz de producir esa alegría. Me atrevo a decir que uno de los temas comunes entre los miembros de Courage—y trato de no generalizar, sino de plantear un patrón que tiende a repetirse y por eso resulta interesante— es que muchos de ellos no experimentaron esa sensación. Y no estoy tratando de demonizar a sus padres, no trato de decir que fueron malos padres o que no amaron a sus hijos. Mucho del trabajo que hago, y que Courage hace, va dirigido a la cuestión de la percepción y cómo una relación es percibida. Quizás alguien con cierto tipo de temperamento pudo haber percibido algo que no fue completamente consistente con la realidad de la situación, sin embargo, esa percepción pudo haber dejado una profunda herida.
CWR: En nuestra cultura hay una discusión general sobre el síndrome «Peter Pan» presente en ambos, hombres homosexuales y heterosexuales, que no quieren crecer. ¿Usted ve algún tipo de relación entre estos dos grupos de hombres?
Padre Check: Esto tiene que ver con la cuestión de la masculinidad en general. Existen varios elementos que podrían surgir de este desarrollo impedido de la persona humana como lo es la prolongación de la adolescencia. Como un comentario aparte, resulta interesante que la edad promedio del jugador de videojuegos en los Estados Unidos corresponde al hombre de 33 años. No estoy promoviendo una campaña en contra de los videojuegos, aunque tengo mis reservas al respecto, pero conforme a la naturaleza, un hombre de 33 años debería tener otros intereses a esas alturas de la vida.
La disponibilidad inmediata de la pornografía, que es accesible, anónima, asequible y adictiva—las cuatro A— retrasa el desarrollo emocional y moral del carácter y, al igual que los videojuegos, encierra a la persona en sí misma, convirtiendo al hombre en el centro de su propia atención y acción. Puede usted ver que estamos nuevamente en conflicto con nosotros mismos. Me encanta la frase de J. Budziszewski, un espléndido filosofo de la ley natural que fue nuestro primer conferencista en la conferencia de Courage este año, y que describe a la persona humana como alguien «afortunadamente incompleto». Eso me gustó mucho y pienso que tiene razón. Esto significa que para realizarnos debemos tener dominio propio, olvidarnos de nosotros y donarnos contrariamente a la tendencia al egoísmo y la preocupación por uno mismo.
CWR: ¿Qué piensa de la reciente decisión de los Boy Scouts de permitir el ingreso de chicos abiertamente homosexuales como miembros, pero no como líderes? ¿Cómo cree usted que esto les afectará y cómo deben responder los padres?
Padre Check: Mi primera preocupación son los chicos que se autodenominan como «gay» u «homosexual». La pregunta que surge es: ¿por qué lo hacen? Si volvemos a nuestra discusión anterior sobre la identidad, la Iglesia se resiste a etiquetar a las personas de esta manera y pienso que queremos hacer todo lo posible para evitarlo, particularmente en el caso de los adolescentes. Los años de la adolescencia constituyen un periodo de descubrimiento y aventura en un cierto sentido y en un tiempo de conocimiento de sí mismo. Eso debe orientarse adecuadamente para que no surja ninguna confusión. Muchas cosas pasan a esa edad y parece, en el mejor de los casos, prematuro en esa etapa del desarrollo aplicar a sí mismo tal etiqueta que no representa ni refleja integralmente su ser.
Hay un par de documentos de la Iglesia— uno de ellos es de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y el otro es de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos— que abordan la cuestión de la identidad. En lo que se refiere a los jóvenes, estos documentos establecen que estos deberían evitar tal etiqueta y que podrían recibir acompañamiento espiritual adecuado, así como ayuda de un profesional en salud mental que tenga un sólido conocimiento de la antropología cristiana para investigar los motivos del porqué han surgido estos sentimientos. Nuevamente, investigaciones confiables indican que la atracción al mismo sexo es un síntoma de, o una respuesta a un tipo de herida o déficit emocional. Tal herida podría ser también el abuso sexual. Hay muchos datos que indican que las personas con atracción al mismo sexo son siete veces más propensas a haber sido víctimas de abuso sexual en comparación con la población general. Ahora bien, debo aclarar que no todas las personas que han sido víctimas de abuso sexual terminan desarrollando una inclinación homosexual—claramente éste no es el caso. Sin embargo, esto debería interesarnos ya que, si una persona joven se identifica a sí misma como alguien con atracción al mismo sexo, podría ser un indicativo de que hubo una introducción en el especialísimo y único ámbito de la intimidad sexual ya sea por la fuerza o, sin su conocimiento o pleno consentimiento, porque el desarrollo emocional de la persona no estaba preparado para tal intimidad a esa delicada edad. Desafortunadamente, esto ocurre bastante y puede deformar la comprensión de quien uno es.
CWR: Por lo que acaba de decir, pareciera que la atracción al mismo sexo no es una realidad fija, sino más bien variable en contraste con lo que el «lobby gay» lo hace parecer.
Padre Check: Otro motivo por el que la Iglesia ha sido muy prudente en la manera en que evita usar las palabras «gay», «homosexual» o «lesbiana» como sustantivos, es que no existe un perfil único.
Un documento de la Iglesia, el texto de la Congregación para la Educación Católica en los Seminarios, del año 2005, aborda esta distinción entre sentimientos homosexuales arraigados y transitorios. Esto nos indica que la Iglesia reconoce que existen personas para quienes la cuestión está un poco más arraigada, o que no es variable, pero ese no es el caso para todos. Está la cuestión de la variabilidad, particularmente en lo que concierne a la adolescencia. En la Veritatis Splendor, el Beato Juan Pablo II dice que en cierto modo somos cambiados por nuestras acciones, aunque contamos con una naturaleza humana inalterable. Entre más se autodefina una persona joven, más estará reafirmando esa identidad en su mente. Lo mejor es tratar el asunto con reserva y establecer, con caridad y prudencia, un vínculo de confianza con el joven para así poder ver lo que yace detrás de esa atracción al mismo sexo, y poder ofrecerle una ayuda verdaderamente útil. Por el contrario, motivarlo a actuar conforme a su autoconcepción—o sea, a actuar sexualmente conforme a ella— no sería bueno, ya que reforzaría lo que es, en sí misma, una identidad falsa que solo puede llevarlo a la infelicidad. El punto es que nunca se puede actuar según la atracción o el deseo por el mismo sexo ya que al ser este acto inconsistente con la naturaleza humana, siempre terminaría poniendo a la persona en conflicto consigo misma.
CWR: ¿Podemos entonces concluir que su postura sobre el matrimonio gay coincide con la reciente Ley de defensa del matrimonio de Windsor v. Estados Unidos?
Padre Check: La ley tiene un propósito pedagógico al respecto. Una de las cosas que la ley hace es instruirnos sobre las relaciones naturales en la comunidad. Así que, si la ley adopta una posición contraria a la naturaleza humana, contraria a la ley y al don de nuestra naturaleza (lo que los filósofos llaman la «ley natural»), a causa de la flaqueza humana y la concupiscencia, es muy probable que se dé un efecto negativo ya que motivaría a algunos a tomar decisiones contrarias a su propio bienestar. Esto ha sido corroborado en lo que se refiere a la anticoncepción, el aborto y el divorcio, así como a las uniones homosexuales.
CWR: A medida que la cultura gay continúa avanzando en nuestra sociedad, particularmente mediante extralimitaciones judiciales, ¿qué pueden hacer los católicos para detener la marea?
Padre Check: Primero, encontrar fortaleza, consuelo y esperanza en las palabras del apóstol San Pablo: «Donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia» (Rm 5, 20). Y: «En todas las cosas interviene Dios para bien de los que lo aman» (Rm 8, 28).
Nuestra primera respuesta debe ser una respuesta de fe. Nada está fuera de la Providencia de Dios. Esto no es lo mismo que decir que Dios directamente desea que ocurran ciertas cosas, porque claramente no es así. Pero por motivos que no siempre podemos ver o comprender inmediatamente, Dios permite, misteriosamente, que sucedan ciertas cosas, pero incluso tales cosas no quedan fuera del alcance de su gracia. Así que necesitamos una respuesta de fe para confiar en la presencia del Señor.
El sermón que di en la misa final de la conferencia de Courage este año, fue sobre Nuestro Señor durmiendo en la barca. Nuestro Señor durmió tres veces: durmió en la cuna, en la barca, y en la cruz, pero en las tres ocasiones estuvo con nosotros y conocía las circunstancias que influyen en nosotros para bien o para mal. Así pues, una respuesta de fe es muy importante.
Debemos querer vivir casta y alegremente. El problema de la pornografía y el problema de la anticoncepción están ampliamente presentes en la comunidad católica, incluyendo a los católicos que van a misa. Debemos examinar nuestra propia convicción de que la castidad es esencial para la plenitud de las relaciones humanas. No podemos esperar que otros simplemente hagan lo que les decimos que deben hacer como: «no te cases con alguien de tu mismo sexo». Difícilmente podemos esperar ser una voz convincente si no estamos ya convencidos de la veracidad de todo lo que la Iglesia nos enseña. Así pues, debemos vivir esa virtud alegremente. Si lo hacemos, los otros lo verán y les llamará la atención.
Debemos volver a ese tipo de pensamiento de los primeros cristianos, teniendo muy presente que la cultura actual será hostil. Esto nos da un sentido de propósito; sabemos que será difícil. Chesterton decía: «Cristianos, adéntrense alegremente en la oscuridad». Chesterton tenía razón. Un cristiano de cara al suelo, enojado, condenando al mundo no será un buen instrumento para la evangelización. Necesitamos esa confianza en Dios que Santa Teresita de Jesús tenía y mostraba tan magníficamente. Necesitamos eso ahora y debemos tratar de vivirlo y ¡claro que podemos! La gracia de Dios lo hará posible.
Este artículo fue traducido por Lorena E. Tabares y revisado por Courage International. Fue tomado de la revista Catholic World Report bajo el título “Homosexuality, Identity and the Grace of Chastity.”
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